Por Domingo Sanz
Es evidente que quienes están en contra de los indultos defienden la unidad de España, algo que para muchos vale más que la vida o, lo que es lo mismo, que no les arranquen ni un palmo de su cementerio es lo que nos viene a la cabeza cuando pensamos en tantos que tan poco sufren por los muertos.
Lo demuestra la evidencia de que los políticos nunca habían crispado tanto con ninguno de los muchos y muy discutibles indultos que se han concedido durante las más de cuatro décadas de monarquía que llevamos, un detalle que no hay que olvidar, pues el rey del 3 de octubre de 2017 tendrá que firmar lo que Sánchez le ponga delante.
Los medios de comunicación están demostrando que este asunto dispara las audiencias, pues no solo están ofreciendo información y opiniones por doquier, sino que hasta han encargado encuestas sobre lo que prefieren los votantes de los diferentes partidos, destacando en titulares a los del PSOE del mismo Sánchez que ganó las primarias en 2017, otro detalle a tener en cuenta.
Como la diferencia consiste en que quienes podrían beneficiarse pretenden la independencia de Catalunya, se deduce que las medidas de presión que están anunciando PP, Vox y Cs son para evitar que se rompa España. Como son los del trío de Colón, habrá que comparar con la concentración de febrero de 2019, también contra Sánchez por lo de Catalunya y floja en asistentes. La que acaban de anunciar en su plaza favorita ha sido impulsada por Rosa Díez, una reincidente en lo de fracasar que en el año 2000 le disputó el liderazgo del PSOE a Zapatero, consiguiendo el 6,5% de los votos.
Pero nadie conoce el futuro, pues ni siquiera los muchos augures que tanto proliferan aceptan jugarse su reputación al número de la lotería que resultará premiado en el próximo sorteo. Esto demuestra que nunca podremos saber si negar los indultos será mejor para la unidad de España que concederlos y, de hecho, si algo sí sabemos es que la cárcel de Junqueras y los demás condenados ha servido para incrementar el apoyo en las urnas a los de Junts, ERC y la CUP.
Parece mentira lo poco que algunos aprenden, pues es lo mismo que ocurrió con los cientos de miles de catalanes que se hicieron independentistas mientras Rajoy ordenaba al PP recoger firmas contra un nuevo Estatuto catalán, el de 2006, que no rompía España. Tendencia que se aceleró a partir de la sentencia del TC de 2010, también a iniciativa de un PP que aún conservaba a los de Abascal en sus filas.
Por tanto, la única conclusión posible es que lo que mueve a los Casado, Abascal y Arrimadas no es la unidad, sino el odio hacia unos políticos catalanes que les siguen inspirando mucho miedo porque, entre otras cosas, la justicia europea se acerca. Miedo que, quizás, se oculta tras el orgullo de quienes se sienten vencedores por mantener en la cárcel a unos cuantos, pero herido de muerte por no haber sabido impedir el espectáculo de dos millones de catalanes votando.
No están solos, pues a estos líderes de la derecha se han unido los García Page, Felipe González, Alfonso Guerra y otros del PSOE, quizás en un segundo intento por acabar con Pedro Sánchez. Seguimos recordando aquellas primarias de 2017.
Es indiscutible que los indultos han conquistado la actualidad y los avatares de su tramitación no han hecho más que comenzar. Pero, sobre todo, se trata de un debate que entra de lleno en los valores sobre los que se asienta la política española, “concordia o venganza”, en una coyuntura de regreso descarado y galopante de los líderes políticos de ese “franquismo sociológico” que ha sobrevivido cómodamente durante la monarquía restaurada en 1947.
Un debate que debe resolverse y sobre el que solo puede dictar sentencia toda la sociedad.
Entonces es cuando regresa de nuevo la memoria vivida para recordarnos la manera en que Adolfo Suárez se libró de otros franquistas, aquellos de hace más de cuatro décadas y que por su currículum y actitud resultaban imposibles de reciclar a una democracia que Juan Luis Cebrián ha calificado de “inevitable”, dejando a la altura del betún a un tal Santiago Carrillo cuando aceptó la bandera y el himno del franquismo ante la sorpresa de millones de antifranquistas. Siendo “inevitable”, le ha faltado a Cebrián exponer la muy plausible teoría de que, si la Transición hubiera elegido otros símbolos para España y, de paso, enviado la Monarquía al baúl de los recuerdos, es muy probable que ETA decidiera derrotarse a sí misma en los años 70.
Qué cuánto nos traiciona esa lucidez que proporciona la experiencia, señor Cebrián.
Adolfo Suárez limpió la escena política de los franquistas más impresentables aplicando la democracia directa. Fue mediante el referéndum del 15 de diciembre de 1976 por el que solicitó que se aprobara la reforma política, consiguiendo más participación y votos afirmativos que el que dos años después convocó para aprobar la Constitución.
Hoy las circunstancias son diferentes, pero el papel de la democracia directa es tan imprescindible como entonces, y solo los atrevidos pueden liderar una acción de esta categoría.
Pedro Sánchez debe tomar la iniciativa y convocar un referéndum contra el odio para decidir sobre los indultos, pues es toda la sociedad la que debe asumir este reto.
Un referéndum con una pregunta sin condiciones: “Está usted a favor de que se conceda el indulto a los señores Oriol Junqueras, (citando a cada uno con su nombre y apellidos). SI o NO”.
A nadie se le puede pedir que no defienda sus ideas políticas y, no nos engañemos, esa renuncia propia de dictaduras como la franquista es lo que están exigiendo los del trío de Colón cuando piden arrepentimiento. Y los socialistas derrotados por Sánchez, como Guerra y González, cuando se suman a la derecha. Y Carlos Lesmes, el presidente caducado de los jueces cuando se mete descaradamente en política para decir que “sin ‘concordia’ no hay indultos”. Y Marchena y demás jueces sentenciadores en 2019, cuando firman un dictamen contrario a los indultos que escandalizará a sus colegas europeos.
El presidente debe convocar ese referéndum de tal manera que no se lo puedan impugnar ante los tribunales, pero, si lo hacen, el saldrá siempre victorioso, pues habrá enarbolado la bandera más difícil y valiente de la democracia.
Y Pedro Sánchez debe volcarse para ganarlo, porque las encuestas que están proliferando son papel mojado comparadas con la voluntad popular, pero siempre que esta tenga la oportunidad de sentenciar.
Además, no debería ser menos Sánchez que González, otra vez la memoria, quien se atrevió a convocar el de la OTAN por lo de cumplir su palabra sin tener el resultado garantizado.
Pero esta vez, incluso si Sánchez lo perdiera, resultaría ganador de un futuro a mucha más altura moral que el que nos está ofreciendo su presente.
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