Las panteras negras en el Congo

La película Congo Oyé, rescatada hace una década de los archivos de una biblioteca de Nueva York, es una cápsula del tiempo con imágenes fascinantes de la liberación negra, la revolución anticolonial y la solidaridad potencial de toda la diáspora africana.

Por Matt Swagler / Africa is a Country

os primeros meses de 1971 fueron un tiempo duro para Eldridge Cleaver, importante militante del Partido Pantera Negra. Exiliado desde 1968 tras participar de un tiroteo con la policía de Oakland, estaba viviendo en Argel y tratando, junto a su esposa Kathleen, de sostener unida la «sección internacional» de las Panteras. Pero las disputas estratégicas en el interior del partido, alimentadas por la intervención de los servicios secretos del FBI y por la violencia, alcanzaron un punto de ruptura ese febrero, cuando Huey Newton, cofundador del partido, expulsó a Eldridge Cleaver y al resto del grupo de Argel. La situación empeoró porque los Estados «marxista-leninistas» de los que Cleaver estaba más enamorado —China y Corea del Norte— comenzaron a ablandar sus relaciones con el principal enemigo de las panteras: el gobierno de los Estados Unidos.

En abril, sintiéndose abandonados y aislados, los Cleaver aceptaron una invitación a visitar Brazzaville, capital de la recientemente proclamada República Popular del Congo. Después de haber intentado construir un movimiento en Estados Unidos que fusionara la liberación negra con la revolución socialista, los Cleaver fueron seducidos por el primer gobierno autodeclarado marxista-leninista de África. Cuando el viaje terminó, con un enorme entusiasmo por lo que había visto en el Congo, Eldridge escribió:

La República Popular del Congo representa para África y para los negros de todas partes lo mismo que la Unión Soviética representó para Europa, China para África y Cuba para América Latina. […] Ahora, por primera vez en la historia, África y el mundo negro tienen un centro de poder popular equivalente. Y este centro de poder popular está destinado a ejercer el mismo tipo de influencia en África y en los pueblos negros que el que tuvieron los otros centros en otras partes del mundo y sobre sus pueblos.

Pero el viaje a Brazzaville también fue una oportunidad para experimentar con el nuevo medio de comunicación de la época: el video. Los Cleaver, junto a otros dos activistas de las panteras, llevaron a Brazzaville una nueva videocámara de mano y se la confiaron al fotógrafo Bill Stephens. Stephens rápidamente editó el montaje (con la guía del cineasta francés Chris Marker, que lo dirigió por el teléfono). A esto se sumó el relato en la voz de Eldridge. Como explica el historiador Sean Malloy, el film que resultó, Congo Oyé (tenemos que volver) se convirtió en el comienzo de la Red de Comunicaciones Revolucionarias del Pueblo. Esta red, dirigida por Kathleen Cleaver, intentó crear, replicar y distribuir rápidamente videos que conectarían a grupos de expanteras dispersos y a las personas que respaldaban a la organización en todo el mundo. Pero Congo Oyé parecía haber desaparecido hasta que hace aproximadamente una década apareció una copia en la Biblioteca Pública de Nueva York.

Torpemente editada y con cerca de 46 minutos de duración, es un film decepcionante y complejo a la vez. La narración de Eldridge Cleaver convierte el montaje en una lección dirigida a los estadounidenses negros sobre el poder de la soberanía negra y de la lucha armada. Pero en los espacios que separan la narrativa de Cleaver, la película también ofrece un extraño atisbo de una revolución africana poco conocida y del pensamiento de sus dirigentes más comprometidos, algunos de los cuales fueron ejecutados dos años después. El film muestra con claridad cómo estos militantes —algunos estadounidenses y otros congoleños— llegaron a tener interpretaciones diferentes de la revolución.

 

Una captura del film Congo Oyé.

Una revolución desconocida

Los expanteras hicieron pie en Brazzaville más de siete años después del comienzo de la revolución congoleña. Sin embargo, el proceso era nuevo para ellos. En contra del relato confiado de Eldridge Cleaver que acompaña el film, la cámara capta sobre todo a los Cleaver escuchando a sus compañeros congoleños, mientras Kathleen toma copiosas notas y las traduce. De esa manera, la filmación muestra que estaban ahí como estudiantes aplicados de una revolución de la que estaban aprendiendo por primera vez.

Desde comienzos de los años 1960, los activistas estadounidenses negros venían prestándole mucha atención a los acontecimientos del Congo, pero no ese Congo. Seguían la situación del otro Congo, de la enorme República Democrática del Congo (RDC), cuya capital —bien conocida a nivel mundial— estaba situada justo frente a Brazzaville, del otro lado del Río Congo. La RDC había sido el escenario de una de las demostraciones más atroces de intervención neocolonial por parte de los Estados Unidos y de sus aliados africanos en la Guerra Fría. Las autoridades belgas y estadounidenses trabajaron activamente para desestabilizar el recientemente independizado gobierno y, en 1961, habían colaborado en el asesinato del primer ministro, Patrice Lumumba, sumiendo al país en una crisis profunda y abriéndole el camino a Joseph Mobutu, militar que contaba con el apoyo del gigante americano.

A comienzos de los años 1960, el asesinato de Lumumba radicalizó a una generación de jóvenes militantes africanos y afroestadounidenses que, como Malcolm X, comenzaron a hablar de «el Congo» como si fuera sinónimo de la expansión del supremacismo blanco de Estados Unidos en el extranjero. Pero con la atención internacional entrada en la crisis de la RDC, la revolución que tomaba cuerpo del otro lado del río pasó ampliamente desapercibida.

A diferencia de Lumumba, el primer presidente de Congo-Brazzaville, Fulbert Youlou tenía poco interés en confrontar el arraigado poder de Francia, que era la potencia colonial que había dominado hasta ese momento. Youlou era un anticomunista acérrimo, absolutamente enemistado con Lumumba y también con los jóvenes intelectuales radicales, estudiantes y dirigentes sindicales de Brazzaville. Pero en agosto de 1963, las tres federaciones sindicales del Congo convergieron en la convocatoria a una huelga general que pronto se convirtió en una rebelión urbana y derrocó el gobierno de Youlou. Era el primer levantamiento popular en África que deponía un gobierno poscolonial.

Los próximos cinco años de la revolución fueron complejos. En el vacío político creado por el levantamiento de 1963, un grupo de jóvenes estudiantes y recién graduados universitarios se unieron y lanzaron una serie de iniciativas «juveniles» en defensa de la revolución. Por medio de movilizaciones de masas, debates, grupos de estudio y un nuevo periódico, expusieron conceptos marxistas y anticoloniales ante miles de congoleños jóvenes. Además de movilizar a los ciudadanos para reparar las calles y las cloacas, los nuevos dirigentes también reclutaron a tutores cubanos que ayudaron a organizar a sus seguidores en milicias urbanas. Celosos de su autonomía, los jóvenes dirigentes mantuvieron en gran medida la independencia de estas iniciativas frente al nuevo gobierno y frente al ejército nacional.

En el proceso, nuevos dirigentes jóvenes empezaron a tener mucha influencia en la política estatal. Los dirigentes congoleños entrevistados por los Cleaver en Congo Oyé —Jean Baptise Ikoko, Ange Diawara y Claude-Ernest Ndalla— eran, en 1971, «veteranos» que habían influido mediante su actividad previa en la construcción de las organizaciones juveniles independientes. A mediados de los años 1960, los jóvenes militantes lograron resistir ante muchos intentos de ambos lados del Congo de derrocar al nuevo gobierno.

Mucho más coherentes en sus objetivos políticos que los «viejos» que dirigían el gobierno congoleño, los militantes de la juventud también lograron plantear reformas que apuntaban a conseguir lo que denominaban la «verdadera independencia»: la expulsión de las tropas francesas del Congo, la nacionalización del sistema educativo (gestionado en ese momento por autoridades y misioneros extranjeros) y la nacionalización de las empresas de servicios públicos de capitales franceses. Al mismo tiempo, activistas como Ndalla ayudaron a convertir a Brazzaville en un centro para exiliados de izquierda de toda África Central. Los militantes angoleños del Movimiento Popular para la Liberación de Angola (MPLA) llegaron en 1964 y, ese mismo año, el Che Guevara visitó Brazzaville y se reunió con ellos, comenzando una campaña cubana de apoyo al MPLA y a la independencia angoleña que duró treinta años. Durante el viaje de los Cleaver, las autoridades congoleñas permitieron que visitaran los campos de entrenamiento del MPLA emplazados en la frontera.

Pero, en 1968, la tensión vinculada con el control de la dirección de la revolución empezó a tensarse cada vez más, sobre todo después de que un grupo de jóvenes oficiales del ejército tomó el poder bajo la dirección por Marien Ngouabi, un capitán de 29 años. Algunos de los jóvenes dirigentes decidieron acompañarlo e incorporar a las jóvenes milicias en el ejército nacional. Fue así que los interlocutores de los Cleaver en el film —Ikoko, Diawara y Ndalla— llegaron a ocupar roles importantes en el gobierno de Ngouabi. Hacia fines de 1969, Ngouabi había declarado que el del Congo era el primer gobierno «marxista-leninista» de África, poniéndole fin a la ambigüedad ideológica del primer gobierno revolucionario.

El marxismo-leninismo, amalgama de interpretaciones maoístas y estalinistas del marxismo de la época, era el mismo marco a través del que Cleaver y las panteras negras habían desarrollado sus propias perspectivas políticas en Estados Unidos. Por lo tanto, una buena parte del lenguaje y de la iconografía del régimen de Ngouabi resultaba similar a ojos de los visitantes. La cámara de Stephen capta afiches y carteles con retratos de Guevara, Mao Tse-Tung, Ho Chi Minh y Vladimir Lenin. Esas imágenes no eran exclusivas del nuevo giro «marxista-leninista» del Congo: eran un cuadro común en Brazzaville, montado por las organizaciones juveniles a partir de 1964. Pero representaban un canon que los marxistas del tercer mundo compartían y que era común a ambos lados del atlántico.

Traer África de vuelta a los Estados Unidos

Aunque filmada exclusivamente en el Congo, Congo Oyé está dirigida a una audiencia negra estadounidense. Abriendo con un plano de un barco que transporta esclavos y el montaje de los Cleaver visitando un sitio de la memoria de la época del esclavismo portugués, Eldridge narra románticamente el sentimiento visceral de comunión que sentía con las personas que había conocido en «la tierra de nuestros padres» después de «400 años de esclavitud en Babilonia». Cleaver hace referencia a un famoso poema de Countee Cullen —autor del renacimiento de Harlem—, titulado Heritage, en el que pregunta: «¿Qué es África para mí?». Y Cleaver responde:

En el Congo obtuvimos la respuesta por nuestra cuenta. Caminamos entre la gente y nos mezclamos libremente y hablamos sobre nuestra situación común, nuestra historia común […]. Era como si hubiésemos vuelto a casa después de un largo viaje y nos hubiésemos encontrado a nosotros mismos esperándonos.

Y, sin embargo, el interés de las panteras en el Congo no estaba anclado simplemente en la nostalgia de una patria perdida. Cleaver sentía más bien que estaba reviviendo la insistencia de Malcolm X en concebir la liberación negra como una lucha mundial. Por lo tanto, decidió comenzar su panfleto sobre la revolución congoleña, publicado poco tiempo después de su visita, con una sección titulada: «Tras el hermano Malcolm». Según Cleaver, Malcolm era el que había «logrado la tarea histórica de conectar la lucha de liberación nacional afroestadounidense y las luchas revolucionarias de África» por medio de sus viajes en el continente, su amistad con el revolucionario zanzibarí Abdulrahman Mohamed Babu y su intento de crear una Organización de Unidad Afroestadounidense. Después, Cleaver continúa: «Él, más que cualquier otra influencia singular, elevó nuestras conciencias a un nivel en el que nos volvimos todavía más directamente orgullosos de África y de nuestra herencia y de nuestros ancestros africanos».

La tapa del diario The Black Panther a los diez años del asesinato de Patrice Lumumba.

Pero la muerte de Malcolm X abrió una brecha entre los radicales negros de Estados Unidos. Y Eldridge Cleaver pensaba que la revolución del Congo podía cerrarla. Desde su punto de vista, la muerte de Malcolm había llevado a algunos a acoger la «cultura africana» y a repudiar el llamado de Malcolm a desatar una guerra militante armada. En parte como respuesta a cierto giro derechista de la política del «nacionalismo cultural», otros activistas comprometidos con la estrategia de Malcolm de un «nacionalismo negro revolucionario» (las panteras estaban en este grupo) quedaron fijadas a las armas y perdieron conexión con África.

Para Cleaver, la revolución en el Congo tenía el potencial de resolver esta división y revivir la perspectiva de Malcolm:

El hecho histórico de la existencia de una nación marxista-leninista en África destruye todos los argumentos que respaldan la perpetuación de la contradicción entre los nacionalistas revolucionarios negros y los nacionalistas culturales, que durante muchos años reprimió y obstaculizó una cantidad considerable de energía revolucionaria.

Hacia la mitad de Congo Oyé, el espectador escucha a Cleaver narrar el momento de este descubrimiento.

Sin embargo, este tipo de tarea histórica era una carga pesada para una pequeña nación africana de apenas un millón de habitantes. En la película, Jean-Baptise Ikoko, exmilitante de la juventud convertido en dirigente del nuevo gobierno congoleño, duda en definir el Congo como el ideal de la liberación negra mundial. Cuando reflexiona sobre sus épocas de estudiante en los Estados Unidos, Ikoko es sincero: muchas personas que había conocido en Estados Unidos tenían una perspectiva romántica de África, como si fuera una tierra en la que las personas vivían libres de toda explotación y de todo conflicto de clase. «No es verdad», dice Ikoko, lamentando, en particular, la explotación de las mujeres congoleñas. Para Ikoko, no había ninguna virtud en celebrar los aspectos de la «cultura africana» que contradecían los objetivos igualitarios y emancipadores de la revolución.

Además, Ikoko pone en cuestión toda noción de que la raza o la negritud fueran una fuente natural de orgullo o de unidad: «este no es el punto principal. El punto principal para nosotros es dejar de ser explotados». En la película no vemos ni oímos cómo responden los Cleaver, pero los comentarios de Ikoko complejizan la percepción que Cleaver tiene de la revolución. Como argumenta Sarah Fila-Bakabadio, Cleaver veía el Congo que quería ver, un símbolo que probaba la plausibilidad de la apuesta de las panteras de fusionar el nacionalismo negro y el marxismo. El Congo debía ser el lugar donde la lucha específica de los afroestadounidenses conectaba orgánicamente con el Tercer Mundo. Pero, en última instancia, los dirigentes congoleños estaban comprometidos con la construcción de un Estado nación, no con la expansión de la revolución mundial. Y como sugiere el comentario de Ikoko, «la raza no era el común denominador de su lucha». Aunque Eldridge Cleaver deseaba hacer del Congo el nuevo hogar de la sección internacional de las panteras, el gobierno congoleño tenía otras prioridades.

Tomar las armas

La adoración que Cleaver tenía por la militarización de la revolución también enmascaraba  ciertos problemas. Una buena parte del montaje de la segunda mitad del film está centrado en el «Ejército Popular», nombre que recibió el ejército nacional del Congo y que tenía como objetivo encarnar la política socialista en la cultura militar. Con el gobierno en manos de un oficial militar, Marien Ngouabi, no es sorprendente que el ejército haya empezado a jugar un rol político cada vez más importante. Stephens muestra un letrero del Día de los Trabajadores que es significativa: «Sin un ejército popular, el pueblo no tendría nada». La película también capta los cantos de la marcha militar muchas veces dirigidos por el mismo Ngouabi: «¡Abajo el neocolonialismo! ¡Abajo el imperialismo! ¡Abajo el tribalismo! ¡Honor para el pueblo!».

La imagen de una nación negra soberana con un ejército nacional cuyos objetivos declarados eran poner fin al imperialismo y apoyar a las clases más bajas resultaba sumamente atractiva para Cleaver, especialmente en una época en que el ejército de los Estados Unidos había expandido la guerra hacia el sudeste asiático y representaba evidentemente lo contrario. En contraste, el Congo era la esperanza de que «un día» —como dice Cleaver en la narración— «el pueblo afroestadounidense también tendrá sus armas, y su ejército, y será libre». Cuando pide a un dirigente congoleño, Claude-Ernest Ndallaa, que envíe un mensaje al pueblo afroestadounidense, Ndalla responde:

Las luchas que organizamos contra el imperialismo estadounidense en Laos, en Camboya, en el Congo, en Chile, en Vietnam… Esas luchas no tienen —no pueden tener— el mismo impacto que las luchas que los afroestadounidenses organizan contra el imperialismo en su propio país. Para los afroestadounidenses […] uno tiene que luchar por medio de la violencia, de la violencia revolucionaria.

Después del llamado de Ndalla a tomar las armas, el film se corta hasta la toma final de los soldados congoleños cantando una oda a las panteras negras y a su lucha. Celebrando la ruina del poder de Estados Unidos, los soldados cantan sobre ese país: «Habiendo estado escondida, la revolución está en su casa». Pero sin importar cuánto las palabras de Ndalla justifiquen la perspectiva de Eldridge Cleaver sobre la necesidad de la resistencia armada, para los dirigentes congoleños no cabía duda de que los estadounidenses negros y los congoleños tenían sus propias luchas. Como señala Fila-Bakabadio, el deseo urgente de solidaridad mundial que animaba a Cleaver hizo que no reconociera las enormes diferencias que separaban su proyecto del proyecto del gobierno congoleño.

Los visitantes también están bastante desentendidos de la compleja situación del Congo. Lo que las panteras negras no lograron ver durante su breve viaje de tres semanas fue lo poco que el compromiso retórico del régimen militar contra el imperialismo y favor del marxismo pasaba a la práctica. Esta situación frustraba a dos de los jóvenes dirigentes congoleños entrevistados en el film: Ikoko y Diawara. En febrero de 1972 —menos de un año antes de que aparecieran en Congo Oyé— Ikoko, Diawara y otros activistas organizaron su propio intento de golpe de Estado, que supuestamente sería acompañado por un levantamiento popular en Brazzaville. El levantamiento nunca se materializó y el intento de tomar el poder fracasó. Entonces se desplazaron hacia la selva del oeste de Brazzaville con el fin de construir una guerrilla. En 1973 fueron capturados y ejecutados bajo órdenes de Ngoubi. Pero hoy muchos jóvenes congoleños que están interesados en alternativas radicales al gobierno aparentemente interminable del presidente Denis Sassou-Nguesso, miran con interés renovado a Diawara, Ikoko y sus compañeros. Y es importante destacar que Congo Oyé contiene las únicas grabaciones de audio de estos revolucionarios martirizados.

Aunque el film muestra principalmente a personajes importante del Congo del pasado, también tiene miles de tomas de personas no identificadas: hombres que disfrutan de la rumba, escuelas de niños marchando, mujeres en un mercado, jóvenes soldados escuchando a sus comandantes y espectadores haciendo fila para entrar a los festejos del Día del Trabajador de 1971. La película no filma durante mucho tiempo a la misma persona y pasa rápidamente de una a otra. Pero la elección de Stephen está clara: la revolución congoleña no podía ser comprendida solamente por medio de la palabra de los oficiales del gobierno. En cambio, Congo Oyé  presenta la revolución —y la solidaridad potencial de toda la diáspora africana— como el trabajo de todo tipo de persona, no solo de los dirigentes más reconocidos.

Traducción: Valentín Huarte / Jacobín América Latina

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