Por Manuel López Arrabal
El concepto desarrollo sostenible se utilizó por primera vez en un informe titulado “Nuestro Futuro Común”, escrito en 1987 por encargo de la Organización de las Naciones Unidas y coordinado por la primera ministra noruega de aquel entonces. El citado informe define la sostenibilidad como el “tipo de desarrollo que satisface las necesidades del presente sin comprometer las de las nuevas generaciones”. En este sentido los indios norteamericanos Hopi, ya tenían desde sus orígenes una peculiar forma de entender la vida sostenible, pues consideran que los intereses de sus descendientes hasta la séptima generación han de tenerse en cuenta al igual que los propios intereses de los que toman la decisión. Por lo tanto, la sostenibilidad implica ser conscientes de las consecuencias de nuestras acciones. La vida sostenible se puede definir como aquella que es justa en el más amplio sentido de la palabra. Cada una de las acciones responsables que realizamos conscientemente y por tanto de forma justa, no solo no perjudica a nada ni a nadie, sino que mejora la salud del conjunto. Los comportamientos sostenibles brindan la oportunidad de que los ecosistemas y la sociedad se regeneren.
La vida sostenible es una necesidad por muchas razones, pero se enfrenta a varios obstáculos. El principal es la ignorancia sobre las consecuencias que tienen nuestros actos, pues a menudo intervenimos sobre sistemas cuya complejidad escapa a nuestra comprensión. Otro obstáculo es la confianza exagerada en el progreso científico y tecnológico, que nos hace creer que siempre encontraremos una solución cuando los problemas sean graves, pero esto no es así. Y tampoco ayuda el pensar que la responsabilidad es de los políticos y de las grandes empresas. De hecho la actitud pasiva de los ciudadanos permite que las poderosas empresas transnacionales no tomen las decisiones adecuadas, ni tengan en cuenta la mayoría de las veces las directrices políticas sobre sostenibilidad, por falta de presión social sobre ellas. La verdad es que cada uno de nosotros deberíamos preocuparnos por la sostenibilidad de nuestras vidas, pues no cabe duda que la suma de las pequeñas acciones individuales tienen un impacto mucho mayor que los grandes planes puestos en marcha por las empresas o los políticos.
Como ejemplos de vida sostenible podemos citar los que Jim Merkel, autor del libro “Simplicidad radical”, expone en su búsqueda de un modo de vida genuinamente sostenible y que se puede encontrar en la mayoría de pueblos indígenas y en un número cada vez mayor de comunidades autosuficientes (eco aldeas principalmente) repartidas por todo el mundo con modos de vida alternativos.
El pueblo amerindio Chumash ha habitado durante más de 9.000 años en un territorio al sur de la actual California en Estados Unidos. En todo ese tiempo su ecosistema no se degradó pues aprendieron a vivir en la abundancia que la Madre Tierra les proporcionaba, conociendo y respetando sus ciclos naturales e interviniendo en su recuperación tras el aprovechamiento de sus recursos. Los más de 4.000 Chumash que actualmente sobreviven en una reserva de Santa Bárbara (California), nos enseñan las ventajas de no acumular bienes personales en competencia con los demás pues, muy al contrario, ellos basan sus relaciones en la cooperación y el compartir. Por otro lado, la estabilidad demográfica de la población indígena es otro factor importante a tener en cuenta, siendo éste consecuencia, en gran parte, por la enorme influencia de la mujer dentro de la sociedad matriarcal de los Chumash. Su historia como pueblo en contacto con la naturaleza les ha enseñado que todas las cosas están relacionadas entre sí, adquiriendo por tal motivo una sabiduría que les proporciona mucho tiempo para el desarrollo espiritual y sus relaciones interpersonales, enriqueciéndose su cultura con una historia llena de aprendizajes que siempre han sabido preservar y transmitir de generación en generación.
Además del estilo de vida sostenible del pueblo Chumash, afortunadamente existen todavía en nuestro planeta otros pueblos que siguen viviendo con total respeto y en armonía con la naturaleza, tomando únicamente de la naturaleza lo que ésta les provee. Sin embargo, el estilo de vida consumista occidental y cada vez más el oriental, ha provocado y sigue provocando la inadecuada y excesiva explotación de los recursos naturales de los que todos dependemos para subsistir. Por tanto, aprendamos de la sabiduría del pueblo Chumash y de los indios Hopis de Norteamérica, de los Aimaras de Bolivia y Perú, de los Mamos de Colombia, de los Aborígenes de Australia y Tasmania, de los Maoríes de Nueva Zelanda y de otros muchos pueblos indígenas repartidos por Asia y África, pero sobre todo respetémoslos y no tratemos de que ellos desaprendan u olviden sus costumbres para incorporar las nuestras.
En cuanto a los datos más recientes sobre sostenibilidad ecológica a nivel mundial, tenemos los que hace tan solo un mes nos facilitaron más de 15.000 científicos de 184 países a través del documento común que todos suscribieron a principios de noviembre y que fue publicado el día 13 de dicho mes en la revista BioScience con el título “Advertencia de la comunidad científica mundial a la humanidad: segundo aviso”. Este documento supone una actualización del que se firmó en noviembre de 1992 por unos 1.700 científicos (entre ellos, varios premios Nobel), y que se publicó como una gran advertencia a la humanidad. El reciente documento subraya que “con la excepción de la capa de ozono, que se ha estabilizado, la humanidad ha fracasado en hacer suficientes progresos para resolver esos retos ambientales previstos y, de manera muy alarmante, en la mayoría de ellos estamos mucho peor que entonces” (hace ahora 25 años). Los firmantes del actual manifiesto científico, ven especialmente preocupante la trayectoria del cambio climático de origen humano, debido a las crecientes emisiones de gases de efecto invernadero procedentes de la quema de combustibles fósiles, la deforestación y la producción intensiva agrícola para la ganadería. La alianza de científicos destaca el aumento del 35% de la población humana desde 1992 (2.000 millones de personas más) y la desaparición del 29% de animales en libertad: mamíferos, reptiles, anfibios, aves y peces, llegando a afirmar en este sentido que “hemos desencadenado un evento de extinción masiva de especies”.
No obstante, la comunidad científica también destaca el lado positivo de lo conseguido alentándonos a que por poco que nos empeñemos en mejorar, los resultados favorables llegarán muy pronto siempre que no tardemos mucho en reaccionar. Destacan “la rápida reducción mundial de las sustancias que destruían la capa de ozono” para argumentar que la humanidad puede hacer cambios positivos cuando actúa de manera decidida. Ponen también como ejemplos “el rápido despliegue de energías renovables y la prometedora reducción de la tasa de deforestación en algunas regiones del planeta”.
Y ahora, una gran noticia tremendamente esperanzadora que reciente he descubierto a través de un hermoso ejemplo de recuperación de los ecosistemas gracias al fenómeno de la cascada trófica, que bien se podría definir como la serie de efectos indirectos amplificados que los animales de la cúspide de la cadena alimenticia ejercen en el tiempo sobre aquellos organismos que están en niveles inferiores, así como sobre la geografía del lugar donde intervienen. Mucho tiempo se ha pensado que los grandes depredadores, debido a que son pocos, no afectan demasiado a la biodiversidad que los rodea. Hoy, sin embargo, sabemos que no sólo producen cambios en el comportamiento de sus presas, sino que también influyen decisivamente sobre los depredadores más pequeños y sobre todo su entorno natural. Las cascadas tróficas, en otras palabras, regulan la densidad de sus presas y el bienestar del ecosistema. En la naturaleza todo está íntimamente relacionado y cualquier animal depredador que quite, da de regreso mucho más de lo que toma. Para ello, más que mis palabras, es mucho más ilustrativo conocer mediante un vídeo de menos de 5 minutos, el documentado caso de los lobos del Parque Natural de Yellowstone, en EEUU, que fueron reintroducidos en el parque en 1995 después de casi 70 años desde que desaparecieron del lugar.
Para finalizar, y para que no quede este artículo como un ideal difícil de llevar a la práctica, comparto los siguientes diez principios básicos para que cada uno de nosotros sepa cómo puede colaborar con la sostenibilidad de la Vida en nuestros entornos más cercanos, pero a la vez sobre todo el planeta. Los he ordenado alfabéticamente para que sean más fácil de recordar:
- APRENDER: Hay que trabajar conociendo los ritmos de la naturaleza, respetándola en lugar de explotarla. En realidad, podemos aprender de la naturaleza simplemente observándola, para aplicar ese conocimiento en beneficio propio (p.ej. cultivando un huerto según los principios de la permacultura), pero también en beneficio de todas las especies que pueblan los ecosistemas (p.ej. solicitando a las autoridades competentes en materia de medio ambiente, la reintroducción de depredadores autóctonos en parques naturales o zonas donde desaparecieron para favorecer el fenómeno de la cascada trófica).
- APROVECHAR: Cuando algo sirve para más de una cosa, está mejor pensada su adquisición que si sólo posee una función. Ejemplos de ello serían las herramientas multiusos, muebles multinacionales como el sofá-cama, una bicicleta todo terreno que tanto sirve para hacer ejercicio como para circular por campo o ciudad, etc.
- AUTOABASTECER: Tratemos de autoabastecernos de alimentos ecológicos cultivando la tierra, bien en casa (en el jardín, en la azotea o en la terraza), o bien en un huerto urbano próximo a nuestro lugar de residencia. O bien, busquemos a personas afines a nosotros con quienes cooperar en el autoabastecimiento de alimentos ecológicos de producción local a través de asociaciones o cooperativas de consumidores.
- COMPARTIR: Las cosas que se comparten con otra/s persona/s reducen nuestro impacto ecológico, al menos a la mitad. Si son compartidas entre tres el efecto sobre el entorno disminuye tres veces. Si compartimos ropa, libros, vehículo, herramientas, electrodomésticos, vivienda…, estaremos reduciendo la huella ecológica sobre todo el planeta.
- CONSERVAR: Para conservar, a menudo solo hace falta darse cuenta de lo que se pierde por no hacerlo. En los países ricos, la cuarta parte de los alimentos se estropean porque no se gestionan adecuadamente, ya sea durante su producción y distribución o en las casas. De manera similar, se derrocha energía cuando se deja encendida una bombilla en una habitación vacía o gasolina cuando se va demasiado rápido. Cuando duplicamos la vida útil de los objetos que poseemos, dividimos por dos el gasto de recursos naturales.
- DIVERSIFICAR: En cualquier ámbito, la diversidad implica alternativas ante diferentes situaciones, lo cual significa más probabilidades de éxito. Por ejemplo, en una parcela o en una gran finca siempre será preferible cultivar una amplia variedad de alimentos que hacerlo con uno solo.
- ECOLOGIZAR: Tratar de aplicar la ecología a todos los aspectos de nuestra vida: alimento, ropa, calzado, hogar, trabajo, ocio, viajes, energía, etc. Ecológico es todo aquel proceso sostenible que permite obtener los bienes y la energía que el ser humano necesita, respetando en todo momento los ciclos naturales de la Tierra y a todos los seres vivos que intervienen en dicho proceso.
- LOCALIZAR: Si el trabajo, el colegio, los familiares y los amigos están cerca, se ahorran enormes cantidades de recursos naturales a lo largo de toda una vida. Igualmente, conviene que los alimentos, la energía, la ropa y demás bienes de consumo tengan su origen en entornos próximos.
- RECICLAR: Además de separar correctamente los residuos en casa para ser depositados luego en el contenedor correspondiente, podemos aprender a reciclar una parte de dichos residuos para que nos sean útiles en el hogar dándole otras utilidades, como por ejemplo, compostando los restos orgánicos para darle más salud a nuestros huertos y plantas.
- VIDA SENCILLA: Un estilo de vida equilibrado y saludable también lo es para el planeta. Cuidemos con esmero de nuestro cuerpo con una alimentación sana (preferentemente vegetariana), con suficiente ejercicio y el descanso necesario. Consumamos conscientemente lo que de verdad vayamos necesitando, cultivemos con amor nuestras relaciones interpersonales y desarrollemos una saludable vida interior.
Co.o en muchos otros casos menos es más.
Pues a pesar de lo que se dice en este artículo, pienso que los políticos, todos en general, tienen mucho que decir respecto a la viabilidad económica y sostenible de nuestro planeta. Además de nuestro comportamiento individual, por supuesto. Que sepan todos que cuando nuestro planeta se vaya al garete también ellos y sus hijos y los hijos de sus hijos se irán también. No todo se puede reducir a crecer, crecer y crecer y despreciar a las clases menos favorecidas de la sociedad. Menudo ejemplo de derroche vamos a dar en estas próximas fiestas de Navidad, mientra media humanidad se muere de hambre los mas pudientes arrojarán la mayor parte de la comida a la basura. Finalmente, creo que la humanidad no tiene remedio, lamentablemente. Y no creo ser pesimista.
Magnífico artículo. Ojalá esta consciencia se vaya expandiendo. Realmente si cambiamos nuestros hábitos de consumo y somos conscientes de la repercusión y trascendencia de cada uno de nuestros actos, poco a poco habría cambios. Nosotros, como consumidores y habitantes de este planeta tenemos mucho poder. Es muy fácil vivir cómodamente sin pensar en lo que hay detrás de nuestros actos, y resulta más incómodo pensar, investigar e informarse de cuál es la repercusión de todo lo que hacemos. Nuestra sociedad se ha vuelto, en general, cómoda, poco y casi nada autocrítica y además, muy conformista, por lo que si seguimos este camino la insostenibilidad es una realidad difícil de cambiar.
Pienso que todos querremos un futuro mejor para nuestra madre tierra, así que si vamos poniendo nuestro granito de arena, construiremos grandes montañas.