La victoria de Lula devuelve la esperanza a Brasil

Lula, Haddad y Mujica en la Avenida Paulista en la marcha de la victoria el último día de campaña. (Foto: Mídia Ninja)

Lula derrotó al presidente de extrema derecha de Brasil, Jair Bolsonaro. El veterano izquierdista se enfrentará a enormes desafíos, pero su triunfo ha dado a la política brasileña una nueva oportunidad tras una etapa desastrosa.

Por Olavo Passos de Souza / Jacobín América Latina

El domingo 30 de octubre, el expresidente de Brasil Luiz Inácio Lula da Silva logró una histórica victoria sobre el actual mandatario Jair Bolsonaro. En la carrera más reñida desde la restauración de la democracia brasileña en la década de 1980, Bolsonaro se convirtió en el primer presidente en funciones que pierde la reelección.

La elección dividió a Brasil entre la defensa de la democracia y el retorno a la política civil por un lado, y el autoritarismo y la política reaccionaria por el otro. La victoria de Lula, con el 50,9% de los votos frente al 49,1% de Bolsonaro, desató las celebraciones en las mayores avenidas de Brasil, al tiempo que el grito popular reclamaba el fin de la crisis social que sufre el país.

El periodista brasileño Fernando Gabeira, que alguna vez luchó como guerrillero contra la dictadura militar, calificó la elección como «una victoria para Brasil, y una victoria para la humanidad. Ahora podemos volver a respirar». El expresidente Fernando Henrique Cardoso, viejo rival de Lula, le envió un mensaje de felicitación proclamando que «la democracia ha ganado».

Victoria de la democracia

El total de votos de Bolsonaro en la segunda vuelta fue ligeramente superior al de 2018: 58,2 millones frente a los 57,7 de hace cuatro años. Pero Lula logró un gran aumento sobre el voto a su colega del Partido de los Trabajadores (PT) Fernando Haddad, el principal oponente de Bolsonaro en 2018, con un apoyo al candidato apoyado por el PT que pasó de 47 millones de votos en 2018 a 60 millones de votos esta vez.

Lula hizo campaña con un mensaje de democracia y pragmatismo, defendiendo la unidad política y la valorización de los derechos humanos y civiles. Para su candidatura a la vicepresidencia, Lula eligió a Geraldo Alckmin, otro antiguo rival, que fue su oponente presidencial en 2006. La diversa coalición de Lula, que abarcaba figuras que iban desde socialistas hasta neoliberales, condenó el desprecio de Bolsonaro por el pueblo brasileño, la economía y el medio ambiente, prometiendo una vuelta a la estabilidad y al progreso en oposición a los cuatro años de caos de Bolsonaro. En su discurso de victoria, Lula expresó:

Esta no es una victoria del PT, no es una victoria de los partidos políticos, sino una victoria del movimiento democrático, del pueblo brasileño que desea más de lo que se le ha dado. La democracia es más que una palabra bonita que se lanza al aire: es algo que tenemos que sentir en nuestra piel.

Se trata de la tercera victoria presidencial en la carrera de Lula, después de dos mandatos consecutivos que ejerció entre 2002 y 2008, consolidando su posición como el político vivo más popular de Brasil.

Sin embargo, el triunfo de Lula tiene un sabor agridulce, ya que las elecciones legislativas y de gobernadores del último mes fueron ganadas en gran parte por candidatos conservadores o de extrema derecha que apoyaron a Bolsonaro. Lula se enfrentará a una hostilidad sin precedentes como presidente, ya que sus oponentes políticos controlarán el Congreso de Brasil, así como sus estados más grandes y ricos.

Además, Bolsonaro ha afirmado repetidamente en el pasado que la única forma en que podría perder sería en caso de fraude. Con su base cada vez más radicalizada y dispuesta a actuar con violencia, queda por ver lo que significarán los próximos meses para la democracia brasileña.

Una campaña como ninguna otra

En el período previo a las elecciones, Bolsonaro se presentó como un campeón de la estabilidad y el progreso, afirmando que Brasil estaba en una condición próspera con una economía fuerte, desafiando todas las pruebas de lo contrario. Una de sus principales herramientas de campaña fue el uso de Auxilio Brasil, un programa social destinado a suministrar transferencias monetarias directas a los ciudadanos de bajos ingresos. Creado inicialmente como un programa de ayuda de emergencia durante la pandemia de COVID-19, resultó ser una de las pocas herramientas de las que disponía Bolsonaro para elevar sus pésimos índices de aprobación.

Con esto en mente, el presidente impulsó la legislación para mantener el programa vivo en octubre de 2021, justo a tiempo para el inicio de la temporada de la campaña presidencial. Bolsonaro ha afirmado que su Auxilio Brasil fue más exitoso que el Bolsa Familia de Lula, el histórico programa de apoyo a los bajos ingresos del expresidente que ayudó a sacar a decenas de millones de personas de la pobreza en la década de 2000. Aunque la política parecía estar en desacuerdo con la postura económica neoliberal de Bolsonaro, éste utilizó Auxilio Brasil para presentarse como un gran humanitario.

Sus críticos, en cambio, lo calificaron como el mayor acto de soborno masivo de la historia de Brasil. No obstante, es innegable que el programa de emergencia de Bolsonaro, introducido después de cuatro años de desorden económico y social —del que su propia administración fue responsable— aumentó su popularidad y ayudó a mantenerlo competitivo en las encuestas.

Por su parte, Lula se esforzó por presentarse como la única opción democrática para los brasileños. Recordó su propia administración como una época próspera para el país, al tiempo que se defendía de una oposición amargamente hostil que le acusaba de cleptómano, comunista e incluso satánico.

Aunque siempre estuvo por delante en las encuestas presidenciales, Lula no estaba tan acostumbrado a hacer campaña en la era digital como Bolsonaro, cuyos partidarios inundaron las redes sociales con su narrativa reaccionaria. El expresidente, que se presentó por primera vez a las elecciones en la década de 1980 y que hoy ni siquiera posee un teléfono móvil, utilizaba medios de comunicación más tradicionales. Esto contrasta con Bolsonaro, un activo usuario de Twitter que desplegó una máquina de fake news increíblemente eficaz.

El resultado de Lula en la primera vuelta, un 48,4%, estaba cerca del extremo superior de sus cifras en las encuestas, pero Bolsonaro superó las expectativas con un 43,2%, negando a la coalición de Lula la rápida primera victoria que deseaba ardientemente. En una campaña electoral cargada de hostilidad y violencia, los dos candidatos se mantuvieron cerca en las encuestas durante todo el mes de octubre.

La democracia en peligro

Desde el retorno de la democracia en los años 80, las elecciones en Brasil se han caracterizado por un relativo civismo y una transición pacífica del poder. Esta tendencia comenzó a desvanecerse en la década de 2010, cuando la polarización transformó las campañas políticas en asuntos cada vez más hostiles, con las campañas presidenciales de 2014, 2018 y ahora 2022, cada una más agresiva que la anterior.

El Tribunal Superior Electoral, la antigua institución brasileña que regula las elecciones, aplica estrictas normas de campaña para garantizar que el proceso democrático pueda desarrollarse de forma pacífica. Todos los candidatos tienen garantizado un tiempo de publicidad en los canales de televisión y radio en proporción a la fuerza legislativa de su partido. Hacer campaña el día antes de las elecciones o dentro de las zonas de votación es ilegal, y los anuncios falsos pueden ser denunciados y retirados de la circulación.

Este sistema, unido a unas máquinas de votación que han demostrado ser siempre fiables, han hecho de las elecciones brasileñas un referente de eficacia y representatividad en el mundo democrático. Sin embargo, la nueva era de la desinformación y la polarización ha puesto a prueba estas salvaguardias electorales hasta sus propios límites.

Las aplicaciones de las redes sociales, como WhatsApp, son focos de noticias falsas y son notoriamente difíciles de controlar. Esto ha hecho casi imposible evitar el envío de desinformación. Las autoridades electorales retiraron de la circulación un número récord de anuncios incendiarios de radio y televisión, pero solo cuando ya se había notado su efecto. Los candidatos de extrema derecha se volvieron más virulentos y confiados en sus ataques, ya que el conservadurismo reaccionario de Bolsonaro pintaba a la izquierda brasileña como un enemigo mortal.

El gobierno de Bolsonaro y sus aliados participaron activamente en esta embestida. El presidente atacó constantemente el proceso electoral y respondió a los movimientos para sancionar su comportamiento antidemocrático con gritos de persecución. Bolsonaro presentó al Tribunal Electoral, a la Corte Suprema, a los institutos de votación y a los medios de comunicación en general como parte de una conspiración para sacarlo del poder.

Violencia de extrema derecha

Esta demonización de los pilares democráticos de Brasil avivó un ambiente peligroso entre los seguidores de Bolsonaro. Los investigadores de las encuestas han sido atacados en las calles y los partidarios de la extrema derecha han atacado a varias personas, incluido un hombre que fue asesinado a machetazos por expresar su apoyo a Lula. Los llamamientos a la abolición del Tribunal Supremo se convirtieron en algo habitual entre los votantes de Bolsonaro.

El mes de octubre, que culminó con las elecciones del domingo, fue un campo de batalla de desinformación, extremismo político e incluso violencia abierta. El 23 de octubre, Roberto Jefferson, un político de derecha con estrechos vínculos con Bolsonaro (que una vez empleó a su hijo como pasante), se vio involucrado en un tiroteo con la policía federal. Los ataques on-line de Jefferson a la Corte Suprema habían violado los términos de su arresto domiciliario y provocaron una medida para ponerlo bajo custodia, que Bolsonaro trató de retrasar.

Cuando los agentes federales se acercaron a la casa de Jefferson, el expolítico respondió disparando balas y lanzando granadas contra ellos, antes de ser finalmente detenido. En cualquier otra elección, este evento habría dominado el ciclo de noticias. Sin embargo, la campaña de Bolsonaro logró desviar la atención del mismo redirigiendo la conversación hacia Auxilio Brasil.

En otro incidente, esta vez el 29 de octubre, la diputada derechista Carla Zambelli sacó una pistola en público y persiguió a un hombre por una calle de São Paulo. Zambelli afirmó que el hombre la estaba acosando por sus posturas políticas y que la había agredido físicamente, aunque las pruebas de vídeo ponen en duda sus afirmaciones. Llevar armas de fuego, ocultas o no, la víspera de unas elecciones es ilegal en Brasil.

Sin embargo, Zambelli desafió abiertamente la ley, declarando en una entrevista televisiva tras el incidente que no reconocía la sentencia del Tribunal Supremo sobre el asunto. Esta inyección de violencia armada e intimidación en la escena política brasileña muestra cómo los esfuerzos de Bolsonaro han erosionado el discurso público y la confianza en las instituciones democráticas.

La fase final

Tras la sorprendente actuación de Bolsonaro en la primera vuelta y las aplastantes victorias de los candidatos bolsonaristas en las elecciones al Congreso, al Senado y a la Gobernación, la campaña del presidente pasó a la ofensiva con la esperanza de lograr una sorpresa. Durante la primera quincena de octubre, los números de Bolsonaro en las encuestas siguieron subiendo.

Esto sirvió como una llamada de atención a la campaña de Lula, y el expresidente hizo una serie de movimientos polémicos para asegurarse de mantener su ventaja sobre Bolsonaro. Quizás la más controvertida de todas fue su acercamiento al bloque evangélico.

Los pastores evangélicos, que constituyen una poderosa fuerza conservadora en la política y la sociedad brasileñas, apoyaron mayoritariamente a Bolsonaro y su postura moralista «profamilia». La derecha religiosa predicó activamente contra toda forma de política de izquierdas y afirmó que Lula cerraría las iglesias. El multimillonario televangelista Silas Malafaia estuvo al lado del presidente en muchos de sus mítines de campaña e incluso viajó con él al funeral de la reina Isabel II en Gran Bretaña.

Lula trató de restar importancia a la base religiosa de su oponente incluyendo referencias a Dios en sus discursos y escribiendo una «carta a los evangélicos» en la que trataba de disipar sus temores. Esta carta recordaba extrañamente a su «Carta al pueblo brasileño» de 2002, en vísperas de su primera victoria presidencial, en la que intentaba combatir las acusaciones de sus oponentes de que era un comunista secreto. La apelación pragmática a los valores tradicionales por parte de Lula descorazonó a parte de su base, mientras que otros la vieron como una necesidad en unas elecciones tan reñidas.

En los debates presidenciales de octubre, Bolsonaro también cambió de táctica. Alejándose de su conocida retórica agresiva y grandilocuente, trató de cultivar la imagen de una figura tranquila y civilizada, alabando su propio mandato como presidente mientras acusaba a Lula de intentar manchar su reputación. Este sorprendente cambio de táctica funcionó bien para el presidente en funciones, colocando a Lula en la posición de defenderse a sí mismo y a sus políticas.

La reorientación fue en gran parte obra del jefe de campaña de Bolsonaro, su segundo hijo, Carlos, que durante muchos años ha sido el artífice de la imagen pública de su padre. Junto con sus dos hermanos, Carlos se ha convertido en un político de éxito por derecho propio. Es socio de Steve Bannon, aliado de Donald Trump y de la empresa Cambridge Analytica, y ha demostrado ser un maestro de la desinformación en las redes sociales.

La derrota de Jair Bolsonaro puede poner fin a su propia carrera política. Sin embargo, sus hijos siguen activos e influyentes, y su estilo autoritario, reaccionario y protofascista se ha fortalecido desde su victoria electoral en 2018.

La respuesta de Bolsonaro

El desprecio de Bolsonaro por el proceso democrático es bien conocido. Forjó su carrera política como apologista de la dictadura militar de Brasil y sus torturadores. En cada paso del camino, Bolsonaro intentó bloquear las medidas democráticas para garantizar una elección justa.

A lo largo de 2022, hizo campaña a favor de la instalación de papeletas de voto en lugar de las máquinas de votación probadas y comprobadas, alegando que esas máquinas serían inevitablemente hackeadas. Afirmó tener pruebas de irregularidades (pero nunca las presentó) y pidió que los militares realizaran su propio recuento de votos.

Cuando los gobiernos estatales hicieron que el transporte público fuera gratuito el día de las elecciones para garantizar una mayor participación en la primera ronda, Bolsonaro intentó impedirlo. En la segunda vuelta, la policía federal de transportes realizó cortes de tráfico cerca de las zonas de votación en el noreste brasileño, el bastión político de Lula. Esto constituyó un paso de la obstrucción legal a la interrupción ilegal.

Hasta ahora, Bolsonaro ha guardado silencio sobre el resultado de las elecciones. El peligro de un golpe violento no se ha materializado, pero es casi seguro que muchos de los partidarios de Bolsonaro impugnarán el resultado. Sería totalmente coherente con el propio carácter y trayectoria de Bolsonaro negarse a reconocer su derrota.

El Tribunal Supremo ha hecho oficial la victoria de Lula, proclamando que «no hay riesgo de que los resultados sean amenazados». El presidente de la Cámara de Diputados, el aliado de Bolsonaro Arthur Lira, también ha reconocido públicamente el resultado. Estos pronunciamientos ciertamente harán más difícil para Bolsonaro impugnar su derrota.

Sin embargo, las elecciones del mes pasado han establecido una fuerte cohorte de políticos bolsonaristas que hicieron campaña activamente por el presidente. Su base se ha mostrado más que dispuesta a ignorar el proceso democrático para proteger a su campeón. ¿Se enfrentará Brasil a algo similar a los disturbios del 6 de enero en el Capitolio en Estados Unidos?

Desafío y esperanza

En su discurso de victoria, Lula celebró su regreso a la política: «Intentaron enterrarme, pero aquí estoy». Elegido por primera vez en 2002, Lula tuvo que suavizar sus posturas de izquierda para gobernar un país tan políticamente diverso como Brasil. Su mandato fue muy exitoso y terminó con un índice de aprobación del 87%.

En la década de 2010, Lula vio cómo su partido, el PT, era demonizado como una fuerza cleptocrática por la sesgada investigación anticorrupción de Sergio Moro. Moro arrestó a Lula por cargos dudosos en 2018, justo a tiempo para evitar que se presentara a la presidencia contra Bolsonaro. El Tribunal Supremo anuló su condena en 2019, permitiéndole volver al redil político, y ahora se ha asegurado un tercer mandato, veinte años después de su primera victoria presidencial.

Sin embargo, el Lula que salió victorioso ayer no es la misma figura que llegó a la presidencia por primera vez en 2002, y el país que gobernará también ha cambiado. Para derrotar a Bolsonaro, Lula se movió cada vez más hacia el centro. Su vicepresidente, Geraldo Alckmin, es un opositor ideológico de la izquierda, junto con muchos de sus otros aliados. El atractivo de Lula para los evangélicos también ha servido para reforzar el lugar de la religión en la vida política brasileña.

El Congreso que presidirá el nuevo presidente es mucho más conservador y hostil que aquel con el que colaboró en la década de 2000. Lula se enfrenta a una serie de desafíos de gran envergadura, como revertir el daño causado a la Amazonia, reconstruir los organismos sociales y medioambientales que Bolsonaro destruyó y combatir la cultura del odio y los prejuicios casuales que su predecesor cultivó. Pero sean cuales sean las pruebas que le esperan, su victoria ha dado una nueva oportunidad a la democracia en un país que necesitaba desesperadamente la esperanza.

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