La Veneno

Por Daniel Seixo

“El mundo está cambiando. Dentro de mil años no habrá tíos ni tías, solo gilipollas”.

Trainspotting

«Mujer mi madre, que me ha parido y tiene matriz, me siento muy femenina pero yo no soy ninguna mujer»

La Veneno.

Al encarar este artículo no puedo evitar una reflexión inicial en la que me planteo seriamente que ni yo soy tan viejo, ni ustedes son tan estúpidos. No al menos tanto como Javier Calvo y Javier Ambrossi, Los Javis, nos pretenden hacer creer con su nueva obra, supuestamente basada en las memorias oficiales de La Veneno . Efectivamente, tal y como el título de este escrito indica claramente, hoy voy a permitirme reflexionar brevemente en torno a la serie “Veneno” de Atresmedia.

Y digo reflexionar en torno a la serie, porque en las líneas que siguen no se hará un análisis detallado de la figura, la vida o la obra de La Veneno. Algo que por otra parte tampoco tiene lugar en ningún momento de forma fehaciente en la ficción estructurada por esos “frescos y empáticos” cineastas que son “Los Javis”, tal y como una compañera del Heraldo se decidía a retratarlo en una pieza periodística cargada de infantil fanatismo. Convertidos en iconos posmodernos gracias a éxitos como “La llamada”, “Paquita Salas” y “Operación Triunfo”, estos jóvenes creadores pseuculturales, empaquetados en un ente comercial que los une, han logrado viralizarse y fusionarse con el sistema de consumo capitalista gracias a una corriente de pensamiento que impone la individualidad, el hedonismo, la mercantilización y la inoperancia de una crítica a todas luces incapaz de rasgar vestiduras. Javier Calvo y Javier Ambrossi son los últimos remanentes de la decadencia cultural y política que se inició en nuestra sociedad con la movida madrileña, figuras de cera representativas de un activismo cómodo, siempre huidizo frente a los valores de la militancia y el compromiso activo. Para que nos entendamos, los Javis podrían desayunar con Ana Rosa Quintana, tomarse un brunch con Aitor Esteban y cenar fuerte con Pablo Motos o Iñigo Errejón sin que se llegase a discernir cuál es exactamente su hábitat real. Y es que en tiempos líquidos, personajes como ellos han sabido jugar la carta de la rebeldía controlada y útil para el capital, solapando con ello en cada una de sus intervenciones y en cada uno de sus trabajos cualquier esperanza de transgresión real. De cambio sistémico.

Bajo la óptica de estos nuevos niños ricos, si no ricos sumisamente acomodados, nuestra realidad solo es aceptable cuando puede ofrecer un toque chic a la derrota o ser rentable para sus intereses

Y en eso han seguido estos dos personajes prácticamente indiferenciables y a los que realmente nadie quiere diferenciar, su papel es el de fabricantes de muñecos de cera de la cultura, operarios de una cara subcontrata centrados exclusivamente en realizar su tarea mecánica y repetitiva con cada nuevo personaje que termina en sus manos, sin preocuparse, ni molestarse en absoluto, por el bochornoso espectáculo que ahí fuera está teniendo lugar. Calvo y Ambrossi juegan a la ficción, algo lógico en su oficio, y nada reprochable, si no fuese porque como buenos prestidigitadores lo hacen moldeando por medio de artilugios, métodos de confusión y artes de evasión a unos personajes que pretenden vincular con el gran público como elementos de un modelo de pueblo que no es tal. En su continua y eternamente reciclada exaltación de la aparente diversidad, estos creadores del absurdo manipulan a cada instante a su antojo figuras y situaciones pertenecientes a los extremos de nuestra realidad, sin molestarse por ello ni de forma breve en tocar sus mismas aceras, sus mismas necesidades, su misma vivencia material.

Y es bajo esas premisas de observación no participante de la realidad social que tras la explosión televisiva, la comercialización y la asimilación de La Movida, pronto llegó a España una nueva época del populismo televisivo en la que programas como Al AtaqueCrónicas Marcianas o Esta noche cruzamos el Mississippi se permitían exaltar y ridiculizar a numerosos personajes de los márgenes de la sociedad, aquellos más afectados y maltratados por el sistema. Este marco de creación de contenidos claramente inmoral e indecente, ha servido a lo largo del tiempo para hacer pasar el amarillismo por periodismo cercano al barrio, para el boom de los realities o incluso para optar a cuatro Goyas. Y es debido a ese relativo éxito que la caricaturización del pueblo trabajador ha seguido presente hasta nuestros días, esos en los que un par de cotorras cocainómanas pertenecientes a la lumpemburguesía menos ilustrada en la realidad material de aquellos a los que busca entretener, pueden hacer pasarse por rojos y maricones para una izquierda desangelada y abandonada a su suerte. Y en esa misma línea es en la que Los Javis rescatan la figura de La Veneno, en un contexto social de plena polémica en el seno del feminismo acerca de sus márgenes de actuación, y el sujeto al que debe pertenecer el propio movimiento, la serie de ficción emerge muy oportunamente como un ariete cultural contra la militancia del feminismo radical, incluso puntualmente esgrimido en redes sociales por las más altas instancias del estado. Javi y Javi, pretenden a todas luces recrear en esta serie ficcionada una exaltación a lo trans centrada en el folclore, la desmemoria y por qué no decirlo, la mentira, el engaño y la manipulación de la figura de una persona que nunca se mostró cercana a los valores que los creadores de la serie pretenden transmitir con la misma.

En su continua y eternamente reciclada exaltación de la aparente diversidad, estos creadores del absurdo manipulan a cada instante a su antojo figuras y situaciones pertenecientes a los extremos de nuestra realidad

Javier Calvo y Javier Ambrossi han modificado la realidad a su gusto, han extirpado al personaje su voz, lo han desfigurado, vaciándolo con ello de todo poso real y llegando con sus actos a ejercer una última afrenta hacia una persona que a lo largo de su vida ha sido continuamente humillada, maltratada y muy especialmente utilizada con el único fin de generar oportunos dividendos para satisfacer a todos aquellos que siempre han situado el interés de la propia Veneno en el último lugar. Cristina Ortíz se fue de este mundo sola, sin amigos, con una pensión no contributiva de menos de 400 euros que la llevó a pasar serios apuros económicos y finalmente olvidada por todos aquellos que en su momento la ensalzaron sin remordimientos únicamente para convertirla en un juguete roto sacrificado en el insaciable altar de las audiencias y el morbo. Pretender edificar sobre ella un referente de un activismo totalmente opuesto a su pensamiento, castrando para ello su propia voz o pasearse por los mismos platós que la humillaron y la abandonaron vendiendo un producto totalmente edulcorado, solo está al alcance de unos peleles sociales como Los Javis. Meros entes de un capitalismo en decadencia incapaz de arrojar al mundo cultural algo más elaborado que semejante caricatura de la transgresión.

Y no voy a profundizar más en el tema en estas líneas, no lo considero necesario, ni los considero ni tan viejos ni tan estúpidos como para obviar una realidad evidente a poco que uno decida profundizar en ella. Por tanto invito al lector a indagar en la verdadera figura de La veneno más allá de toda esta gran campaña de marketing y del onanismo mercantilista de unos progres de tres al cuarto que aseguran admirar a Cristina Ortíz y a la diversidad de un pueblo que madruga y camina por sucias aceras, pero que en el fondo no pueden ocultar su desprecio por el poso real de todo eso. No pueden evitar intentar asimilarlo, clasificarlo y adaptarlo a su propia realidad, ni tan diversa, ni tan a la izquierda como les gusta aparentar de cara al escaparate mediático que interesadamente les han otorgado. Bajo la óptica de estos nuevos niños ricos, si no ricos sumisamente acomodados, nuestra realidad solo es aceptable cuando puede ofrecer un toque chic a la derrota o ser rentable para sus intereses, todo lo demás debe ser blanqueado, empaquetado y desactivado. Solo diré para rematar que al menos Almodóvar tenía talento y Pepe Navarro siempre jugaba con las cartas sobre la mesa, aunque muchos entonces se negasen a verlo.

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