La prohibición del Carnaval con el franquismo

Por Eduardo Montagut

La prohibición del carnaval en el franquismo comenzó ya en plena Guerra Civil y se mantuvo al terminar la contienda hasta el final de la dictadura. En este trabajo intentaremos dar algunas claves, al respecto.

El gobernador general de la Junta Técnica de Estado, primer organismo de gobierno del bando sublevado, a la sazón, el veterano militar Luis Valdes Cabanillas, dictó el 3 de febrero de 1937 desde Valladolid, justo en época de carnavales, una orden circular para todos los gobernadores civiles, en la que se ordenaba la suspensión de dichas fiestas. Los motivos tenían que ver con la propia contienda. Las autoridades sublevadas consideraban que en tiempos de guerra no parecía muy conveniente exteriorizar alegrías “con la vida de sacrificios que debemos llevar, atentos solamente a que nada falte a nuestros hermanos que velando por el honor y la salvación de España luchan en el frente..”. Así pues, en la disposición no parecía establecerse ningún argumento religioso y moral, apelando más bien a la necesidad de austeridad en un momento de lucha, pero implícitamente, estaba claro que una fiesta con un alto contenido pagano no casaba mucho con el espíritu de “cruzada” de los que se habían alzado contra la República con el apoyo entusiasta de la Iglesia, contraria tradicionalmente a estas manifestaciones lúdicas.

Al terminar la contienda, Serrano Suñer, como ministro de la Gobernación, promulgó una orden el 12 de enero de 1940 en la que se mantenía la prohibición, ya que se afirmaba que no había razones para rectificar la decisión tomada en 1937.

El gobierno fue muy tajante con las autoridades provinciales y, sobre todo con las locales, es decir, los alcaldes, para que estuvieran muy atentas a la hora de hacer cumplir la prohibición. En este sentido, se multiplicaron los bandos municipales avisando a los vecinos sobre la prohibición de festejar el carnaval, de fuerte raigambre en casi toda la geografía española.

Pero, no cabe duda, que en algunos lugares donde el carnaval era muy importante y extendido entre todas las capas sociales, como en Cádiz o Santa Cruz de Tenerife, se disfrazó con un nuevo nombre, “fiestas de invierno”. El poder aceptó esta situación, pero bajo una estrecha vigilancia y censura. Debemos tener en cuenta que el franquismo, además del componente religioso y moral integrista del nacionalcatolicismo, tenía una enorme prevención hacia el carnaval porque no era una manifestación pública masiva promovida por el mismo para exaltación del dictador o vinculada a algún acto o festividad religiosa (Vía Crucis, concentraciones eucarísticas, Semana Santa, Fallas, San Fermines, etc..). Se trataba, en cambio, de un conjunto de jolgorios y algarabías con disfraces, y donde era fácil el equívoco o que surgiera una posible crítica al poder, aunque fuera festiva. El carnaval tenía ese componente pagano que demonizaba la Iglesia franquista, pero también de subversión del orden establecido durante unos días. Tenía todo para ser prohibido por la dictadura.

El carnaval tenía ese componente pagano que demonizaba la Iglesia franquista.

Es evidente que, pasado el tiempo, más allá de los años cuarenta, sin autorizarlo, sí se fue más permisivo con algunas manifestaciones con cánticos populares, especialmente en el ámbito rural, sin dejar de ser atentamente vigiladas por las autoridades y los cuerpos de seguridad. Por otro lado, es innegable que se permitieron fiestas privadas o bailes en Casinos y Sociedades, porque era más fácil controlar un recinto cerrado. Estas instituciones sociales y culturales debían pedir el permiso correspondiente. Generalmente, sus juntas directivas avisaban a los asistentes que en estos bailes estaba terminantemente prohibido el uso de antifaces o maquillajes especiales que ocultasen o desfigurasen el rostro.

Poco a poco se fue abriendo algo la mano, teniendo que ver con la modernización social de España a partir de los años sesenta, pero hasta que no llegó la democracia, la prohibición siguió existiendo. En este sentido, es significativo un artículo de El País del 5 de febrero de 1978, titulado “La fiesta de carnaval recupera lentamente sus raíces populares”, y donde se explicaba cómo, poco a poco, se estaba recuperando una fiesta que el franquismo había prohibido, aludiendo también a los subterfugios tinerfeños y gaditanos para mantener ese espíritu festivo de siempre, y que una dictadura quiso desterrar, como tantas otras cosas.

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