La memoria de la Segunda República como acicate

en España la Segunda República es percibida solamente por una parte de la sociedad como el intento más serio de democracia de toda su Historia, un proyecto reformista para poner al país al nivel de las democracias, frente a las soluciones autoritarias-totalitarias, y hasta frente a las revolucionarias

Por Eduardo Montagut

La memoria forma parte fundamental de lo que cada uno somos, pero también de las colectividades. Hechos y procesos históricos, personajes, ideas, causas y acontecimientos configuran un imaginario que nos conforma, que nos moldea y que nos ayuda a construir nuestro pensamiento, nuestra forma de actuar y hasta de vivir, y de lo que intentamos proyectar para el futuro.

Entre ese cúmulo de Historia la proclamación de la Segunda República, así como el propio devenir de la misma hasta su desaparición con el triunfo de los sublevados y el establecimiento de la Dictadura franquista, constituyen acontecimientos y procesos capitales para todos los españoles, pero no de la misma forma, ni mucho menos, porque, aunque esta cuestión de la distinta percepción del pasado es normal y aparece en todos los países y épocas, en el nuestro esta diferencia de percepción es más acusada en relación con ese pasado concreto, no tan lejano, en realidad.

En los países de nuestro entorno, en los que conforman el mundo occidental, existen hechos y situaciones históricas, insistimos, que son percibidos y sentidos de forma diferente por los ciudadanos, por los distintos grupos ideológicos, políticos, sociales, económicos y culturales, pero existe un cierto consenso, o un sentir mayoritario, en relación con algunos otros muy determinantes. Pensemos en la Segunda Guerra Mundial y su percepción en la memoria de los europeos, estadounidenses, canadienses, australianos o neozelandeses. Supone un hecho capital de sus propias historias, y sus países honran la memoria de sus compatriotas que se sacrificaron por vencer al nazismo, por su lucha en defensa de la democracia, de las libertades, en fin, por la propia conservación de la civilización, amenazada por el totalitarismo y el genocidio.

Pero en España la Segunda República es percibida solamente por una parte de la misma como el intento más serio de democracia de toda su Historia, un proyecto reformista para poner al país al nivel de las democracias, frente a las soluciones autoritarias-totalitarias, y hasta frente a las revolucionarias, en medio de una intensa lucha internacional entre estas tres maneras de abordar la profunda crisis europea del período de entreguerras, porque, no podemos negar que el nuevo régimen republicano debe entenderse en el contexto internacional en el que se desarrolló.

No pretendemos con este breve artículo abordar ni las causas de la llegada de la República ni de su fracaso, ni tan siquiera intentar convencer a la España que abomina de aquel cambio político, solamente resaltar que noventa años después, aquel esfuerzo de otra primavera constituyó y constituye para muchos españoles y españolas, bajo la interminable Dictadura, en el exilio, en la Transición y en la actual Democracia, una parte fundamental de su memoria, que conforma, con toda la diversidad evidente que se pudo dar y todos los matices que se quiera, un hecho capital, consagrado en una Constitución moderna, en una legislación avanzada, y en un esfuerzo pedagógico e igualitario sin precedentes en España. Luego podremos discutir qué falló y por qué, pero a pesar de su destrucción por parte de los que no querían la democracia, y emplearon las armas, de los errores de los propios protagonistas del esfuerzo modernizador, del silencio o las ignominias generadas durante cuarenta años y de los modernos intentos de potenciar el olvido o remozar dichas ignominias por los herederos y neoherederos del franquismo, aquel 14 de abril sigue vivo, insistimos, en la memoria de quienes aún sobreviven de aquel tiempo, y de los que sin haberlo vivido sienten una intensa empatía por esa alegría desbordada en las calles de aquella España tan maltratada, con tantas diferencias sociales, con tantas carencias de todo tipo, pero ansiosa de aprender, experimentar, y avanzar. A aquellos que se echaron a la calle, cuyas miradas y gestos nos impresionan desde las fotografías y películas, o pusieron en marcha la República, muchos y muchas les debemos gratitud por su generosidad. Recordamos sus empeños y sacrificios porque nos inspiran hoy en nuestro trabajo en un mundo con problemas viejos y modernos, y algunos muy graves, y para insuflarnos entusiasmo con el fin de construir un mundo mejor, como ellos y ellas desearon en otro tiempo.

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