La importancia histórica de los símbolos franquistas

El homenaje público diario de la dictadura supone un insulto a la memoria de otra parte muy importante de españoles y españolas que sufrieron en su día o que sin sufrir no toleran la exaltación de una guerra.

Por Eduardo Montagut

La Ley de Memoria Histórica de 2007 establecía que los escudos, insignias, placas y otros objetos o menciones conmemorativas de exaltación personal o colectiva del levantamiento militar, de la Guerra Civil y de la represión de la dictadura debían ser retirados de los edificios y espacios públicos. La retirada no se aplicaría cuando concurriesen razones artísticas, arquitectónicas, o artístico-religiosas protegidas por la ley. Como es bien sabido, es una cuestión que ha generado, como casi todas las relativas a esta Ley, una intensa polémica en estos años, y que sigue ocasionándola ahora que estamos a las puertas de otra nueva legislación. Pues bien, en este artículo pretendemos demostrar la importancia de los símbolos referidos partiendo de la convicción de la imperiosa necesidad de que se cumpla lo dispuesto.

Los romanos desarrollaron una práctica que, en realidad, no crearon ellos, porque hay antecedentes en las civilizaciones mesopotámicas y egipcia, conocida por la locución latina de la damnatio memoriae. Consistía en condenar el recuerdo de un considerado enemigo del Estado después de su muerte. Esta condena era competencia del Senado. Cuando se dictaba se procedía automáticamente a eliminar toda mención o imágenes del condenado en los espacios públicos, y hasta se prohibía usar su nombre. Hubo muchos emperadores que sufrieron la damnatio memoriae.

Esta práctica de borrar de la historia y la memoria a personajes y/o etapas fue seguida posteriormente, y hay muchos casos que se pueden citar. En la Roma papal hubo pontífices que desterraron la memoria de algún antecesor, y hay situaciones parecidas en la Venecia medieval. Ya en nuestro tiempo, Stalin se convirtió en un ejemplo mayúsculo de ejercicio de la damnatio memoriae porque todos los líderes bolcheviques depurados fueron borrados completamente en las imágenes, y sus escritos desaparecieron de las bibliotecas y librerías. Hasta mencionarlos estaba prohibido. En nuestro país el franquismo se encargó sistemáticamente de borrar todos los rastros de la Segunda República y de sus protagonistas, al considerar que su recuerdo era intolerable por el supuesto daño que aquel régimen habría ocasionado a España.

¿Lo que disponía la Ley de Memoria histórica en el caso de los símbolos franquistas era una versión actual de la damnatio memoria?, nos preguntamos, en consecuencia. Creemos que no era ese el objetivo, aunque haya sectores o personas que defiendan la destrucción de esos símbolos en una suerte de venganza frente a un régimen que generó tanto dolor en muchos españoles y españolas. En todo caso, somos radicalmente contrarios a que se destruyan los símbolos, pero deben ser retirados en un brevísimo plazo de tiempo los que todavía queden, sin más demoras y sin excusas de ningún tipo.

Los regímenes políticos, las civilizaciones y los países emplean los espacios públicos para reflejar sus valores y recordar y homenajear a los personajes o colectivos destacados por algún motivo. Cualquier visita a una ciudad europea nos permite comprobar la proliferación de monumentos, placas, nombres de calles y plazas que recuerdan hechos, personajes y situaciones sobre las que se basan sus respectivas historias y hasta su propio presente. Las localidades francesas están llenas de menciones y monumentos en recuerdo de sus muertos en la Gran Guerra, por ejemplo. Si paseamos entre las maravillas artísticas de las ciudades italianas encontraremos con relativa frecuencia placas con menciones a los héroes de la resistencia frente al fascismo. Podemos escribir páginas y páginas con ejemplos de todo tipo. ¿Sería comprensible y legal que en ambos países hubiera monumentos que recordaran al régimen de Vichy o al de Mussolini? Todos sabemos la respuesta. En nuestro país sigue habiendo nombres de calles y monumentos que glorifican el golpe, la guerra como supuesta cruzada de liberación, la larga dictadura, y a sus protagonistas. En Francia e Italia fue derrotado el fascismo, eso sí con evidente ayuda extranjera, pero en España se adaptó a los tiempos de la Guerra Fría, y evolucionó hasta su desaparición casi cuarenta años después que naciera. Es cierto que sobrevivió no sólo gracias a la comprensión sazonada con mala conciencia de las potencias occidentales, y por el establecimiento de un régimen de terror, sino también por el apoyo de una parte importante de la sociedad española, argumento que suele ser empleado por los defensores de la memoria del franquismo como una etapa positiva de la Historia española. Pero fue una implacable dictadura desde el primer hasta el último día, basada en valores que conculcaron todos y cada uno de los que constituyen los pilares de una democracia, y su homenaje público diario supone un insulto a la memoria de otra parte muy importante de españoles y españolas que sufrieron en su día o que sin sufrir no toleran la exaltación de una guerra, de una dictadura y de unos principios contrarios radicalmente a las libertades.

Pero una democracia tiene una obligación fundamental con los ciudadanos y ciudadanas, con las nuevas generaciones, y hasta con los extranjeros y extranjeras. Esa obligación es la de preservar los restos materiales de su Historia en el más amplio sentido. El franquismo supone una larga etapa de la Historia contemporánea de España y sin su estudio no se puede entender a este país. Los abundantes restos materiales que ha dejado deben pasar a museos, espacios donde deben contextualizarse como ocurre con los restos materiales de otros momentos históricos. En esos espacios de exposición adquirirán una dimensión histórica, pedagógica, perdiendo su valor de exaltación. Por eso los símbolos franquistas son muy importantes, como los de cualquier etapa histórica. Destruirlos supondría un ejercicio de desmemoria que los españoles y españolas no merecen, haciendo que una democracia se parezca a una dictadura, a esa dictadura, con sus bárbaras prácticas.

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