Por Daniel Seijo
“El fascismo es capitalismo en descomposición”.
Vladimir Ilyich Lenin
«La desesperación es la materia prima del cambio drástico».
William Burroughs
«Zapatero se ha convertido en un referente progresista mundial».
Pablo Iglesias Turrión
Me extraña vuestra sorpresa. Lo reconozco, casi me conmueve que de repente os hayáis despertado con el miedo de la amenaza fascista en vuestros televisores. Temblorosos, casi como paralizados recordando una política agresiva que antaño requería algo más que un tuit o una firma en changue.org para enfrentarla, para lograr parar la obvia locura y decisión en su discurso. Me maravilla que ninguno de vosotros os hayáis preocupado antes por los discursos agresivos contra los migrantes, por su uso como meras cifras destinadas a cuadrar nuestro PIB o por las víctimas a manos del estado en Tarajal o Archidona. Es sorprendente comprobar como entre continuas inauguraciones de carriles bici y jornadas en modernas librerías en donde uno se puede comer tranquila y refinadamente un muffin, nadie de entre los ahora residentes de los que antaño fueron barrios obreros de España, se percatase del creciente discurso de odio presente en sus calles. Aquel que en medio de un proceso desahucio, en el cierre de otra tienda más de toda la vida o ante el aumento exponencial del trapicheo de droga en la ciudad, señalaba de manera directa a los migrantes, al partido del coletas o a Hugo Chávez indistintamente. Cualquier símbolo resultaba adecuado para centrar el odio presente en el mensaje de una derecha radical que nunca se ha ido de nuestro país. Una derecha patriarcal, tradicionalista, racista y particularmente corrupta. Una opción política legal en España, que no dudaría ni un segundo en retrotraer a nuestro estado a una realidad fascista si el temor de los mercados les otorga la oportunidad.
Apenas un par de décadas a todas luces no son suficientes para enterrar toda la mentalidad del odio. Noventa años atrás nadie se imaginaba las consecuencias que el fascismo y el nazismo traerían al mundo. Hitler o Franco fueron aclamados por los grandes medios y no pocos líderes políticos de la Europa liberal los admiraron antes de que decidiesen pasarlos directamente al vertedero de la historia. Tampoco fueron pocos los líderes de izquierda que menospreciaron la amenaza de los nazis, ni los que en España vieron a Franco como un rival secundario frente a las propias disputas internas. Hoy, al igual que entonces, un clima revuelto envuelve Europa. Las naciones Estado vuelven a recuperar un peso que parecían haber perdido para siempre, las grandes figuras sobrepasan a las organizaciones políticas y la crisis económica, poblacional y climática, hace que el populismo, el odio al «el otro» y la retórica militarista, marquen de nuevo las agendas del mundo.
En tu barrio, Curro ya no se va de vacaciones, ser un mileurista ha pasado a ser todo un privilegio, las cervezas los sábados son paulatinamente cada vez menos y no son pocos tus amigos que ya votan a Ciudadanos, Vox o UPyD. Vale, en UPyD son pocos y punto, pero en lo relativo al resto de asociaciones políticas primoriveristas, creo podéis llegar a entender lo que quiero decir. La cosa parecía obvia, no me jod…, no creo que hiciese falta que La Sexta, Jot Down o El País dijesen que la cosa comenzaba a pintar negra para que algo os sonase raro, aunque también familiar en todo esto. Los yonkis de caballo en los portales, los amigos en paro o en trabajos de mierda, las manifestaciones cada día fruto de la precariedad, la mierda de las banderas omnipresentes tras lo de Cataluña y unos taxistas que parecían seguir anclados en lo mejor de los años 80-90 en cuanto a sus gustos músicales y de movilización social, eran cuanto menos una clara señal de que algo estaba pasando. No sé si esto se habla mucho en twitter, si es tendencia en algún círculo o si Iñigo Errejón ha dicho algo de todo ello en alguna entrevista en Yo Dona, pero la dinámica de clases, los efectos del neoliberalismo y sus demenciales medidas tras la última crisis económica, han arrojado a muchas familias de la hasta ahora clase media de golpe a la precariedad y la pobreza. Para gente inmersa en otra realidad social, los veranos ya no son una época para viajar, sino para buscar pisos más económicos, las neveras ya no experimentan con el veganismo o lo ecológico sino que simplemente intentan acallar un codicioso apetito, los niños ya no visten de marca, el coche eléctrico ha dado paso a la democratización del metro y aquel compañero nuevo sirio ya no parece realmente tan simpático desde su último despido.
No nos equivoquemos, aquí nadie está señalando a la clase obrera como el principal soporte de cara al nuevo auge del fascismo en España. Ni mucho menos. Aunque sí pretendo, humildemente, alertaren estas líneas acerca del trabajo que muchas organizaciones políticas de signo fascista están realizando en barrios obreros que hasta hace poco pertenecían a la supuesta clase media española. Barrios que todavía hoy albergan entre sus bloques a la que se suponía la generación más preparada de nuestra historia, una generación que soñaba con ver a muchos más Pedro Duque deslumbrando al mundo, pero que hoy regresa a los acordes del premonitorio «No hay futuro» de Eskorbuto, mientras que de forma curiosa los astronautas españoles cumplen el sueño de ser ministros.
Como pueden llegar a imaginar, visto el panorama social, no resultó demasiado complicado llegar a integrar el mensaje de desconfianza ante el migrante o ante una élite política a todas luces corrupta, entre todos aquellos que ya sin su trabajo y pertenecientes a la mayoría social en el omnipresente mercado de la diversidad, únicamente se podían identificar con la bandera y el peso moral de su país.
No existe motivo alguno para creer que los españoles no puedan aupar una opción de ultraderecha del mismo modo que lo hicieron los italianos, estadounidenses, brasileños y tantos otros antes. Si Europa ha tardado relativamente poco en olvidar la miseria y vergüenza del nazismo pese a la contundente derrota a manos de la organización obrera de la URSS, no duden de las ansías por salir del armario de un fascismo que en España resultó vencedor sobre la izquierda republicana.
De ZP a Ciudadanos y VOX han pasado varios profetas televisivos, una revolución con sonrisas pero sin redistribución material real, un presidente negro e imperialista en estados unidos, un Papa boludo pero reaccionario al fin y al cabo, un partido que quería asaltar el cielo y ha terminado pactando con el PSOE de siempre, un rey que ha dado paso a otro y un par de decenas de leyes destinadas a recortar los derechos sociales y a blindar a su vez los derechos del 1 % de nuestra sociedad. Con Pablo Casado jugando a cumplir los deseos más oscuros de Aznar y Albert Rivera, y Santiago Abascal intentando incendiar España desde Alsasua, uno hace tiempo que se puede imaginar perfectamente a Billy El Niño desnudo ante el espejo practicando el Arriba España al más puro estilo Taxi Driver. Llegará la violencia política, llegarán también los grandes resultados para Vox, Hogar Social Madrid o cualquier otra formación supremacista y nos retrotraerán rápidamente a los discursos del pasado siglo en materia de derechos para la mujer, derechos sexuales, medioambientales o migratorios. Nos asfixiaran con una economía liberal que anteriormente decían combatir y finalmente estallará de nuevo la tragedia en España o quizás en Europa.
Puede que estemos todavía lejos de levantarnos de nuevo con el sonido real de la ultraderecha en nuestras calles, aunque de no conseguir articular una alternativa real al capitalismo en el viejo continente, la izquierda sin duda entregará de forma inconsciente las llaves del rupturismo político con el actual modelo social a la ultraderecha, todo mientras se empeña obstinada y cómodamente en profundizar por una vía socialdemócrata que no nos lleva más que a dilatar eternamente la inevitable confrontación social entre los desposeídos y aquellos que concentran la totalidad de los vienes de producción. Ante la perdida del peso del estado social, ante la infrarrepresentación obrera en la toma de decisión de la cadena productiva, ante la banalización de las luchas sociales y el abandono de la lucha material. La única alternativa realmente rupturista, la última bala para muchos seguirá siendo el fascismo. Todo pese a las librerías veganas y el ambiente de tolerancia que se respiraba en tu barrio del centro.
No nos sorprendamos entonces cuando los Billy El Niño de nuestra era se encuentren con las puertas abiertas para imponer su lógica. No pidamos derechos a quienes ya no respetan las normas que ellos mismos impusieron. Ayer fue Vistalegre, pero quizás, si la izquierda no logra retomar su propio discurso, mañana el fascismo podría volver a la Plaza de Oriente o a Moncloa. Nunca juzgaron sus crímenes, por responsabilidad social, no dejemos únicamente al destino que puedan llegar a caer el la tentación de repetirlos.
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