Los medios televisivos fomentan esa ignorancia, de hecho, mientras el fascismo la aprovecha para abrirse paso entre una sociedad desinformada en materia de memoria democrática, para expandir su mensaje por una población que no es crítica con él e ir creciendo
Por Isabel Ginés y Carlos Gonga
Decía Albert Camus, filósofo, periodista y novelista francés: “Fue en España, donde mi generación aprendió que uno puede tener razón y ser derrotado, golpeado, que la fuerza puede destruir el alma y que a veces el coraje no obtiene recompensa”. Y así es, en España se tiene muchas veces razón pero se carece de los medios óptimos para llegar con ella a la población.
Cada vez que encendemos la tele, el mensaje que esta nos da no es el que se ve en las redes sociales, es un mensaje que no se ve entre la gente joven. La gente joven nos hemos distanciado de la televisión porque no nos representa, lo que vemos y leemos nos representa más que lo que los medios televisivos quieren vendernos. Que una persona joven vea hoy en día la televisión es algo bastante raro. No solo ven en su lugar Netflix, Filmin, HBO Max o Disney+, también leen las redes sociales, leen los medios independientes y se forman hablando en corros de amistades.
La televisión ya no nos representa porque ya no nos cuenta la verdad, nos cuenta su mensaje: un mensaje sesgado, una verdad deformada y muchas veces también desfigurada. Si quienes nos consideramos demócratas queremos no volver a ser derrotados por el fascismo necesitamos luchar a contracorriente, contra esta corriente de omitir cierta información o de mendacidad, ese hábito de ladear la realidad, dando a conocer el mensaje correcto, lo que ocurrió en España, las consecuencias y especialmente las causas porque en España todavía hay mucha ignorancia al respecto. Los medios televisivos fomentan esa ignorancia, de hecho, mientras el fascismo la aprovecha para abrirse paso entre una sociedad desinformada en materia de memoria democrática, para expandir su mensaje por una población que no es crítica con él e ir creciendo.
Hace pocos días del homenaje anual en el Centre Social Terra, en Burjassot (Valencia), a Guillem Agulló, joven antifascista asesinado por un neonazi por apuñalamiento. Un vecino ignorante, fascista y mala persona, agredió a los participantes arrojando ácido corrosivo desde su balcón. No hace tampoco demasiado de cuando el Ministerio de Interior infiltró a policías en movimientos sociales con el objetivo de desgranar algunos de ellos, crear desconfianza entre sus miembros y tenerlos controlados. Estamos hablando de miembros de las llamadas fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado infiltrados en movimientos sociales, lícitos y legítimos, para minar el tejido social y la lucha por las causas sociales.
Conocer lo que ocurrió en el pasado es necesario para saber lo que puede pasar en el presente, para entender lo que está pasando y prever cómo se pueden desarrollar ciertas situaciones similares. No hablamos de futuro lejano, hablamos de futuro inmediato. En un país informado no es necesario recordarlo porque sus ciudadanos estudiaron dicha información y la mantienen en su subconsciente, de manera que sale a flote cuando se necesita: no es el caso de España. Los medios no te lo van a contar cuando enciendes la tele, no te van a explicar lo que pasó en el genocidio franquista. No te hablarán de la gente que fue torturada, asesinada, de las familias que fueron vejadas, de quienes descansan en fosas comunes, de las mujeres con vergüenza en sus propios pueblos, donde fueron violadas, rapadas, paseadas o insultadas por ser rojas. No te lo van a contar.
No te van a contar lo que se hizo durante la Transición, cuando esas fuerzas del orden que nos tenían que proteger desataron la violencia policial, cuando esos políticos que tenían que dar la cara por el pueblo que tanto luchó agacharon la cabeza. Se hicieron muchas concesiones en la Transición pero también hubo muchísimos muertos que han sido ocultados a las masas. En la tele no te van a hablar de todos esos muertos en la Transición.
Quienes devuelven a estos teman la luz que merecen son investigadores o documentalistas independientes que llevan a cabo sus documentales, sus libros, sus documentos o sus papers sobre asuntos a los que a las cadenas de televisión no les interesa aludir; temáticas en las que les interesa mucho menos, por tanto, incidir. No te van a contar cómo pasó: generalmente incluyen en la emisión del noticiero escuetos reportajes de alguna fosa común que está siendo excavada o de entregas de restos de gente represaliada que fue identificada a sus familias pero no te dirán las causas ni profundizarán en los hechos; prefieren que no conozcas al detalle lo que muestran sesgadamente, o a veces incluso erróneamente, para poder así dar un determinado enfoque a dicha información. Necesitamos tirar de escuchar podcasts, de ver los pocos programas especiales que se emiten en televisión o de las redes sociales si no queremos recibir una información tendenciosa.
También visibilizan estos temas grandes directoras o directores de cine como Almodóvar, en cuya última película se habla del tema y a quien le cayó por ello la del pulpo. La gente independiente tenemos pocas ayudas en España y cuando un grande ayuda a divulgar la memoria histórica es atacado porque para mucha gente son temas que mejor conocer de pasada que a fondo. Nuestra insistencia radica en que si olvidamos esas circunstancias, esos hechos, nos va a parecer normal lo que está pasando ahora: que el fascismo crezca, que aumenten las agresiones y los linchamientos verbales, rozando la ilegalidad en muchos actos públicos pero con su respectiva impunidad.
No podemos olvidar. Es fundamental que sepamos que estos medios nos venden un mensaje que no es el que la población comenta en sus corrillos y en sus redes, que entendamos que ponen típex sobre la historia para dejarla en blanco y escribir encima sobre lo que les interesa actualmente, blanqueando el fascismo, mintiendo sobre normas establecidas como la ley de la gente transexual, la ley del sí es sí, la ley de la memoria histórica, tergiversando citas de Almudena Grandes, mintiendo sobre lo que hizo el régimen franquista en la plaza de toros de Badajoz o permitiendo que diversa gente utilice sus altavoces para difundir mensajes que no son ciertos y nadie está presente en los platós para señalarlos, confrontarlos ni evidenciar sus falsedades.
Este es uno de los grandes problemas actuales: si creemos a pies juntillas lo que nos llega por parte de los medios televisivos estamos siendo víctimas de un mensaje adulterado en función de sus propios intereses, a la vez que somos cómplices de quienes tergiversan determinada información. Si dejamos que se olvide el pasado, sea con cínica intención o por pura dejadez, vamos a cometer los mismos errores que se cometieron y el presente nos va a costar muy caro.
Divulgación y rigurosidad son dos conceptos que deberían ir siempre de la mano. Si divulgamos lo que pasó en torno a la memoria histórica con rigor, investigando y con honestidad, y elaboramos con esos datos una información atractiva para que esta sea conocida, podemos paliar muchas de las consecuencias que de lo contrario es probable que puedan ocurrir en el futuro.
Ya dijo otro novelista, el checo Milan Kundera en su obra “La lentitud”, que “en semejante mundo en el que todo se cuenta, el arma más fácilmente accesible y a la vez más mortal es la divulgación”. Basta con que demos a conocer los hechos para que la sociedad sepa lo que provocó el fascismo y engendre hacia él una reacción de repulsa: la gente no querrá que esto mismo ocurra de nuevo en el futuro, que sus hijas e hijos pasen por lo que pasaron otras personas coetáneas; no querrá que sus hijas e hijos sean víctimas de torturas, de asesinatos o de señalamiento y vigilancia sistemática. Esto último, no obstante, ya está ocurriendo: hace poco se descubrió que un ministerio estatal infiltró a agentes de policía en determinados movimientos sociales con el objetivo de examinarlos desde dentro, controlarlos desde la sombra, minarlos y, preferiblemente, hacerlos desaparecer, ya que resultan molestos. La resistencia a los desahucios de familias con niñas, niños o bebés y sin alternativa habitacional molesta, la ayuda a personas migrantes que malviven en espacios abandonados y mueren a causa del frío molesta, la memoria democrática que repara y el antifascismo que trata de concienciar a la sociedad de lo que pasó y puede volver a pasar molestan; y lo que molesta es mejor que desaparezca porque la empatía y el ruido no convienen al poder: ese es el problema.
Hay que divulgar para que se conozcan las fosas comunes, a quiénes albergan, qué defendían estas personas y qué trató el fascismo de aniquilar y ocultar. La sociedad española debe saber que aquí se ha dejado morir en las camas de sus hogares a los torturadores, sin ser juzgados y sin ser despojados de sus medallas, otorgadas por su sadismo y por denigrar los derechos humanos.
Mucha gente sufrió torturas y fue asesinada durante la Transición. No estamos hablando de recién terminada la guerra, de 1940 o del 43: hablamos de la Transición, de hace poco más de 40 años. Teófilo del Valle fue el primero de ellos, un chaval de 20 años asesinado por participar en una huelga en Elda (Alicante). En la tele te recordarán —pues hay que recordarlo— el atentado de Atocha, uno de los más sonados, cometido por la extrema derecha, en el que cinco abogados laboralistas fueron asesinados, pero hubo muchos más. Hubo cientos de personas asesinadas durante esta etapa. La última de ellas, Salvador Puig Antich, asesinado mediante la cruel e inhumana práctica franquista del garrote vil en 1977. Y hay gente que niega que este período fue violento porque nadie se lo ha contado nunca, porque le han ocultado la verdad. Debemos conocer estos crímenes para entender que no fueron unos cuantos casos aislados sino una violencia sistemática a nivel nacional e impune.
No son hechos tan lejanos, forman parte de nuestra historia contemporánea y mucha gente que fue entonces torturada está hoy entre nosotras y nosotros. En la Transición hubo muchísimas personas asesinadas y en los medios de la televisión no te lo van a contar; te lo contarán los medios independientes, te lo contará la gente que está investigando, la gente que está haciendo documentales, quienes trabajan en ello. Resulta esencial divulgar todo aquello que pasó para que la sociedad garantice, en base a su aprendizaje, que no se repita. El fascismo está subiendo, bastantes alas se le dan, bastante se está blanqueando y dejando que su discurso recorra ciertos medios de comunicación como para no confrontarlo de manera activa, a todos los niveles.
Actualmente hay bastante gente joven diciendo cosas que no puede explicar ni defender porque no sabe de dónde proceden. A veces dicen una frase que es de Primo de Rivera, de Queipo de Llano o de Franco y ni siquiera saben bien quiénes eran estos genocidas pero, como la han oído en la tele o que la ha dicho alguna persona cercana, piensan que es normal. Si tú enseñas a esa gente joven qué hicieron esos hombres, qué ocurrió y qué defendían, probablemente no digan esa frase ni rían la gracia al notas de turno. Posiblemente, en lugar de eso, le reprendan.
Una vez que se le da alas al fascismo, este lo corrompe todo, lo envenena y las consecuencias son letales. Ignorar el fascismo, considerarlo normal, una fuerza política más —que no es porque vivimos en una democracia— y no confrontarlo también es una forma de darle alas, de dejar que su mensaje siga volando y avanzando. Los medios convencionales no ayudan, su blanqueamiento del fascismo está a la orden del día y solo queda la divulgación para que se sepa qué pasó, pudiendo impedir así que vuelva a pasar. La divulgación es la vía más importante para evitar que el fascismo vuelva a pasar.
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