La corrupción que no cesa

Ni regeneración ni renovación, ni propósito de enmienda puede haber en quienes entienden la política, no como la herramienta para mejorar la calidad y las condiciones de vida de los ciudadanos, sino como el medio de favorecer a los suyos, sean familiares o amistades.

Por Puño en Alto

Hermanos, hermanas, madres, amiguetes y amiguitos del alma, unos aristócratas «carpantianos» amorales y otros empresarios indecentes del pelotazo, es la fauna que revolotea alrededor de determinado partido muy popular en Madrid, dispuestos a poner el cazo y llevárselo calentito sean las circunstancias que sean, considerando siempre que son buenos momentos para llenarse los bolsillos de lo público que luego tanto denostan.

Ese partido no puede acabar con la corrupción porque es corrupción y, si no, que se lo digan a su anterior jefe que, por hacer tan solo un amago, un simple gesto de señalar cierta irregularidad, le dieron al unísono una contundente patada en el trasero y no, precisamente, por la idea de que las ropas sucias se limpian en casa, sino más bien, porque con las cosas de comer no se juega.

Un máximo responsable de la formación política anterior se tuvo que ir carcomido por la corrupción, el actual llega con una mochila propia de muy dudosa pulcritud apoyándose en los que se sirven de hermanos, primos y madres para el latrocinio del erario público, asume con complacencia todo para evitar terminar como su antecesor.

Ni regeneración ni renovación, ni propósito de enmienda puede haber en quienes entienden la política, no como la herramienta para mejorar la calidad y las condiciones de vida de los ciudadanos, sino como el medio de favorecer a los suyos, sean familiares o amistades. De esta manera, la Educación y la Sanidad no la conceptúan como los elementos transversales necesarios de cohesión social sino como nichos de negocios para el pelotazo pronto y rápido.

No hay institución grande ni pequeña donde gobiernen que no se hayan producido casos de corrupción, ayuntamientos, gobiernos provinciales, gobiernos autonómicos, empresas públicas y un largo etc. Conocedores, por experiencia, de la tolerancia de la corrupción en su electorado, saben que sus corruptelas no le pasan factura electoral, o al menos no de una manera inmediata.

Según el politólogo norteamericano Arnold J. Heidenheimer, hay una corrupción tolerada por la sociedad y las élites, son pequeñas deslealtades con la administración o las empresas. Hay otra envuelta en bastantes ambigüedades, es la conocida como la de las puertas giratorias en los políticos y cargos de confianza. Por último, existe la que se cree inaceptable y por lo tanto punible más allá de lo moral y ético.

En su conjunto, la corrupción deteriora la legitimidad de la democracia, favoreciendo el crecimiento de opciones políticas populistas que aprovechan la circunstancia para inocular en la sociedad sus propuestas involucionistas de recortes de derechos y libertades. Y en eso están.

No caigamos en la trampa dialéctica de que todos los partidos y políticos son iguales y que la corrupción en los partidos son un reflejo de la sociedad que tenemos.

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