La censura nacionalista

Nos tomamos demasiado en serio, y con esa soberbia que nos caracteriza no se puede hacer la más mínima broma sobre nuestro glorioso pasado porque enseguida tendríamos que aguantar a un montón de señoros indignados y a Pérez-Reverte ladrando.

Por David Pallol

Uffff. La censura en Españita da para un libro gordo o una serie de varias temporadas, no para un artículo. Es que es un tema muy enjundioso desde que Felipe II prohibió a los estudiantes españoles salir fuera del país no fueran a leer a Erasmo de Rotterdam -que estaba prohibidísimo por estos lares- y fueran a convertirse en herejes.

Cuando contacté con Paco Becerra y le dije que se explayara a gusto sobre la censura de su obra, resopló y dijo “Me puedo remontar al inicio de los tiempos” “Tranquilo -le dije- ya lo haré yo.” Tampoco hay que irse muy atrás. 1979. Yo era muy fan de esa serie francesa (aunque era una coproducción entre diversos países, entre ellos España) Érase una vez el hombre, que era como el Condensador de Fluzo pero más infantil (el público al que iba dirigido). A mí, siendo un crío entonces, ya me llamó la atención que se saltaran un capítulo, el 15, que iba del Siglo de Oro español y se trataba, entre otras cosas, el ‘descubrimiento’ y la conquista de América, pero estaba con mis Airgam Boys y mis cosas y no le di más importancia. Fue una orden de RTVE. Menudo rebote se pillaron en Francia, por cierto. El episodio era una tontería pero en Televisión Española no gustaba y no había más que hablar: cancelado.

El productor de la serie Albert Barillé dijo al respecto: “La televisión francesa tampoco es feliz cuando se les recuerdan los tiempos de la esclavitud o del colonialismo. Pero no por eso censuran los episodios. TVE acepta que se diga esto de los demás pero rechaza lo que yo digo de Cortés o de Pizarro. Es un problema de sensibilidad, de cultura. Parece que mis amigos españoles son muy susceptibles.” Su berrinche no evitó que también se censurara el episodio dedicado a los Países Bajos, el 17, titulado La edad de oro de las Provincias Unidas, porque el tratamiento de los Tercios se consideró, ejem, polémico.

La serie, por cierto, se emitió al completo en 1983, el mismo año en que también fue derogada por el entonces ministro de cultura Javier Solana la Ley de Prensa e Imprenta de Manuel Fraga, promulgada en 1966 durante el franquismo y vigente desde entonces. Estamos hablando de bien entrada la democracia.

La que sigue vigente, con ligeros retoques, es la ley franquista de Secretos Oficiales -por la que algunos documentos, y hablo de eventos recientes como el 23F, se van a desclasificar entre nunca y el año 2525-. Han desclasificado tímidamente, imitando a los americanos USA, los que tienen que ver con avistamientos de las fuerzas aéreas de platillos volantes, pero al Proyecto Libro Azul, me temo, llegamos bastante tarde.

En lo que somos muy pioneros es en la pulsión de la censura, que es inveterada (y el PSOE parece muy cómodo en ella, que se lo digan a Gurruchaga, a la difunta Lolo Rico o a la Ley Mordaza que nunca derogan porque en el fondo les viene estupenda). Pero volvamos a lo nuestro. La derecha, esa que ahora grita libertad porque quieren ser los cafres de siempre y, claro, para su disgusto la sociedad evoluciona, siempre ha tenido esa tendencia, no vamos a negarlo. Con Las Vulpes o el Póntelo, pónselo, por ejemplo, enseñaron la patita pero ahora andan desatados. Optaron por mantenerse relativamente moderados (si eso es posible) y no tan cerriles y asilvestrados un par de décadas -los 80 y 90 principalmente-, pero el monstruo estaba ahí. Latente. Al acecho. Ahora se ha desmelenado.

Me contaba Paco Becerra también, hablándome del coloquio posterior a la lectura de su obra, que Pedro Almodóvar tomó la palabra para decir que ahora no habría podido hacer una película como Entre tinieblas, sobre monjas yonkis y exputas. Sintomático. Hay más censura que nunca, y aunque nos tratan de despistar con la brigada woke (que también tiene lo suyo), viene casi siempre del mismo lado. Desde bandas musicales que no gustan a Cs o al PP y las cancelan (aquí la cultura de la cancelación toma un interesante giro del que no te hablará Soto Ivars), desfiles LGTBI que intentan desterrar, exposiciones que no les gustan y que también censuran (que se lo digan a Abel Azcona, pero los ejemplos son muchos: la última, la artista peruana Sandra Gamarra por cuestionar la ‘Hispanidad’)…

Menos mal que ahora tenemos Internet. Y a veces ni eso: hasta en la Wikipedia y en YouTube meten mano. De la noche a la mañana desaparecieron de esta última plataforma (incluso del historial de búsquedas) documentales de la BBC dedicados a los niños robados o a la corrupción en València, y esto no me lo ha contado nadie que lo he comprobado yo mismo trabajando como profesor de inglés (cuando no me denunciaba una alumna loca del Opus porque les había puesto un vídeo de Ricky Gervais sobre la biblia). Basta también con leer los comentarios que les dejan a canales serios de historia cuando tocan algo nuestro. En resumen: no se puede hablar mal de nadie ni hacer la más menor crítica. Aunque te asista la razón y las pruebas objetivas.

Ahora es todo leyenda negra. Lo que al parecer ignoran es que no se debe a una publicidad maliciosa de nuestros rivales de otra época, sino al autoritarismo al que tendemos y el poder oscurantista de la iglesia que nos agarrota (Nieves Concostrina: no está sola). A ver. Leyenda negra al fin y al cabo tiene todo el mundo que es o ha sido potencia, pero nadie fusiló a un pediatra de vanguardia como Ferrer i Guardia acusándole injustamente de los sucesos de la Semana Trágica (cuando en realidad estaba desafiando a la Iglesia y su monopolio sobre la educación con sus métodos pedagógicos, algo que también hizo la incauta II República y ya sabemos todos cómo acabó la II República) o a los últimos fusilamientos de Franco, ante el que intercedió en vano el mismo Papa. O la represión salvaje del 1O en Cataluña, por muy referéndum ilegal que fuera y por muy mal que te caigan los catalanes. Es que a veces somos muy brutos. La fama de intransigentes nos la hemos ganado a pulso. Pero en nuestra historia no hay luces y sombras, solo luces.

Así no hay manera de revisar nuestro pasado. Nos falta rigor, seriedad, asepsia, objetividad… y también sentido del humor. Un programa en el que nos miráramos el ombligo con menos solemnidad y más guasa como Cunk on Britain aquí es imposible. Nos tomamos demasiado en serio, y con esa soberbia que nos caracteriza (y que también engorda la leyenda negra, el famoso orgullo español) no se puede hacer la más mínima broma sobre nuestro glorioso pasado porque enseguida tendríamos que aguantar a un montón de señoros indignados y a Pérez-Reverte ladrando.

A eso se deben de referir cuando dicen que antes había más libertad, digo yo. Actualmente nos invade una especie de neofranquismo o revisionismo histórico, que son los delirios nacionalistas de siempre, solo que ahora los gritan con megáfono y los pocos que les hacen frente son tildados, otra vez, de antiespañoles. Estamos ya en 2023 y he escuchado el término afrancesado (que yo creía de otra época) como insulto, la independencia de nuestras colonias en América y el desastre del 98 lo vuelven a achacar al fantasma de los masones, y es alarmante la cantidad no ya de cofrades imberbes en Andalucía (El nacionanalcatolicismo nunca fue tan cateto), sino de tradicionalistas y carlistas entre muchos viejóvenes de Navarra y Euskadi. Todo sublimado por esta censura nacionalista.

En su afán por ocultarnos una visión negativa de nosotros mismos, nos toman por idiotas. “Por inmaduros -como decía el senador socialista Pérez Ferré en 1979- y, si se siguen ocultando los hechos de nuestra Historia, no se fomenta esa madurez”. Será para ahorrarnos disgustos, porque no hay otra explicación a este celo. Nos tratan como a menores, como a niños. Nunca nos llega la mayoría de edad. El caso es seguir manteniéndonos engañados pero felices en esta burbuja/guardería de “somos los mejores oé, oé, oé” y “como se vive aquí, en ninguna parte”, con Suspiros de España como banda sonora. Pero como leí en un blog (agoraprimeraenmienda.com): “Formar a un menor también consiste en mostrarle diferentes perspectivas (…) La censura consigue justamente lo contrario: exponer un único relato y evitar que existan juicios críticos.” Yo no podría haberlo expresado mejor.

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