Koldo López de Gereñu, otro de los olvidados de la Transición

Recordando las palizas sufridas en Martutene, el primer impulso de Koldo, y el de sus amigos, fue el de intentar huir. Una ráfaga de la metralleta que empuñaba uno de los guardias, un teniente, se lo impidió.

Por Angelo Nero

Koldo López de Gereñu Otxoa, era un estudiante de 18 años, natural de Beasain (Gipuzkoa), que en los estertores de la dictadura militaba en Ikasle Abertzale Sozialista Erakundea (IASE), una organización estudiantil próxima a ETA (pm), y en la organización juvenil abertzale Eusko Gazteri Abertzale Mugimendua (EGAM), una de las antecesoras de Jarrai. Su temprano compromiso militante, en aquellos últimos tiempos del franquismo, en los que la represión no se había relajado, y ya había sido detenido por la Guardia Civil, mientras realizaba una pintada, y pasado una temporada en la prisión de Martutene, en Donostia.

A su salida de prisión, siguió militando activamente contra el franquismo, y participó en la campaña de condena contra los últimos asesinatos del régimen, que un 27 de septiembre de 1975 habían ejecutado a los militantes del FRAP, José Humberto Baena, José Luis Sánchez Bravo y Ramón García Sanz, y a los miembros de ETA (pm), Jon Paredes Manot, Txiki y Ángel Otaegui. Sabiendo que estaba siendo vigilado por las fuerzas de seguridad, tras las manifestaciones de repulsa por los fusilamientos, se refugió en un caserío de Matxibenta, entre los municipios guipuzcoanos de Beasain y Azpeitia, con sus amigos Joxemari Azurmendi y Ricardo Lasa, ya que el caserío pertenecía a la familia de este último.

Allí conocen la noticia de la muerte del dictador, pero desconfiado de los nuevos aires de la Transición, de aquel “que todo cambie para que no cambie nada”, deciden permanecer en Matxibenta unos días más. Las medidas de gracia, como el indulto general del 25 de noviembre, con motivo de la proclamación del nuevo jefe del estado, el Rey Juan Carlos, ya mostraban que la represión no se iba a dar tregua en el norte. El decreto de aquel primer indulto real, en su artículo 3, ya era indicativo de por donde iban a ir las cosas: “Quedan exceptuadas del indulto a que se refieren los artículos anteriores las penas por delitos de terrorismo y conexos, por delitos de propaganda de sentido terrorista y por los delitos de pertenencia a asociaciones, grupos u organizaciones comprendidos en la legislación sobre terrorismo.”

Allí se les presentaron los rigores del invierno y la climatología desfavorable les obligó, un 2 de diciembre, a bajar al caserío de Endrio, donde fueron descubiertos por una patrulla de la Guardia Civil. Recordando las palizas sufridas en Martutene, el primer impulso de Koldo, y el de sus amigos, fue el de intentar huir. Una ráfaga de la metralleta que empuñaba uno de los guardias, un teniente, se lo impidió. Una bala atravesó el cuello del joven López de Gereñu, acabando con su vida.

Ricardo Lasa y Joxemari Azurmendi consiguieron huir hacia la montaña, pero después de varios días a la intemperie, sufriendo severas congelaciones en los pies, bajan al valle, donde son detenidos y acusados de “propaganda subversiva y desobediencia a la autoridad con resultado de muerte”, esto es, acaban siendo acusados por la muerte de su compañero. En aquel país en blanco y negro, el mundo seguía estando al revés, y los asesinos acusaban. Ninguno de los guardias civiles que participaron en la muerte de Koldo fueron juzgados. No consta que se le reconociera como víctima del estado. Es otro de los nadies que la Transición se empeñó en olvidar.

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