Inconformismo

Ante tanta solvencia uno se siente tentado de preguntarse a qué detective encargaría la resolución del crimen, del desfalco y del fraude que vivimos en la actualidad. ¿Quién ha robado a la clase trabajadora? ¿Quién cuenta en su balance con la cuenta pendiente del expolio de tantas vidas truncadas? Sobran razones para acercarse al despacho y a la botella de aguardiente que vela por la lucidez del detective. Pero ¿a cuál? Habría que descartar a los descreídos y a los escépticos. Pero, ¿qué detective no lo es?

Por Ricard Bellera

Desconectar. No hay como verse los pies estirados en la hamaca, y al fondo el horizonte. En las manos un libro. Nada de ensayo ni de filosofía, y aún menos de economía o politología. La novela negra suele ser el refugio idóneo para quien busca apartarse por un momento del ajetreo, de la inflación y de la precariedad. Pero bien mirado tampoco así nos lo ponen fácil. Lo exclama la periodista Babette en la muy recomendable ‘Soleá’ de Jean-Claude Izzo:

Existe una estrecha relación entre la deuda mundial, el comercio ilegal y el blanqueo de dinero.

La última novela protagonizada por Fabio Montale señala la naturaleza mafiosa del poder y su interrelación con las instituciones económicas, hasta un punto que tan sólo una novela policíaca se atrevería a situar. Tampoco lo pone más fácil Santiago Gamboa en su magnífica ‘Colombian Psycho’:

El estrato social es la distancia entre el que ordena el crimen y el que aprieta el gatillo.

Crudo. Conciso. Como tan sólo puede serlo un o una detective que ha renegado de todo y que lucha sin otro propósito que restablecer la verdad.

Ante tanta solvencia uno se siente tentado de preguntarse a qué detective encargaría la resolución del crimen, del desfalco y del fraude que vivimos en la actualidad. ¿Quién ha robado a la clase trabajadora? ¿Quién cuenta en su balance con la cuenta pendiente del expolio de tantas vidas truncadas? Sobran razones para acercarse al despacho y a la botella de aguardiente que vela por la lucidez del detective. Pero ¿A cuál? Habría que descartar a los descreídos y a los escépticos. Pero ¿qué detective no lo es? Habría que renunciar a los que están de vuelta de todo y tienen algo que perder ¿Pero hay algún detective que guarde en su fuero interno un ápice de ilusión? Por afinidad llamaríamos tal vez a Ricardo Méndez, pero es de temer que si lo trasladáramos a la actualidad se lo comería el desaliento. Por simpatía tal vez el cubano Mario Conde, pero sacarlo del ático destartalado de su herrumbrosa y dulce Cuba no le supondría ningún bien, como tampoco se lo haría a Amaia Salazar, cautivada por una visión antropológica del crimen que va mucho más allá de la senda pragmática del capital.

Ante la disyuntiva de invocar a Pepe Carvalho o a Kostas Jaritos, del impecable Makaris, lo más razonable es volver a Izzy. Habla en su favor su clarividencia:

La razón y el derecho están al otro lado de la frontera. Lo mismo que la riqueza.

Pero tampoco podemos olvidar a Gamboa que toca hueso desde la primera a la última página:

Lo que unos pocos llamaban ‘orden’ no era otra cosa que la sumisión de los pobres.

Si tenemos en cuenta que Izzy seguirá navegando junto a Caronte en la laguna Estigia, la opción se reduce al fiscal de Bogotá, pero también aquí prevalece la duda de si Edilson Jutsiñamuy, será capaz de resolver un crimen del que se cuentan por miles los cadáveres y del que padecen millones de siniestrados en vida. Si hubiera un tribunal internacional que se tomara en serio la igualdad de oportunidades y la justicia social, probablemente la fiscalía pertinente sería la universal, pero mientras se extienden los tribunales privados que esgrimen la responsabilidad de los delitos mercantiles y financieros, clama por su ausencia uno que investigue la usurpación de los delitos laborales, sociales y políticos.

Suerte que tenemos el pulgar del pie izquierdo que marca el horizonte, y el libro que cambia de manos, y las manos que cambian de libro. Nadie se atrevería tildar a Pedro Olalla de escritor de novela negra, y sin embargo su maravillosa ‘Historia menor de Grecia’, nos traslada algunas certezas. Son tan sólo estampas que recorren casi 3.000 años de historia y configuran un homenaje a la lucha por la justicia y por el valor del discernimiento y del saber. Así el esclavo Hermias, hace 2.400 años

cree que la educación política es esencial para que todos los hombres puedan influir sobre la sociedad, que el poder debe ser puesto en manos de los más capacitados para discernir lo justo, y que es prudente y conveniente limitar el poder concentrado en los hombres para otorgárselo a la ley.

Y es que ante el despropósito que nos asola no basta con una o con un solo detective, por muy afilado que traiga el ingenio. Hace falta una legión. La que formamos todos/as. Se trata de identificar y de denunciar el crimen, el fraude o el expolio de lo que se nos presenta tras el velo de lo cotidiano y con la excusa de la normalidad. Se trata de ser exigentes cuando hay que establecer la responsabilidad, cuando sobran los delitos de falsa bandera, los subterfugios y el interés corporativo. Importa hoy menos encontrar a un detective infalible, que facilitar que todos y todas seamos capaces de distinguir lo que es atropello o pillaje. Hermias lo llamaba educación política, que es el mejor manual para evitar el crimen, o para resolverlo, y la mecha en que prende no es otra que el inconformismo.

Se el primero en comentar

Dejar un Comentario

Tu dirección de correo no será publicada.




 

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.