Hermosinda tiña home

Por María Torres

En recuerdo de Hermosinda Martínez, esposa del deportado Ramón Muñiz Hermida.

Hermosinda Martínez no tuvo una existencia fácil. Trabajó toda su vida para sacar adelante a sus tres hijos sola, en un entorno hostil que la señalaba con el dedo por ser de izquierdas, republicana, la mujer de un rojo, de un huido. Como para tantas mujeres en la España de la guerra y la posguerra, no tuvo elección. Días, meses, años, aguantando el dolor y las lágrimas, el cansancio del combate diario, elevándose sobre el miedo y el hambre.

Ella también perdió la guerra, también fue humillada: «¿Hermosinda tiña home?», escuchaba a sus espaldas, pero Hermosinda si tenía hombre, si tiña un home. Se había casado con Ramón Muñiz Hermida en Xil en 1930. Tuvieron tres hijos: Ramiro, Rosa y José.

Ramón era fragueiro en los montes, pero como el dinero que percibía era poco se hizo marinero y pasaba meses embarcado, así que antes de la contienda Hermosinda ejerció de  padre y madre.

Una de las últimas cartas que recibió de su esposo fue antes de las elecciones del 16 de febrero de 1936, pidiéndole que votara por el Frente Popular. Por aquel entonces Hermosinda trabajaba sirviendo en casa de Víctor Trabazo Serapio, maestro socialista ejecutado en A Caeira en 1936 por los franquistas, y a quien sus asesinos depuraron y apartaron de la docencia cuatro años después de poner fín a su vida.

Cuando finalizó la guerra Ramón no regresó a su casa de Dena junto a su mujer y sus hijos. Hermosinda pensó que se había ido con otra mujer y repetía: «Tan bo foi para min, como ahora será para outra». Desconocía que su esposo estaba en Noruega, que había sido detenido por la Gestapo, internado en el campo de Grini y más tarde deportado a Alemania, que regresó a Noruega tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial, que vivió en una de las ciudades más occidentales del país junto a otra mujer con la que tuvo dos hijos varones.

Ella, que no sabía leer ni escribir, se empeñó en que sus hijos aprendieran −al menos leer y escribir y las cuatro reglas−, mientras se desollaba las manos limpiando en las casas de los franquistas. Jamás guardó rencor, siguió luchando a su modo, con heroísmo callado, y trasmitió a sus hijos la memoria del poco tiempo compartido con Ramón. Mantuvo la llama del amor al padre ausente, les dijo que era bueno y honrado, aunque en la escuela y en la calle les contaran lo contrario.

Hermosinda siempre sintió que su esposo estaba vivo y obtuvo la confirmación de ello en 1976, cuando en el domicilio familiar se recibió una carta de Ramón, que fallecería dos años después. Aunque Hermosinda le sobrevivió veintiún años, jamás volvieron a encontrarse.

Cuenta su nieta Fátima, −a la que crió desde los cuatro años−, que Hermosinda era una mujer dura, pero generosa y solidaria, que era feminista sin saber en qué consistía el feminismo.

Hermosinda tiña un home, pero un golpe de estado y dos guerras se lo arrebataron.

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