Fluctuante Normandia

Por Fernando Salgado

Más que caer, la lluvia desciende perezosa y parece como si se hubiese instalado en el entorno, y cuando despierta el viento –cosa que acontece bastante a menudo- adquiere el aspecto de una cortina gris que abarca toda la ancha panorámica que divisan nuestros ojos.

Después de haber recorrido varios kilómetros, a los componentes de la expedición les invade una sensación extraña: la de encontrarse en un territorio silencioso, gris y sin referencia alguna que los pueda conectar con la cotidianidad.

Transcurrió más de una hora desde que accedieron a una playa de Normandía, para observar cómo se cultiva el mejillón, donde se subieron a una flotilla de tractores sobre los que avanzan lentamente por el mar.

Unos hablan, otros hacen fotos. Hay quien pregunta cuándo llegaremos a Inglaterra. Los componentes del grupo de música y baile Nós, de Sobradelo (Vilagarcía de Arousa), cantan. Si el tiempo acompañase, hasta podría sonar la gaita, pero la humedad es uno de los enemigos de los instrumentos musicales. La escena adquiere un cierto tono surrealista.

Cultivo del mejillón

En aquel grandioso escenario era imposible que no se hiciese presente el recuerdo de uno de los acontecimientos bélicos de mayor envergadura de cuantos protagonizaron los seres humanos a lo largo de la historia (que, por desgracia, no fueron pocos).

Un joven oficial de la Marina de Estados Unidos anotó en su cuaderno la sensación que lo invadía y que recoge Antony Beevor en su libro  El Día D. Era la de acercarse a un gran abismo, con la inquietante duda de si iban a ser las víctimas de una trampa mortal o lograrían coger desprevenido al ejército alemán en una operación planeada para poner fin a la II Guerra Mundial.

La playa entre Pouppeville y La Madaleine era Utah Beach en el argot militar. Más de 23.000 soldados estadounidenses desembarcaron por ella a primeras horas de la mañana del día 6 de julio de 1944 y abrieron el camino para que las tropas se movieran hacia el interior. Omaha Beach era el nombre en clave del arenal situado entre Sait-Honorie-des-Portes y Vierville-sur-Mer, en la que se produjeron más de 3.000 muertes en los primeros compases del desembarco.

En torno a 25.000 británicos pisaron tierra en Arromanches-les-Bains  (Gold Beach), para avanzar nueve kilómetros hacia el interior en la primera jornada, mientras que los soldados canadienses pusieron sus pies en Normandía en el agitado mar entre Saint-Aubin-sur-Mer y Coursevilles-sur-Mer (Juno Beach), y en la zona más oriental, la comprendida de Ouistrehan a Saint-Aubin-sur-Mer, los británicos doblegaron la resistencia de las mareas para completar la operación.

Los libros, el cine y los documentales nos mostraron los soldados arrojándose en paracaídas desde los aviones en la noche hacia un destino desconocido, cadáveres flotando en el agua, hombres vivos que se hacían los muertos para que los arrastrase hacia tierra y las descomunales dimensiones de una intervención protagonizada por 156.000 soldados y miles de aviones, lanchas, barcos, carros de combate y ametralladoras.

Los tractores siguen adelante, rodando sobre una superficie irregular, se desplazan sobre un mar imponente que cuando se repliega durante la marea baja deja expedito un inmenso territorio de más de veinte kilómetros de longitud, pero cuando los astros determinan el cambio de ciclo, con implacable precisión, las mareas encienden sus motores. En unos momentos su nivel sube catorce metros y el agua lo ocupa todo.

Concluye la experiencia que tuvo como anticipo un banquete. Montañas de marisco, no podía ser de otro modo. Lo sorprendente del ágape no fue su menú, sino el lugar donde se celebró: una sala de fiestas discoteca bordeada por columnas, con asientos arrimados a las paredes y un palco en el que las orquestas daban lo mejor de sí para sacar a la gente a bailar. Todo un viaje a la década de los años setenta del siglo XX.

Con cerca de 350 kilómetros de litoral, Normandía está siempre bajo el signo fluctuante del agua, salada y dulce. Nada es definitivo y ninguna definición es permanente porque las tierras se mueven al ritmo de los impulsos de las mareas, que dejan a la vista los islotes o los sepulta

El agua gana metros en la tierra con paulatina insistencia. El viento mueve las dunas y los ríos se difuminan en las marismas y entre la niebla.

Mesetas verdes y valles coloreados por masas de árboles de hoja perenne desembocan abruptamente en vertiginosos despeñaderos y acantilados que caen a plomo sobre el Canal de La Mancha y el Océano Atlántico.

El Grupo Nós, por las calles de Grenville

Miguel y Samuel hacen sonar sus gaitas, Tupi toca el bombo, Jorge, el tambor y Merchy y Silvi, las panderetas por las calles de Granville. Es una localidad situada a unos cien kilómetros, en diagonal, de las playas en las que se produjo el desembarco. Protagonizan un improvisado pasacalles. Ellas, de chaquetilla, enaguas, mantón, camisa, mandil, falda, bisutería y el pelo atado en una trenza. Ellos, con camisa, pantalón, polainas, chaleco y fajín.

Los vecinos se detienen, estupefactos, y otro tanto acontece con los vehículos. En unos momentos, el público se arremolina en torno al grupo Nós, aplauden admirados, y cuando se detienen sus componentes, admiran cada detalle de su vestimenta y los asaetean a preguntas.

Puerto de Granville (Manu Villaronga)

En su periplo musical pasaron por delante del solar en el que se encontraba el Hotel Normandy, convertido en el kommandantur, en cuyo tejado instaló una antena la Gestapo. Los nazis invadieron Granville en junio de 1940, construyeron unas fortificaciones en punta Roc y la parte alta formaron una barrera compuesta por carros de combate, después de haber expulsado a sus habitantes.

Once vecinos de Granville acabaron en el campo de concentración de Auschwizh: ocho judíos y tres comunistas. Maurice Marland lideró la resistencia y fue asesinado, su hijo Serge denunció lo sucedido y también lo mataron. El Liceo Municipal de esta localidad lleva su nombre.

El pasado está muy presente en este territorio cuya ubicación lo convirtió en un enclave codiciado, y a través de los siglos se sucedieron las guerras, la construcción de cuarteles y otras instalaciones militares, la destrucción de sus murallas y su reconstrucción.

Casino de Garnville (Manu Villaronga)

El Casino es la referencia de la fachada marítima. Nada se parece al edificio de madera inaugurado en 1860. Las aguas termales convirtieron esta ciudad en el destino de los veraneantes y en sus instalaciones jugaban y se establecían relaciones sociales. Víctor Hugo o Stendhal pasaron por aquí.

Hoy es un establecimiento interclasista e intergeneracional, sin exigencias en el vestir, y tanto delante de sus máquinas tragaperras  como en su pista de baile se entrecruza un público de todas las edades.

Semejante composición es la del público que acude a las carpas donde se celebra el sexto Festival de las Conchas y los Crustáceos. Es el escaparate en el que luce toda la riqueza que extraen de un mar bravo, en la que destaca por encima de todos los productos la ostra. Es la estrella.

Orondos, mostachudos algunos y sonrientes todos, con la gorra calada y la indumentaria que requiera la ocasión, los vendedores exponen sus productos del mar y la tierra bajo unas carpas instaladas en la zona portuaria. El sonido de las gaitas y la percusión anuncia la llegada del grupo Nós, que se convierte de nuevo en el centro de atención.

Fiesta de las Conchas y los Crustáceos (Manu Villaronga)

El tiempo parece haber dado una tregua, porque cuando no llueve hace viento, y cuando no hace viento, llueve, aunque en aquellos primeros días del mes de octubre del año 2008 era habitual que lloviese y soplase el viento a una velocidad cercana a los cien kilómetros por hora. Tanto las empedradas calles de la zona alta, rodeadas de murallas, como las adoquinadas del centro permanecían limpias: sin papeles ni plásticos en el suelo. Y tampoco papeleras.

Cae la tarde y los expedicionarios que se internaron en el Océano Atlántico sobre tractores buscan (y encuentran enseguida) un lugar en el que internarse en la noche. Suena la música, se vacían las botellas de cerveza, y a medida que baja el alcohol y el manto de humo se hace más denso, sube la trascendencia de las encendidas intervenciones. Nacionalistas gallegos y normandos se alían para formar un frente de liberación.

Abrazos y promesas de amor eterno urgentes. Se presentan los gendarmes y advierten de que es hora de cerrar. Después de algunos bandazos en el camino de regreso y titubeos para lograr que la llave entre en la cerradura. La cama está a la vista.

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