Las reformas de un supuesto socialismo que no era tal, destinaron sus esfuerzos en España a evitar una posible revolución social incomoda para el sistema político y económico liberal que por aquel entonces comenzaba a dar sus primeros pasos en Europa.
Por Dani Seixo
«Los primeros consejeros de Gorbachov fueron la gente de Felipe, y un día Gorbachov, hablando conmigo, por teléfono o en una carta, me hablaba con admiración de Felipe González: »Felipe, un socialista». Yo hacía rato sabía de memoria que Felipe no tenía nada de socialista, en absoluto. Y Felipe, feliz, estaba mandando su gente a asesorar allá a Gorbachov. Hay que hacerle un monumento al PSOE por lo mucho que contribuyó a que la URSS sea lo que es hoy. Hasta un poco de la gente que muere al desaparecer los servicios médicos -que nunca fueron óptimos- , al elevarse la mortalidad infantil, acortarse las perspectivas de vida, llegar a las situaciones terribles que vinieron después»
Fidel Castro
«—No entiendo nada… ¿Por qué lo has hecho? Tú también vas a morir.
Y entonces, el escorpión la miró y le respondió:
—Lo siento rana. No he podido evitarlo. No puedo dejar de ser quien soy, ni actuar en contra de mi naturaleza, de mi costumbre y de otra forma distinta a como he aprendido a comportarme.»
Fábula del escorpión y la rana
De la primera mayoría absoluta de un partido en la joven democracia española, al consejo de administración de una gran eléctrica, hay un pequeño paso, pero sin duda un largo y decadente recorrido para el político que una vez dijo liderar el socialismo español. Un camino repleto de mentiras escudadas en el partido, traiciones a la militancia y amplias tragaderas con la abundante corrupción presente en su entorno. Digamos, para no meternos en demasiados problemas judiciales en un país en donde la libertad es débil y al poder le incomoda la verdad, que al menos hablamos a ciencia cierta de corrupción ideológica y moral. El resto es de sobra conocido por todos ustedes.
Cuando en los coloquios políticos familiares sale a relucir el tema del único voto de mi padre por el Partido Socialista, su replica suele ser siempre la misma: «Yo voté por Isidoro, pero en España gobernó Felipe. Tras eso, se terminó mi esperanza en el PSOE». Reconozco que un poco en broma, un poco en serio, siempre he achacado a mi padre el no haber votado comunista en aquellas primeras elecciones, pero después de todo, que sabía él por aquel entonces de la millonaria financiación de la fundación alemana Friedrich Ebert a los socialistas, sus planes para arrebatarle el control de la izquierda al Partido Comunista de España o en que se acabaría convirtiendo aquella figura de Isidoro que con el paso de las décadas terminaría suponiendo también para él la más viva imagen de la traición a la clase obrera española.
Aquel 28 de octubre de 1982, el voto de mi padre –como el de tantos otros obreros en España– parecía destinado a terminar de apuntalar pacíficamente mediante las urnas un cambio de ciclo en un país todavía receloso al debate político abierto. Aquello, no obstante, vino simplemente a suponer el acto final de una transición, que gestionada entre bambalinas por los poderes fácticos nacidos durante la dictadura, supuso únicamente la continuación edulcorada del pacto social impuesto a los perdedores de la Guerra Civil durante el franquismo. Un régimen político destinado a mantener el verdadero poder y los beneficios económicos, fruto del trabajo de la clase obrera, lejos de las manos de las masas trabajadores y sus organizaciones políticas y sindicales. Las reformas de un supuesto socialismo que no era tal, destinaron sus esfuerzos en España a evitar una posible revolución social incomoda para el sistema político y económico liberal que por aquel entonces comenzaba a dar sus primeros pasos en Europa. Desde el olvido a los propios militantes del PSOE que habían dado su vida por una sociedad nueva, a las contrarreformas laborales impulsadas por los distintos gobiernos de Felipe González, la historia del Partido Socialista ha estado siempre marcada por la traición a los postulados obreros. A pesar de ello, muchos españoles tardarían todavía varias décadas en perder la esperanza en las promesas electorales de Isidoro.
Una vez enterrados los últimos rastros de marxismo en el PSOE a finales de la década de los 70, Felipe González pudo elaborar ante el gran público la imagen de un líder político moderno, un restaurador de la verdadera democracia a la europea, alejado ya de aquellas retóricas ideológicas marxistas que le habían servido para arrebatar el fruto de la lucha antifranquista a las formaciones comunistas. Sin que los españoles lo percibieran en aquel momento, la primera máscara de un gran baile carnavalesco, alargado innecesariamente en el tiempo, acababa de caer en «Ferraz». Felipe González no dudó ni por un instante, durante los 14 años que gobernó España, en traicionar en múltiples ocasiones la palabra dada a su militancia y al conjunto de los españoles para conseguir sus objetivos políticos y personales. El dilatado gobierno de González vendría a suponer el de la gestión de la esperanza de la izquierda española tras una larga derrota ante el fascismo, una esperanza que el líder de los socialistas malgastó y dilapidó sin inteligencia o consideración alguna, arrojando sobre la izquierda de nuestro país una herencia envenenada, un legado separado de unos valores que en aquel momento todavía tenían cabida en la sociedad española fruto del recuerdo de una prolongada lucha contra la dictadura.
La constante privatización de empresas públicas, la cesión de parte del poder político ante la presión de las entidades financieras, el surgimiento de fuertes oligopolios, las acusaciones de financiación ilegal, la entrada en la OTAN, las amistades en Zarzuela, la constante desindustrialización y las asfixiantes cifras del paro fruto de una desastrosa planificación de la entrada en la Unión Europea o la guerra sucia contra el terrorismo, son el principal legado político de un hombre que hoy tiene la osadía y la indecencia de presentarse ante los españoles como si de una especie de gran oráculo del socialismo europeo se tratase. Olvida sin embargo Felipe González y quienes con él articulan su mensaje, que una traición semejante nunca se olvida.
De la primera mayoría absoluta de un partido en la joven democracia española, al consejo de administración de una gran eléctrica, hay un pequeño paso, pero sin duda un largo y decadente recorrido para el político que una vez dijo liderar el socialismo español
Hoy se equivocan plenamente quienes pretenden dotar de artes adivinatorias a un simple jarrón chino. No acertó Felipe González en sus pronósticos sobre Catalunya, no al menos en las predicciones realmente importantes para la ciudadanía. El ex presidente del gobierno no alertó a la población sobre el uso indiscriminado de la fuerza policial frente a manifestantes pacíficos, no advirtió tampoco del uso político de la justicia o la cerrajón represiva que los grandes partidos iban a mantener negándose al menos a establecer unos límites básicos, en la actuación de un gobierno conservador dispuesto a todo con tal de preservar en el conjunto del estado el sentido más castizo de la españolidad. Un ya muy desdibujado recuerdo de Isidoro, simplemente se limitó en sus declaraciones a alertar sobre el resurgir del nacionalismo español y las funestas consecuencias que un desafío independentista iba a traer sobre el conjunto de Catalunya. Pero no se trataba de un pronóstico, sino de una advertencia. No debemos olvidar que Felipe González ha formado parte activa de un esperpéntico vodevil unionista centrado en mantener un statu quo institucional origen y soporte de sus privilegios.
Tan solo la ignorancia o el puro desdén hacia la clase trabajadora española, puede hacer que desde una vida muy alejada ya a la del ciudadano medio español, se pretenda rescatar al señor González para el debate político en España. La trayectoria y la imagen del ex hombre fuerte del socialismo español, ha sido forjada tras cada decisión de un líder político que de forma consciente optó por representar exclusivamente a una pequeña parte de la sociedad española: aquellos que conciben el poder meramente como una transferencia de abajo hacia arriba. Hoy las palabras de Felipe González resuenan en la consciencia colectiva de la izquierda de nuestro país como aquello que pudo ser y no fue, un primer desengaño, un recuerdo que todavía hoy causa división y rechazo entre quienes siguen esperando a Isidoro y quienes ya hace mucho tiempo descubrieron a la sombra de la traición de Felipe.
Tipo asqueroso, A mi madre viuda con ocho hijos ,trabajaba de enfermera de noche y día,le quitó un trabajo por incompatibilidad.Incleible el cerdo con tantos sueldos Basura
Hola, me he pasado a conoce Nueva Revolución al ver que participa en los Premios20Blogs. Yo también participo con mi blog que es único en el concurso por su temática, si os apetece pasaros a ojearlo, podéis pinchar en mi nombre sobre este comentario. Saludos desde Lepe y mucha suerte.
del traidor, estatista, ladrón y asesino ese lo único que queremos saber es cuando lo entierran para despreciarlo.
Desde España, todo el rojerio miraba para otro lado mientras la tortura era el pan de cada día para muchos ciudadanos vascos. Hoy, Paco Etxebarria el afamado forense lo ratifica. Fueron miles, alguno murió en comisaría o fueron hechos desaparecer. Pero en España todos miraban a otro lado.
Para poder traicionar primero hay que tener lealtad.. :v
SociaLISTOS de MIERDA