Por María Torres
Desolación. Desolación es lo que se siente al contemplar lo que queda del campo de concentración de Rivesaltes. No debemos permanecer indiferentes ante el drama humano que albergaron estas ruinas, que hasta no hace muchos años, fueron el campo de internamiento más grande de Europa Occidental. Una gran torre de babel en un árido páramo repleto de esqueletos de barracones y letrinas, azotado por la tramontana, cuya fuerza es aprovechada en la actualidad por un moderno parque eólico situado a espaldas del campo.
En los Pirineos Orientales, en la región de Languedoc-Rosellón, a treinta kilómetros de la frontera española se encuentra el municipio de Rivesaltes, donde fue construido en 1935 un campamento militar de 600 hectáreas. Tres años después sería bautizado con el nombre de Camp Joffre en homenaje al general francés Joseph Jacques Césaire Joffre (Rivesaltes 1852 – París 1931), comandante en jefe del ejército francés en la Primera Guerra Mundial. En 1939 el campo es ocupado por tropas coloniales.
Un año antes las autoridades francesas habían promulgado una Ley estableciendo el internamiento administrativo para los «enemigos, extranjeros, sospechosos o indeseables para la seguridad nacional y el orden público». Las primeras víctimas de esta Ley fueron los republicanos españoles. Alrededor de mil que se encontraban en el campo de Vernet fueron enviados a Rivesaltes a finales de julio de 1939. Hombres, mujeres y niños cuyo único delito era ser «extranjeros».
En 1940, tras la firma del armisticio, Rivesaltes es controlado por el Gobierno de Vichy con la colaboración de las fuerzas alemanas de ocupación y se decide utilizarlo como centro de internamiento para familias extranjeras, siendo los prisioneros españoles los encargados de levantar mediante trabajos forzados las barracas que habrían de «alojar» a los indeseables. Nueve islas rodeadas de alambradas y en cada una de ellas una docena de barracones de endebles paredes de 30 metros de largo, seis de ancho y cinco de alto.
En enero de 1941 llegan las primeras familias españolas, seguidas de las judías, desconocedoras estas últimas que el lugar que las acogía era un tránsito hacia las cámaras de gas del campo de Auschwitz. Después vendrían las gitanas, evacuadas hacía meses de Alsacia-Lorena, un territorio incorporado de facto al Tercer Reich. A excepción de las familias gitanas, el resto es obligado a permanecer en barracas separadas: hombres por un lado, y mujeres y niños por otro.
Un informe médico constata que en el mes de junio de 1941 los trabajadores españoles se mueren de hambre, que pesan veinte kilos menos de lo que deberían. No hay comida. El agua escasea y sólo pueden ducharse de forma colectiva cada dos semanas. Las aguas estancadas de los pantanos cercanos provocan numerosas epidemias. También la mala planificación, como la colocación de los váteres al lado de las fuentes de agua potable, causa de una terrible epidemia de tifus en 1941.
Vigilados por soldados marroquíes y senegaleses, están rodeados de parásitos y de ratas. Las condiciones climáticas son extremas. Lluvias torrenciales, fuertes vientos, humedad, temperaturas bajo cero en invierno y un calor abrasador en verano. En invierno, tan solo la guardería infantil y los despachos administrativos cuentan con estufas.
Cada día tienen que batallar por la supervivencia, y el mayor problema es la desnutrición extrema, a la vez que la primera causa de mortalidad.
Algunos españoles salen del campo a diario para trabajar en el exterior. Muchos no regresan y optar por fugarse y/o incorporarse a la Resistencia.
Cerca de veinte mil personas fueron recluidas en Rivesaltes, de las cuales el 53% eran españoles, el 40% judíos y el 7% gitanos.
Tal vez la única forma de lograr visualizar toda esta injusticia sea recuperar las palabras de Friedel Bohny-Reiter, enfermera de la Swiss Children’s Aid, dependiente de la Cruz Roja Suiza. Esta organización se estableció en el campamento de Rivesaltes en agosto de 1941. Proporcionaba cuidado y alimentos a los niños y madres lactantes.
«Me parece, y eso se ha producido varias veces esta semana, que no podré soportar mucho tiempo todo esto, que acabaré aplastada por todo este sufrimiento, toda este injusticia, toda esta tormenta. Me pesa terriblemente tener que estar aquí, escuchar, y a menudo, al final, tener que decir que no. (…) Ocurre que algunas de nosotras no pueda ya más. Una pone los brazos sobre la mesa y solo puede llorar. ¿Por qué, por qué todo este sufrimiento. Y nosotras sin poder hacer nada?»
«El silencio reina en el campo. Ya no se oyen cantos, ni gemidos. La noche ha cubierto con su velo todos los sufrimientos y sin embargo es sobre todo por las noches cuando una se siente presa de abatimiento. El desánimo de sentirse tan impotente y tanto desamparo. Tener que atravesar cada día la enfermería sin poder ayudar. Cada día ojos suplicantes. Por las noches cuando estamos las dos juntas sentadas para hablar, no puedo hacer otra cosa que poner los brazos sobre la mesa y llorar. ¿Por qué? ¿Por qué todo eso?» (BOHNY-REITER, F., Journal de Rivesaltes, 1941-1942, Genève, Editions Zoé, 1993)
Friedel llegó a Rivesaltes en noviembre de 1941 y permaneció allí hasta el 26 de noviembre de 1942. Salvó a varias niños de la deportación, infringiendo las directrices de neutralidad impuestas por la Cruz Roja Suiza.
En 1942 los islotes K y F del campo se convirtieron en un centro de selección de judíos para su posterior deportación denominado Centro Nacional de Concentración de Judíos de Rivesaltes. De los cerca de cinco mil judíos recluidos entre agosto y noviembre de 1942, más de la mitad escapó de la deportación gracias a la labor de diversas organizaciones de asistencia y la intervención de Paul Corazzi, enviado del Prefecto.
Un total de 2.313 judíos, entre ellos 110 niños, fueron deportados -con la colaboración del gobierno de Vichy- de Rivesaltes al campo de exterminio de Auschwitz entre agosto y octubre de 1942 en nueve convoyes. El primero de estos salió de Rivesaltes el 11 de agosto de 1942 (400 personas) en dirección a Drancy, centro de tránsito de la deportación de los judíos de Francia. Los siguientes serían el 23 de agosto (175 personas), el 1 de septiembre (173 personas), el 4 de septiembre (621 personas), el 14 de septiembre (594 personas), el día 21 de septiembre (72 personas), 28 de septiembre (70 personas), 5 de octubre (101 personas) y 20 de octubre (107 personas).
Friedel Bohny-Reiter recoge en su diario:
«19 de agosto de 1942. Un calor abrumador en el campamento. El alambre de púas apretado alrededor de las islas K y F es opresivo. Las quejas de las personas atormentadas todavía flotan en el aire. Los veo salir en largas colas desde sus cuarteles jadeando bajo el peso de sus pertenencias. Los guardias a su lado. Alineación para la llamada. Espere durante horas en un campo expuesto al sol. Luego llegan los camiones que los llevan a las vías del tren. Dejan los camiones entre dos filas de guardias y entran, algunos vacilantes, otros apáticos, algunos con una mirada desafiante, con la cabeza alta, en los vagones de ganado. Dura varias horas hasta que todos se amontonan en los autos donde es sofocante. Veo caras conocidas a través de los barrotes. Haciendo otra petición, gritando gracias. En cada apertura, dos guardias. Miro las caras. Incluso la desesperación ya no existe en estas caras, vieja, destartalada y sombría. Desde el último automóvil escuchamos un «adiós». Vamos al campamento. A la mañana siguiente, todavía está oscuro cuando vamos a la vía del tren. El tren comienza lentamente; escapan a un destino para ir a otro. Todo sucedió en una semana.»
«26 de agosto de 1942. En lugar de 200, 600 personas han sido traídas aquí. Los camiones llegan uno después del otro. La Isla K se llena de nuevo. Cuando lo hice, conocí muchas caras conocidas, personas para las que obtuvimos lanzamientos, que vivieron unos meses felices en libertad. Gente que morimos de hambre este invierno, que vimos saliendo del campamento con felicidad. El mismo destino les espera a todos. Esta noche ha llegado un tren entero. Dieciséis autos. Llevamos a la gente en camillas. Hay algunos que tienen muletas. Una larga procesión de desafortunados, de excluidos. A medianoche, se espera un segundo tren, a las 5 a.m.»
Tras deshacerse de los judíos, la población gitana fue enviada al campo de Saliers y el resto, casi la mayoría españoles, al de Gurs.
A partir del 22 de noviembre de 1942, los alemanes recuperan y vacían el campo para devolverle su cometido original como cuartel para las tropas que intervenían en la defensa de las costas, hasta el 19 de agosto de 1944, fecha en que el ejército alemán abandona Rivesaltes.
De 1944 a 1948 se convierte en Centro de residencia vigilada, ocupado por colaboracionistas franceses y en cárcel para prisioneros de guerra alemanes e italianos. También sigue recibiendo españoles que son detenidos por paso clandestino de frontera, a los que las autoridades usarán como mano de obra esclava. De 1957 a 1962 se utiliza para formar a las tropas que tomarán parte en la guerra de Argelia, a la vez que sirve de prisión para los partidarios de la independencia de ese país. De 1962 a 1964 un total de 22.000 harkis repatriados de Argelia son confinados en Rivesaltes. Las últimas familias de harkis saldrán del campo en 1977. De 1986 al 2007 el campo funciona como Centro de Detención Administrativa para inmigrantes irregulares.
A pesar de los numerosos intentos gubernamentales para derruir y enterrar esta negra página de la historia de Francia, la aparición en 1998 en un basurero de miles de archivos del campo de Rivesaltes, fue el detonante para empujar la lucha emprendida por asociaciones civiles, hijos de exiliados españoles y algunos políticos franceses, que no se dieron por vencidos.
En 1994, se erigió un monumento en memoria de los judíos deportados de Rivesaltes campo de Auschwitz: «Miles de judíos extranjeros que estaban refugiados en Francia fueron arrestados e internados en 1940 en el Campo de Rivesaltes, en la zona libre. De agosto a octubre de 1942, más de 2.250, entre ellos 110 niños, fueron entregados a los nazis en la zona ocupada por las autoridades denominadas «Gobierno del Estado francés». Deportados al campo de exterminio de Auschwitz, todos fueron asesinados. No olvidamos jamás a aquellas víctimas del odio racial y la xenofobia». Fue profanado en octubre de 2002 y reconstruida en junio de 2003.»
En 1995 se inauguró un monumento en honor a las víctimas de la Guerra de Argelia y en 1999 en homenaje a los republicanos españoles.
Memorial de Rivesaltes
En el año 2015 se levantó el Memorial de Rivesaltes. Manuel Valls, primer ministro en aquella época, reconoció públicamente el maltrato que Francia había dado a los refugiados.
Construido en el antiguo Bloque F del campamento, el Memorial de 4.000 metros cuadrados, obra del arquitecto francés Rudy Ricciotti, es un enorme edificio de cemento sin ventanas, enterrado bajo el suelo, que simboliza el encierro forzado.
El museo que alberga en su interior recorre la historia del siglo XX, desde la Guerra de España y la Segunda Guerra Mundial hasta la Guerra de Argelia.
Se el primero en comentar