Parte del desconocimiento de la personalidad y obra de Eugenio Granell entre el público español se debió precisamente a su situación como exiliado político doblemente maldito.
Por Angelo Nero
Este 25 de octubre se cumplirán veinte años de unos de los artistas más destacados del surrealismo peninsular, un artista polifacético, inquieto y creador de un universo particular, y que estuvo vinculado, además a ese movimiento artístico de vanguardia, desde su dirección internacional, en estrecha colaboración con André Bretón, desde su exilio dominicano. Porque, además de ser un pintor de singulares paisajes oníricos, de un escritor prolífico y de un músico notable, Eugenio Granell, fue, como muchos de sus correligionarios del movimiento surrealista, un comprometido antifascista, que combatió a la barbarie con todas las armas a su alcance.
Eugenio Granell nació en A Coruña, en 1912, aunque su infancia transcurrió en Santiago de Compostela, una ciudad que tendrá una importante impronta en toda su obra, y donde creará, con solo quince años, junto a su hermano Mario, la revista Sir (Sociedad Infantil Revolucionaria), que lo pondrá en contacto con Carlos Maside y otros intelectuales gallegos. En 1928 se traslada a Madrid para ingresar en la Escuela Superior de Música, donde cursa la carrera de violín. No tarda en comenzar a colaborar con las revistas políticas y culturales más interesantes, como Nueva España, supeditando, con la amenaza del fascismo, muchas veces su vocación artística a la agitación y propaganda política. De este modo, en 1935, pasa a formar parte del POUM, el Partido Obrero de Unificación Marxista, la organización trotskista dirigida por Joaquim Maurin y Andreu Nin, y para quien dirigiría uno de sus órganos, El Combatiente Rojo, colaborando también con el diario La Batalla.
Parte del desconocimiento de la personalidad y obra de Eugenio Granell entre el público español se debió precisamente a su situación como exiliado político doblemente maldito por su militancia en el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), lo que retrasó su reconocimiento hasta bien avanzada la transición democrática de nuestro país.
Con la derrota republicana huyó a Francia y sufrió un largo periplo de sufrimientos en diversos campos de concentración, como le sucedió a su compañero Josep Bartolí, y como este consiguió escapar, y subirse al último barco que salió del puerto de El Havre, con cerca de un millar de republicanos españoles, rumbo al exilio americano. Instalado en la República Dominicana, entabló contacto con André Bretón y con los círculos artísticos e intelectuales que habían abandonado Europa, donde el fascismo ya había comenzado a amenazar a todo el continente.
En esta primera etapa americana, entra a formar parte de la Orquesta Sinfónica como primer violín, tiene una desbordante actividad creadora, pintando y escribiendo, dando conciertos y conferencias y realizando exposiciones por toda Centroamérica, pero manteniendo intacto su compromiso político. Durante estos años, el pintor gallego trabó amistad con escritores y artistas de la talla de Juan Ramón Jiménez, Albert Camus, Marcel Duchamp y Arthur Koestler.
Hostigado también por la dictadura trujillista, abandona Santo Domingo y se instala, en 1946, en Guatemala, dónde también colabora en diversos medios de comunicación, tanto en prensa como en radio, y con varias revistas artísticas, además de participar en la creación de AGEAR, Asociación Guatemalteca de Escritores y Artistas Revolucionarios. En esa época comenzó su etapa pictórica más abstracta, en contacto con el movimiento Phases de Edouard Jagger, con el que también participará en varias publicaciones y exposiciones.
Con el estallido de la Revolución Guatemalteca de Jabobo Árbenz, en 1950, Granell y su familia se ven obligados a abandonar el país, debido a la persecución estalinista, y se establecen en Puerto Rico, donde ocupará la cátedra de Historia del Arte, en la Facultad de Humanidades, confirmado ya como uno de los grandes exponentes del surrealismo. En 1959 se traslada a New York, donde es ensalzado por la crítica, especialmente por el The New York Times, que le abrirá la apertura de los mercados del arte mundial. También ingresará como catedrático de Literatura Española en el Brooklyn College.
La crítica no entendió tan bien su prolífica producción literaria, que abarcó todos los campos, tanto en la narrativa como en la poesía o el ensayo, con obras destacadas como “Isla Cofre Mítico”, “Federica no era tonta”, “Lo que sucedió”, o “Estela de presagios”.
Regresó a España en 1985, para instalarse en Madrid, donde fue objeto de varias muestras antológicas y de diversos reconocimientos, entre ellos la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes. Aunque su legado, la Fundación Eugenio Granell, a la que donó más de 600 obras realizadas por él y por otros destacados surrealistas como Duchamp, Breton, Picabia o Max Ernst, tiene su sede en Santiago de Compostela, en el Pazo de Bendaña.
Se el primero en comentar