Hasta la ministra para la Mujer, la Juventud y la Infancia de Etiopía, Filsan Abdulahi Ahmed ha dimitido, hace unos días, reconociendo la existencia de violaciones masivas durante la ofensiva etíope sobre Tigray
Por Angelo Nero
El gobierno etíope de Abiy Ahmed ya no puede ocultar las gravísimas acusaciones de crímenes de guerra cometidos por las tropas etíopes y por sus aliados eritreos, con “múltiples y graves informes de presuntas violaciones de los derechos humanos”, tal como denunció, a mediados del pasado mes de septiembre, la Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet.
La expresidenta de Chile afirmó: “En los últimos meses, las detenciones masivas, los asesinatos, los saqueos sistemáticos y la violencia sexual han seguido creando una atmósfera de miedo, y una erosión de las condiciones de vida, que han obligado al desplazamiento forzoso de la población de Tigray, cuyo sufrimiento es generalizado, ante una impunidad omnipresente.”
Amnistía Internacional ya viene denunciando, a lo largo de todo este año que “soldados y milicianos sometieron a las mujeres y niñas de Tigray a violación, esclavitud sexual y otras formas de tortura, a menudo entre comentarios étnicos ofensivos y amenazas de muerte”, tal como apunta un reciente informe de la organización pro derechos humanos, señalando como culpables a los ejércitos de Etiopía y Eritrea, a la policía de la región de Amhara y a Fano, una milicia amhárica.
Una de las relatoras del informe de AI, Donatella Rovera afirmaba en una reciente entrevista a Radio France Internacional: “Aquí lo que hemos visto son violaciones de grupo. Vimos que en varios casos las guardan a estas mujeres durante días o semanas. No solo hay violación sino también malos tratos. Las golpean y las humillan. Hay un tabú total en Tigré: existen violaciones vaginales, pero también anales. Hemos encontrado sobrevivientes y médicos que no se explicaron cómo les pusieron trozos de metal o de plástico de forma profunda en sus órganos sexuales causando daños en algunos casos que no se reparan. Varias mujeres resultaron positivas al VIH. Mujeres embarazadas fueron violadas delante de sus hijos, hermanos o padres. Hubo insultos y comentarios racistas. Les decían que como perteneciente a la étnia tigré merecían ese trato humillante y degradante.”
Hasta la ministra para la Mujer, la Juventud y la Infancia de Etiopía, Filsan Abdulahi Ahmed ha dimitido, hace unos días, reconociendo la existencia de violaciones masivas durante la ofensiva etíope sobre Tigray:
“Hemos recibido el informe de nuestro equipo de trabajo en el terreno en la región de Tigray, lamentablemente han establecido que las violaciones ha tenido lugar de manera concluyente y sin lugar a dudas.”
Mientras el mundo mira con horror hacia Afganistán, con el regreso al poder de los talibanes, preocupado por la situación en la que queda la mujer afgana bajo el yugo del integrismo religioso, y también por la grave crisis de refugiados que han huido del país, ignora, como ya lo hizo durante la Guerra Mundial Africana, la utilización del cuerpo de la mujer, de un modo planificado y deliberado, como arma de guerra en Tigray.
Parece que reconocimientos como el que recibió el doctor congoleño Denis Mukwege y la activista yazidí Nadia Murat –ella misma víctima de la violencia sexual programada por el Estado Islámico-, en 2018, con el Premio Nobel de la Paz, por su labor de denuncia y protección de las mujeres objeto de violencia sexual, caen en papel mojado cuando al año siguiente ese mismo galardón cae en manos del presidente de Etiopía, Abiy Ahmed, principal instigador de la ofensiva militar sobre Tigray, y de los actuales progromos sobre la población trigriña.
Del mismo modo que se señala a las víctimas civiles como “daños colaterales”, la inanición de la comunidad internacional y el silencio de los medios de comunicación masivos en el tema de la violencia contra las niñas y las mujeres de Tigray, como lo fueron las niñas y mujeres del Congo, de Bosnia, o lo siguen siendo en Colombio o en Yemen, es otra muestra más de hoy, más que nunca, levantemos nuestra voz contra estos horribles crímenes contra la humanidad.
Hernan Zin, que documentó en “La guerra contra las mujeres” esta práctica, cada vez más habitual en los conflictos bélicos, a partir de tres años de entrevistas con víctimas de la violencia sexual en Uganda, Bosnia, Ruanda, Congo, Kenia y Sudán, señalaba en una entrevista tras el estreno de su película: “Hace falta hablar más del tema. Más análisis en profundidad, más reportaje. Hasta ahora también la prensa ha tenido ciertos pudores al tratar esta cuestión. Y el silencio nunca ayuda. Tras el silencio se parapetan los agresores.”
Evidentemente no hay que olvidar Afganistán. Pero tampoco olvidemos a las mujeres y niñas de Tigray.
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