Entrevista a Lucia Itxiu: «Es cada vez más urgente hablar y tomar acción al respecto de lo que ocurre con los pueblos indígenas y las mujeres»

«Es importante visibilizar las realidades de grandes mayorías, que no están, que no son de interés de los medios grandes y los medios corporativos».

Por Cristina S y Angelo Nero

Lucía Itxíu es una mujer K’iche, uno de los pueblos mayas, nacida en Totonicapán, en Guatemala, en 1990, y se convirtió en activista de los derechos humanos y periodista comunitaria a raíz de la masacre del 4 de octubre de 2012 en la cumbre de Alaska, cuando seis personas fueron asesinadas y 34 heridas, durante el bloqueo de una carretera por parte del pueblo indígena de Totonicapán, por la acción de un guardia privado y la acción represiva de la policía y ejército guatemaltecos. Lucía es también arquitecta, diseñadora y gestora cultural, así como una comprometida feminista comunitaria.

Comenzó su activismo en el movimiento estudiantil en 2021, y fue la primera mujer indígena en representar a los estudiantes de la facultad de arquitectura, representante del Consejo Superior Universitario, del 2014 al 2016, de la Universidad de San Carlos de Guatemala. Cofundadora de Festivales Solidarios de arte y comunicación del territorio, prisión política y memoria histórica. Cofundadora también del espacio feminista interseccional Mujeres en Movimiento, el primer encuentro feminista de mujeres universitarias diversas. Corresponsal del noticiero intercultural Maya K’at de la federación guatemalteca de escuelas radiofónicas, para de la red Somos Una Abya Yala, Latinoamérica Romper el cerco, La internacional Feminista y el Encuentro feminista diverso ELLA, colabora con varios medios nacionales y latinoamericanos.

La lucha por los derechos humanos de los pueblos indígenas, y en particular de las mujeres, sigue estando invisibilizado por los grandes medios de comunicación, que obedecen a la lógica del patrón que les paga, a las grandes empresas que generan opinión entre una ciudadanía, cada vez más ajena a los problemas reales. Ante esta perspectiva, ¿por qué debemos seguir luchando por estos derechos?

En el contexto en donde yo me desenvuelvo, muchos de los derechos como educación, salud y vida digna son privilegios, entonces, estamos hablando que vengo de un país donde la gente muere de hambre, donde la gente no tiene medicinas. En concreto, en la pandemia no contó con ningún apoyo médico contundente, puesto que el sistema de salud era precario.

Es cada vez más urgente hablar y tomar acción al respecto de lo que ocurre con los pueblos indígenas y las mujeres. En el contexto de Guatemala somos la mayoría, el mayor porcentaje de población indígena. Entonces, yo creo, que es importante visibilizar las realidades de grandes mayorías, que no están, que no son de interés de los medios grandes y los medios corporativos.

Para mí ha sido fundamental, yo me hice periodista porque en el 2012 el Ejército de Guatemala masacró a nuestro pueblo y a nuestra organización indígena. El racismo de los medios fue brutal y por eso me niego a quedarme sentada viendo como otros cuentan nuestra historia. Nosotros deberíamos poder contarla por nosotros mismos.

En la lucha indígena en el contexto de Guatemala tiene gran relevancia la tierra, el agua, el aire, el medio ambiente. ¿Cómo se debe encarar ese gran reto que es la lucha ambiental desde las distintas comunidades, para convertirla en una lucha global?

Yo creo que es importante hacer un ejercicio de todo el norte global, para colonizar sus pensamientos, para despatriarcalizar sus ideas, las vidas de manera real, para poder entender, creo, que hay que regresar a los orígenes. Muchas veces creo que hay que, desde occidente, analizar nuestra mirada, esa mirada hegemónica, esa mirada de los grandes, esa mirada de colonizador que ha creído que el ser humano es el centro.

Los pueblos indígenas hemos construido epistemologías milenarias para poder compartir y concluir de maneras muy sencillas, actualmente, que los seres humanos somos parte de la red de la vida. Yo vengo de un pueblo indígena, K’iche, que se nombra a sí mismo y que reconoce a los árboles como nuestros ancestros.

K’iche significa ‘muchos árboles’ y eso es lo que nosotros como pueblos indígenas somos, tenemos una conexión profunda con la tierra, pero que no es una cuestión inventada o que se puso de moda hace 10 años, o esotérica, o un discurso que queramos vender para querer lucrar con las vidas de las demás personas. Es una epistemología milenaria, es una forma de ver el mundo que tiene obviamente sus contradicciones y que tiene herencias, por qué los pueblos indígenas somos humanos, obviamente, a partir de eso, yo creo, que es importante descolonizar y despatriarcalizar.

Es importante reconocer que hay que cuestionar las formas y los niveles de consumo que hay en el norte global, que viene de la depredación ambiental. Hay territorios que se están saqueando para que mucha gente pueda tener electrodomésticos, pueda tener un sin fin de aparatos a base del uranio y también a base de níquel.

Esa lucha medioambiental es especialmente peligrosa para los activistas en América Latina, donde, tristemente, tenemos un terrible balance de asesinatos, como Berta Cáceres y tantas otras. ¿Son cómplices los gobiernos de estos asesinatos? ¿No hay una guerra no declarada contra las organizaciones que defienden la tierra, por parte de las grandes compañías que explotan sus recursos?

Sí, eso sin ningún pelo en la lengua puedo decirlo. Nosotros en contexto de pandemia acompañamos alrededor de tres o cuatro asesinatos y, si mal no recuerdo, solo en el 2020. Vivimos algo que yo denomino como un intento de homicidio en la montaña por parte de taladoras ilegales, nos agredieron por documentar la tala ilegal en el bosque comunitario, sufrimos un momento de tensión, ya que todo venía de la complicidad de los gobiernos y las empresas transnacionales.

Hay múltiples agresiones violentas, asesinatos, masacres y desalojos en nombre del progreso y con el permiso de los Estados y, creo, que es importante visibilizar que son los mismos narcoestados los que están oprimiendo, asesinando, los ejércitos, los policías y grupos paramilitares controlados por el Estado, son cómplices y que, son, básicamente, el brazo armado de las empresas transnacionales y eso ocurre en Guatemala, en Centroamérica y en toda América Latina y, en parte, del Sur global.

Yo denomino a estos Estados y gobiernos como ‘estados empresa’, porque, básicamente, son los estados los administradores de las empresas, porque realmente los gobiernos quieren legislar a favor de esas organizaciones.

Esto conlleva que las grandes compañías, que explotan estos recursos, lleven una doble moral, un doble discurso. Muchas de estas empresas vienen a certificarse al foro de empresas y derechos humanos de la ONU, donde se reconocen como productos fuera de violencia, que están cumpliendo supuestamente todas las reglas del juego, pero no es así, sabemos que para que haya productos a precios accesibles, por ejemplo, con el tema de la ropa… Para que haya ropa que cueste 1 euro, alguien tiene que pagar el precio de lo que cuesta esa ropa para que al público y la población puedan llegar a ese precio. Quien paga eso son niñas de comunidades que han sido, básicamente, esclavizadas, obligadas a trabajos forzados durante más de 12 y 15 horas. Esto pasa con todo, con la comida, con la cotidianidad y con el montón de violencia capitalista en la que la humanidad está sumida en el consumismo.

En un contexto de graves deficiencias en el sistema de salud público, y en especial en la atención a las comunidades indígenas, imaginamos que la irrupción de la pandemia habrá acentuado la desigualdad en la atención sanitaria entre la población más desfavorecida y las clases más altas, así como entre el mundo urbano y el rural. ¿Cómo se ha afrontado, por parte del gobierno de Alejandro Giammattei, el combate contra el covid-19? ¿Y qué balance hacéis del tiempo transcurrido del nuevo ejecutivo?

Es un asesino, es un criminal, es un hombre que ha sido capaz de gastar, supuestamente, presupuestos de 300.000 euros, para comprar medicinas y ha dejado que esas medicinas se arruinen, se caduquen y queden inservibles.

Es una política, para mí, de exterminio, es una política de un genocidio silencioso que, además de matar a la población de hambre la han matado de distintas maneras. Yo creo que es un nivel de irresponsabilidad y de brutalidad que hace que sea el Gobierno de Guatemala de los más atrasados en los avances.

El tema relacionado con Covid-19, creo, innegable, se debe a las políticas de exterminio y al racismo estructural que hay en Guatemala, porque más del 60 por ciento somos población indígena. Ellos siguen pensando con la cabeza colonial y siguen pensando con colonizar, creen que los pueblos indígenas no somos personas, no somos gente y que por eso no merecemos ningún gasto público, por eso no merecemos tener comida, por eso no merecemos tener educación, por eso en el gobierno está al servicio de una élite colonial.

Con el tema vacunas, la que se usó en la pandemia, en su mayoría, fueron una donación, aún diciendo el Gobierno que se había gastado 300 millones, pero que se perdieron. Además, durante un año, no se tuvo respuesta, la población ya había asumido que se habían robado el dinero. Luego aparecieron las vacunas caducadas…

Guatemala, ha terminado siendo el país más atrasado en vacunación a nivel latinoamericano y, bueno, creo, que ocupa los últimos lugares en el mundo. Es una situación realmente complicada y compleja, pese a eso, los pueblos, las mujeres, estamos luchando, porque nos negamos a esa realidad impuesta por ese gobierno que sigue viéndonos como animales.

El problema de la violencia contra las comunidades indígenas, contra las mujeres y contra la población más pobre, parece que está enlazado con un fuerte retroceso democrático en el país, que ha generado el exilio de muchos guatemaltecos, activistas, periodistas e incluso fiscales, parece que el clima político y social en Guatemala está al borde de una explosión, ¿pensáis que podría haber la tentación de una respuesta violenta por parte del pueblo como la que dio lugar a la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca?

Creo que la población guatemalteca ha vivido múltiples violencias y ha vivido, para que tú puedas dimensionar, con un presidente que es capaz de dejar caducar las medicinas en lugar de dárselas a la población. 

El nivel de violencia, de orfandad, de delincuencia y de doctrina y el derecho permanente a la que la población está inmersa es brutal. La cantidad de violencia que hemos normalizado en nuestros países es descomunal y es realmente espeluznante. Yo, realmente, no sé si entrar al determinar si son válidas o no las formas de lucha de la población, creo que la población en general está muy aterrorizada y muy atemorizada por la criminalización, por el exilio, porque no son cosas alejadas, son cosas que se vivieron hace 20 años, no hay datos, no es una cuestión que ni siquiera se ha resuelto, son duelos sin resolver y lo que hay por el momento es mucho temor de la población y pese a eso hay gente luchando y organizándose.

Yo creo que el malestar es generalizado y se puede traducir en distintas formas. Creo que eso es algo muy importante de entender, y de ver, y creo que la lucha, que la gente, y que la población considere para salir de ese yugo esclavizador para mí es válida y voy a respaldarla, aunque lo que los pueblos decidan sea luchar para liberarse de estos colonizadores que tienen esclavizadas a más de un alto porcentaje de la población ahora.

Hay una especial persecución en Guatemala, como en otros lugares del mundo, en los comunicadores sociales, en los medios de prensa, ¿sigue siendo peligroso en un país como Guatemala? ¿Merece la pena asumir ese riesgo, cuando el alcance de los medios alternativos y comunitarios sigue siendo limitado?

En medio de mucho racismo, que incluso no reconoce nuestro trabajo como periodistas por ser indígenas, ni nuestras formas de hacer comunicación… A mí me han dicho muchas veces periodistas, incluso de medios digitales en el país, que yo soy una periodista activista y esa terminología además de ser racista está totalmente fuera de las realidades que vivimos los pueblos, porque nos masacraron y tuve que tomar acción y tuve que tomar el rol de visibilizar, de denunciar, de escribir, de retomar la palabra escrita, pero hay un racismo brutal y una descalificación incluso del mismo gremio de periodistas privilegiados que, obviamente, no reconocen nuestro trabajo y que lo desprecian. Y no digamos ya para la prensa hegemónica… No se nos reconoce y ha tenido que ser con mucho esfuerzo colectivo que hemos logrado visibilizar nuestra realidad.

En cuanto al riesgo… Es evidente que no es el mismo riesgo que tiene un periodista de un medio hegemónico, que tienen sueldo, tiene recursos… El riesgo que tenemos que vivir los periodistas comunitarios, que además hacemos la documentación en el momento y en el lugar, ha costado la vida para muchos comunicadores indígenas y comunitarios, muchas agresiones como, por ejemplo, tenemos el caso de amenazas de muerte de Oswaldo Ical, que es un periodista guatemalteco, también está el caso de Carlos Ernesto , el caso de Anastasia Mejía, hay una un sinfín de nombres… Hay mucha violencia, hay mucha agresión.

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