En defensa de la jornada laboral de cuatro días

Quizás lo inteligente sería avanzar hacia un modelo más productivo en el que cada persona trabaje menos ganando más para que mucha más gente pueda trabajar y, ahora sí, los empresarios también puedan ganar más dinero.

Por Iria Bouzas

 

Antes de la Revolución Industrial, las jornadas laborales podían alcanzar las dieciséis horas diarias durante seis días a la semana hasta que, en 1810, Robert Owen un empresario socialista galés redujo la jornada laboral en sus fábricas primero a diez horas diarias pasando luego a la jornada que hoy conocemos todos de ocho horas al día.

Owen, quien proclamaba que «ocho horas para trabajar, ocho horas de recreo, ocho horas para dormir» no era un socialista al uso. Su filosofía no se basaba en la confrontación ni en la lucha de clases sino en la convención sobre fraternidad y la igualdad de todos los seres humanos.

Imaginen lo que tuvo que escuchar el amigo Robert de todos aquellos a los que la industrialización les hacía cada vez más y más ricos y que veían como perfectamente normal que para ello las jornadas de los empleados fuesen interminables o que se utilizase mano de obra infantil cuando era necesario. Lo único que les parecía verdaderamente importante era que las fábricas no parasen incluso cuando el combustible con el que se alimentaban las calderas llevase vidas humanas además de carbón.

Me maravilla que un empresario fuese capaz durante la Revolución Industrial de ver tan claramente que era imprescindible que cualquier trabajador dispusiese de tiempo libre y que doscientos años después cuando les hablas a los empresarios actuales de conceptos tan básicos como es la productividad, algo que entiende hasta un estudiante de primero de carrera, te despachen en dos minutos con un gesto de desprecio y con el adjetivo de vagos saliéndole con desprecio de la boca.

Puestos a despreciar, me entran ganas a mí de hacerlo al pensar que estamos en manos de una clase empresarial con conocimientos económicos tan limitados. Pero como tengo como norma interna el no despreciar a nadie, por esta vez se salvan de que los despache yo a ellos en dos minutos con el adjetivo ignorantes saliéndome de la boca.

Cuando empecé mi carrera profesional trabajaba en una asesoría chiquitita. Mis clientes me traían las facturas en cajas de cartón de esas en las que venden los zapatos y yo llevaba su contabilidad en libros físicos cuidando muy mucho de no cometer errores. También usaba una máquina de escribir para cubrir los formularios de los impuestos. No soy tan mayor así que puedo presumir de que teníamos un ordenador, pero el programa era todavía muy rudimentario así que se seguían haciendo las cosas “como toda la vida”.

Si hoy en día entrase en una asesoría y alguien estuviese trabajando así probablemente sacaría el móvil para grabarlo como una anomalía en el espacio-tiempo.

Ya no trabajo en temas de asesoría, pero sé que si volviese a dedicarme a ello podría gestionar la contabilidad y los impuestos de diez o quince clientes en el mismo tiempo que hace décadas tenía que dedicar solo a uno.

La tecnología ha hecho que mi productividad aumente, pero ni los salarios han aumentado en la misma proporción ni el tiempo de trabajo ha disminuido.

Luego, los frutos de esta mejora no se han repartido. Simplemente han caído todos del mismo lado.

Yo, como Owen, no estoy muy por la labor de la lucha de clases. No me gusta el capitalismo, pero tampoco ninguna otra de las propuestas de sistemas económicos que me han hecho hasta la fecha, así que, de momento, me adapto al que tenemos.

Eso sí, ¡sin trampas!

En este sistema tienen que existir las empresas y los empresarios. Si quieren otro me cuentan sus alternativas y los discutimos, pero, por ahora, estamos aquí.

Pero ni las empresas ni los empresarios pueden estar en un lado de la sociedad mientras la mayoría de los ciudadanos nos encontramos en otro.

Si la generación de riqueza no se reparte de alguna manera, al final la sociedad se desequilibra y los sistemas estallan y el nuestro hace tiempo que está reventando por las costuras y por más parches que se le quieran poner es muy difícil que aguante así mucho más tiempo.

No hay más que leer y escuchar los comentarios que recibe Iñigo Errejón cada vez que su partido Más Madrid vuelve a presentar la propuesta para reducir la jornada laboral a cuatro días para darse cuenta de que la mentalidad española está todavía anclada en el pensamiento del Siglo XIX.

En su momento también se iba a hundir la economía si se reducían las jornadas laborales a ocho horas diarias y aquí estamos, con la economía yendo y viniendo, pero sin haber saltado por los aires en doscientos años.

Si establecemos la jornada laboral de cuatro días, es más que probable que el consumo interno aumente exponencialmente y eso generará más riqueza y más empleo.

No quiero darles mucho la lata transformando este artículo de opinión en un artículo económico, pero quizás la clave no esté en aguantar un modelo económico como el español que tiene un paro estructural de varios millones de personas. Quizás lo inteligente sería avanzar hacia un modelo más productivo en el que cada persona trabaje menos ganando más para que mucha más gente pueda trabajar y, ahora sí, los empresarios también puedan ganar más dinero.

Pero eso no se consigue con un modelo productivo basado en poner cafés durante doce horas al día, seis días a la semana, sin contrato y por un salario miserable

Habrá que darle una vuelta a todo esto, pero hace falta mucho debate, y últimamente tengo la sensación permanente de que algunos pretenden cortar los debates antes de que comiencen porque les debe parecer que el hecho de pensar puede suponer algún tipo de amenaza.

En fin, ojalá la España del Siglo XXI pueda ser en parte como la del Siglo XIX porque por si no lo sabían, España fue el primer país que aprobó la jornada laboral de ocho horas para todos los trabajadores.

Se el primero en comentar

Dejar un Comentario

Tu dirección de correo no será publicada.




 

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.