NRx promueve un modelo de tecnofeudalismo y que los ciudadanos se convierten en “accionistas” de corporaciones, alejándose del conservadurismo clásico que basa la identidad política comunitaria en valores religiosos o nacionales.
Por Lucio Martínez Pereda | 22/01/2025
El movimiento neorreaccionario (NRx), conocido como Ilustración Oscura, es una corriente de ultra derecha que rechaza la democracia, la corrección de las desigualdades sociales y los derechos humanos. Propone un modelo de ejercicio totalitario del poder liderado por CEOs y magnates tecnológicos. Sus defensores critican la agenda woke y promueven el pronatalismo y la eugenesia.
NRx promueve un modelo de tecnofeudalismo y que los ciudadanos se convierten en ‘accionistas’ de corporaciones, alejándose del conservadurismo clásico que basa la identidad política comunitaria en valores religiosos o nacionales. Plataformas como Facebook (Meta), Google y X actúan como ‘señores feudales digitales’, donde los usuarios carecen de opciones reales para abandonar esas plataformas. El mejor ejemplo de esa feudalización seria Amazon, que controla gran parte del comercio electrónico y logística global, creando dependencia económica para consumidores y empresas.
Curtis Yarvin y Nick Land son los teóricos y creadores de la ideología del movimiento neorreaccionario NRx. Curtis Yarvin, el informático e inventor del concepto de ‘neocameralismo’, propone gobernar los Estados como empresas, con CEOs en lugar de líderes elegidos democráticamente. Bajo el seudónimo de Mencius Moldbug, articuló las bases del NRx. Nick Land es el filósofo británico que popularizó el término Ilustración Oscura. Partió de las ideas de Yarvin y les añadió un enfoque de darwinismo social, defendiendo que las corporaciones tecnológicas- mejor preparadas que el resto de las empresas para la competencia económica- controlen el poder estatal y dirijan todo el proceso de producción de bienes, objetos y servicios.
En los textos de estos autores no hay ningún soporte teórico ni analítico riguroso, simplemente nos encontramos con una hábil recogida de lugares comunes que podrían proceder de cualquier novela u obra de ficción distópica. Son lugares comunes llenos de propuestas delirantes -carentes de cualquier viabilidad práctica- que entroncan con la larga tradición de viejas propuestas milenaristas, propuestas que -desde la baja edad media- han tenido su público lector en las épocas de incertidumbre producida por crisis políticas y económicas.
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