Juan Fernández Ayala, el guerrillero «Juanín»

Juanín y Bedoya, fueron héroes populares y los últimos guerrilleros que resistieron al franquismo en los montes de Cantabria

Por María Torres

Juan Fernández Ayala (Potes, Liébana, Cantabria 27 de noviembre de 1917 – 24 de abril de 1957), alias Juanín, fue uno de los últimos guerrilleros antifranquistas de Cantabria.

Con solo 17 años se unió a las Juventudes Unificadas y tras el golpe de estado de 1936 partió hacia Santander para integrarse en las Milicias Republicanas, llegando a combatir con el Batallón Ochandía. Tras la toma de Santander por los franquistas, es detenido, sometido a consejo de guerra y condenado a la pena de muerte, conmutada posteriormente a doce años y un día de prisión por las gestiones realizadas por uno de sus hermanos que era falangista.

Después vendría la prisión y más tarde la libertad vigilada. Juanín no podía adaptarse a esa nueva España y en 1943 tomó la decisión de echarse al monte, en el que permaneció catorce años emboscado. Se incorpora a la Brigada Machado que se encontraba desperdigada por los Picos de Europa y permanece en la misma hasta su desaparición.

El régimen puso precio a su cabeza. Se llegó a ofrecer medio millón de pesetas por su captura a través de pasquines, que cuando eran encontrados por Juanín, los adornaba con una hoz y un martillo.

En 1952 conoce a Paco Bedoya, que se había fugado de la cárcel de Fuencarral en Madrid, y ambos se convierten en una pareja de leyenda hasta que pierden la vida en 1957. Juanín y Bedoya, fueron héroes populares y  los últimos guerrilleros que resistieron al franquismo en los montes de Cantabria. Siempre perseguidos, acosados, pero muchas veces consiguieron burlar el cerco, incluso invitaban de incógnito a café a la Guardia civil: «Yo, Juanín, tengo el honor de invitar a café al capitán de la Guardia Civil de Potes, y que le aproveche, como a los pajaritos los perdigones».

Juanín fue asesinado por la Guardia civil el 24 de abril de 1957. Su cuerpo permaneció toda la noche sobre la carretera. A la mañana siguiente fue trasladado al cementerio de Potes, expuesto ante cientos de miradas curiosas, y enterrado en la fosa común en un ataúd donado por un vecino.

Consiguieron acabar con el hombre, pero no con el héroe y su memoria.

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