el verdadero problema es que nos regimos por el horario de la Europa Central, aún a sabiendas de que estamos en la parte más occidental, más al Oeste, del continente
Por Francisco Javier López Martín
Nuestros relojes van cambiando de hora al ritmo de los caprichos de nuestros gobernantes. Lo han hecho tantas veces que ya nos hemos acostumbrado a adelantar y atrasar relojes en primavera y en otoño. Hay quien justifica la medida en un supuesto ahorro energético y quien la denigra por los trastornos físicos y mentales que produce.
Sin embargo, el verdadero problema es que nos regimos por el horario de la Europa Central, aún a sabiendas de que estamos en la parte más occidental, más al Oeste, del continente. Somos un país al borde de las tierras europea, el país del Finisterre,
Pese a ello, nuestro horario es el Alemán, el italiano, el Francés, y llevamos una hora de diferencia con nuestros hermanos de Portugal, o Gran Bretaña. En relación con el paso del Sol, llevamos 2 horas de diferencia en verano con respecto al horario solar en Levante y 3 horas cuando el Sol se encuentra sobre Galicia.
Y como obedecemos más al Sol que a las horas oficiales, terminamos comiendo a las 3, en lugar de a la 1, o cenando a las 9, en lugar de la las 7. Madrugamos más, trabajamos más horas, conciliamos menos con nuestras familias, pero no por ello somos más productivos.
Y todo por culpa del franquismo y su admiración por los nazis. Porque fueron los nazis los que sometieron a la Francia ocupada a su horario del centro de Europa. Los ingleses se plegaron a ese horario para no liarse con los horarios. Así la hora H del Día D, fue la misma en Londres que en Berlín y no tuvo que ser D+1, D+2… hubiera sido un follón.
Acabada la guerra mundial los alemanes se quedaron, con buen criterio, con su horario central, mientras que los ingleses cambiaban, con el mismo buen criterio, a la hora solar occidental. En ese trasiego Franco, pese a estar en terreno de occidente, se plegó al horario de los nazis desde 1942 y eso no cambió durante toda la dictadura, ni durante los casi 50 años transcurridos desde la muerte del dictador.
Parece evidente que es un despropósito que tengamos el horario de Berlín, o de Varsovia, en lugar de tener el de Londres, o Lisboa. Cada año, en el momento del cambio de hora tenemos la oportunidad de entretenernos debatiendo sobre nuestros gustos horarios, que si el de invierno, que si el de verano.
Todos los años los gobernantes anuncian que en Europa se están cuestionando seriamente este trasiego de horarios que, probablemente, produce más distorsiones y trastornos que beneficios para el conjunto de la sociedad. Pero no se plantean que España vuelva al huso horario occidental.
Y, sin embargo, tomando esa simple decisión podríamos entrar a trabajar una hora más tarde, podríamos apostar por generalizar la jornada continuada, en lugar de jornada partida, volveríamos antes a casa, cenaríamos antes y disfrutaríamos más de la tarde.
Los expertos cuentan que la conciliación de vida laboral, familiar y personal, sería más fácil, que tendría efectos positivos sobre los accidentes de tráfico y los accidentes laborales. Que la productividad aumentaría y hasta el fracaso escolar sería menor. Para la mayoría de los expertos todo serían efectos positivos.
Y todo ello aplicando una medida que no tiene coste alguno, más allá de que el gobierno apruebe un decreto que diga que nuestro horario oficial se ajusta al horario solar. Eso sí, con este horario europeo occidental los partidos de futbol, los espectáculos y hasta las corridas de toros se tendrían que celebrar antes.
Recuerdo aquel poema de Lorca, A las cinco de la tarde. Un poema que evoca aquel momento en que las corridas de toros comenzaban… a las cinco de la tarde. Algo imposible de concebir hoy en nuestro país, porque nuestras cinco de la tarde actuales son las horas de mayor y más insoportable calor del día.
Volveremos a cambiar la hora, volveremos a apasionarnos con el debate de si nos gusta más el horario de invierno o de verano, el gobierno dirá que si repite sillones fijará un horario inalterable con las estaciones, pero ni nos plantearemos abordar aprobar de una vez un horario ajustado con el trasiego solar.
Seguiremos, como siempre, cultivando la lampedusiana y gatopardista costumbre patria de cambiarlo todo para que todo siga igual.
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