El entierro de Galdós

España perdía a su cronista por designación del pueblo soberano, a un magistral escritor, además de diputado y académico pese a las oposiciones de los sectores conservadores del país.

Por María Torres

¡Madrileños! Galdós ha muerto, el genio que trajo gloria a la literatura de nuestra época a través de las asombrosas creaciones de su pluma. Con su pluma honró a su país; con su vida se honró a sí mismo. Era bueno, piadoso, y el mayor devoto del arte y el trabajo. Se pide a aquellos que lo admiraron durante su vida que acudan al ayuntamiento para rendirle un último adiós. Semejante tributo de duelo le gustaría, dado que siempre le gustó la sencillez”  (Proclama del alcalde de Madrid Luis Garrido Juaristi, 4 de enero de 1920)

En la madrugada del 4 de enero de 1920 fallecía Benito Pérez Galdós en su casa de la calle Hilarión Eslava de Madrid. Había nacido en Las Palmas de Gran Canaria el 10 de mayo de 1843. Tenía 20 años cuando llegó a Madrid a estudiar Derecho.

Unos meses antes de su muerte se había inaugurado en el Retiro un monumento a Galdós costeado por sus admiradores y labrado por el sabio cincel de Victorio Macho. Aquella fue la última ovación que escuchó el maestro. 

España perdía a su cronista por designación del pueblo soberano, a un magistral escritor, además de diputado y académico pese a las oposiciones de los sectores conservadores del país. Esa noche cerraron todos los teatros de Madrid en señal de duelo. En todas las Sociedades y edificios públicos de Las Palmas ondeó la bandera a media asta y un decreto concedía honores al cadáver de Galdós en los siguientes términos:

Señor: El insigne Pérez Galdós ha muerto. La literatura española está de duelo. El Gobierno sabe que V. M. enaltece siempre, y en todo momento, a los varones ilustres, e interpretando el sentimiento público, como representación del Estado, anhela dar ante la nación la más alta prueba de respeto y de consideración al gran novelista, que ha sido una de las más preciarías glorias de su tiempo y a la vez honor excelso de la patria.

A esta manifestación de sentimiento nacional se asocian todas las Academias y Centros de cultura demostrando con su presencia el egregio lugar que ocupó el ilustre muerto y que ocupará siempre en la literatura española.

Los pueblos se honran a sí mismos tributando el homenaje merecido a los esplendores de la cultura y a las excelsitudes de la inteligencia, y esta es hora de dar testimonio de tan justísimos tributos, que raras veces se prodigan, por lo mismo que son pocos los escogidos que se hacen dignos de la gratitud de la nación. 

El duelo Señor es  de todo el país, y a el se asocia, desde las alturas del Trono, Vuestra Majestad, que es la más alta representación de la Patria; el Gobierno, que representa al Estado; las Academias, donde se congregan los más grandes hombres de la intelectualidad nacional en las esferas de la Literatura, de la Ciencia y del Arte, y España entera, que si en vida rindió tributo merecido a las relevantes cualidades del genio, debe acompañar después de muerto, para rendirle el postrer homenaje de admiración y entusiasmo.

Fundado en estas consideraciones, el ministro que suscribe de acuerdo con el Consejo de Ministros, tiene el honor de someter a la aprobación de V. M. el siguiente proyecto de decreto.

Madrid, 4 de enero de 1920 —Señor: A los Reales pies de Vuestra Majestad.—Natalio Rivas

Y la respuesta del Rey no se hizo esperar:

A propuesta del ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, y de acuerdo con el Consejo de Ministros, 

Vengo en decretar lo siguiente: 

Artículo 1º.- La conducción del cadáver y entierro de D. Benito Pérez Galdós serán costeados por el Estado.

Artículo 2°.- Por el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes se invitará a las Reales Academias, Universidad, Ateneo de Madrid y demás Centros de enseñanza y de cultura a que tomen parte en esta manifestación de duelo. Igual invitación se hará a las Corporaciones y funcionarios dependientes de los distintos departamentos ministeriales. 

Artículo. 3°.-  Por el referido Ministerio se dictarán las disposiciones necesarias para la ejecución de este decreto.

Dado en Palacio a 4 de enero de 1920. ALFONSO.—El ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, Natalio Rivas.  

El 5 de enero de 1920, en un día frío y gris, cuando en el reloj de la Puerta del Sol sonaban siete campanadas, el cadáver de Benito Pérez Galdós era trasladado al Ayuntamiento de Madrid escoltado por parejas de la guardia municipal a caballo con traje de gran gala. La comitiva tardó veinte minutos en llegar a la Plaza de la Villa que se hallaba atestada de público deseoso de tributar el último homenaje de respeto al escritor que  tanto amó a  Madrid.

El hall de cristales de la Casa de la Villa fue convertido para la ocasión en capilla ardiente, ataviado con enormes colgaduras negras con orlas doradas que ocupaban las paredes. A distintos lados de la capilla ardiente, y colocadas sobre sillones enlutados, se velan innumerables coronas. En el centro, sobre un suelo tapizado de negro, se alzaba un túmulo de madera rodeado de candelabros dorados donde se depositó el féretro de caoba cubierto por una tapa de cristal. A través de la misma se podía observar el rostro de Galdós. Su cuerpo estaba cubierto por la bandera española. Otras doce banderas nacionales ocupaban el espacio del fondo y ocho guardias municipales de gran gala con sable al brazo, junto a cuatro maceros de la Villa guardaban el cadáver.

A las ocho de la mañana los ciudadanos pudieron entrar a despedirse del autor de Los Episodios Nacionales. Se aproximaban al féretro emocionados. Muchos lloraban. Un interminable desfile de mujeres, obreros que habían abandonado el trabajo esa mañana, empleados… Todo el pueblo de Madrid acudió a dar su último adiós a Don Benito. A resaltar dos de los momentos más dramáticos: la llegada del ex matador de toros Machaquito, que no pudo despedirse en vida de su padrino, y el vivido por Margarita Xirgu, que nada más entrar en la capilla ardiente se abrazó al féretro envuelta en lágrimas.

A las diez de la mañana llegó el ministro de Gobernación, acompañado del alcalde, del secretario de la Corporación y de varios concejales. El presidente del Consejo llegó a las once a la Casa de la Villa, también acompañado del alcalde y concejales. A las doce aparecieron los ministros de Estado y Gracia y Justicia.  

Las tres de la tarde era la hora anunciada para la conducción del cadáver desde el Ayuntamiento al cementerio de Nuestra Señora de la Almudena. A las tres y cuarto fue sacado a hombros de Rafael de Mesa, Pedro Cortabarría, Gerardo Peñarrubia, Juan Medialdea y antiguos servidores del escritor. Precedía a la comitiva una sección de la Guardia municipal montada, una representación del Cuerpo de Bomberos, la Banda Municipal y cinco coches con coronas. El coche fúnebre tirado por seis caballos iba rodeado por porteros y ordenanzas del Ayuntamiento, Diputación y distintos Círculos y Sociedades. Del coche  mortuorio pendían seis cintas, que fueron llevadas por José Serrán, en representación del Ayuntamiento; Serafín Álvarez Quintero, por la Sociedad de Autores; José Francos Rodríguez, por la Asociación de la Prensa; Leopoldo Matos, por el Congreso de los Diputados; Jacinto Octavio Picón, por la Academia de Bellas Artes, y Antonio Madrigal, por los obreros. 

El duelo estaba presidido por el Gobierno en pleno y el presidente del Congreso de los Diputados, los representantes de Canarias General Weyier, Castillo Olivares, Manrique de Lura y Benítez de Lugo. Tras ellos la Diputación Provincial y el Ayuntamiento de Madrid. Por la familia presidieron el duelo el hijo político, un sobrino y el albacea de Galdós. En la plaza de la Independencia se despidió el duelo, desfilando ante él varios miles de personas, que no dudaron en acompañar al escritor solemnemente hasta la misma tumba desafiando la fatiga y el frio. Los altos cargos se retiraron a sus cálidos hogares.

Cuentan que un joven estudiante gritó con entusiasmo: !Viva Galdós! y a su grito se unió uno más clamoroso: ¡Viva! pronunciado por miles de personas a las que la policía intentó poner orden cuando entonaron las protestas de: ¡Dejadnos en paz! ¡Don Benito nos pertenece! Quinientos trabajadores de la Casa del Pueblo intentaron abrirse paso hasta la carroza fúnebre iniciando un pequeño motín que quedó sofocado en unos minutos.

Acompañaron al cadáver hasta el cementerio, el ministro de Instrucción pública, D. José Francos Rodríguez, el alcalde, varios tenientes de alcalde y concejales, así como numerosos obreros de la Casa del Pueblo. En la prensa de la época se aportaba la cifra de treinta mil ciudadanos que acompañaron su ataúd hasta La Almudena. Durante el trayecto de más de tres horas la comitiva fue aclamada numerosas veces. En aquellos años las mujeres no acudían a los entierros, pero en el de Galdós la norma fue rota por la actriz Catalina Bárcena y cuando el duelo oficial se retiró, las mujeres de Madrid se fueron sumando a la despedida: las menestralas, las obreras, las madres de las humildes familias.

A las cinco y media de la tarde se procedió a dar sepultura a Galdós en el panteón familiar de los Hurtado de Mendoza-Pérez Galdós. La llave del féretro fue entregada al señor Hurtado de Mendoza, sobrino de Don Benito. La multitud seguía pegada a la tumba. Nadie quería marcharse a pesar de las peticiones de los trabajadores del cementerio ya que había comenzado a anochecer. Tras un último responso miles de almas regresaron a la ciudad en silencio.

Los restos de Galdós permanecen en el mismo lugar (zona antigua, cuartel 2B, manzana 3, letra A).

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