«El Estado debe hacerse cargo de forma urgente de garantizar una renta mínima mientras dure la cuarentena a toda persona que lo necesite.»
José Carlos Garrote Garrote, economista y miembro de Red MMT España
Cómo esquivar una posible depresión devenida del efecto COVID-19 es la cuestión que más dolor de cabeza les está dando a los economistas. Hay consenso en que la repercusión de la pandemia va a ser suficientemente importante, aunque existan discrepancias en las previsiones. Hasta el momento más de 210.000 empresas han solicitado ERTEs y la actividad económica se ha reducido considerablemente. Desde el Banco de España prevén un impacto sin precedentes y algunos anuncian la caída del PIB más intensa desde la posguerra. Es evidente que la repercusión será notable. Algunos se empeñan en hacer analogía con la crisis de 2008 por su naturaleza de crack, pero nada más certero que la realidad. Hay dos cuestiones fundamentales; uno, no se trata de una crisis financiera y dos, la capacidad de producción del país no se ha destruido, o al menos de momento.
En las siguientes líneas se intentará establecer una comparación entre una sociedad donde sus relaciones económicas se basan en la reciprocidad y otra dónde esas relaciones se materializan mediante el intercambio, para concretar posteriormente la importancia del dinero como la piedra angular y el movilizador de nuestra economía.
Hay algo esencial que caracteriza a una sociedad donde sus relaciones económicas se basan en la reciprocidad, y esto es en relación a la diferencia entre lo que una persona da y lo que recibe, que no necesariamente debe tener el mismo valor, sin la existencia del sentimiento de un perjuicio en dicha relación. Una persona estaría dispuesta a realizar una labor de producción sin una remuneración equivalente a la valoración de su trabajo porque tiene la seguridad de que otras personas le proporcionarían aquel bien o servicio que esta necesitase.
Si analizamos la sociedad de mercado en la que vivimos, la forma más generalizada de interacción económica es el intercambio, fundamentalmente en dos aspectos: el trabajo y el consumo. En cuanto al primero una persona desempeña un trabajo porque tiene la seguridad de que recibirá una remuneración, que en términos pecuniarios equivaldría a la materialización del trabajo realizado, dinero. En cuanto al segundo, cada vez que consumimos estamos intercambiando el bien o servicio consumido por algo que equivale a lo mismo, por dinero, es decir, por la materialización del trabajo realizado. Hay algo fundamental; la esencia del dinero en nuestra vida cotidiana, más bien, la esencia del flujo de dinero en la vida diaria. Conocer el escenario, y comprender la importancia del flujo de dinero en la economía es crucial para entender cuáles deben ser las medidas a implementar. Vivimos en una Economía Monetaria de Producción.
Si actualmente nuestra economía se basara en la reciprocidad, la crisis no supondría mayor problema, ya que el país no ha perdido su capacidad de producir. Cuando acabe la cuarentena, las empresas producirían y las familias consumirían. Todos aportarían realizando su labor, cada uno asumiendo su papel. Pero este no es el escenario. El contexto es otro.
Hay que conocer el escenario en el que nos movemos para afrontar una idea fundamental: el país debe estar preparado para producir cuando pase la cuarentena, esto es, las empresas deben tener liquidez y las familias capacidad de consumo. En pocas palabras, debe haber dinero.
La cantidad de dinero en una economía no es fija sino que se adapta automáticamente a las necesidades de producción. Esto se debe al mecanismo que tienen los bancos privados para dar créditos. Cuando estos dan préstamos están creando dinero y cuando las empresas y familias los devuelven se está destruyendo dinero. El dinero es la herramienta utilizada para movilizar los recursos en una economía. Es como la gasolina que entra en el motor, combustiona y da lugar al movimiento, transformándose en vapor y perdiéndose en la atmósfera. El dinero es el instrumento que entra en la economía, moviliza a los factores de producción que producen bienes y servicios y una vez cumplida su labor gran parte de este desaparece. Pero ojo, del mismo modo que para que un vehículo recorra un cierto kilometraje necesita no solo que el depósito tenga gasolina disponible, sino que esta llegue al motor y se transforme en el proceso, es necesario que no se genere una pérdida de confianza de los agentes económicos para que tasa de ahorro no aumente y muchos ahorradores se atrevan a movilizar sus recursos pecuniarios e introducirlos en la economía.
Parece evidente que los deseos se mueven en torno a que las condiciones de partida tras la cuarenta sean las mismas que las previas al confinamiento. En estas condiciones está incluido que las familias tengan capacidad de consumo y que las empresas tengan expectativas de vender su producción. Las familias deben de tener dinero y las empresas estar preparadas para producir.
En este sentido, el Estado debe hacerse cargo de forma urgente de garantizar una renta mínima mientras dure la cuarentena a toda persona que lo necesite. Es posible que las circunstancias requieran que el Estado se haga cargo de los ingresos de sus ciudadanos por valor de un 20-30% del PIB, pero debe hacerlo. Sólo así se podrá conseguir una salida de la crisis en V, y no en U o lo menos deseable, en L. Para ello naturalmente es necesario el apoyo del Banco Central Europeo, que debe crear todo el dinero que sea necesario para asegurar los ingresos. Del mismo modo que los bancos privados crean dinero de la nada cuando dan un préstamo y posteriormente los destruyen cuando se devuelve el crédito, un Estado puede funcionar de forma análoga. Gran parte del dinero inyectado sería destruido con el cobro de impuestos, quitando dinero sobrante de la economía. Pero este dinero debe ir directamente a las familias, solo así las empresas tendrán motivos para contratar y producir. Años atrás el BCE ha estado creando 20.000 millones mensuales para sanear el balance de los bancos privados, es hora de rescatar a las personas, y no es un aspecto único de moralidad, sino una cuestión de que el sistema no caiga.
Pero insisto, podemos admitir que el estado pague unas rentas mínimas a las personas sin ingresos y cubran los costes fijos de las empresas cerradas durante un tiempo, pero eso no garantiza que esas rentas se gasten o que las empresas vayan a reiniciar la actividad con mucha intensidad después de la pandemia. Esas ayudas se deben parar cuando regresemos a la normalidad y hay que poner a la gente a producir. De lo contrario pueden surgir tensiones inflacionistas: gente que no trabaja percibiendo rentas que quieren gastar en productos que no se fabrican. Por tanto, a la finalización del confinamiento sería necesario un plan de Trabajo Garantizado y proyectos de inversión pública que movilicen la inversión privada, y que afronten los retos ecológicos y medioambientales a los que nos enfrentamos. Son tiempos excepcionales y las medidas deben estar a esa altura.
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