El cuerpo de las mujeres: campo de batalla

Laura Isabel

La violencia sexual en todas sus formas es ejercida de manera brutal contra ellas con el fin de añadir más dolor a la barbarie bélica.

Laura Isabel Gómez García

La proverbial frase de Simone de Beauvoir: «Nunca olvidéis que bastará con una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres se cuestionen. Estos derechos nunca son adquiridos. Deberéis permanecer alerta durante toda vuestra vida», hoy más que nunca queda perfectamente retratada con lo que está sucediendo en Afganistán. Aunque no es ni mucho menos un caso único ni aislado. A día de hoy esto sucede en multitud de países, así como ha sucedido a lo largo de la historia de la humanidad, incluso en España hemos vivido claramente como esa frase se cumple de manera lapidaria. Recordemos que la II República dotó a las mujeres de derechos civiles, como el derecho a la educación, la aprobación de la ley del divorcio, la incorporación a la vida pública de forma masiva, o la despenalización del aborto. Todos ellos derechos civiles que nunca antes habían tenido. Pero con la llegada de la dictadura franquista todo se esfumó hasta la muerte del dictador y con la posterior Transición de mediados de los 70’s que poco a poco reconoció, no sin la lucha del movimiento feminista, nuevamente los derechos arrebatados por la dictadura franquista. Recordemos también que la ley del aborto en España en esto 40 años de democracia ha sufrido modificaciones según el color del Gobierno que hemos tenido; las leyes de igualdad y contra la violencia de género siguen en debate desde sectores de la derecha y ultraderecha que las cuestionan e incluso pretenden derogadas a la mínima oportunidad que se les presente.

Pongo el ejemplo de España y de Afganistán no porque quiera equiparar ambos, o ni siquiera igualarlos, sino porque pensamos que el vaivén de los derechos de las mujeres es algo que se produce en países lejanos, y no es cierto; el ejemplo “casero” lo tenemos en nuestro país y el ejemplo más actual que ha puesto de manifiesto esta realidad constante es Afganistán.

Los cuerpos de las mujeres son sistemáticamente usados como arma de guerra, tanto en el presente como en el pasado; al igual que los derechos humanos se dan o se quitan a las mujeres de manera arbitraria según soplen los vientos de los Gobiernos de turno del país que sea.

Nacer con sexo masculino te otorga todos los derechos y privilegios que el sistema patriarcal da a quien posee pene y testículos, en cambio nacer con sexo femenino: con útero y vagina, no te da ni un solo privilegio. Posiblemente te dará algún derecho (humano y civil) en tanto y cuanto hayas tenido la suerte de nacer en un país cuya legislación contemple a la mujer como ser humano sujeto de derecho y dignidad como lo son los varones.

Por esto, el sujeto político del Feminismo es la mujer. La hembra humana. Y nadie más.  Si esta base no se tiene clara, no se puede hablar de feminismo, aunque haya quienes estén intentando convertir el feminismo en algo que no es. Este fundamento del feminismo es importante mencionarlo y tenerlo claro para poder abordar el tema sobre el que voy a escribir.

En los conflictos armados todo el mundo tiene claro quiénes son las mujeres (las hembras), aunque nuestro gobierno progresista y “súper feminista” con su ministra a la cabeza no sepa responder a la cuestión de “¿Qué es ser mujer?”. Váyase usted a cualquier país con un conflicto armado y pregunte a un soldado lo mismo, seguramente le responda sin lugar a dudas cuáles son las hembras de la aldea que acaban de invadir y que van a violar; o a un talibán, pregúntele quién ha de ponerse el burka, tornarse invisible y con menos dignidad que una piedra, seguro que tampoco tendrá duda alguna en señalar quién es la mujer.

Las maneras de usar el cuerpo de las mujeres como arma de guerra son múltiples, pero entre las más frecuentes encontramos las violaciones (grupales también), la mutilación genital, la esterilización forzosa, el contagio deliberado de VIH mediante la violación, la esclavitud sexual (prostitución/trata/pornografía), la experimentación médica con los órganos genitales, los matrimonios forzados, embarazos/abortos forzados, la exposición pública a través de la desnudez, entre otros.

El sistema patriarcal androcéntrico que rige el mundo desde tiempos inmemoriales ha convertido el cuerpo de las mujeres en una cuestión política mediante la sumisión y el sometimiento de éstas con el fin de controlarlas usando la cultura, la tradición y la religión como el método perfecto para conseguir tal fin. Cuando hablamos de guerras y conflictos armados todo este entramado es llevado al campo de batalla.

Todas las mujeres , desde las más jóvenes hasta las más ancianas son utilizadas como arma. La violencia sexual en todas sus formas es ejercida de manera brutal contra ellas con el fin de añadir más dolor a la barbarie bélica. Las mujeres son convertidas en mercancía y botín de guerra sin que ello conlleve ninguna condena para quienes perpetran estos delitos pues cuando se firman los tratados de paz nunca la reparación a estas víctimas es contemplado ni los violadores/torturadores reciben una respuesta por parte de la justicia que haga que vayan a prisión; al contrario de lo que pudiera parecer las víctimas supervivientes de las violaciones son repudiadas y marginadas por sus familias y las comunidades donde viven, por no hablar de que la atención psicológica y ginecológica es escasa o nula en estos contextos. Toda esta violencia y marginalidad hace que las mujeres jamás se recuperen del daño infligido.

La investigadora Tica Font experta en este tema dijo sobre la utilización de las mujeres como arma de guerra que “Se usa para castigar al enemigo a través del cuerpo de las mujeres”, además Font apunta que “Se busca en qué espacio va a hacerse, a veces se suele buscar ciertos espacios públicos simbólicos, una iglesia, una escuela, un centro comunitario. Se trata de espacios simbólicos para la comunidad hacia la que se dirige ese ataque a las mujeres”.

Violencia sexual como arma de guerra: casos a nivel mundial. Pasado y presente.

Esta es una realidad que sucede y ha sucedido a lo largo y ancho del mundo: Irak, Afganistán, Nigeria, el Congo, Yemen, etc.; también sucedió durante las dos guerras mundiales donde ambos bandos usaban las violaciones como modo de castigo al enemigo o como hizo el ejército japonés durante la II Guerra Mundial que tenía esclavas sexuales para los soldados. En la guerra de Vietnam el ejército americano aterrorizó a miles de mujeres con las torturas sexuales que perpetraban. Aquí en Europa más recientemente durante la guerra de los Balcanes en los 90; en Colombia con el conflicto con la guerrilla de las FARC.

Actualmente en la guerra de Siria la violencia sexual se ha convertido en una de las “armas” más utilizadas. De hecho, profundizando en ello, la ONU y varias ONG, en diferentes informes han alzado la voz de alarma contra este método de tortura usado masivamente contra mujeres y menores por parte de las fuerzas de seguridad sirias y milicias partidarias del gobierno en las cárceles sirias . Aunque no únicamente, también se han documentado agresiones sexuales en grupo a niñas y mujeres en puestos de control y en redadas en zonas consideradas rebeldes. Además, los territorios bajo el control yihadista han proliferado los matrimonios forzados de mujeres y niñas sirias con sus combatientes, así como lapidaciones a mujeres acusadas de adulterio, y casos de esclavitud sexual.

México donde en lugares como Ciudad Juárez las mujeres son asesinadas, violadas, secuestradas para la trata en cifras de miles/año.

En el continente asiático el conflicto del ejército de Myanmar y la minoría étnica Rohingya, ha dado lugar en Bangladesh al campo de refugiados más extenso del mundo en el que el ejército infringe una brutal violencia sexual contra las mujeres musulmanas.

O aquí en España durante la Guerra Civil y posguerra a las republicanas represaliadas se les rapaba la cabeza, eran violadas y los bebés dados a familias del régimen; otra práctica era hacer que ratas acudieran a roer las vaginas de las presas, y así un sinfín de prácticas que superan a cualquier película de terror que una pueda imaginar.

Pero para colmo, tras finalizado el conflicto/guerra, a las mujeres y niñas nunca se las repara de forma justa a pesar de haber sufrido todo este horror de violaciones múltiples, haber sido prostituidas, explotadas sexualmente, sufrido torturas, etc.

Las mujeres y las niñas en los conflictos armados: cifras y datos

Esta forma de violencia y realidad expuesta en términos tan rotundos no es algo que nos hayamos sacado las feministas de la manga pues hace ya más de 10 años (junio 2008) que el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la Resolución 1820 donde la violencia sexual contra las mujeres y niñas es condenada y reconocida como arma de guerra y es por ello que se decretó que el 19 de junio fuera el Día Internacional por la Eliminación de la Violencia Sexual en los Conflictos Armados para visibilizar, prevenir y erradicar esta forma de violencia extrema que sufren en inmensa medida mujeres y niñas.

En el 2019, un informe de la ONU señaló que en 2018 se registraron más de 2.500 casos de violencia sexual en guerras y conflictos armados en 19 países. Aunque cabe destacar que, según la ONU, se estima que por cada violación que se registra y de la que queda constancia, existen entre 10-20 casos que quedan sin registrar. Y para muestra, Colombia: en el caso del conflicto colombiano, la Unidad para Víctimas, desde 1985, estimó que alrededor de un total de 26.534 mujeres han sido víctimas de este tipo de violencia sexual.

Desde Amnistía Internacional, la coordinadora del grupo de mujeres, Lola Liceras, en una entrevista concedida a AmecoPress en junio de 2020, define la violencia sexual contra las mujeres como “Una batalla entre hombres que se libra en los cuerpos de las mujeres”, al hablar de violencia sexual en los conflictos armados, Liceras añade que “Las mujeres se convierten en botín de guerra en los conflictos armados al violarlas o al esclavizarlas. Con ello se cree castigar al enemigo y se vengan en el cuerpo de las mujeres. Lo que está detrás es una discriminación de género que en el caso de los conflictos de este tipo se llega al extremo de utilizar el cuerpo de las mujeres como arma de guerra”.

En África, donde Amnistía Internacional ha realizado investigaciones en Sudán del Sur y Nigeria la información aportada es escalofriante. En el caso de Sudán del Sur, donde desde 2013 se está produciendo una limpieza étnica, a pesar de estar en medio de un proceso de paz, se entrevistó a 168 víctimas de violencia sexual. En la misma entrevista para AmecoPress, Lola Liceras cita a una de las mujeres cuyas palabras reflejan perfectamente la barbarie que sufren a través de palizas, humillaciones y llegando en ocasiones a asesinarlas tras divertirse con ellas, “ninguna mujer te lo va a contar, pero ahí fuera nos han violado a todas”, decía esta superviviente

En Nigeria, Boko Haram secuestró a 276 niñas en 2014, pero no solo fueron secuestradas y violadas por los terroristas, sino que el mismo ejército nigeriano que debía protegerlas, las violó también según la información manejada por Amnistía Internacional.

En Ruanda durante el genocidio que tuvo lugar a mediados de los años 90 la violencia sexual fue masiva pues se estima que entre 250.000 a 500.000 mujeres fueron violadas.

En el Congo con una población mayoritariamente femenina pero totalmente sometida por los hombres, las mujeres han sido violadas con armas con el fin de pegarles un tiro directamente en la vagina, o eran violadas por soldados contagiados de VIH para infectarlas, entre otras abominaciones. Tal es así el grado de violencia sexual que soportan las mujeres congoleñas que el mismo gobierno del país registró 15.352 casos de violencia sexual durante 2013 (y este número no ha cesado de aumentar en los años siguientes).

Uno de los primeros procesos judiciales en poner en evidencia la utilización de las mujeres y niñas como arma de guerra en la historia relativamente reciente, es el proceso judicial que tuvo lugar tras la guerra de los Balcanes. El Tribunal Internacional de Derechos Humanos reconoció por primera vez en la historia que la violencia sexual contra las mujeres y niñas en las guerras y los conflictos armados tenía que considerarse no solo un crimen de guerra sino también un crimen contra la humanidad, pues antes de la guerra de Yugoslavia, el derecho internacional tan solo lo consideraba como “una afrenta al pudor y el honor de las mujeres”. Y es que en la guerra de Bosnia la violencia sexual fue brutal pues llegó a ser usada sistemáticamente como parte de la limpieza étnica. Para aportar datos objetivos que tanto gustan pedir a los “negacionistas”, se estima que en la guerra en Bosnia-Herzegovina entre 20.000 y 50.000 mujeres fueron violadas.

En el caso de Latinoamérica, podemos citar el caso de Perú y las esterilizaciones forzadas de mujeres campesinas en las comunidades rurales del país cuyo origen está en el conflicto de violencia política que ejercían grupos rebeldes como Sendero Luminoso y las mismas fuerzas armadas peruanas, desde 1980 al 2000.

Durante estos 20 años de conflicto armado, según el registro de víctimas del Consejo de Reparaciones del Ministerio de Justicia peruano, están documentadas 4.567 víctimas de violaciones sexuales más aparte más de 1.500 víctimas de otras formas de violencia sexual entre ellas las esterilizaciones forzadas a mujeres campesinas en comunidades rurales del Perú.

En cuanto al caso de las personas refugiadas y desplazadas por los conflictos bélicos, ACNUR ha denunciado y evidenciado que las refugiadas mujeres/niñas sufren mayores dificultades en relación con la violencia ejercida contra ellas por razón de sexo en comparación con los varones en situación de refugiados. Esto es porque los conflictos armados dejan a las mujeres en una situación de especial vulnerabilidad en términos de pobreza y salud (integral y materna pues la sanidad desaparece y la tasa de mortalidad materna aumenta 2,5 veces más), la marcha de los hombres a combatir, la perdida de los empleos, la casa… Lo pierden todo y han de salir adelante ellas y los hijos/as que quedan a su cargo. Según datos manejados por ACNUR, la cabeza de familia en una de cada cuatro familias refugiadas es una mujer que ha de enfrentarse totalmente sola a procurar la supervivencia de su familia, ello las expone a la explotación laboral, sexual, a venta de órganos, a alquilar sus vientres, o a terminar por prostituirse.

Justicia y reparación: No hay memoria histórica para las mujeres

La utilización de la violencia sexual contra las mujeres y las niñas como arma de guerra es un crimen históricamente generalizado, pero no fue hasta la última década del siglo XX que comenzó a ser denunciado y tímidamente visibilizado.

A finales de los ‘90, el Estatuto de Roma de 1998 dio lugar a la creación de la Corte Penal Internacional. Esto supuso un gran avance para reconocer la violencia sexual como lo que es, un crimen de carácter internacional. La Corte Penal Internacional, así como el Derecho Internacional Penal reconocen la violencia sexual como crimen de guerra y contra la humanidad (aunque estos crímenes se siguen produciendo con impunidad total).

Un claro ejemplo lo tenemos en el caso Bemba, (ex vicepresidente de República Democrática del Congo), de 2016, famoso por ser el primer caso de violación en un contexto de conflicto armado en el que hubo sentencia condenatoria. La sentencia fue dictada por la Corte Penal Internacional, aunque ésta fue recurrida por la sala de apelación de la misma Corte Penal Internacional y la sentencia fue revertida lo cual supuso la absolución de Bemba por crímenes de guerra y para colmo su posterior presentación a las elecciones de la República Democrática del Congo. Este caso lo que deja constatado es que existe una gran incompetencia de los tribunales y leyes internacionales, pues aquí se perdió una grandísima oportunidad para que los criminales se responsabilizaran de sus actos y servir para lanzar el mensaje de “se acabó la impunidad”. Además, existe la falsa creencia de que este tipo de violencia sexual es perpetrada por milicias, grupos rebeldes, paramilitares, terroristas, etc. cuando de hecho son las Fuerzas Armadas estatales las principales responsables de la violencia sexual contra las mujeres en los conflictos armados.

Esto sucede porque a pesar de que se han desarrollado diferentes normas internacionales importantes en esta materia con el objetivo de crear un marco normativo para los Estados y las autoridades que les permita saber qué deben hacer para proteger a las mujeres y las niñas, éstas son sin rango de tratado por lo que no tienen carácter vinculante para los Estados.

Por otro lado, el Consejo de Seguridad aprobó tres resoluciones más que están centradas en violencia sexual en los conflictos armados. Estas resoluciones han ampliado los mecanismos de Naciones Unidas para la prevención e investigación de los casos de la violencia sexual como arma de guerra, así como para impedir la impunidad de los criminales; además se creó la figura de la Representante Especial del Secretario General de la ONU para la violencia sexual en los conflictos armados.

La importancia de la perspectiva de género en los conflictos armados

Hace poco más de 20 años, en el año 2000, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la resolución 1325 sobre las mujeres, la paz y la seguridad, hecho que supuso un hito histórico. Dicha resolución reconoce que la guerra y los conflictos armados afectan de manera diferente a las mujeres y a las niñas, reafirmando así el hecho de que es necesario que las mujeres jueguen un papel primordial en los procesos de paz, la resolución de los conflictos y en la prevención de los mismos.

En estos 21 años, tras la aprobación de la resolución 1325, se ha producido una cierta mejora a la hora de crear marcos jurídicos y normativos que permitan condenar la violencia sexual asociada a las guerras y conflictos armados, sin embargo, esta mejoría no es todavía suficiente, ni de lejos, pues raramente se persiguen los delitos y hay condenas. Esto es porque se necesita que se garantice al 100% el acceso a la protección y seguridad de las mujeres y niñas a través de tribunales nacionales e internacionales, algo que a día de hoy no se produce. Además hay que recalcar que las vivencias que tienen las mujeres en este tipo de conflictos no se reducen a la violencia sexual, sino que se cruzan en ellas múltiples formas de violencia como todo tipo de abusos sociales y económicos que hacen que aún les sea más difícil solicitar ayuda y protección; a lo que hay que añadir un sinfín de efectos diferenciados que se producen por razón de sexo (desapariciones forzadas, torturas, desplazamiento forzado, entre otros delitos), de ahí la necesidad de la perspectiva de género a la hora de tratar estos casos.

Por ello se ha elaborado la “Alerta temprana sensible al género: Guía general y práctica”. Una guía en la que se recoge la perspectiva de género en los sistemas e indicadores de alerta temprana de conflictos armados y guerra, y que además proporciona una lista de verificación con una serie de pasos a seguir para ayudar al diseño, implementación y evaluación de métodos comunitarios que permitan una alerta temprana sensible al género y así poder proteger de manera adecuada a las mujeres y las niñas.

La igualdad como método de erradicar la violencia estructural contra las mujeres

La paz para las mujeres, pero sin las mujeres. Así podríamos resumir el por qué la paz no llega para las mujeres y el porqué del vaivén de los derechos civiles y humanos de las mujeres en base a las ideologías gubernamentales de turno como ha quedado en evidencia estos días en Afganistán. Esto se ve muy claro con los siguientes datos:

– Desde 1992 hasta el año 2011, las mujeres tan solo representaron menos del 4% de las personas involucradas en las firmas en los acuerdos de paz, y menos del 10% de las personas presentes en las mesas de negociación de estos acuerdos. Actualmente, las mujeres solo representan el 4% de los más de 80.000 profesionales de la ONU para el mantenimiento de la paz.

Sin embargo, con la aprobación de la resolución 1325 del Consejo de Seguridad anteriormente mencionada, se inauguró la Agenda de Mujer, Paz y Seguridad de Naciones Unidas, se han conseguido ciertos avances. En 2013, más del 50% de todos los acuerdos de paz firmados contemplaban la situación de las mujeres y niñas, así como referencias a la paz y la seguridad. Aunque sería deseable que el ritmo de avances no fuera tan lento pues estamos hablando de Derechos Humanos del 52% de la población mundial y por consiguiente del 52% de la población de cualquier país/territorio, porque no debemos olvidar que las mujeres no somos un colectivo, sino el 52% de la población mundial.

En resumen, no hay paz sin igualdad pues ambas, la paz y la igualdad entre mujeres y hombres están unidas. No puede haber una sin la otra. Y para lograr la paz hay que empezar por la igualdad y para ello hay que ir a la raíz de la desigualdad estructural entre los varones y las mujeres, que no es otra cosa que el género.

El género es ese elemento cultural impuesto desde el nacimiento y que conforma la estructura en la que se sustenta la desigualdad entre ambos sexos, en el cual el sexo femenino está sometido al masculino. Por ello, si eliminásemos esa estructura asimétrica donde ambos sexos fueran iguales, libres de la opresión del género, y educados en los valores de igualdad, no desaparecería la violencia contra las mujeres y las niñas, pero sí disminuirían en gran medida, y por consiguiente viviríamos en sociedades mucho menos violentas y mucho más igualitarias, así como en este caso que nos ocupa, la violencia sexual en las guerras y los conflictos armados. Ya que esta violencia tan brutal no puede ser analizada y atajada como algo aislado, pues forma parte de la misma estructura que sustenta las sociedades misóginas de todo el mundo.

Para concluir, Fatou Bensouda, fiscal de la Corte Penal Internacional, dio un emotivo discurso perfecto para reflexionar:

Cada día soy testigo de las consecuencias que los conflictos armados tienen en las vidas de las mujeres y las niñas. En la valentía y la dignidad de las sobrevivientes, de aquellas que han sufrido, he visto lo mejor de la naturaleza humana. Y en la más dura crueldad de los crímenes contra ellas, he visto lo peor. Lamentablemente, la violencia sexual y de género es habitual en muchos conflictos, a menudo perpetrada como un arma de guerra deliberada o un acto de represión. Soy muy consciente de que, para las mujeres, y las niñas especialmente, el coste de los conflictos armados va más allá de la carga, ya de por sí pesada, de las secuelas físicas y psicológicas. Las mujeres y las niñas a menudo sufren por partida doble. No sólo los combatientes ven sus cuerpos como legítimos campos de batalla, sino que sus propias comunidades posteriormente las rechazan y las aíslan por su desgracia. Si bien las guerras afectan a las comunidades en su conjunto, las desigualdades existentes exacerban las consecuencias para las mujeres y las niñas. Los conflictos intensifican su vulnerabilidad ante la pobreza en la medida en la que se enfrentan a un acceso desigual a los servicios sanitarios y el bienestar, a menos oportunidades económicas y a una menor participación política. La educación de las mujeres y los derechos a la propiedad también disminuyen mientras que el analfabetismo y la mortalidad materna aumentan sustancialmente.”

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