Eduardo Montagut acaba de publicar “La guerra civil española día a día”, libro sobre el que conversamos en estas páginas de NR, donde a menudo recibimos sus interesantes lecciones de historia.
Por Angelo Nero | 4/02/2024
Nuestro colaborador Eduardo Montagut, nació en Madrid, en 1965, el año en el que Televisión Española inauguraba su segundo canal, y más de 5.000 estudiantes salían a las calles desafiando al régimen, mientras en EEUU el presidente Johnson iniciaba una escalada bélica en Vietnam, era asesinado el activista negro Malcom X, mientras aquí también nacían Jesus Calleja, Kepa Junquera y Andreu Buenafuente. Estudia en la Universidad Autónoma de Madrid en 1988, licenciándose en Historia Moderna y Contemporánea”, para dedicarse a la docencia en Educación Secundaria, pero su vocación pedagógica va más allá de las aulas, y en las últimas décadas emprende una intensa actividad en medios, tanto escritos como digitales, a través de artículos de divulgación e investigación, y de una colección de libros con títulos como “Episodios que cambiaron la Historia de España”, “Del abrazo de Vergara al bando de guerra de Franco”, “El tiempo de las Revoluciones”, o “El Republicanismo en España”. Ahora acaba de publicar “La guerra civil española día a día”, libro sobre el que conversamos en estas páginas de NR, donde a menudo recibimos sus interesantes lecciones de historia.
Hasta ahora te habías aproximado en tus libros al periodo de la Guerra Civil, uno de tus trabajos estudiaba el periodo republicano, ¿por qué ahora te has decidido a trabajar sobre este negro periodo de nuestra historia, y además en intentar señalar los principales acontecimientos que se desarrollaron día a día?
El libro es un encargo de la editorial donde suelo publicar mis manuales de Historia. En realidad, no me había acercado mucho a la Guerra Civil; el trabajo mencionado sobre el republicanismo se terminaba en 1936. Siempre he creído que me veía incapaz de abordar aspectos de la contienda, pero los miedos hay que superarlos, y el ofrecimiento de la editorial me ha ayudado. Trabajar sobre la Guerra Civil no es fácil porque afloran muchas sensaciones, aunque uno haya nacido más de un cuarto de siglo después de su finalización, pero me sigue influyendo porque uno es nieto de represaliado y miembro de una familia que sufrió en la posguerra, y también como ciudadano de este país con un compromiso evidente. Pero, como decía antes, había que afrontar el miedo y cumplir una obligación hasta moral con el pasado reciente y que sigue influyendo en nuestro presente.
A pesar de haber bastante bibliografía sobre el tema, también hay miradas históricas muy diferentes, y muchos fondos documentales que desaparecieron durante el franquismo, ¿cuáles son los principales obstáculos que has tenido que enfrentar para escribir una obra como esta, además de la propia de darle forma de un diario?
He realizado un diario con el fin de intentar fijar hechos y hacer algunas interpretaciones breves y asequibles sobre los mismos, con especial interés en los acontecimientos políticos, económicos, sociales, culturales y de la represión sobre lo estrictamente militares, aunque no se puedan obviar cuando se habla de una Guerra. Seleccionar no es tarea fácil porque cuando se tiene la voluntad de abarcar en su totalidad un proceso histórico tan complejo y rico en hechos como el que nos ocupa en este libro, dejar fuera algunos te genera dudas, pero entre las tareas de un historiador se encuentra la de acudir a lo esencial y decisivo. Otro de los problemas tiene que ver con las fechas porque bailan según distintas fuentes, a pesar de que se trata de hechos relativamente recientes. He tenido que consultar distintas obras y cronologías y no ha sido tarea fácil.
Ahora que la guerra está en nuestras pantallas todos los días, y que vemos como se intenta imponer un relato, que justifique las motivaciones y acciones de uno u otro bando, ¿no es fácil caer también, aún desde la visión de un historiador, en el sesgo ideológico?
Todos somos hijos de nuestras familias, de nuestros entornos, de nuestro tiempo, de nuestras experiencias, de nuestras lecturas, y hasta de nuestros sentimientos. La objetividad no existe porque es imposible, y quien la defienda es, al final, el menos “objetivo”. Los historiadores pertenecemos a generaciones diversas, y a distintas escuelas, tenemos nuestras ideas y elegimos unos temas en vez de otros, además de interesarnos por aspectos distintos del pasado, y eso es así porque somos diversos. Pero un verdadero historiador debe ser aquel que no manipule las fuentes, o emplee solamente las que le interesen para justificar sus hipótesis. Las fuentes deben ser analizadas con rigor y en el contexto en el que se produjeron porque no son tampoco neutras. El oficio de historiador se aprende en la Universidad, y luego cuando trabajas en archivos y en bibliotecas, compartiendo con otros colegas, reflexionando y sin corsés, abierto siempre a la autocrítica y al saludable ejercicio de la duda y la matización. Debe serenarse, y más cuando trata sobre temas como la Guerra Civil, y luego interpretar, que es lo más complicado. Y, afortunadamente, hay distintas interpretaciones, no una sola, ni tampoco un discurso único.
En lo relativo a nuestra Memoria, a esa que llaman histórica -y que en NR llamamos Antifascista-, ¿cuál es, a tu entender, la importancia de que esa Memoria transcienda de lo familiar a lo colectivo, a que la memoria de las víctimas sea la memoria de un país que, de un modo u otro, sufrió la dictadura? Y también asociado a esto, ¿cuál es la diferencia entre historia y memoria?
La memoria es un tema complejo. Todos estamos conformados por la memoria, por una determinada memoria de hechos, procesos y personajes del pasado, de nuestro país y de fuera, y eso nos permite situarnos en un lugar, y entender quiénes somos, que estamos haciendo en nuestro presente y qué pretendemos para el futuro. Uno elige, lo hace en algún momento de su vida, aunque luego matice sus elecciones en función de un mayor conocimiento, de las experiencias y de la madurez. Durante años he ido sabiendo cuál era mi lugar en el tiempo que me ha tocado vivir, de forma paralela a saber quienes y qué me inspiran del pasado en el compromiso del presente y para el futuro.
En ese lugar que he elegido las víctimas de la Guerra Civil y de la Dictadura tienen un lugar destacado, como las de otros procesos históricos españoles y extranjeros. Las víctimas son y deben ser siempre, a mi entender, las protagonistas de todo relato de la memoria por el simple, pero terrible, hecho de haberlo sido. Quien no entienda ese protagonismo es que esconde algo, tiene mala conciencia, o pretende elegir prioridades en relación con las víctimas, una decisión que, a mi entender, es intolerable. En este país durante muchos años solamente hubo víctimas de un lado. El hecho de que el movimiento memorialista hiciera público que el discurso oficial de los que durante tanto tiempo fueron los dueños de este país por considerar que era su derecho natural había obviado o negado que existían otros cientos de miles de víctimas ha supuesto una lección de ciudadanía como muy pocas se han producido en nuestro pasado reciente.
La memoria, como he dicho, te conforma, te acompaña y te inspira, la historia es el trabajo, intenso pero profesional, que desarrollas, con esa inspiración, pero siempre con voluntad de entender y procurar que se entienda lo que ocurrió en el pasado sin que te nublen tus inspiraciones, ofreciendo una interpretación de dicho pasado, y que no intente justificar nada.
Desde los sectores más a la derecha de nuestro panorama político nos dicen que hay que olvidar para cerrar las heridas del pasado, sin embargo, ellos no dejan de invocar una historia de España llena de mitos como la Reconquista, ¿no es esta una visión interesada de la historia, que trata de recuperar periodos y personajes de unas épocas, tratando de ignorar otras?
Olvidar no es una opción. Parece una obviedad decir esto, pero, al parecer, no. Los que hicieron en el franquismo una interpretación monolítica y cainita de la reciente Historia de España, y justificaron sus propias acciones con tergiversaciones evidentes de lo que supuestamente pasaba en la Segunda República, han dejado un legado a sus herederos ideológicos muy pesado. Pero esos herederos, en vez de cuestionar esa interpretación, de separarse de la misma buscando otras inspiraciones, optaron por intentar imponer el silencio y el olvido, aliñado con la teoría de la equidistancia que, al final, casi es más grave. Esos herederos no han tenido el magisterio de De Gaulle o un Churchill, personajes que, con sus grandezas y miserias, defendieron siempre un evidente conservadurismo, pero también un intenso antifascismo.
Posteriormente, los sectores más extremos de nuestra derecha se han puesto a remozar las supuestas viejas glorias del pasado más lejano con teorías ya muy manidas y que creíamos abandonadas desde hacía décadas. La historiografía seria de este país está a ciento ochenta grados de todo esto, pero en la sociedad calan esas ideas de la supuesta salvación de España (¿España en el siglo XIV?) frente a los musulmanes, o sobre las glorias imperiales de los Austrias, etc, que intentan informar ese nuevo patriotismo, ya cada día menos de opereta, porque cada día es más violento en la calle, en los medios y en las redes. Por eso, los historiadores tenemos un compromiso para intentar explicar, con nuestras distintas interpretaciones, que los tercios eran casi invencibles, sí, pero que también los campesinos de Castilla se morían de hambre por una política imperial que, al final, solamente obedecía a intereses dinásticos, por poner un ejemplo entre un millón.
Como docente, que lleva muchos años en contacto con jóvenes, ¿cómo ve el influjo de los discursos de odio que les canalizan a través de las redes? ¿sigue siendo eficaz la educación pública como antídoto contra ese relato, o habría que complementarla a través de otro tipo de herramientas?
No veo todavía que el odio de signo político cale mucho en los alumnos. Lo que sí vemos es un aumento de un comportamiento violento difuso. Por otro lado, impera en muchos de los adolescentes un desinterés general por el pasado, fruto de un desapego por la cultura, el análisis, la lectura, etc, y vinculado al desinterés por lo que ocurre en su país o en el mundo. Parece como si fuera el paso previo para luego inocular el virus del populismo, un peligro harto preocupante y que ya estamos padeciendo.
La educación pública, con sus angustias económicas, sigue siendo fundamental para intentar que el espíritu crítico no muera mareado por las banalidades, las mentiras y manipulaciones que les llegan a los alumnos a través de sus móviles. El trabajo de profesor es agotador, pero necesario, por mucho desánimo que te produzca en este momento.
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