El tema del hambre en un mundo donde hay alimentos para todos no deja indiferente a casi nadie. Pero, además, cuando sabemos que con sólo la cuarta parte de los alimentos que cada año desechamos podrían alimentarse adecuadamente los más de 800 millones de personas que hoy día pasan hambre en el mundo, entonces incluso podemos sentir remordimientos cuando de nuestra nevera o despensa tenemos que tirar a la basura algún alimento que se ha estropeado o caducado.
Las cifras oficiales de la ONU en relación a los desperdicios alimentarios y del hambre en el mundo son verdaderamente alarmantes; no obstante, albergo la profunda confianza de que tales cifras pronto empezarán a disminuir de manera definitiva a pesar del continuo crecimiento de la población mundial. Más adelante entenderéis porqué digo esto.
Las posibles soluciones a tan triste fenómeno socioeconómico se vienen implementando desde mucho tiempo atrás, no solo por muchos países y organismos internacionales, sino principalmente por cientos de miles de organizaciones sociales (asociaciones de voluntarios, bancos de alimentos, comedores sociales, ONG, misiones religiosas, …). Pero el quid de la cuestión está en los cientos de millones de personas que nos preocupamos por dar alimentos y/o donativos a quienes no pueden obtenerlos por sí mismos, tratando de facilitarles además los medios necesarios para que algún día puedan conseguirlos de manera autosuficiente.La cooperación internacional al desarrollo es muy importante, pero más aún lo es nuestra solidaridad y empatía con los más necesitados.
Según la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), el volumen de alimentos que se tira a la basura cada año en el mundo se puede estimar en unos 1.300 millones de toneladas. Según el informe “Pérdidas y desperdicio de alimentos en el mundo” del año 2012, realizado por el Instituto Sueco de Alimentos y Biotecnología a petición de la FAO, cada año se pierde o desperdicia cerca de 1/3 de los alimentos que producimos en el mundo. En los países en desarrollo, un 40% de las pérdidas ocurre en las etapas de poscosecha (recogida, almacenamiento, transporte y procesamiento). Sin embargo, en los países “desarrollados”, además de las pérdidas mucho menores en la poscosecha, también el 40% se desperdicia, tanto en los comercios minoristas (supermercados, tiendas, bares, restaurantes, hoteles, escuelas,…) como en los hogares de los consumidores.
Alrededor de 8.500 niños mueren de hambre cada día en el mundo.
Por tanto, en términos del Informe FAO-2012, los alimentos que se desechan antes de llegar a los minoristas y consumidores se denominan “pérdidas de alimentos” y los alimentos que se desechan una vez que están en poder de los minoristas y consumidores se denominan “desperdicio de alimentos”. Otros datos inquietantes que se desprenden del referido informe son, entre otros, que el volumen total de agua que se utiliza cada año para producir los alimentos que se pierden o desperdician equivale a 250 kilómetros cúbicos (como tres veces el volumen del lago de Ginebra) o que 1.400 millones de hectáreas se usan anualmente para producir los alimentos que se pierden o desperdician, es decir, el 28 por ciento de la superficie agrícola del mundo. Y qué decir de la huella de carbono producida por tan inmensas cantidades de desechos alimentarios (unos 3.300 millones de toneladas de gases de efecto invernadero liberados a la atmósfera por año).
Y si nos centramos en los datos de España, encontramos que por cada habitante tiramos anualmente a la basura 166 kg de alimentos, es decir, 7,7 millones de toneladas al año o, lo que es lo mismo, 21 millones de kilos cada día. Sin embargo, la mayor parte de esta basura corresponde a la cadena de suministro y a los minoristas, siendo el despilfarro alimentario de los españoles en sus hogares “solo” 1,3 millones de toneladas al año, es decir, 3,7 millones de kilos que tiramos a la basura en nuestras casas cada día.
En definitiva, cuando desperdiciamos comida también estamos desperdiciando la mano de obra, el dinero y los recursos valiosos (semillas, agua, energía, piensos, …) que se emplean en la producción de alimentos, contribuyendo también al aumento de gases de efecto invernadero.
En cuanto a las cifras de personas que pasan hambre en el mundo la FAO informó que, de los 777 millones de hambrientos en 2015 hemos pasado a los más de 815 millones de personas desnutridas en 2016, es decir, unas 17,5 veces la población de España o casi tantos como todos los habitantes de la Unión Europea y EEUU juntos. Es decir, en solo un año hay 38 millones de personas más que pasan hambre. Todas esas personas, incluidos niños, se van a dormir cada día sin haber ingerido las calorías mínimas para su actividad diaria. Pero la noticia más preocupante es que, por primera vez desde 2003, el hambre repunta, elevándose a 11 de cada 100 las personas que diariamente pasan hambre en el mundo. En cuanto a las zonas más afectadas por las hambrunas y con mayor riesgo de morir por inanición están Somalia, Sudán del Sur, Yemen y el noreste de Nigeria, donde más de 20 millones de personas están en continuo riesgo de muerte. El coordinador de la ayuda de emergencia de la ONU, Stephen O’Brian, avisa que “el mundo se encuentra ante la mayor crisis humanitaria desde la Segunda Guerra Mundial”. En cuanto a los más vulnerables, los niños, más de 3 millones mueren al año por inanición, o lo que es lo mismo, unos 8.500 niños mueren de hambre cada día en el mundo.
¿Por qué sigue ocurriendo este terrible drama y aún no hemos sido capaces de encontrar una solución definitiva? Las respuestas pueden ser muchas, pero si nos centramos en los problemas de sequía, contaminación de las aguas y migraciones por guerras o conflictos, obtendremos algunas respuestas superficiales a las causas más frecuentes de muerte por falta de alimento y agua. Sin embargo, si miramos en las entrañas del problema, encontraremos que la principal causa está en la desmedida avaricia de poder y riqueza de algunos influyentes seres humanos egoístas que miran para otro lado ante este y otros problemas humanitarios, pues lo único que les interesa es mantener su status y aumentar sus riquezas. Se trata de la misma élite de personas que mencioné en el artículo de la “Agenda global de género”.
Afortunadamente, esta situación se ve parcialmente compensada por la gran labor humanitaria de millones de personas solidarias de todo el mundo que con gran empatía socorren diariamente en los campos de refugiados y en sus lugares de origen a los más necesitados. Y gracias también a la colaboración altruista de decenas o cientos de millonesde ciudadanos que realizan frecuentes donativos, más los que se preocupan de que a esos lugares llegue el dinero, el alimento, el agua y los medios necesarios para paliar los graves efectos de tal catástrofe humanitaria.
11 de cada 100 personas pasan hambre en el mundo a diario.
Aunque, como explicaré en un próximo artículo, el negocio de la caridad o la filantropía egocéntrica también está presente en este delicado asunto, provocando que una parte importante de lo que se dona no llegue a su destino y, lo que llega, a veces no se aprovecha de manera efectiva y adecuada.No obstante, al final de éste artículo daré unas sencillas claves para que podamos realizar importantes aportaciones en nuestro día a día con el fin de mejorar los dos asuntos aquí tratados: los desperdicios alimentarios y el hambre en el mundo.
Y volviendo al informe de la FAO sobre pérdidas y desperdicios de alimentos, las tasas más altas de desperdicio (minoristas y consumidores) en el mundo se concentran en los grupos de alimentos tipo frutas, hortalizas y pescado, precisamente los alimentos que más se consumen en los países “pobres”. Asimismo, la producción per cápita total de alimentos para el consumo humano en el mundo asciende a unos 900 kg en los países “ricos” y tan solo unos 460 kg por persona en las regiones más pobres del planeta. Esto quiere decir que en los países más desarrollados se produce casi el doble de alimentos que en los países en desarrollo, desperdiciándose en los países “ricos” casi tanta comida como la que se produce en los países más “pobres”. Además, el 40% de la comida que se pierde antes de ponerse en las manos de los “pobres” consumidores, se debe principalmente a la falta de medios técnicos adecuados para la recolección, transporte, almacenamiento, envasado y refrigeración de los alimentos. Por tanto, esto se traduce en una reducción de los ingresos para los pequeños agricultores y en un aumento del precio del 60% de los alimentos que finalmente llegan al mercado, impidiéndose de esta manera que los más desfavorecidos puedan acceder a ellos.
Un aspecto muy importante a tener en cuenta es el de la comida que se destina a la alimentación del ganado en el mundo. El 40% de la agricultura planetaria está destinada a alimentar a los más de 100.000 millones de animales destinados al consumo humano. Sirva de ejemplo que, el 80% de la soja producida en el mundo y el 70% del maíz cosechado en EEUU se destinan a la alimentación exclusiva del ganado. Además, la ingente cantidad de agua y de energía que se precisa para mantener vivos a tantos animales, así como la gran contaminación que produce la industria cárnica (emisión de CO2, contaminación de las aguas, deforestación,…) y los problemas de salud que produce en las personas, ya son motivos más que suficientes para que en todos los países del mundo (empezando por los más desarrollados) se empiece a disminuir la producción de alimentos de origen animal, pudiendo quedar de este modo más tierras disponibles para la reforestación y para la alimentación humana.
Como ejemplo, según la FAO, se precisan 15.000 litros de agua para producir un solo kilo de carne. Sin embargo, con esa misma cantidad de agua se puede producir 10 kilogramos de cereales, 16 kilos y medio de fruta o ¡50 kilos de verduras! Y como anécdotas muy reveladoras, se ha calculado que una simple hamburguesa cárnica de 200 gramos supone el mismo gasto de agua que el de una persona al ducharse diariamente ¡durante tres meses!, y que toda la ganadería del planeta contamina más que todos los medios de transporte del mundo juntos.
Por otro lado, los terribles casos de los descartes de pescado que se devuelven al mar (en la mayoría de los casos muertos, agonizantes o gravemente dañados) tras su captura por no estar permitida su pesca o por no ser rentables, representan una parte significativa de las capturas marinas mundiales. La primera valoración que se hizo a nivel mundial sobre los descartes de animales marinos se realizó en 1994 con un total de 27 millones de toneladas de pescado capturado y posteriormente desechado, en su gran mayoría devueltos muertos al mar. Asimismo, los actuales descartes de pollitos machos en el mundo se pueden contar por miles de millones, ya que no es rentable su crianza para la industria del huevo. En estos casos, los pollitos pasan por un circuito donde tras ser separadas las hembras de los machos, éstos son directamente encauzados hacia una máquina que los tritura vivos. En otros muchos casos, estos pollitos machos son directamente arrojados vivos a la basura.
Toda acción local, por pequeña que sea, tiene efectos globales
En respuesta a esta clase de injusticias y como resultado del insostenible estilo de vida capitalista que hasta ahora la gran mayoría hemos asumido, han surgido diversas iniciativas populares e interesantes movimientos sociales para tratar de contrarrestar los graves desequilibrios sociales que se producen en la sociedad de consumo. Como principal ejemplo tenemos el Freeganismo o Friganismo, que empezó a principios de los 90 en EEUU junto con los movimientos ecologistas y de antiglobalización. Los freeganos son jóvenes con estudios que deciden no trabajar y por lo tanto desarrollan distintas estrategias para sobrevivir. Critican el concepto de basura porque afirman que muchos de los alimentos que se tiran podrían ser recuperados y, por tanto, buscan alimentos en la basura por razones políticas y no por necesidad. Su estrategia para la supervivencia es la recolección urbana, recuperando además de alimentos en buen estado, cualquier clase de bien útil que pueda ser usado o reparado. Además, no conducen vehículos a motor para sus desplazamientos y piensan que el alojamiento es un derecho, no un privilegio, por lo que ocupan edificios y casas abandonadas. Este movimiento ha crecido mucho principalmente en Sudamérica, EEUU y Europa, experimentando un gran auge en ciudades como Londres y Nueva York. Se calcula que actualmente existen casi 3 millones de ellos en todo el mundo, organizados en unas 3.800 comunidades.
A continuación expondré brevemente dos casos que me han llamado poderosamente la atención: el primero, el de un joven alemán que después de conseguir vivir cinco años sin necesidad de usar el dinero, ha cofundado una plataforma de intercambio de alimentos y ha montado un pequeño supermercado en Berlín dedicado a la venta de productos rescatados de la basura. SirPlus es el nombre que Raphael Fellmer le ha puesto a su negocio situado en una céntrica calle peatonal de la capital alemana, gracias a la colaboración del propietario del local que, fascinado por la idea, se lo cedió en muy ventajosas condiciones. Su cruzada contra el derroche de alimentos parece desarrollarse sin ninguna traba por lo que tiene en proyecto expandir su novedosa fórmula de negocio no solo por Alemania, sino por otros países de Europa. Todos sus productos se venden hasta un 70% más baratos que en los comercios convencionales. Además, el 20% de los artículos recuperados por SirPlus se redistribuyen por asociaciones que los necesitan. Raphael afirma que “… en Alemania se tiran 20 millones de toneladas de alimentos cada año, lo que equivale a un camión por minuto”, por tanto, continúa diciendo,»…en casa, ¿por qué empeñarse siempre en tener el frigorífico lleno? Lo suyo sería no volver a preguntarse qué quiero cenar esta noche, sino qué debería cenar esta noche: ¿qué producto tiene posibilidades de terminar mañana en la basura? ¿estas sobras de arroz? ¿este yogur?«.
Y el segundo caso, que me ha impresionado y sobre el que se pueden encontrar muchas referencias en internet, es el de una psicóloga alemana, nacida en 1942, que tras fundar en 1994 un grupo de trueque llamado “Centro para dar y recibir”, dio el salto definitivo en 1996 para lanzarse a la aventura de vivir completamente sin dinero. Heidemarie Schwermer, con más de 20 años de experiencia en esto, afirma que desde que vive sin necesidad de dinero se siente mucho más libre y feliz. Ella propone, como alternativa al sistema de vida capitalista, que deberíamos probarlo alguna vez, al menos durante un tiempo, pues nos haría reflexionar profundamente sobre el insostenible e injusto modo de vida capitalista. Su frase que más me ha gustado es: “Empecé a hacerlo por la situación del mundo. Porque me parece injusto que haya gente que muera de hambre mientras nosotros derrochamos a diario la comida”. En el documental “Vivir sin dinero, la historia de Heidemarie Schwermer” se puede comprobar la fuerza, el arrojo y la alegría de esta valiente señora.
Según un informe de la FAO, de los 777 millones de hambrientos en 2015 hemos pasado a los más de 815 millones de personas que pasan hambre en 2016
Tras estos maravillosos ejemplos de gran repercusión en la solución del problema alimentario, existen otras formas de realizar aportaciones al alcance de la mayoría de nosotros, al margen de lo que puedan y deban realizar las autoridades políticas de cada lugar. Soy de la opinión, de que los ciudadanos del mundo podemos influir muy poderosamente en nuestros entornos más inmediatos con repercusiones globales inimaginables, gracias a las pequeñas acciones que de manera consciente y con perseverancia podemos realizar para el bien de nuestras comunidades locales y, por ende, de la comunidad global. He de decir que, las siguientes acciones que propongo ya han sido probadas por quién esto escribe y que recomiendo iniciarlas y, sobre todo, mantenerlas en el tiempo en la medida de nuestras posibilidades:
- Come menos y mejor. Prepara menos comida en casa o pide menos cantidad en los bares y restaurantes. Comer más, hasta llenar completamente el estómago, termina perjudicando seriamente la salud. Quedarse en cada comida con un poco de hambre es saludable, siendo incluso recomendable realizar de vez en cuando ayunos de medio día o día completo para permitir el descanso del aparato digestivo y la desintoxicación del cuerpo. Además, pasar un poco de hambre de manera voluntaria también nos permite acordarnos de quienes pasan hambre de verdad. Pensar en ellos nos hace más humanos, así como más empáticos al sentir mínimamente lo que ellos sienten.
- Reutiliza las sobras. No tires la comida que sobre en tu plato o en la olla. Guárdala para comerla más tarde o usarla como ingrediente de otros platos diferentes.
- Compra lo necesario. Haz una lista de los alimentos que necesitas comprar para no llenar demasiado la nevera o la despensa con el riesgo del posible despilfarro que ello supondría.
- Compra económico y local. Trata de comprar las frutas y verduras en tiendas locales y aunque estén aparentemente “feas”, pues éstas suelen estar más baratas y son las que tienen mayor riesgo de ser tiradas a la basura.
- Consume lo que debas, no lo que quieras. Trata de consumir primero de tu nevera o de la despensa aquellos productos que estén más “viejos”, a punto de caducar e incluso los recién caducados (no temas al consumirlos puesto que los fabricantes ponen estas fechas orientativas con mucho margen para vender más). Para ello, sitúa los alimentos más frescos o nuevos en la parte posterior de la nevera o despensa.
- Dona o composta. Si ves que no te va a dar tiempo de consumir algunos alimentos por un exceso en tu despensa, porque te vas de viaje o porque comes habitualmente en la calle, dónalos a familiares, amigos, vecinos o a personas necesitadas antes de tirarlos. Y si tienes posibilidad, podrías compostar los alimentos que ocasionalmente tuvieras que tirar junto a los habituales desechos orgánicos, para mejorar tu jardín o tus propios cultivos.
- Acércate a quienes piden para comer. No hace falta viajar a países pobres para escuchar a quienes no pueden comprar sus alimentos. Acercarse con humildad y empatía a quién pide limosna o comida nos hace más humanos. Si están en esa situación, no es por gusto. A veces, una sonrisa, unas palabras de ánimo o simplemente presentándonos y preguntándoles su nombre, hacen mucho más que entregar fríamente una limosna.
- Visita o viaja a las zonas “pobres”. En tu tiempo libre o en vacaciones no descartes la posibilidad de visitar lugares cercanos desfavorecidos o de viajar a regiones o países en desarrollo, siempre y cuando tales destinos no sean realmente peligrosos. Consumir sus productos y conocer sus costumbres y cultura favorece sus economías y nos enriquece. Además, muchos países “pobres” tienen parajes naturales maravillosos y gentes encantadoras que viven felices con muy poco.
- Colabora. Hazte voluntario o dona a través de alguna asociación o colectivo que trabaje eficazmente para paliar el hambre y el sufrimiento de muchos seres humanos.
- Prueba a vivir sin dinero. Vivir sin dinero es posible, tal y como lo han demostrado Heidemarie Schwermer y otros muchos. Atreverse a probarlo durante un fin de semana o durante más tiempo (en vacaciones, por ejemplo), puede llegar a ser una experiencia muy significativa y reveladora. Como también lo es participar en una “gratiferia”, una feria o mercado donde todo es gratis. En las 6 ediciones de la Gratiferia de Sevilla en las que participé, nuestro lema era “Trae todo lo que quieras o nada, y llévate todo lo que quieras o nada”, donde aparte de ropa y toda clase de artículos, existían secciones de servicios de sanación, talleres y abrazos gratis.
En definitiva, mucho podemos hacer en nuestro devenir cotidiano para colaborar con la Tierra y con todos los seres sintientes que viven en Ella. Como he dicho en otras muchas ocasiones, no debemos esperar a que sean los gobiernos del mundo y los políticos los que resuelvan tan graves problemas como los aquí tratados. En nuestras manos tenemos un inmenso poder para hacer mucho sin tener que hacer grandes cambios en nuestras vidas. Simplemente, la toma de consciencia del problema y la puesta en práctica de algunas de las diez acciones que os propongo pueden marcar una gran diferencia con respecto al resultado final. Todo ello lo baso en una sencilla filosofía que desarrollé en el año 2011 con el nombre de “Glocalismo”, cuyo lema fundamental es “Siente globalmente, Actúa glocalmente”, o lo que es lo mismo, “Toda acción local, por pequeña que sea, tiene efectos globales”.
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