Cultura | Socialdemocracia y revisionismo

Por Eduardo Montagut

En el SPD alemán se produjo un intenso debate a finales del siglo XIX, muy paradójico y complejo, como tendremos oportunidad de comprobar, y en el que tomaría carta de naturaleza una forma de conjugar socialismo y democracia, alejándose de las tentaciones totalitarias. Posteriormente, en distintas fases y con matices, los partidos hermanos adoptarían ese modelo.
A finales del siglo XIX era evidente que el socialismo europeo estaba profundamente dividido entre la ortodoxia y el revisionismo, entre la revolución y el reformismo.
El revisionismo tomó carta de naturaleza con las propuestas teóricas de Bernstein en Alemania. En 1899 publicó Las Premisas del Socialismo y las tareas de la Socialdemocracia. Bernstein pretendía acabar con la evidente contradicción entre las propuestas revolucionarias del SPD y la praxis política del Partido, claramente reformista. Algunas de las formulaciones del revisionismo ya se podían rastrear en el prólogo de Engels de La Lucha de Clases en Francia de Marx, cuando expresaba que los elementos revolucionarios prosperaban más empleando los medios legales, es decir, cuando entraban en el juego político, en el parlamentarismo, que cuando usaban los medios ilegales o subversivos. Otra influencia ideológica del revisionismo se puede encontrar en las formulaciones fabianas británicas de reforma política y social. Bernstein pensaba que el desarrollo social podría darse sin cataclismos sociales. Si la catástrofe social no era inmanente a las cosas, no era necesaria históricamente. En la época de crecimiento económico en la Europa de su tiempo no se había producido lo que había vaticinado Marx. Así pues, el principio de inevitabilidad no valía ni la voluntad política de llevar a cabo la revolución social.
En el Congreso de Hannover del SPD de 1899 se debatieron las ideas de Bernstein y fueron derrotadas, así como en sucesivos congresos. En el SPD se generaron tres grandes corrientes. El ala derecha, en torno a la revista “Cuadernos Mensuales Socialistas” y con líderes como Schippel, Heine, Calwer, entre otros, defendía el revisionismo. El ala izquierda del Partido, representaba por Rosa Luxemburgo, Mehring y Clara Zetkin, fue también derrotada en los Congresos del SPD. Dio lugar a la Nueva Izquierda, que proponía un planteamiento claramente revolucionario y antimperialista. Y, por fin, estaría la tendencia que podríamos calificar de centrista y que era la mayoritaria, con Kautsky como principal valedor del pensamiento marxista. Este sector, vinculado al aparato del SPD, sostenía un inestable equilibrio ideológico entre el programa y discurso plenamente revolucionario y la práctica política claramente reformista, como apuntábamos más arriba. Para Ignaz Auer, secretario del SPD, cambiar el discurso ideológico del Partido como pretendía Bernstein y seguir con la práctica política pragmática era un esfuerzo inútil y peligroso porque podía generar graves tensiones internas. Es curioso como Auer expresó a Bernstein que nunca debía haber hecho públicas sus formulaciones, que se aplicaban en la práctica, porque no se podía hacer otra cosa en un partido de masas. En conclusión, las tesis de Bernstein fueron derrotadas oficialmente, pero se aplicaban a rajatabla cada día.
En realidad, Bernstein estaba plasmando la tendencia de la integración progresiva de la socialdemocracia en las sociedades y sistemas políticos cada vez más democráticos de Europa. El sufragio universal se debía convertir en un arma poderosa para el proletariado. Además, se podría contar con el apoyo de una parte de la burguesía, ya que el desarrollo económico había generado muchas diferencias internas en el seno de dicha clase, apareciendo las clases medias.

Eduard Bernstein

Aunque la formulación teórica del revisionismo era alemana, la tendencia apareció en el resto de formaciones políticas socialistas. En Francia se puede comprobar en el enfrentamiento entre Guesde y Jaurès, en Bélgica o en Italia, así como en la división entre bolcheviques y mencheviques en el socialismo ruso, de tan dramáticas repercusiones para los segundos. Esta confrontación se plasmó, lógicamente, en la Segunda Internacional en los intensos debates sobre el nacionalismo, el colonialismo o la huelga.
Por otro lado, el análisis revisionista parece claramente vinculado con la coyuntura económica de principios de siglo. Superada la gran depresión de 1873 parecía que el capitalismo se había librado de las crisis. El socialismo podía o debía sustituir al capitalismo de forma paulatina, a través de conquistas alcanzadas en el juego político, por reformas, sin llegar a la revolución. El pensamiento marxista más ortodoxo respondió al revisionismo formulando la teoría del imperialismo, y que permitía salvar la cuestión de la revolución y adaptar las ideas de Marx y Engels, propias de la época del librecambismo de la primera Revolución Industrial, a la realidad de la Segunda Revolución Industrial. El imperialismo que se vivía en aquellos momentos solamente habría aplazado en el tiempo la crisis y el colapso final del capitalismo. Hobson, Rosa Luxemburgo y Lenin estaban detrás de esta formulación. El capitalismo se había extendido gracias a la mundialización del mercado, la exportación de capitales, el expolio de las colonias, el triunfo del proteccionismo y de las concentraciones empresariales y financieras. Al final, estallaría una guerra mundial que posibilitaría la revolución.
Otro factor a tener en cuenta en relación con la aparición del revisionismo tiene que ver con un aspecto poco conocido y que se refiere al distinto grado de penetración de las ideas marxistas en los partidos socialistas que se fueron creando en el último tercio del siglo XIX. Algunos estudios han permitido comprobar que dicha penetración no fue tan intensa ni tan completa como se ha venido pensado tradicionalmente.
Por fin, habría que tener presente la tendencia a la burocratización de los partidos socialistas, especialmente del SPD, . El revisionismo sería la práctica diaria de muchos dirigentes políticos y sindicales socialistas, aunque muchos de ellos no fueran conscientes.
Pues bien, al final el socialismo occidental comenzó a caminar dentro de las instituciones con un intenso objetivo reformista para aminorar las desigualdades sociales pero sin menoscabar las libertades.

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