Por Eduardo Montagut
La sublevación de La Granja, acontecida en el 13 de agosto de 1836, fue un suceso clave en la Regencia de la Reina Gobernadora, en la minoría de edad de la reina Isabel II. Fue protagonizada por los sargentos de la Guardia Real para obligar a la regent
ristina a jurar la Constitución de 1812, contra el gobierno de Istúriz, y terminar con el sistema político, harto conservador, del Estatuto Real de 1834.
Efectivamente, el modelo diseñado por Martínez de la Rosa con el Estatuto Real para intentar implantar un sistema liberal muy moderado no había convencido ni a los carlistas, ya en plena guerra, ni tampoco a una gran parte de los liberales, especialmente a los progresistas. El Estatuto era, realmente, una convocatoria de unas Cortes bicamerales con pocas competencias y no realmente una constitución. Los progresistas comenzaron muy pronto a conspirar y a moverse para que se implantase de nuevo la Constitución de 1812 que, como bien sabemos, estuvo muy poco tiempo en vigor, realmente sólo en el Trienio Liberal. Se dieron varios pronunciamientos en el verano del propio año 1836, protagonizados en varias ciudades por la Milicia Nacional, un instrumento de clara tendencia liberal progresista.
El motín o sublevación en el palacio de La Granja tuvo éxito, ya que la regente repuso la Constitución de Cádiz, y cambió el gobierno por uno presidido por Calatrava, aunque el hombre fuerte sería Mendizábal en Hacienda, deseoso de emprender la desamortización eclesiástica.
La sublevación tiene su importancia histórica porque desechó para siempre el extremado conservadurismo de la fórmula del sistema diseñado en el Estatuto Real, que avanzaba muy poco o casi nada en el desmantelamiento del Antiguo Régimen.
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