Por María Torres
El 9 de marzo de 1937 se casaban en Orihuela Miguel Hernández y Josefina Manresa. Pocos fueron los asistentes al acto. La madre de Miguel se ocupó de preparar la comida de celebración que consistió en un arroz con costra en la casa familiar.
La situación por la que atravesaba España hizo que en repetidas ocasiones se retrasase la boda y Miguel culpa de ello a los fascistas. En una carta de febrero de 1937 escribe a Josefina: “De esta primavera no puede pasar el día de nuestro casamiento. Ya verás como todos estos sufrimientos que estamos pasando tienen su compensación muy pronto y verás cómo no se nos acaba ya nunca la felicidad”.
Fue un matrimonio civil a pesar de no ser del gusto de Josefina. «Te digo que yo estoy dispuesto a pasar por la iglesia, ya que tu lo quieres así, … No creo que el casamiento sea cosa de Dios, sino cosa de dos, … Yo no he dejado de creer en Dios ni he dejado de no creer, pero por ahora no lo necesito. Nos casaremos inmediatamente tú por la iglesia y yo por detrás de la iglesia”, le manifestaba el poeta.
El viaje de luna de miel se realizó en Jaén, donde Miguel estaba destinado en el Altavoz del Frente. Fue corto, ya que la enfermedad de la madre de Josefina les obliga a regresar con urgencia a Cox.
Unos años después, el 4 de marzo de 1942, con Miguel ya en la cárcel y gravemente enfermo, pues fallecería unas horas después, se celebró en la capilla del Reformatorio de Adultos de Alicante el matrimonio canónigo. En el “Acta de esponsales” se aprecia la firma temblorosa y enferma de Miguel. La ceremonia fue oficiada por el capellán del Reformatorio de Adultos de Alicante, Salvador Pérez Lledó. Como testigos del enlace, firmaron en el acta matrimonial Fausto Tornero Castillo y Teodomiro López Mena, unos compañeros de la cárcel.
Un día antes de la boda Josefina, decide confesarse y acude para ello a la iglesia de San Nicolás. Según cuenta en su libro de memorias, se encontraba arrodillada en el confesionario y llena de dudas, pues no se decidía a confesarse «porque, en la situación en que nos encontrábamos, de tanta injusticia y sufrimientos, lo consideraba más bien pecar». El confesor, el padre Vendrell, esperaba impaciente y Josefina le dijo: “Lo único que puedo decirle es que mi marido se me está muriendo en la cárcel y yo estoy sufriendo mucho”. La respuesta del párroco fue: “Hija, la Iglesia no tiene la culpa de eso, la culpa la tienen los hombres”. La que en unas horas sería la viuda de Miguel Hernández se marchó sin contestarle, sin confesar y llena de la pena que la acompañó durante toda su vida.
CANCIÓN DEL ESPOSO SOLDADO
He poblado tu vientre de amor y sementera,
he prolongado el eco de sangre a que respondo
y espero sobre el surco como el arado espera:
he llegado hasta el fondo.
Morena de altas torres, alta luz y ojos altos,
esposa de, mi piel, gran trago de mi vida,
tus pechos locos crecen hacia mi dando saltos
de cierva concebida.
Ya me parece que eres un cristal delicado,
temo que te me rompas al más leve tropiezo,
y a reforzar tus venas con mi piel de soldado
fuera como el cerezo.
Espejo de mi carne, sustento de mis alas,
te doy vida en la muerte que me dan y no tomo.
Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas,
ansiado por el plomo.
Sobre los ataúdes feroces en acecho,
sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa
te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho
hasta en el polvo, esposa.
Cuando junto a los campos de combate te piensa
mi frente que no enfría ni aplaca tu figura,
te acercas hacia mí como una boca inmensa
de hambrienta dentadura.
Escríbeme a la lucha siénteme en la trinchera:
aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo.
y defiendo tu vientre de pobre que me espera,
y defiendo tu hijo.
Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado,
envuelto en un clamor de victoria y guitarras,
y dejaré a tu puerta mi vida de soldado
sin colmillos ni garras. ,
Es preciso matar para seguir viviendo.
Un día iré a la sombra de tu pelo lejano.
Y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo
cosida por tu mano.
Tus piernas implacables al parto van derechas,
y tu implacable boca de labios indomables,
y ante mi soledad de explosiones y brechas,
recorres un camino de besos implacables.
Para el hijo será la paz que estoy forjando.
Y al fin en un océano de irremediables huesos
tu corazón y el mío naufragarán, quedando
una mujer y un hombre gastados por los besos.
Miguel Hernández
Viento del Pueblo, 1937
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