Blue Beetle: La materialización de la ilusión

la industria del ocio estadounidense, sufre de una tendencia extremadamente venenosa en los últimos tiempos: padece de “contrarracismo”, no confundir con antirracismo

Por Juan Doporto

Ya empezó mal. Desde el momento en que se supo que Blue Beetle, dirigida por Ángel Manuel Soto, y protagonizada por Xolo Maridueña, iba a tener que someterse a una carrera publicitaria imposible, en la que los propios fans debían ser, quienes, impulsados por su derroche optimista de facultades, llevaran a cabo un desesperado, pero hercúleo intento porque la esperada película no se hundiera en poco más que otra vaga promesa vacía en manos de un estudio al que los fans le importan entre poco y nada.

Me duele muchísimo la maldad, porque creo que esta cinta está grabada con maldad. Está grabada con maldad porque no hay otra forma de explicar el porqué de tanto desprecio al espectador en forma de clichés y deus ex machinas que se van presentando a lo largo de toda la obra, y que, a mi modo de ver, se traduce en una carcajada oligárquica. Resulta despreciable, vomitivo y hasta pecaminoso el simple visionado de la cinta, más si se acompaña de cierto goce (goce que, de darse el caso de que los pecados capitales fueran 8 en lugar de 7, sin duda, disfrutar Blue Beetle estaría en el último escalón), porque no destaca en absolutamente nada más que en aquellos aspectos negativos, tirando escalofriantemente hacia lo apocalíptico. Me refiero con esto a que la industria del ocio estadounidense, sufre de una tendencia extremadamente venenosa en los últimos tiempos: padece de “contrarracismo”, no confundir con antirracismo. Un acto terrible, porque con actos megalómanos del más puro maquiavelismo narcisista que tanto aprieta en Hollywood, Warner Bros. ha logrado confeccionar otro chascarrillo cinematográfico compuesto, esta vez, por mexicanos, en algo que bien podría servir como parodia de Coco (2017). Pero no, no sirve ni como parodia por una razón: las parodias son, en sí mismas y por propia naturaleza, redundantes actos de humor y escarnio, y aquí no vemos nada de eso.

Cada vez que se me viene a la cabeza un fotograma de esta abominación, sufro, y con agravantes, porque justo antes de decidirme a escribir esto, acabo de darle el primer visionado a una ‘paint movie’ legendaria como lo es “… ere erera baleibu izik subua aruaren…”, de José Antonio Sistiaga, que cuenta lo mismo o más en apenas hora y diez que dura, sin olvidar ese detalle fundamental de que en la película del vasco, al menos, no se dice una sola palabra, básicamente porque se trata de una serie de imágenes de técnicas pictóricas aplicadas directamente sobre el celuloide. Es muy preocupante que, más de 50 años después del estreno de la obra de arte de Sistiaga, en el 90% de las películas de superhéroes no sepan cómo contar una historia sin dar vergüenza ajena.

¿Cómo puede ser que, aún inmerso en la dictadura, el autor euskaldún impregnara de mayor creatividad y libertad una cinta que no contempla mayor acto de liberación que el de “pintar” sobre la película?

Resulta imposible creernos el universo que está construyendo DC si cuatro de cada cinco filmes van a ser refritos escritos por una inteligencia artificial actuadas por personajes que bien podrían haber salido de ‘Detroit: Become Human’.

Pero este dolor que siento tras, no solo haber asistido a semejante puñalada, sino tras haber pagado seis euros para sentarme en una butaca más de dos horas a ver cómo el “Gunnverse” se burla de mí, se agrava cuando pienso en aquellas películas de temática semejante que, habiendo contado con cierta calidad y mimo, fueron injustamente maltratadas en taquilla, debido al recelo y al escepticismo.

Pienso, por ello, en The Suicide Squad o en la última entrega de Guardianes de la Galaxia, ambas del propio James Gunn, que, para el estrato al que están condenadas este tipo de películas, cuentan con una calidad soberbia, pero que se ven vilipendiadas por la mediocridad o, simplemente, maldad, de muchas de sus compañeras.

Hay quien achaca el fracaso a la huelga del SAG-AFTRA, pero ya hay que ser cínico para no ver la realidad, que no puede presentarse más al descubierto.

Es de las peores realizaciones del siglo, por encima de muchas otras consideradas abominables, por el mero hecho de que, además de ser mala en aspectos formales, podría verse como algo puramente racista, plagada de estereotipos que, de haber salido hace 120 años, el mismo D. W. Griffith se habría inspirado en ella para El nacimiento de una nación.

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