Son las clases populares las que prenden la llama de la utopía y las que se dejan la vida en las trincheras. Qué cruel que su memoria perdure apenas una generación, en la boca de las abuelas y de las madres.
Por Angelo Nero
“Anochece por todas partes, en el cielo, en la sombra de las cosas, en los ojos de la gente, en las utopías. A lo lejos se intuye el retumbar de los tambores de guerra. Miles de hombres bajan de la sierra para tomar Córdoba. Las mezquitas también llaman a la oración con voz de hombre, y a Maryam le asaltan los recuerdos de aquella vez en la que Qamar se subió al minarete de la Mezquita Aljama para celebrar la revolución, o de cuando ondeamos un mar de velos como banderas tras arrasar Medina Azahira, y entiende que la única manera de plantar cara a los beréberes, eslavos y castellanos, será contando con las mujeres de Córdoba. Su verdadero ejército”
Pasajes tan bellos como este se encuentran en el último libro de Antonio Manuel Rodríguez, uno de esos hombres difíciles de catalogar, poeta y novelista, jurista y profesor universitario, músico y estudioso del flamenco, activista andalucista y de la Memoria Antifascista. Los que lo conocen un poco, no dudan en que si hay que buscar una palabra que lo definan es que Antonio Manuel es un hombre bueno, una de esas personas a las que, como nos decía hace poco Paqui Maqueda, hacen las cosas por amor, en contra que aquellos que hacen del odio su guía política. Con el tenemos el placer de conversar una vez más en NR, a propósito de “La luz que fuimos. Rebelión en Córdoba”, un novela que abre una ventana a una revolución desconocida, la que se produjo en el corazón de Al Ándalus en 1009.
“La memoria es la rebeldía de quienes reivindican su legítimo derecho a formar parte de la historia”, afirmabas en una entrevista reciente, ¿es “La luz que fuimos”, una reivindicación de ese derecho que durante tanto tiempo ha sido negado, para ocultar el legado andalusí y apuntalar ese mito fundacional de Don Pelayo y los Reyes Católicos, que ahora vuelve a agitar la derecha más rancia?
En este caso, “La luz que fuimos” reivindica la historia negada más que las huellas vigentes de su memoria. Al Ándalus es un periodo extenso, desconocido, caleidoscópico y complejo de nuestra historia, que unos elevan a los cielos y otros condenan a los infiernos. La paradoja es que unos y otros lo consideran un cuerpo extraño que generó un paréntesis en lo que debió ser el devenir ordinario de la historia peninsular: árabes que lo consideran su paraíso perdido, y nacionalistas españoles que lo rechazan por extranjero. Y no: Al Ándalus forma parte de nuestra historia como la vena yugular y jamás podremos entendernos si no la normalizamos, sin caer en presentismos o esencialismos, exactamente igual que hacemos con otros periodos similares. Pero cuesta mientras sigamos utilizando expresiones como “romanización”, “llegada de los godos”, “reconquista” o “descubrimiento de América” y, en cambio, para hablar de Al Ándalus digamos “invasión islámica o árabe”. Curioso que los romanos, godos, cristianos del Norte o españoles no invadan y sí los musulmanes que, para colmo, jamás consiguieron ser hispanos a diferencia de los españolísimos Carlos I de Gante o Felipe V de Versalles. “La luz que fuimos” no idealiza Al Ándalus, ni mucho menos, pero sí reivindica que debe ser considerada parte esencial de nuestra historia.
En tu novela rescatas un capítulo de la historia muy poco conocido, la de la primera revolución popular en Occidente, muy adelantada a la Revolución Francesa, aunque con algunas similitudes, y que tuvo como escenario Córdoba, que tú señalas como la capital del mundo en aquella época. ¿Cómo llegas a esta historia, y como te documentaste para la creación de tu libro?
En la generalidad de las fuentes hispanas, la crisis omeya que deriva en guerra civil y en los primeros reinos de taifas es tratada como una cadena de traiciones entre las élites del poder. Y tiene parte de verdad, porque así se documentaba la historia por entonces, ignorando al pueblo que suele protagonizarla y padecerla. Sin embargo, incluso en estas fuentes se reconoce la importancia del levantamiento popular y del respaldo de la gente al nuevo califa, el Mehdi. Yo tuve que acudir a fuentes en árabe donde consta de manera incuestionable que fue el pueblo el motor de esta revolución. Fueron muchos artículos y monografías, pero es de justicia resaltar los trabajos que sobre este periodo realizó el profesor Ahmed Tahiri, bebiendo de manantiales en árabe, que necesité traducir con la ayuda de Ana Sánchez Medina. Para mí fue muy emocionante leer cómo se formaban las asambleas populares y los nombres de aquellos líderes de entonces. Que hoy, mil años después, aparezcan en mi novela es la manera humilde que tengo de reparar una injusticia histórica.
Aunque “La luz que fuimos” conserva la estructura narrativa de una novela, con un ritmo muy ágil además, tiene muchos pasajes -o paisajes- poéticos, que animan a hacer un alto en la lectura, y a rebobinar para leerlos en alto y deleitarnos con la belleza de tus palabras. ¿Esta pulsión poética que fluye en tu libro delata también la huella andalusí, el modo de narrar buscando la melodía de las palabras?
Creo que late en nuestra forma de entender la vida esa obsesión por la perfección y la belleza que hemos heredado de Al Ándalus. Yo no puedo evitarlo sin hacerme daño. Es mi manera de ser, de sentir. Los escritores y todos los creadores en general debemos ser leales a nuestra voz. Nada hay más diferente de otro que ser uno mismo. Y yo entiendo la literatura como una aleación de identidad, compromiso y belleza. La que tengo inscrita en las huellas dactilares o en las pupilas de mis ojos. Renunciar a mi personal manera de entender la literatura sería un suicidio intelectual. Ojalá el tiempo sirva para que alguien pueda reconocerme al leer dos líneas de cualquiera de mis obras. Es a lo único que aspiro como creador. Bueno, a eso, y a cimbrar los pilares de la conciencia y del corazón de quien me lea o me escuche.
La novela está narrada por las mujeres, y sus principales protagonistas también son mujeres, ¿es una forma de reivindicar también a todas esas mujeres a las que la historia ha relegado por el mero hecho de ser mujeres?
Sin duda. Es una declaración de principios y de justicia. Tomé la arriesgada decisión técnica de narrar la novela en primera persona del plural femenino. Son las nosotras de entonces las que empuñan la palabra en esta novela. Las que observan, reflexionan, actúan o acogen a La Paloma, su protagonista, hasta convertirla en una más de las nosotras que atraviesan toda la novela. Unas son nobles, otras esclavas, unas ricas, otras pobres, unas musulmanas, otras judías, unas burdas y otras poetas, qué más da, todas son espejo de aquella sociedad intercultural en la ciudad más luminosa del universo. Si Al Ándalus es el periodo más olvidado de nuestra historia, sus mujeres son las más olvidadas del periodo más olvidado de nuestra historia. Era de justicia sacar sus nombres a la luz, que todo el mundo sepa que había mujeres cultas propietarias de las bibliotecas más grandes del mundo, profesoras de música que enseñaban a alumnos de cualquier parte del mundo, escribanas, poetas, a años luz del papel de las mujeres en el resto de Europa. Y con eso, advierto, no pretendo sacralizar el trato a las mujeres que se dispensaba en la Córdoba del siglo XI. Ni por asomo. Pero tampoco podemos negar que algunas de estas mujeres formaban parte de las élites poderosas e intelectuales de la época, igual que había mujeres maltratadas, ninguneadas o esclavizadas. Y todas ellas aparecen en la novela. Todas ellas forman parte de la revolución. Y todas ellas, sin excepción, son y merecen ser sus narradoras y protagonistas.
Hay toda una galería de personajes fascinantes en tu novela, Aixa, Maryam, Ibn Hazm, Al Harrar o Tarsus el Mago, ¿Cómo fue la construcción de estos protagonistas, cada uno con un universo particular? ¿Alguno de ellos está recreado o inspirado en un personaje real?
Cómo me emociona esta pregunta. La inmensa mayoría de los personajes de “La luz que fuimos” existieron. Y los que no, como si lo fueran porque recrean a clases sociales que vivieron en aquella época. En concreto, de los que señalas en tu pregunta, todos son reales menos Maryam, la protagonista, que viene a ser una encarnación de una joven heroína, alter ego del mismísimo Ibn Hazm, uno de los intelectuales más importantes de nuestra historia, autor de “El collar de la paloma” (de ahí el apodo de Maryam), quizá el tratado de amor más hermoso e influyente escrito en la península. Aixa fue una mujer noble de aquella Córdoba rutilante, autora de poemas tan transgresores como éste: “Una leona soy y nunca me agradaron los cubiles ajenos. Pero si tuviera que elegir alguno, nunca escucharía la voz de un perro, yo que tantas veces los oídos cerré a los leones”. Al Harrar o Tarsus el Mago fueron miembros de la revolución y para mí es un inmenso honor que aparezcan mil años después en la novela.
También hay en tu libro una reivindicación de las clases populares, de aquellos que siendo protagonistas son ignorados por los libros de historia. ¿Quiere ser “La luz que fuimos” un ejercicio de justicia poética con aquellos que siendo el motor de los cambios acaban siendo invisibilizados?
Así es. Sin tapujos. Son las clases populares las que prenden la llama de la utopía y las que se dejan la vida en las trincheras. Qué cruel que su memoria perdure apenas una generación, en la boca de las abuelas y de las madres. Después, sus nombres terminan sepultados en el olvido. Y fue gracias a ellos y a ellas que disfrutamos de derechos que conquistaron para nosotros. Qué menos que reconocer sus hazañas que el tiempo y los vencedores quieren que ignoremos. Vivimos tiempos difíciles donde se cuestiona la verdad y la memoria, todo sea para consentir que nos deroguen aquellas conquistas sociales. La izquierda no ha conseguido que los poderosos piensen en las clases populares, pero la derecha sí que los pobres piensen como ricos. Eso jamás hubiera pasado antes. Es una anomalía sin precedentes observar a gente humilde pedir que le quiten el impuesto de sucesiones a los millonarios. Con ese dinero se financiaba el colegio o el hospital que necesitan, pero han terminado creyéndose clase media y prefieren pagarse la educación y el médico para parecer lo que no son. Repito: eso no había pasado antes en la historia. De ahí que “La luz que fuimos” también sea una llamada de alerta frente a esta pérdida de conciencia, no sólo de pueblo, sino también de clase entre los más vulnerables. Los poderosos, nunca la pierden y morderán antes que perder un átomo de sus privilegios.
La revolución de Córdoba de 1009 dio lugar a la primera guerra civil peninsular, un hecho también ignorado por nuestros libros de historia, que lo señalan, en el mejor de los casos, como una guerra interna en Al Ándalus, como un conflicto entre árabes. ¿Qué importancia tuvo esta guerra civil, y que bandos se enfrentaron en la contienda?
A mi juicio, fue el punto de inflexión en la historia de Al Ándalus y, en consecuencia, de nuestra historia. Se está disputando el poder en Córdoba, una de las capitales del mundo. Una revolución protagonizada por el pueblo ha sido capaz de derrocar a los tiranos y nombrar su propio Califa, su propio gobierno y su propio ejército. Un hecho de extraordinaria importancia simbólica porque supone reconocer la soberanía en las clases populares. De ahí que muchos sectores sociales y poderes territoriales se lanzaran a degüello para acabar con semejante veleidad, vaya a ser que otros pueblos también se la acabaran creyendo. El botín era Córdoba, Al Ándalus, el Estado más poderoso en la Península y uno de los más radiantes del mundo conocido. De parte del pueblo se aliaron los reyes de Navarra, Aragón y los condados de Barcelona y Urgel. De parte de los tiranos, Castilla y el ejército de mercenarios a sueldo. La victoria castellana abrió un periodo convulso que terminó en 1031 cuando Córdoba se levantó republicana. Más de una vez he contado la anécdota de una charla con mi admirado Julio Anguita en el que me empujaba a luchar por la tercera república y yo le respondí: “por la cuarta, Julio, por la cuarta”.
La rebelión también fue provocada por la intransigencia religiosa de los ulemas, a los que Almanzor dio un poder importante, en un lugar donde hasta entonces convivían cristianos, judíos y musulmanes, y sus ritos y tradiciones eran respetados ¿Qué importancia tuvo el factor religioso en la revolución popular de 1009?
Es un tema complejo de explicar pero determinante. Quizá el primer gran filósofo andalusí fuera el cordobés Ibn Masarra. Su pensamiento de tinte libertario caló en la sociedad cordobesa, que ya había vivido otro levantamiento popular en el 818 de cruentas consecuencias. La interculturalidad andalusí era consustancial al pueblo que celebraba por igual pascuas judías y cristianas que fiestas paganas o musulmanas. El fundamentalismo de los faquíes, amparado por Almanzor a cambio de que aquéllos le reconocieran su legitimidad, acabó con el romance andalusí (una de las lenguas populares de Al Andalus), con celebraciones paganas y con la mismísima biblioteca califal. Un desastre que conmovió el alma de la ciudadanía cordobesa, porque se estaba atacando a su propia esencia como pueblo. A mi juicio, además de la concesión de poder a los mercenarios ziríes y la crisis económica, el ataque a los cimientos de la idiosincrasia popular fue detonante de la revolución.
Subyace en el libro también un tema que entonces y ahora es el motor de la historia: la lucha de clases, ya que muchas veces intentan contarnos los conflictos como enfrentamientos religiosos o étnicos, cuando, en realidad, casi siempre es una lucha entre la clase dominante y las clases populares, ¿es este el eje central de la revolución de Córdoba?
Para mí, sí. Es la clave de las claves de ésta y de todas las revoluciones.
La herencia de Al Ándalus sigue latente en Andalucía, sin embargo, en la actualidad sigue sin acabar de cuajar, al menos electoralmente, un movimiento nacionalista, que reivindique la cultura y la historia andaluza, y que planteé respuestas a los problemas específicos de esta tierra, ¿a qué factores crees que se debe la tímida respuesta electoral del andalucismo?
Sin negar la importancia de la huella andalusí y conversa en el imaginario andaluz, creo que el andalucismo va mucho más allá de una identidad cultural esencialista. Sin reivindicación social no hay andalucismo. La inmensa mayoría de los movimientos populares andaluces pidieron tierra y libertad desde planteamientos federales o confederales. De hecho, este año se cumple el 150 aniversario del Manifiesto a los Federales Andaluces que proclamó a Andalucía soberana en Despeñaperros. Sin embargo, cada movimiento en esta dirección fue reprimido con dureza o incluso con bulos como cuando los poderes fácticos de la transición republicana impidieron la candidatura de Blas Infante en 1931. Tras la restauración democrática, el andalucismo que llenó las calles y las urnas fue fagocitado en gran medida por el PSOE. Desde entonces, el andalucismo orgánico encarnado en el PSA y después PA sobrevivió en una indefinición ideológica que unos tomaron por virtud y, con el tiempo, fue causa determinante de su desaparición. Durante una década, los andalucistas hemos mantenido nuestra ideología en un páramo electoral, sembrando con la esperanza de encontrar suelo fértil. Y, con sinceridad, creo que empieza a germinar. Pero en estas últimas elecciones, sin visibilidad mediática y sin capacidad económica para salvar este escollo en toda Andalucía, se decidió concentrar los esfuerzos en la circunscripción con mejor porcentaje en las autonómicas con unos malos resultados. El andalucismo no ha sido reconocido como instrumento útil en este contexto tan polarizado en el que se estaba intentando frenar el acceso al poder del nacionalismo español. Eso no quita que sigamos perseverando en la necesidad de una fuerza política propia. Al menos, yo seguiré ahí.
Qué altura humana e intelectual la de Antonio Manuel!!! y gracias a Angelo Nero por acercarnos a reconocer nuestra realidad con la entrevista.¡¡ Enhorabuena!!