Por María Torres
El 28 de agosto de 1936, Amparo Barayón es detenida y encarcelada en condiciones inhumanas junto a su hija Andrea. Amparo tenía 32 años. Andrea siete meses. En la noche del 11 de octubre, Amparo es ejecutada extrajudicialmente en la tapia del cementerio de San Atilano de Zamora junto a otras dos mujeres y su cuerpo depositado en una fosa común. El día anterior habían arrancado a Andrea de sus brazos para entregarla en un orfanato («los rojos no tienen derecho a criar hijos»). Pidió confesarse y lo hizo ante un cura que en nombre de la «santa madre iglesia», le negó la absolución «por no estar casada por la Iglesia y vivir en pecado». En su certificado de defunción figura como soltera.
Entre los pañales de la pequeña Andrea se encontraba la última carta que su madre pudo escribir: «No perdones a mis asesinos, que me han robado a Andreína, ni a Miguel Sevilla, que es el culpable de haberme denunciado. No lo siento por mí, porque muero por ti». El destinatario de esa carta era Ramón J. Sender, que cuando ocurrieron los hechos se encontraba en el frente y no se enteró del fatal destino de su mujer hasta tres meses después, en enero de 1937. Amparo había muerto por Sender literalmente, pues a quien les hubiera gustado fusilar era a él. Según Mauro Armiño, «al que buscaban por anarquista y rojo para llevarle al paredón era a él, a Ramón J. Sender. Al no encontrar al escritor, aplicaron el código bíblico que la inquisición había practicado en los viejos tiempos: mata hasta la séptima generación. Los falangistas que asesinaron a Barayón no se limitaron a la esposa. Un hermano y dos cuñados murieron también durante las represiones.»
Amparo era católica, sin militancia política, pero independiente y progresista. Sin duda pagó con su vida la hostilidad que despertaba su marido ante un gran colectivo de intransigentes y de enemigos políticos. Pertenecía a una familia de clase media acomodada, propietaria del Café Iberia, una fábrica de hielo y una tienda de artículos eléctricos. Actuaba como catequista en la parroquia de San Juan y cuentan que su imagen era la de una mujer de clase media encasillada en la denominación «de derechas de toda la vida». Pero a pesar de ello, Amparo, mujer independiente, sensible y alegre, que no simpatiza con el ambiente reaccionario de su ciudad, decide abandonar Zamora y vivir sola en Madrid. Encuentra trabajo en Telefónica y conoce a Ramón en una tertulia literaria en 1931. Se enamoran y optan por vivir juntos. El embarazo de su primer hijo en 1935 les decide a contraer matrimonio en una ceremonia civil en El Escorial. Los reaccionarios de Zamora, esos que sí eran de la derecha de toda la vida, nunca comprendieron como pudo unirse al revolucionario aragonés.
En julio de 1936 Ramón J. Sender y Amparo Barayón, se encontraban de vacaciones en su casa de San Rafael (Segovia) con sus dos hijos: Ramón de dos años y Andrea de seis meses. Allí les sorprende la sublevación militar. Deciden que Amparo se refugie con los niños en la casa familiar de Zamora, porque «en Zamora nunca pasa nada», mientras que Ramón regresa a Madrid por el monte para unirse al Quinto Regimiento, con quien participa en los primeros combates de Guadarrama y llega a alcanzar el grado de capitán del batallón Amanecer del Ejército Popular Republicano. Posteriormente es nombrado jefe de Estado Mayor de la Primera Brigada Mixta.
Pero Sender lamentablemente se equivocaba y Zamora no era un lugar seguro para Amparo y sus hijos. Tampoco podía prever en aquellos primeros días el apetito voraz de sangre de la jauría franquista, que también se cebó con el hermano del escritor, Manuel Sender, alcalde de Huesca entre 1932 y 1934, fusilado el 13 de agosto y con dos hermanos de Amparo, ejecutados unas semanas antes que ella. Saturnino Barayón, el mayor, estaba afiliado a Izquierda Republicana, desempeñó el cargo de Concejal en 1931 y el de gestor de la Diputación con el Frente Popular. Encarcelado en Zamora, fue llevado a Toro el 26 de julio y fusilado en el despoblado de Tejadillo. Antonio Barayón, el hermano más pequeño, era socialista y trabajaba como técnico electricista. Ingresó en la prisión de Toro el 14 de agosto. Catorce días después es entregado a un falangista para ser conducido a Zamora, ciudad a la que nunca llegó. A pesar de acabar con sus vidas, los tres hermanos Barayón, después de muertos, serían sometidos a la Comisión Provincial de Incautación de Bienes y a la Ley de Responsabilidades Políticas.
Amparo es denunciada por Miguel Sevilla, falangista y cuñado, («amigo de todos los asesinos»). Interrogada en varias ocasiones es sometida a arresto domiciliario durante los primeros días. El asesinato de sus hermanos le hace conducir su protesta ante Raimundo Hernández Comes, gobernador militar de Zamora, quien decide encarcelarla.
Durante muchos años se señalaba como ejecutor del asesinato a Segundo Viloria, quien años atrás la había cortejado sin éxito. Parece ser, según la investigación de Manuel González, que el autor material de la muerte de Amparo Barayón fue Gregorio Martín Mariscal Hernando, de 40 años, sargento de milicias, funcionario de Correos y uno de los más violentos protagonistas de la represión en Zamora. «Junto con otros falangistas de renombre en Zamora es el responsable material de numerosos asesinatos a lo largo y ancho de la provincia, muchos de ellos sin que las autoridades del momento se enteraran». La firma de Martín Mariscal figura en el expediente carcelario como la persona que se hizo cargo de la detenida la noche del 11 de octubre de 1936. Fue quien apretó el gatillo en esa ocasión y en otras muchas pues estaba sediento de sangre, tanto como el General Cabanellas, que cuando llegó a Zamora el 30 de julio de 1936 dijo: «No hay sangre. Quiero más sangre».
El caso de Amparo Barayón es uno de los más conocidos, pero el más sangriento tuvo lugar en El Piñero en la madrugada del 20 de septiembre de 1936, día en que este falangista asesinó a diez vecinos. Este ser miserable fallecería de un cáncer en 1951, cuando ya estaba establecido en Madrid, ciudad a la que pidió el traslado. Diez años después de su muerte no hubo nadie que quisiera ocuparse de sus restos.
Los hijos de Ramón y Amparo habían quedado en zona franquista. El escritor se trasladó a Francia y con la colaboración de la Cruz Roja Internacional pudo recuperarlos en la primavera de 1938. Es entonces cuando acepta la invitación del Gobierno republicano para participar en una serie de conferencias propagandísticas en los Estados Unidos y los niños son ingresados en Duremont, un campo infantil de refugiados en Calais.
En marzo de 1939 Ramón J. Sender abandona definitivamente España y se marcha al exilio llevando de la mano a dos niños absolutamente desamparados que fueron depositados al cuidado de la escritora Julia Davis en Nueva York, y que crecieron y maduraron alejados de su padre, acogidos por una familia americana. Sender encerró en sus recuerdos la triste historia de Amparo y jamás la dejó salir. Su hijo, Ramón Sender Barayón escribió en 1988, en memoria de su madre, el libro Muerte en Zamora y la niña que transportaba en sus pañales la última carta de su madre desde la prisión de Zamora, creció y se hizo monja benedictina.
Que difícil resulta enterrar a algunos muertos.
Se el primero en comentar