Amaia Oloriz: “Nunca puede ser el olvido y el silencio la resolución de un conflicto”

Entrevistamos a la escritora Amaia Oloriz, autora del libro «El llanto de las amapolas».

Por Angelo Nero

En este nuevo trabajo quiero hablar de las otras víctimas del golpe de estado del 36. De aquellas mujeres y sus hijos a los que el odio y la injusticia condenó a una vida de castigos y miseria. Mi protagonista es un niño y vive en un Pueblo sin nombre. Un lugar que bien podría ser: Sartaguda, Lodosa, Andosilla, Larraga, Peralta etc… pueblos de nuestra tierra en los que la represión fue brutal e innecesaria.

Enterrar ese pasado no ayuda. Creo que la mejor manera de no repetir la historia es conocerla. En mis novelas quiero dar al lector la opción de reflexionar sobre nuestro pasado. Tener memoria nos ayudará, como he dicho anteriormente, a ser una sociedad más humana y justa.

Así terminaba la entrevista que, hace poco menos de dos años, le hacíamos en NR a la escritora navarra Amaia Oloriz, a propósito de “El largo sueño de tu nombre”, la novela ambientada en la famosa fuga de Ezkaba. Entonces ya nos adelantaba que su próximo libro sería narrado con la voz de un niño, al que el fascismo le arrebató la infancia, una historia que se repitió a lo largo de toda la geografía navarra, donde no hubo guerra civil, y la represión se desató desde el inicio del golpe de estado.

Nos decías entonces que enterrar el pasado no ayuda. ¿Es «El llanto de las amapolas» un nuevo intento de hacer reflexionar, a través de la historia Saturnino Acedo, del sufrimiento que tuvieron que soportar tantos niños en la Navarra que quedó, en los primeros compases del golpe, bajo la bota del fascismo?

La idea de que fuera un niño el protagonista de mi historia la originó una serie de documentales emitidos por Hamaika Telebista: Hezurren Memoria. En ellos se trataba el tema de la represión ejercida en varios pueblos navarros tras el golpe de estado del 18 de julio de 1936. Me impresionó la voz anciana de aquellos niños y niñas a los que el tiempo pasado no había borrado de su memoria el horror, el hambre y el miedo que les tocó vivir. Quise que fuera un niño el que trasladara al lector el dolor que describían aquellos ancianos.

Si lo que tuvieron que padecer aquellos que despertaron de ser niños, como en el poema de Miguel Hernández, fue brutal, al ver como una violencia ciega se cebaba con sus familias, no lo fue menos el de las mujeres, víctimas silenciosas de una represión que fue especialmente cruel con ellas. ¿Tenemos todavía una deuda pendiente con mujeres como Fefa Urra y Dulce Esparza, a las que en muchos casos no se les ha reconocido como víctimas del franquismo?

En la abuela de Satur, Fefa Urra y en Dulce Esparza, su madre, he centrado la humillación, el dolor y los castigos que sufrieron y sufren las mujeres en cualquier conflicto bélico. No debemos olvidar que sin el testimonio de muchas de aquellas mujeres no conoceríamos gran parte de los hechos que tuvieron lugar en sus pueblos. De los muertos se ha hablado más, pero de las que quedaron vivas y con la responsabilidad de sacar adelante a sus familias, no tanto. En mi novela doy ese espacio a las víctimas vivas, a las que no mataron con plomo, pero a las que les produjeron heridas que nunca llegaron a cicatrizar del todo. Creo que aquellas mujeres han dado a la sociedad una lección de resistencia y compromiso.

Conocemos muchos testimonios de mujeres rapadas, obligadas a tomar aceite de ricino, humilladas, e incluso agredidas sexualmente, los métodos de la guerra contra las mujeres fueron innumerables, pero nunca había leído lo de que obligaran a las familias de los “rojos” a llevar un brazalete blanco. ¿Este señalamiento, que nos recuerda la de los judíos en la Alemania nazi, está documentado?

Al recopilar información para la novela encontré el testimonio de un anciano que recordaba que en su niñez y tras el golpe de estado, le obligaban a ponerse en el brazo un brazalete blanco para salir a la calle. Me acordé de la estrella que los alemanes obligaban a coser en su ropa a los judíos y quise saber más sobre el tema. Mi sorpresa fue encontrar varias localidades en las que se aplicó ese castigo para familiares de represaliados: Azagra, Marcilla, Falces, Sartaguda.

En el libro: Navarra 1936. De la esperanza al terror, publicado por Altaffaylla, se recogen varios testimonios en este sentido.

Llama la atención también la aparición del circo Anastasini, que llegó a Lodosa el 18 de julio de 1936, y que también tuvo un destino trágico, ¿cómo llegaste a la historia de este circo?

En el apasionante trabajo de recopilar información para mis novelas suelo encontrar historias que me tocan el corazón. Para esta novela, he tomado como referencia lo ocurrido en el pueblo de Lodosa. Una de las historias con las que me tropecé al investigar lo ocurrido en esta localidad es la del circo Anastasini. Este circo llegó a tierras navarras procedente del norte de África. Se instaló en Lodosa en el mes de julio de 1936. Muchos de los ancianos que intervinieron en el documental que Hamaika Telebista dedicó a Lodosa, recordaban el circo, a la niña amazona, un elefante, el joven negro que lo atendía… El circo realizó una única función, la tarde del 18 de julio de 1936, era sábado. Unos días después, todos los componentes de la compañía habían desaparecido dejando abandonados los animales, la carpa y todo el material. La gente dio por hecho que habían sido asesinados, pero tal y como estaban las cosas nadie se atrevió a hablar ni a preguntar. En el parque de la memoria de la localidad de Larraga se han colocado tres rocas grabadas, un monolito en honor a los componentes del circo Anastasini, asesinados unos días después del golpe de estado. Fue en esta localidad de Larraga donde se encontró una fosa con restos de personas adultas y de niños.

En la novela haces una completa radiografía de la sociedad rural de Navarra en 1936, en la que rápidamente intuimos el conflicto entre los poderes fácticos del pueblo, y los más humildes, los que habían depositado su esperanza en la República. ¿Cómo germina esta historia en tu cabeza? ¿cuál fue el detonante para que te decidieras a escribir este dramático conflicto entre clases?

Como he comentado al principio, visualizar los documentales Hezurren Memoria rompió algo en mi interior. El dolor de aquellos ancianos y ancianas traspasó mi piel. Pensé que mi historia podía ser un granito más que ayudara a dar luz a la verdad y voz al silencio. Conforme fui leyendo lo ocurrido en distintas localidades de Navarra una mezcla de tristeza y de amargura se instaló en mi ánimo. Convertirme en Satur, en Dulce, en Fefa, en el Negro y su hijo, en el Ovejo o en la Martuza resultó una tarea dolorosa. Muchos días lloraba mientras escribía. Mis personajes son fruto de mi imaginación, pero la tragedia que viven realmente ocurrió.

«Hay que sembrar el terror, hay que dejar sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todos los que no piensen como nosotros», decía el General Mola al inicio del golpe de estado. ¿Realmente por los testimonios que has consultado para escribir tu libro, fue tan brutal la represión en Navarra, en un territorio donde no hubo frente de guerra?

Sí. Con rotundidad. Después de leer e informarme he llegado a la conclusión de que no había una razón que argumentara aquella violencia extrema entre vecinos, pero ocurrió y, además, perduró en el tiempo. En algunas localidades hasta el cura participaba en la realización de listas de las que se servían los golpistas para asesinar impunemente.

Comienza el libro en octubre de 2016, en un homenaje a las víctimas del franquismo, y de ahí surge un flash-back, donde Satur regresa a ese verano de 1936, donde él y su familia sufrieron en sus carnes la sinrazón del fascismo. ¿Ese recurso es intencionado para señalar que el presente y el pasado están más conectados de lo que parece a simple vista?

Me gusta iniciar mis novelas en una fecha cercana y llevar al lector al pasado. Creo que no podemos escapar de nuestro pasado. Está ahí. El Llanto de las amapolas forma parte de ese capítulo oscuro de nuestra historia. Nunca puede ser el olvido y el silencio la resolución de un conflicto. Hablar de ello nos ayudará a no repetir la historia y a reflexionar sobre el tipo de sociedad que deseamos construir.

Tu nos dijiste en la anterior conversación que llegaste a la escritura a través de la lectura, ¿en que libros te has sumergido para crear este Llanto de las amapolas?

El tema de la guerra civil siempre me ha llamado la atención. He devorado todos los libros de Almudena Grandes sobre los Episodios de una guerra interminable. Pero para este libro tenía junto a mi ordenador el libro de Altaffaylla: Navarra 1936. De la esperanza al terror. Cada testimonio recogido ha sido de gran ayuda para tejer cada frase, cada capítulo de esta novela. La realidad siempre supera la ficción y en este caso aunque la historia de Satur y su familia resulta dura, puedo asegurar que hay realidades con una crudeza que supera la vivida por la familia Acedo.

También aparece en la novela el tema de las fosas, otra asignatura pendiente del estado español, a la que parece que cuarenta años de democracia no le han bastado para cerrar esa herida. ¿Has querido también hacer un homenaje a la gente como Satur, que no se han rendido nunca para poder enterrar dignamente a sus seres queridos?

Sí. Satur refleja el compromiso de tantos familiares que no se han dejado amedrentar por los gobiernos contrarios a su lucha y que han tirado para adelante hasta su último aliento, en muchos casos, pasando el testigo a hijos o nietos. Cada vez que veo una noticia en la que se entregan los restos a un familiar, me emociono. Me pongo en su lugar y quiero creer que recuperarlos mitiga el dolor con el que han vivido.

Aunque fue publicada previamente en autoedición, es tu segunda novela con Txalaparta, una editorial que es muy apreciada en NR, con el corazón en Navarra, y que también le presta una especial atención a la Memoria Antifascista.

La verdad que estoy muy agradecida a Txalaparta. Me cuidan muy bien y hacen un trabajo importante dando a conocer historias que no encontrarían camino en otras editoriales. Su compromiso con la historia de nuestra tierra es encomiable.

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