la debilidad de un movimiento nacional palestino cercenado por la fragmentación y la desintegración impide que los fracasos de Israel se traduzcan en conquistas palestinas
Por Mouin Rabbani / Viento Sur
El último ataque de Israel al campamento de refugiados de Yenín, el más contundente desde que lo invadiera hasta la devastación en 2022, está diseñado para conseguir una serie de objetivos militares y políticos que en su conjunto persiguen hacer de Cisjordania un lugar seguro para intensificar la colonización israelí y, en última instancia, para anexionarla formalmente.
Al igual que en otras operaciones israelíes previas en Cisjordania y la Franja de Gaza, ésta va a debilitar considerablemente la infraestructura organizativa palestina imponiendo a la vez un coste enorme y deliberado a su contraparte civil. Sin embargo, a nivel estratégico los resultados seguirán siendo nulos; hay pocos motivos para creer que Israel vaya a tener éxito hoy donde fracasó no sólo en 2002 sino reiteradamente en los años intermedios. Lo cierto es que esta última agresión de Israel y la realidad del despliegue contra un adversario palestino audaz y más sofisticado demuestran la naturaleza transitoria de sus logros anteriores.
Paralelamente, la debilidad de un movimiento nacional palestino cercenado por la fragmentación y la desintegración impide que los fracasos de Israel se traduzcan en conquistas palestinas. La repetidamente proclamada unidad de las plazas, por ejemplo, más que un acuerdo de defensa colectiva no ha pasado de ser hasta ahora más que un lema; a principios de este año ni siquiera llegó a materializarse en el interior de la Franja de Gaza, cuando Israel asesinó a varios altos cuadros de la Yihad Islámica, y Hamás se abstuvo de implicarse directamente. Israel persiste en su misión para que las y los palestinos dejen de ser un pueblo unificado y se conviertan en una presencia demográfica políticamente irrelevante.
Resulta tentador juzgar la invasión israelí de Yenín como resultado de la composición y el programa extremistas del actual gobierno israelí. Sin embargo, los planes operativos correspondientes se formularon hace un año bajo el gobierno predecesor de Bennett-Lapid, lo que demuestra que la política israelí hacia los y las palestinas se caracteriza esencialmente por su aplicación sistemática y por ser institucional más que por responder a impulsos individuales.
El catalizador de esta operación en Yenín ha sido el panorama cambiante de la resistencia palestina en el norte de Cisjordania. Al margen ya del control de las facciones y de las iniciativas individuales, nuevos grupos como la Guarida del León de Nablús reclutados en todos los estratos y libres de los cálculos políticos de la dirigencia establecida, empezaron con ataques regulares y cada vez más intensos contra el ejército de ocupación y contra los colonos israelíes. Sus acciones no sólo les valieron la aclamación popular sino que inspiraron también la aparición de otros grupos militantes locales, como las Brigadas de Yenín. Con el tiempo estas formaciones han establecido conexiones entre sí y con militantes pertenecientes a facciones políticas afianzadas.
La Autoridad Palestina (AP), en estrecha colaboración con Israel, se ha aplicado con determinación en erradicar a estos grupos. Pero sus fuerzas de seguridad, debido a que están completamente castradas por Israel, y a que jamás se han desplegado para defender a las y los palestinos de las incursiones militares israelíes nocturnas o de los pogromos de los colonos, carecen de legitimidad, de adhesión popular y, en general, también de motivación para llevar a cabo esa tarea. En 2004-2005, el rechazo categórico de Israel a coordinar su repliegue de Gaza con la AP redujo a esta última a la irrelevancia política y coadyuvó a sentar las bases para que Hamás se hiciera posteriormente con el poder. En Cisjordania, la determinación israelí de reducir a la AP a mero subcontratista de la ocupación, junto a la incapacidad de su dirigente, Mahmoud Abbas, de sobrepasar el papel de obediente colaboracionista, tuvo un impacto similar entre quienes priorizaban la defensa armada de su pueblo.
A medida que los combatientes palestinos han ido llevando a cabo ataques cada vez más audaces como respuesta a la incesante usurpación israelí de sus tierras y de sus vidas, Israel ha emprendido una serie de incursiones cada vez más violentas en centros de población palestinos con el fin de eliminarlos. Rara vez ha hecho prisioneros y ha asesinado de forma rutinaria e indiscriminada a civiles no combatientes causando a la vez una vasta destrucción.
Varios son los factores que han llevado a Israel a ejecutar sus planes de demostración de fuerza generalizada en Yenín. No es sólo que sus encarnizadas intervenciones en la ciudad y en su campamento de refugiados hubieran tenido bastante menos éxito que las de Nablús, es que las Brigadas de Yenín y otras han venido dando muestras de una progresiva sofisticación. Muy recientemente, en junio de este año, desplegaron bombas de nuevo desarrollo al borde de la carretera contra una unidad israelí que había invadido el campamento de refugiados de Yenín e inmovilizaron siete vehículos blindados israelíes hiriendo al menos a siete soldados. La unidad quedó bloqueada durante horas y sólo pudo ser rescatada después de que helicópteros Apache suministrados por Estados Unidos lanzaran los primeros ataques aéreos en Cisjordania en dos décadas. Varios días después, dos palestinos armados miembros de Hamás mataron a cuatro israelíes cerca de Ramala en represalia por el asesinato de siete palestinos y por herir a otros cien durante una incursión en Yenín.
En Israel la disuasión es un precepto sagrado y su aplicación práctica –mantener a los árabes a raya– ha sido una obsesión desde que los primeros colonos sionistas llegaron a Palestina a finales del siglo XIX. Hacer visible en tiempo real su desmoronamiento, además, constituía un importante reto político para el primer ministro Benjamin Netanyahu; fracasar por no garantizar la seguridad del proyecto colonial de Israel no sólo pondría en su contra de manera determinante a una población israelí ya irritada por su autocrática agenda legislativa, sino que provocaría también el hundimiento de su coalición de gobierno sin la cual se evade su capacidad para evitar la condena por las acusaciones de corrupción contra él.
Mantener la disuasión es asimismo importante para los fascistas que integran el gobierno, como el ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, y el ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben-Gvir. Siendo ellos mismos colonos fanáticos de Cisjordania siempre reclamando más sangre palestina, se les hace cada vez más difícil desviar la responsabilidad del “deterioro de la situación de seguridad” hacia los palestinos o hacia otros israelíes. Habida cuenta de los altos cargos que ocupan en el gobierno, su demagogia cuenta con una vigencia limitada y está experimentando rendimientos decrecientes.
La política israelí hacia el pueblo palestino es, por regla general, producto del consenso institucional y de una meticulosa planificación. Sin embargo, en esta ocasión es muy posible que las consideraciones partidistas hayan jugado un papel y que Netanyahu haya visto en el ataque a Yenín un instrumento de pacificación política con sus socios de la coalición opuestos a su reciente decisión de posponer parcialmente el autocrático programa de gobierno.
Sea como sea, el ataque a Yenín forma parte en última instancia de una agenda política más ambiciosa que pasa por hacer de Cisjordania un lugar seguro para la rápida aceleración de la colonización israelí que conduzca finalmente a su anexión formal. Ello requiere que Israel aplaste no solamente a la resistencia palestina sino también sus aspiraciones nacionales. Tal como lo formuló Netanyahu a finales de junio ante la Comisión de Asuntos Exteriores y Defensa del parlamento: “Tenemos que eliminar sus aspiraciones a un Estado”. Ben-Gvir lo expresó así: “Hay que colonizar la Tierra de Israel y […] lanzar una operación militar. Demoler edificios, eliminar terroristas. No a uno o a dos sino a decenas, a centenares, y si es necesario incluso a miles”. En la jerga israelí, sobre todo en círculos como el de Ben-Gvir, “terrorista” es sinónimo de palestino, ya sea hombre o mujer, niño o niña; civil o combatiente.
Esta última invasión de Yenín ha seguido un patrón predecible. Destrucción desmedida y deliberada, fuego indiscriminado, utilización de civiles no combatientes como escudos humanos, obstrucción premeditada de atención médica a los heridos, bombardeo intensivo de un hospital con gases lacrimógenos, y desplazamiento forzoso de al menos 3 mil residentes. En esta ocasión se ha ejecutado con aproximadamente mil efectivos de tropas de élite apoyados por unos 150 tanques, vehículos blindados y por la fuerza aérea.
Queda por ver si se trata de un golpe duro al que seguirán otras incursiones de menor magnitud o si es la primera fase de una ofensiva de mayor envergadura que se extenderá a otras áreas de Cisjordania y potencialmente a la Franja de Gaza. En cualquier caso, Israel declarará la victoria y afirmará que ha llevado a cabo la operación exactamente como estaba previsto y sin contratiempos.
Lo que ya puede confirmarse de nuevo también es que existe una marcada discrepancia entre la comunidad internacional y Occidente. A la cabeza de este último está Estados Unidos, que se ha apresurado a proclamar que considera la invasión israelí de un campamento de refugiados extranjero como un acto de legítima defensa que respalda plenamente, y a denunciar como “terroristas” a quienes defienden su campamento devolviendo el fuego a soldados uniformados y armados. En Londres, gobierno y oposición han respondido de manera unitaria a los últimos crímenes de Israel aprobando una ley en el parlamento que ilegaliza el boicot de las autoridades municipales a Israel o a sus ilegales asentamientos. Es de suponer que en Bruselas, la Unión Europea estará debatiendo los últimos retoques de una declaración que exprese su seria preocupación antes de encargar otra investigación sobre los libros de texto palestinos.
No menos cobarde es el Secretario General de Naciones Unidas, Antonio Guterres. Con el estilo propio de un funcionario menor del Departamento de Estado, se ha deslizado una vez más por una serie de lugares comunes para evitar condenar a Israel por unos actos que cuando se producen en otros lugares él denuncia inmediatamente. Cabe recordar que en su cargo previo, Guterres desempeñó dos mandatos sucesivos como Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados, una década de su carrera que sigue recordando hasta el tedio. Pero ante el bombardeo aéreo de un campamento densamente poblado de personas refugiadas y ante el desplazamiento forzoso de miles de sus habitantes, parece ser que no ha visto nada que merezca su censura.
Mouin Rabbani, palestino-holandés, es investigador especializado en el conflicto árabe-israelí y en temas palestinos. Residente en Ammán (Jordania), ha sido analista del International Crisis Group, director para Palestina del Palestine American Research Center, y redactor general de Al Haq. En la actualidad, es investigador del Instituto de Estudios Palestinos, coeditor de Jadaliyya, y redactor colaborador de Middle East Report.
Traducción para viento sur de Loles Oliván Hijós
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