27 de enero. Recordar hoy y por siempre. Día Internacional de Conmemoración anual en memoria de las víctimas del Holocausto.

Holocausto: El grito desesperado de Auschwitz

Por María Torres

Hace 76 años, el 27 de enero de 1945, el Ejército soviético abría las puertas del infierno del campo de concentración y exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau.

En el año 2005 la Asamblea General de Nacionales Unidas designó el 27 de enero como Día Internacional de Conmemoración anual en memoria de las víctimas del Holocausto.

A pesar de los años transcurridos hoy más que nunca hay que involucrar a las generaciones futuras para prevenir; hay que rechazar a quien niega lo ocurrido y condenar cualquier manifestación de intolerancia y por último hay que honrar la memoria de las víctimas de esta tragedia para que no sea olvidada.

En el siglo XXI no debería haber espacio para la intolerancia, pero estamos asistiendo a una visión terrible: la intolerancia está asentada en la política, atenaza a las minorías y de forma particular a los refugiados. Por ello también ahora más que nunca debemos defender los derechos humanos, los valores universales de un mundo basado en la igualdad.

Y hoy vamos a recordar a todas las víctimas, a los españoles, a los cerca de 200 gallegos que padecieron el horror nazi, y especialmente a los pontevedreses. Una pequeña parte de un contingente humano a los que el franquismo enterró en la sombra y a los que debemos reconocimiento, recuerdo y homenaje, porque en esta España tan precaria en Memoria, hay que seguir insistiendo en que el olvido es inadmisible.

Holocausto

La palaba Holocausto proviene del griego holókauston: Holos significa TodoKauston, quemado, «Quemarlo todo», y es así como se definía el sacrificio por el fuego.

Hasta la década de 1950 los judíos eran considerados unas víctimas más de la Segunda Guerra Mundial. Fue a finales de esa década cuando algunos historiadores judíos comenzaron a utilizar el término «Holocausto», y es a raíz del proceso a Adolf Eichmann, a principios de la década de 1960 cuando empieza a difundirse el término «Holocausto», pero aún habrían de transcurrir muchos más años más hasta que este genocidio pasara a formar parte de la conciencia colectiva. La emisión de la serie televisiva Holocausto en 1978, el documental Shoah de 1985 o películas como La Lista de Schindler, contribuyeron a ello.

Si hoy buscáramos el significado de Holocausto en el diccionario de la R.A.E. nos encontraríamos con esta definición: «exterminio sistemático de judíos y de otros grupos humanos llevado a cabo por el régimen de la Alemania nazi».

«De judíos y de otros grupos humanos»

Hasta no hace mucho tiempo la palabra Holocausto solo se utilizaba para designar el exterminio de los judíos durante el conflicto más terrible de la historia de la humanidad: la Segunda Guerra Mundial. Es cierto que ellos fueron las víctimas específicas de un genocidio sin precedentes, pero no las únicas víctimas.

Durante la II Guerra Mundial, el régimen nazi exterminó a cualquiera que no cumpliera con el estándar de pureza de la raza aria, a cualquiera que consideraran inferior, a cualquier opositor político.

Las cifras son abrumadoras:

Seis millones de judíos. Dos tercios de los judíos que vivían en Europa en 1939 fueron exterminados.

200.000 romaníes o gitanos. Las interpretaciones de las Leyes de Nuremberg de 1935 que definían a los judíos por sangre, fueron adaptadas para incluir a los romaníes.

250.000 discapacitados físicos o mentales, como parte del programa de eutanasia, en su mayoría ciudadanos alemanes confinados en instituciones.

A medida que la tiranía nazi se extendía por Europa, se persiguió y asesinó a más de dos millones y medio de prisioneros de guerra soviéticos.

Decenas de miles de polacos y soviéticos no judíos, fueron deportados y sometidos a trabajos forzados.

Disidentes políticos como comunistas, socialistas, demócrata cristianos y líderes sindicales.

Sacerdotes católicos, pastores protestantes, que se oponían al nazismo; testigos de Jehová, que se negaban servir en el ejército alemán.

Homosexuales, sobre todo hombres, pues consideraban que su conducta «impura» era un obstáculo para la preservación del pueblo alemán; también a otras personas cuya conducta no se ajustaba a las normas sociales prescritas.

Personas a las que consideraban «asociales», como delincuentes comunes.

Y también españoles, republicanos españoles, de los que hablaremos más adelante. Los archivos americanos calculan que más de 30.000 españoles fueron deportados a Alemania y que la mitad de ellos terminó en campos de concentración.

Es un peligroso error pensar que el Holocausto fue solo producto de la locura de un grupo de criminales nazis. Los nazis no eran gente trastornada. Eran seres humanos como nosotros, pero optaron por convertirse en genocidas. Al finalizar la Guerra pocos se arrepintieron de lo que habían hecho, pocos fueron juzgados y condenados y la mayoría de ellos fueron rehabilitados posteriormente por un juego político vergonzoso.

Las cámaras de gas fueron construidas por ilustres ingenieros; las inyecciones mortales de los programas de eutanasia eran aplicadas por afamados médicos y enfermeras cualificadas. Los mismos que realizaron crueles experimentos y seleccionaron que prisioneros debían vivir y cuales morir.

No debemos olvidar que esto ocurrió en Europa, en un pueblo civilizado, culto y avanzado, y ocurrió contra todas las previsiones. Hitler ganó unas elecciones democráticas, y una vez que los nazis subieron al poder en 1933, la persecución de los judíos y de otros grupos étnicos se convirtió en la política del gobierno de Alemania. Pero fue el comienzo de la Guerra, la Guerra en sí misma, la que proporcionó la oportunidad para implementar las políticas nazis más extremas, entre ellas «la solución final».

En 1933 en Alemania, a propuesta de Himmler, Jefe de las SS, se establecieron campos de concentración con el fin de encarcelar a los enemigos políticos del régimen nazi. El primero de ellos fue Dachau. Las SS, y en especial sus Unidades de la Calavera, comandaron, administraron y custodiaron todos los campos. La Gestapo (Policía de Seguridad) tenía autoridad exclusiva para encarcelar, liberar y ordenar oficialmente la ejecución de los prisioneros.

Paralelamente y para concentrar y vigilar a la población judía de Alemania con vistas a las deportaciones que comenzarían en 1941, se establecieron guetos, campos de tránsito y campos de trabajos forzados.

En el campo de Chelmno, el primer campo de exterminio abierto en 1941, y el primero en usar gas venenoso, los judíos y los gitanos fueron gaseados en camiones.

Ese mismo año, tras la invasión de la Unión Soviética los Einsatzgruppen (escuadrones de exterminio móviles) llevaron a cabo el asesinato masivo de comunidades enteras de judíos y romaníes, así como de funcionarios del partido comunista y del Estado soviético. Más de un millón de hombres, mujeres y niños.

En 1942 se abrieron los campos Belzec, Sobibor y Treblinca, destinados al asesinato de los judíos de Polonia. El campo más grande fue Auschwitz-Birkenau. Cuatro cámaras de gas operaban a la vez con Zyklon B. Hasta ocho mil seres humanos eran gaseados cada día.

En 1937 existían cuatro campos de concentración en Alemania. En 1944, la cifra se había aumentado a treinta campos principales y miles de subcampos ubicados en el Reich alemán y la Europa ocupada. En los primeros años de la contienda los líderes de la SS expandieron el sistema de campos de concentración para aumentar la reserva de mano de obra disponible, sobre todo para la industria de la Guerra.

Los lugares de Sachenhausen, Buchenwald, Flossenbürg y Mauthausen, se eligieron para construir campos de concentración por su proximidad a tierra adecuada para producir ladrillos o a canteras de piedra. También se establecieron cientos de subcampos en terrenos cercanos a minas de carbón, fábricas de municiones y piezas de aviones, túneles subterráneos y otros lugares que favorecían al esfuerzo bélico alemán.

La política de «aniquilización a través del trabajo» llevada a cabo por los nazis, les proporcionó inmejorables resultados. Mano de obra a coste cero. Los prisioneros literalmente trabajaban hasta morir.

Y todo esto ocurrió bajo la atenta mirada del pueblo alemán, de los países considerados neutrales, y de la colaboración de los líderes y población de países ocupados y de los gobiernos aliados y socios del Eje que colaboraron en la persecución, el asesinato y las deportaciones. La Francia de Vichy, en concreto, colaboró activamente estableciendo campos de internamiento en el sur del país y ayudando en la deportación de miles de judíos que residían en su territorio a centros de exterminio en Polonia. El gobierno de Vichy también entregó a los combatientes españoles, que acabaron sufriendo la persecución, deportación, explotación por trabajo esclavo y la muerte.

¿Y qué decir de nuestra madre España / este país de todos los demonios? como escribió el poeta Jaime Gil de Biedma.

El Gobierno franquista que detentaba el poder en España desde la finalización de la Guerra en abril de 1939 tuvo conocimiento de que miles de españoles fueron hechos prisioneros por los nazis sin que en ningún momento se preocupara por su situación ni por la salvaguardia de sus derechos, derechos amparados por la Convención de Ginebra.

El 25 de septiembre de 1940 la Oficina de Seguridad del Reich emitió la orden de trasladar a todos los españoles a los campos de concentración, tras una reunión de Serrano Súñer, ministro de asuntos exteriores franquista, con Hitler y Himmler. Hoy sabemos en base a los hechos y los documentos que los españoles fueron deportados por una decisión política de Franco, Hitler y Pétain. Por ello recibieron un trato diferenciado del resto de los prisioneros.

Hoy sabemos que las autoridades franquistas tenían conocimiento del destino que se reservaba a este colectivo de españoles dado que fueron consultadas por el gobierno alemán. No se prestó a estas personas ninguna protección. El internamiento de estos españoles, que incluyó  a menores de edad, tuvo como consecuencia, para la mayor parte de ellos, la muerte en los campos de concentración nazis.

El régimen franquista también fue responsable del exterminio de miles de judíos de origen sefardí, ya que pudo salvar su vida pero no lo hizo. Es más, justificó y celebró  su persecución.

La idolología nazi condujo a la persecución sistemática y al asesinato planificado de muchos millones de personas. Como se comprobó entonces, y en repetidas ocasiones posteriores, la estructura ética de una sociedad puede desplomarse con mucha facilidad.

El Holocausto no tenía precedentes. Debía ser una advertencia para el futuro, pero se ha convertido en un precedente y le han seguido otros genocidios como los de Camboya, la antigua Yugoslavia, Ruanda, Dafur, Armenia, etc.

El negocio de los campos

Los campos de concentración y sus prisioneros resultaron un negocio muy rentable para las empresas y conglomerados propiedad de las SS y del estado alemán. La cúpula nazi se enriqueció con mano de obra esclava. Un gran número de empresas químicas, farmacéuticas, metalúrgicas y automovilísticas colaboraron con el nazismo y obtuvieron sustanciales beneficios. Entre ellas se encuentran varias multinacionales estadounidenses a las que hoy en día seguimos comprando productos como Coca-Cola, Nestlé, Adidas, Puma. Compañías de automóviles como Porsche, Volkswagen, BMW, Ford, General Motors, también financiaron y apoyaron al régimen nazi antes y durante la II Guerra Mundial.

IBM suministró a los nazis las máquinas para llevar a cabo el censo de judíos. Más tarde llegaría el control de los prisioneros de los campos de concentración.

Bayer, Kodak, Basf, Siemens, AEG, Agfa, Pelikan, formaban parte de un conglomerado que instaló su propia fábrica en Auschwitz, crearon el gas Zyklon B, usado en las cámaras de gas. También ayudaron con la financiación para desarrollar los experimentos con los prisioneros en los campos de concentración. Pelikán suministraba la tinta para los tatuajes de los prisioneros. Siemens usó prisioneros de los campos de concentración para trabajar en las fábricas y ayudar a construir las cámaras de gas que posteriormente los matarían.

Los españoles. ¿Cómo comenzó todo?

Los deportados españoles son los grandes olvidados. Existe un desconocimiento generalizado de estas víctimas del franquismo y del nazismo. La mayoría vivieron la Guerra de España, partieron para el exilio en Francia y allí les sorprendió la Segunda Guerra Mundial. Estos hombres y mujeres, muchos de ellos héroes en Francia, para España son seres ignorados. Jamás ha existido un reconocimiento a nivel estatal a estos españoles que lucharon contra el fascismo y por la libertad. La ‘modélica transición’ y la ‘democracia’ cubrieron su lucha y su memoria con un velo de indiferencia.

Durante décadas, el mensaje que recibimos es que España no había participado en la Segunda Guerra Mundial y nada más lejos de la realidad. Los españoles tuvieron participación en esta contienda, combatieron en Europa, en la URSS, en el norte de África, muchos de ellos se unieron a la Resistencia liderando grupos de maquis. Y una parte significativa fue apresada por los nazis y confinada en los campos de concentración del III Reich.

Todo comenzó a principios de 1939, cuando medio millón de españoles cruzaron la frontera francesa huyendo del avance de las tropas franquistas. Eran exiliados y Francia los recluyó en los campos de concentración sin agua, ni comida, ni medicamentos, sin una mísera tienda de campaña que les protegiera.

Las autoridades francesas los coaccionaron para hacerles regresar a España. Por ello, muchos se vieron forzados a alistarse en la Legión Extranjera o en las denominadas Compañías de Trabajadores Españoles, unidades militarizadas al servicio del ejército francés cuyo objetivo era sobre todo reforzar la línea Maginot a lo largo de la frontera con Alemania.

A una gran mayoría les sorprendió allí el inicio de la II Guerra Mundial y la invasión de Francia en mayo de 1940. Fueron capturados por el ejército alemán y trasladados a los stalag, recintos para prisioneros de guerra amparados por la Convención de Ginebra.

Hasta aquel 25 de septiembre de 1940, día en que los nazis tuvieron carta blanca para encerrar a los españoles en los campos de concentración, aunque el primer convoy de deportados que llegó a Mauthausen desde el campo francés de Angulema, lo hizo en agosto de 1940.

Mauthausen

Fue el campo con más prisioneros españoles.

A principios de 1941 los nazis calificaron a Mauthausen como el único campo de categoría III, la categoría reservada a los campos de régimen más duro. Según un decreto oficial, Mauthausen estaba reservado a los prisioneros «culpables de acusaciones realmente graves, incorregibles, asociales y convictos por causas criminales, es decir, gente en custodia preventiva, con pocas probabilidades de poder ser reeducada». Los internos eran sometidos a condiciones inhumanas, al extermino por el trabajo en la terrible cantera, desde la que tenían que subir los 186 escalones de la escalera de la muerte con pesados bloques de piedra.

Periódicamente los prisioneros eran sometidos a selección. Aquellos a los que no mataba el trabajo, el hambre, o las enfermedades, y que los nazis juzgaban demasiado débiles o enfermos para trabajar eran separados de los demás, asesinados en el cámara de gas, o por fusilamiento, horca, o golpes y palizas, o eran llevados al cercano Castillo de Hartheim, uno de los seis centros de eutanasia del programa Aktion T4 del Tercer Reich, la fábrica de los asesinos, la denominaba Simón Wiesenthal y donde se utilizaban inyecciones de fenol y se sometía a los prisioneros a experimentos médicos pseudocientíficos relacionados con la testosterona, infestaciones de piojos y tuberculosis.

Los pontevedreses confinados en Mauthausen fueron:

Macario Cortegoso Rodríguez, natural de Pontevedra, arrestado por la Gestapo cuando distribuía propaganda de un grupo de resistentes españoles contra la ocupación alemana. Sobrevivió.

Ramón Díz Rivas, de Vilaxoán/Vilagarcía de Arousa, marinero, casado y padre de tres hijos. Pereció en Gusen.

Ángel Gómez Cortés, de Camposancos/A Guarda, casado y padre de tres hijos, combatió en la Guerra de España en el Batallón Asturias. Pereció en Gusen.

Francisco Varela Loreino, marinero de Vilagarcía de Arousa, casado. Pereció en Gusen.

Martín Ferreiro Álvarez, natural de Quireza en Cerdedo, concelleiro de A Coruña, casado y padre de cinco hijos. Pereció en Gusen en los brazos del coruñés Francisco Pena Romero. Sus últimas palabras fueron: «Francisco, no volveré a ver a mi Coruña»

Marcelino Mariño Lago, de Vigo, marino del crucero Libertad. Logró sobrevivir a Gusen, al principio trabajando como peluquero, después como kapo responsable de la disciplina y la limpieza de una barraca. Ser kapo significaba aumentar las posibilidades de supervivencia y los que ostentaban esta posición debían elegir entre utilizarla en propio beneficio o intentar proteger y mejorar las condiciones de vida de sus compañeros. Y esto último es lo que hizo Marcelino: ayudar a sus compañeros. Sobrevivió.

Jaime Martínez Pereira, de Panxón/Nigrán, pescador al que su familia había dado por muerto durante la Guerra de España. Pereció en Gusen.

Olimpio Miguez Pazos, de Redondela, que se estableció en Pasajes en 1932, en el famoso Barrio de Trintxerpe, conocido como la quinta provincia gallega. Allí junto a su hermano regentaba el bar Flor de Galicia, que tras la Guerra cambió el nombre por el de Bar España. Olimpio figura en el listado de gudaris que combatieron a las tropas franquistas. Pereció en Mauthausen.

Antonio Piñeiro Otero, de Chapela, en Redondela, y del que apenas se han podido localizar datos antes de su ingreso en el campo. Pereció en Gusen.

Antolín Rodríguez Abal, de Caleiro en Vilanova de Arousa, un buen mozo que tras el golpe de estado de 1936 se movía por las playas intentando no toparse con los falangistas y que escribió una carta a su familia en 1937 informando que cruzaba la frontera. Pereció en Gusen.

Antonio Hoya Alonso, de Vigo, teniente de las Milicias Gallegas, al que los nazis designan como trabajar cualificado, destinado al kommando Linz III, donde se fabricaban piezas para tanques. Antonio sobrevivió y hace poco he podido localizar a su único hijo, no reconocido, pero me consta que muy querido.

Antonio Quintans Romero, de Carril/Vilagarcía de Aorusa, casado y con residencia en Barcelona. Pereció en Gusen.

Manuel Rey Cruz, de Bueu, marinero, casado y padre de tres hijos. Pereció en Gusen.

Urbano Sanmartín Abilleira, de Pontevedra, jornalero, casado y con tres hijos, residía en Almacellas (Lérida). Durante la Guerra de España fue concejal de este municipio. Pereció en Gusen.

Agustín Cameselle Fernández, de Vigo, casado y padre de tres hijos, ayudante de aparejador del arquitecto Jenaro de la Fuente, teniente de la Guardia de Asalto. Pereció en Gusen.

Domingo Castro Molares, de Vigo, albañil, evadido del ejército franquista, sargento de las Milicias Gallegas. Un año después de su ingreso en Mauthausen es obligado a subir a un «autobús gris» que le deposita a los pies del Castillo de Hartheim, un lugar del que nadie regresaba y en el que fue asesinado.

Manuel Coto Martínez, de Pontevedra, canteiro de profesión. Cuando un día  octubre de 1941 ingresó en la enfermería por una «incisión subcutánea en el dedo índice izquierdo», los nazis decidieron que ya no era apto para el trabajo y que su destino era la muerte. Pereció en Gusen.

José Ferradás Pastoriza, natural de la parroquia de Beluso en Bueu, marinero, padre de dos hijas. Tras el golpe de estado de 1936 consigue pasar a Euskadi. Combate en el Batallón México de la UGT. Pereció en Gusen.

José García Rodríguez, de Carril/Vilagarcía de Arousa, fogonero con residencia en Mahón. Pereció en Gusen.

José María González Vázquez, de Quintela, en Redondela, que a su entrada en el campo deja como dirección la de una peluquería de Pontevedra. Pereció en Gusen.

Ricardo Rodríguez Fernández, de Vigo, alías «Meana», futbolista. El 17 de julio de 1936 se despidió de su familia y de su novia Mercedes y partió para Barcelona con la Delegación Gallega para tomar parte en la Olimpiada Popular de Barcelona. Teniente de Infantería del ejército republicano, fue asesinado en el castillo de Hartheim.

Francisco Rodríguez Otero, de Lavadores/Vigo, sargento de Carabineros, que acabó en Gusen destinado al proyecto Bergkristall, construyendo las fábricas subterráneas que acogieron la producción del caza a reacción Messerschmitt. Sobrevivió.

Antonio Gómez Torres, de Pontevedra. Pereció en Gusen, poco antes de la liberación del campo.

Marcial Outerelo Abión, de Covelo, camarero. El nombre de Marcial figura en una lista de 75 prisioneros (12 polacos y 63 españoles), que partieron desde Mauthausen a Dachau, pero que nunca llegaron a este destino. Todos fueron asesinados en el Castillo de Hartheim.

Claudio Tizón Vázquez, de Pontevedra, fogonero. Tras su paso por la enfermería de Mauthausen, es transferido al castillo de Hartheim, donde se acaba con su vida.

José Novoa Grova, de Vigo, marino del guardacostas de la Armada Xauén. Asignado al comando Ternberg, sirve de mano de obra esclava en la construcción de una planta hidroeléctrica. Sobrevivió.

Manuel Fernández Gutiérrez, de Vigo, mecánico, miembro de la Guardia Nacional Republicana. Perece en Gusen.

Alejandro Lafuente Pose, de Redondela, enfermero de la marina de Guerra Española. Sobrevivió y en 1950 partió para Argentina.

Pero los pontevedreses no solo fueron deportados a Mauthausen …

Isolino Torres, de Alba, Pontevedra, fue deportado a Sachsenhausen y después a Buchenwald. Apenas dos semanas después de su llegada ingresó en la enfermería. Según los informes nazis perece de erisipela facial y meningitis.

Marcelino Vila Álvarez, de O Grove, casado y padre de tres hijos, era maquinista del Nuevo Emden, una embarcación que salió del puerto de Meloxo hacia en Cantábrico en agosto de 1937 con la excusa de hacer la costera del atún y arribó en Bretaña. Deportado a Sachenhausen, pasó varias veces por la enfermería, donde fue sometido a diversos experimentos médicos hasta su muerte.

Ramón Muñiz Hermida, natural de Dena, Meaño, fue requerido por los nazis para formar parte de la tripulación de un barco mercante con destino a Noruega. A la llegada a Bergen intentó escapar sin éxito. Confinado en el campo de Grini en Noruega y en el de Chemnitz en Alemania. Sobrevivió.

Varios pontevedreses fueron detenidos y deportados a partir de 1943 por acciones de resistencia. Se les aplicó el decreto Nacht un Nebel (Noche y Niebla)… (A escondidas), así justificaban los nazis legalmente la desaparición forzada de personas.

Ramón Garrido Vidal, Alías León Carrero Mestre, de O Grove. Responsable del Grupo de Resistentes Fisterre en Bretaña, detenido, juzgado, y encerrado en la prisión de Eysses, fue deportado a Dachau. Sobrevivió.

Antonio Ignacio Alves, de Vigo. En Francia se ocupaba de buscar escondite a los españoles perseguidos y de su paso al grupo de maquis dirigido por José Vitini.  Prisionero también de Eysses, fue deportado a Dachau.

Arturo González Bastos, natural de Vigo, trabajaba en una granja y colaboraba con los grupos de resistentes de la zona. Deportado a Natzweiler-Struthof y Neuengamme. Pereció.

Eudaldo Martínez Mendez, de Lavadores/Vigo, saboteó el transformador y las torres eléctricas de la fábrica para la que trabajaba, siendo detenido por la sangrienta Brigada Poinsot, infiltrada en la mayoría de las redes de Resistencia. Deportado a Neuengamme, se convierte en trabajador esclavo en el pueblo de Fallersleben, el lugar escogido por Hitler en 1938 para ubicar la planta más grande de Europa destinada a fabricar el «automóvil para el pueblo» (Volkswagen). Sobrevivió.

Manuel Sánchez Jalda, de Vigo, marinero motorista en la Base Naval de la A Graña, dinamitó una cisterna de combustible de un convoy nazi, fue detenido por la Gestapo y deportado a Neuengamme. Antes de que las SS comenzara la evacuación del campo fue transferido a Bergen-Belsen. Sobrevivió.

Manuel Pérez Taboada, nacido en Xeve, Pontevedra, sastre, desertor del ejército franquista, sargento del republicano, fue apresado en Burdeos por distribución de propaganda anti nazi y deportado a Neuengamme, campo del que fue evacuado y obligado a iniciar una marcha de la muerte hasta Ravensbrück primero y después hasta el campo de Wöbbelin. Sobrevivió.

Antonio Lamas Jueguen, de Vilaxoán/Vilagarcía de Arousa, carpintero y marinero, desertor del ejército franquista, combatiente del republicano. Detenido por actos de sabotaje y deportado a Buchenwald. Sobrevivió.

Mercedes Núñez Targa, nació en Barcelona y vivió y falleció en Vigo. Cocinera en el Estado Mayor de las fuerzas de ocupación nazi en Carcassone bajo la falsa identidad de Francisca Colomer, forma parte como enlace de la 5ª Agrupación de Guerrilleros Españoles El 25 de mayo de 1944, junto a once compañeros es detenida por la Gestapo. Deportada a Ravensbrück. Sobrevivió.

Es de justicia recordar que Mercedes fue la primera persona que confeccionó un listado de los deportados gallegos. Falleció en Vigo en 1986 sin conseguir de las autoridades gallegas y estatales el reconocimiento a los deportados, a pesar de su esfuerzo tenaz en la lucha por la memoria.

Hay dos vigueses, con una historia distinta a los anteriores, pero con igual destino: Antonio Fernández Souza y Carlos Nogueira Blanco. Ambos no marcharon al exilio, pero la dura posguerra les condujo a Alemania en 1941 como mano de obra «voluntaria». Para ello Serrano Súñer creó CIPETA, una empresa que gestionaba la colocación de estos empleados a los que denominaron «productores». La mayoría trabajaron en la industria de la Guerra en condiciones de esclavitud. Su trabajo formaba parte de la devolución de la deuda contraída por Franco por la ayuda nazi en la Guerra de España.

Antonio y Carlos eran menores de edad y sus padres tuvieron que firmar una autorización, así como el contrato de trabajo. Ambos fueron arrestados por la policía estatal de Westfalia en mayo de 1942 por indisciplina, y confinados en el campo de concentración de Hinzert, que más tarde fue asignado de Buchenwald. Las autoridades de este campo manifestaron que ambos solo se podían reformar con medidas enérgicas.

Es posible que la lista de deportados pontevedreses se amplíe en breve, pues se están investigando nuevos nombres.

De los 41 pontevedreses deportados a los campos nazis, 28 de ellos fueron confinados en Mauthausen, donde perecieron 22, la mayoría en Gusen y cuatro en el Castillo de Hartheim. 16 pontevedreses lograron sobrevivir al horror y a un sufrimiento inconmensurable.

Tras la liberación, los supervivientes españoles permanecieron  abandonados a su suerte. La libertad resultó amarga, pues no podían regresar a España y tardaron un tiempo en poder ser acogidos en Francia, donde intentaron rehacer una vida que en la mayoría de los casos ya estaba rota.

Cuando murió el dictador Franco, estos hombres y mujeres que tanto sufrieron, miembros de una generación desgraciada como pocas, siguieron sepultados en el olvido. La transición y la democracia se convirtieron para ellos en una nueva y más dolorosa traición.

A todos ellos debemos hoy y siempre recuerdo, reconocimiento y homenaje, porque como aseguró Eli Wiesel, prisionero de Buchenwald y Auschwitz, Premio Nobel de la Paz en 1986: «La respuesta es la memoria, la única respuesta. Dile a los que quieran saberlo que nuestro dolor es auténtico, nuestra perplejidad infinita y el agravio profundo».

María Torres, investigadora

Conferencia impartida en Vigo el 27 de enero de 2020, presentada por el profesor Don Xesús Alonso Montero

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