1934: las enseñanzas del octubre asturiano

«Socialistas, anarquistas e incluso unos comunistas que recelaban y eran mirados con recelo por los anteriores, pudieron trabar una acción unitaria con un comité revolucionario que pudo convivir y colaborar».

Por Héctor González Pérez

Cuando estas líneas vean la luz se cumplirán 87 años de la Revolución de octubre de 1934. Concretamente lo harán en el momento en que Oviedo había caído ya en manos del Ejército y cuando las esperanzas revolucionarias se desvanecían sin remisión, justo al ritmo que las columnas del general Ochoa avanzaban hacia las cuencas mineras.

El octubre asturiano, a pesar de ser un acontecimiento sumamente interesante y del que extraer muchísimas enseñanzas a todos los niveles, nunca ha gozado de la atención y posición que se merece, eclipsado por la posterior guerra civil. No es que la comuna asturiana no haya sido investigada y divulgada, al contrario, existen diferentes publicaciones que nos permiten conocer con exactitud la evolución de la revolución, los combates y la represión. Sin embargo, el número de estudios dista mucho de ser elevado y no se ha tratado de realizar un acercamiento pormenorizado que nos explique no solamente el qué sino también el por qué y el cómo de todo este proceso en profundidad. Para muestra un botón: en la Universidad de Oviedo hace décadas que nadie presta atención a este suceso, a pesar de la huella que ha dejado en la sociedad asturiana y que todavía se percibe hoy día.

Sobre la Revolución de octubre se conocen muchos acontecimientos y detalles, está presente como referente discursivo, también en la cultura popular (asturiana), pero se suele acudir a ella como un lugar común, una referencia vaga que, como digo, está eclipsada por la guerra civil. Esta desatención es una verdadera pena porque se trata de un acontecimiento que encierra valiosas enseñanzas para cualquier persona interesada por la historia, la clase trabajadora y la política.

Posiblemente no haya un término tan maltratado y prostituido como el de unidad. El octubre asturiano puso de manifiesto las posibilidades de la Alianza Obrera cuando hay una voluntad de real de llevarla a la práctica. Socialistas, anarquistas e incluso unos comunistas que recelaban y eran mirados con recelo por los anteriores, pudieron trabar una acción unitaria con un comité revolucionario que, a pesar de las circunstancias, pudo convivir y colaborar, no sin muchos choques y situaciones poco claras (como el desabastecimiento de armas en Gijón), dicho sea de paso. Pero año y medio después, al estallar la guerra, la unidad volvió a hacerse realidad y durante los 15 meses de guerra civil en Asturias las diferencias entre las organizaciones no implicaron enfrentamientos armados, como sucedió en Cataluña, Aragón o Madrid; y aunque agrios debates y desconfianzas, sobre todo hacia los comunistas, también se evidenció una capacidad para la discusión y la colaboración, tanto en lo político, como en lo social y, por supuesto, lo bélico.

Un segundo punto a tener en cuenta es el enorme potencial que demostró el hecho de realizar una revolución ofensiva. Aunque el casus belli fue consecuencia de la entrada de los ministros de la CEDA en el gobierno de la II República, la revolución llevaba gestándose meses y no fue consecuencia de un conflicto armado previo, como pasaría en la guerra civil y en otros tantos casos. Esta determinación permitió a unos insurrectos muy mal armados y sin experiencia militar ocupar gran parte del territorio asturiano en apenas tres días. Para sofocar la revolución fueron necesarios nada menos que 17.000 soldados, una cantidad de militares que fue posible concentrar en Asturias dada la falta de eco del movimiento en el resto del país. Esta cuestión se revela como central y adquiere tintes heroicos, pero es algo sobre lo que generalmente se pasa del largo. Quizá uno de los elementos más maltratados de este episodio sea el no valorar en su justa medida el hecho de que los mineros doblegaron a la Guardia Civil y se enfrentaron al Ejercito sin ningún tipo de experiencia militar y armados con dinamita, un arma que al escucharla suena muy bien, pero que no ha formado parte jamás del arsenal bélico estándar.

Tampoco se presta mucha atención al entramado social, sindical y cultural que hizo posible la revolución asturiana. La presencia de sindicatos fuertes, disciplinados, con experiencia de lucha, implantados en sectores estratégicos y determinados a llevar a cabo una insurrección fue fundamental. La vanguardia del octubre asturiano, como por lo demás de todo el movimiento obrero español, siempre ha estado en los sindicatos y no en los partidos políticos. La gran cantidad de casas de pueblos, ateneos, centros obreros, escuelas racionalistas, etc. Jugó un papel central de largo recorrido: durante décadas, miles de trabajadores asturianos se educaron en un entorno cultural que no solo los formó, sino que les hizo creer que un cambio social era posible y que las organizaciones obreras podían regir la vida del país.

Por último, tras la derrota, anarquistas, socialistas y comunistas extraerían importantes enseñanzas que podrían poner en marcha durante la guerra civil, sobre a todo en términos militares. También el Ejército aprendió de la revolución, pero los militantes obreros se adelantaron a muchos de estos movimientos, sobre todo en Gijón, lo que permitió que durante un año la guerra en Asturias se ciñera al sitio de Oviedo, donde los militares se habían hecho fuertes.

Los revolucionarios del 34 fueron capaces de repetir las experiencias positivas, como la unidad, y aprender de sus errores, sobre todo bélicos. Esta frase sirve a su vez de resumen y de una enseñanza que no ha tenido mucho recorrido…

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