Los juegos del hambre: ¿Hollywood se volvió revolucionario?

Por Christian Orozco

Que las películas y series juveniles distópicas están de moda no es ninguna novedad, el fino olfato mercantil que caracteriza a los productores de Hollywood les ha llevado a encontrar un filón de oro deslumbrante. En una sociedad posmoderna, en la que se enaltece la juventud y la riqueza por encima de todo, en la que los grandes relatos casi han desaparecido –políticos y religiosos–, productos como Divergent, The Hundred, The Maze Runner, o The Hunger Games se han convertido en éxitos arrolladores. La línea argumental es siempre la misma: una protagonista valerosa, extrovertida y rebelde, disconforme con su situación personal se enfrenta a un sistema o régimen autoritario/dictatorial junto a un pequeño grupo que le acompaña y guía, para al final descubrir una terrible revelación que cambia el rumbo de la historia.

Sin embargo, lo que a simple vista podría parecer la típica historia de Hollywood, ésta se vuelve más interesante cuando este tipo de series y películas plantean una visión generalmente positiva de las revoluciones –con unos límites muy cortos como más adelante veremos–. Este es el caso de archiconocida saga Los Juegos del Hambre, película inspirada en la mitología griega, más concretamente en el relato de Teseo y el minotauro. En ella se nos narra la historia de Katniss Everdeen y su aventura por liberar a los doce distritos que conforman Panem –anteriormente Estados Unidos– a través de la toma de El Capitolio y la eliminación del presidente Snow. Esta sencilla historia nos deja por el camino una serie de elementos relacionados con procesos de transformación social, y especialmente, con piezas que no por casualidad nos hacen recordar la célebre obra de Orwell, 1984 y ciertos rasgos que caracterizan nuestra esperpéntica actualidad internacional.

Una sociedad vigilada

Cámaras de video aquí y allí, guardianes de la paz –el neolenguaje nunca puede faltar– por doquier, paredes con oídos y árboles con visión… Nada escapa a la gran lupa del Gran Hermano.

En este caso, la frase “la realidad supera la ficción” se vuelve más pertinente que nunca: drones de vigilancia, control y ataque; chips para el monitoreo y seguimiento de población[1]; los elevados avances en inteligencia artificial o la big data aplicada al control de grandes poblaciones de consumidores son solo algunos de los ejemplos que generarían una atroz envidia en el presidente Snow.

La televisión como medio masivo de desinformación

En Panem los medios de comunicación –miedos de comunicación según Eduardo Galeano– tienen unos poderes que dejan en ridículos a los del archiconocido mago Harry Houdini. La televisión convierte a las víctimas en verdugos, a los terroristas en luchadores por la libertad, a la policía represora del régimen en guardianes de la paz; y a la tortura y el sadismo en un juego adolescente, un show televisivo. ¿A alguien le suena ésto familiar? ¿Es que acaso no se parece mucho a nuestra realidad cotidiana?Más que nunca las palabras de Malcon X retumban en nuestro subconsciente…»si no estáis prevenidos ante los medios de comunicación, os harán amar al opresor y odiar al oprimido».

La septuagésima cuarta revolución traicionada

Hollywood es Hollywood y tiene sus límites: ¿es que acaso algún ingenuo pensaba que al final del filme se instauraría una sociedad socialista, feminista y autogestionada encaminada como una flechahacia comunismo? De ninguna forma, la revolución resulta traicionada por la lideresa de la revolución para la cual el fin justifica los medios –materializada en un atentado de falsa bandera–, en definitiva, el idealismo de la revolución es muy atractivo, pero inexorablemente siempre termina cambiando todo para no cambiar nada. ¿Quién podría creer que Hollywood plantaría entre los jóvenes la idea loca de que a veces las revoluciones son positivas y los líderes no son unos traidores? ¿Quién podría esperar otro final diferente que no fuese la felonía y el cinismo?

A modo de conclusión

Hollywood ha sido y sigue siendo una de las armas de construcción de hegemonía estadounidense y capitalista más potente conocida hasta ahora. Fabrica imaginarios, reescribe la historia, le otorga carnets de amigos y enemigos a países y organizaciones, un arma de guerra de primer nivel, en definitiva. No por casualidad recientemente Wikileaks ha desvelado la estrecha relación entre esta gran industria de fantasías y las agencias de inteligencia estadounidenses y La Casa Blanca[2]. En momentos puntuales, el poder se siente tan poderos que se permite ciertas licencias, ciertas autocríticas en ocasiones –Full Metal Jacket de Stanley Kubrick o Wall Streetde Oliver Stone son un par de ejemplos– que van en contra de sus intereses e ideología. No obstante, los límites están ahí y no se traspasan: ni atisbo de la existencia de clases sociales[3]; la revolución es apabullantemente un show televisivo donde las masas son meros espectadores ignorantes; las grandes empresas participan de las matanzas como patrocinadores de los sacrificios, pero no vuelven a aparecer en la película, siendo el único responsable de esa dictadura un político –el presidente Snow–;  y, aunque pueden estar bien las revoluciones siempre son traicionadas, recordemos las palabras del personajePlutarch: “Ahora estamos en un periodo dulce donde todo el mundo está de acuerdo en que nuestros horrores recientes no deben repetirse. Pero el pensamiento colectivo suele ser de corta duración. Somos seres volubles, estúpidos y con una gran capacidad de autodestrucción”.

Así, trasladándonos de la ficción de las pantallas a la dura realidad se puede afirmar que el pan es cada vez más escaso, el circo es cada vez más deleznable; y la fábrica de sueños que es Hollywood pese a lo aparentemente progresista que pueda resultar en ocasiones sigue siendo la voz de los dueños la industria audiovisual norteamericana.

[1]http://cadenaser.com/ser/2017/08/02/ciencia/1501667725_104434.html

[2]http://www.telesurtv.net/news/Wikileaks-devela-cooperacion-entre-Hollywood-y-la-Casa-Blanca-20150418-0034.html

[3] Incluso en la película Divergente la división que se hace de las facciones se justifica para evitar el conflicto y la guerra, y el criterio para pertenecer a una u otra facción es el carácter personal de los individuos.

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