Y nosotros inaugurando

Ayuso inaugura el hospital de pandemias: un edificio a medio terminar sin personal sanitario ni pacientes

Por Francisco Javier López Martín

Ya lo dice mi amigo Manuel,

-Con la que está cayendo y nosotros inaugurando.

Y es que uno de los grandes problemas de la vida política española (que es tanto como decir de la sociedad española), es que nunca tomamos nota de lo que hemos hecho en el pasado, sobre todo de los errores y ni siquiera de los aciertos. Nunca echamos cuentas, ni sacamos conclusiones. Nunca emitimos un juicio de valor. Nunca evaluamos.

Disfrazamos el pasado y lo idealizamos en lo bueno y en lo malo. Nos negamos el futuro porque esa falsa percepción del pasado impide intuir por dónde podemos abrir los caminos hacia cuanto de bueno nos queda por vivir, a nosotros y quienes nos sucedan.

El fugaz tiempo presente se nos escapa entre los dedos, como agua, como puñado de fina arena. Se precipita en constantes inauguraciones y reinauguraciones de cuanto ya fue presentado públicamente y que mañana carecerá de continuidad alguna. La efímera memoria lo hace hoy más posible que ayer.

Para justificar esta forma de entender la existencia, para mantener este inmenso negocio en el que hemos convertido la política nacional en los últimos tiempos, recurrimos al sacrosanto argumento del realismo. En nombre del realismo se cometen aquí los más sórdidos y terribles despropósitos.

Lo dijo aquel católico, Georges Bernanos, en Los grandes cementerios bajo la luna, hablando de nuestra guerra incivil y su rastro de horrores en Mallorca,

-El realismo es la buena conciencia de los hijos de puta. Todos los hijos de puta dicen que  la realidad es ésta y no podemos evitarla. La realidad es lo que sustenta su condición de hijos de puta.

No evaluamos, pero invocamos la eficacia, la realidad y la eficiencia para justificar cuantos desmanes han conducido a situaciones como la incapacidad de combatir con verdadera eficacia la pandemia, a bloquearnos hasta aceptar el desastre como estado natural del alma española. Nadie levanta los teléfonos, nadie resuelve los problemas, lo presencial no funciona y online sólo funcionan las plataformas de ventas.

En cuanto a lo de evaluar no es nuestro fuerte como país. Hemos hecho algunos amagos forzados de evaluación de las políticas públicas desde que la llegada de fondos europeos nos obligó a presentar cuentas de resultados, comprobantes de gasto, nivel de objetivos alcanzados. Elaborar, al menos, un informe de ejecución que remitimos a Bruselas y escondemos en el disco duro de cualquier ordenador, en el cajón de cualquier despacho, sin que nunca volvamos a hablar de ello, hasta la  próxima.

Para evaluar, primero hay que saber qué objetivos queríamos conseguir, si alguien se ocupó de definirlos y ver hasta qué punto se han alcanzado. Si se han cumplido, independientemente de lo que nos haya costado, podemos decir que hemos sido eficaces.

Pero también podemos valorar la relación existente entre los objetivos que hemos conseguido y los gastos que hemos tenido que realizar. Eso nos permite determinar si hemos sido muy, o poco, o nada eficientes. Y aquí es donde entran en danza los políticos de turno. Esos que en nombre de la eficacia y la eficiencia, los objetivos logrados, y la buena utilización de los recursos disponibles, se enzarzan en operaciones privatizadoras.

Lo privado, afirman, es más barato, más flexible, menos burocrático, se consigue atender a los mayores en una residencia, en su casa, se limpian las calles, se realiza una intervención quirúrgica, o se escolariza a nuestras hijas e hijos con menores costes y similares resultados.

De paso, tras estas operaciones, no faltan dineros circulantes que pasan de unas manos a otras, en maletines, o bolsas de basura y, ya que estamos puestos, se activan las puertas giratorias que atravesará el politiquillo de turno hacia los consejos de administración de grandes corporaciones sanitarias, energéticas, o de servicios.

Basta que el sistema se vea sometido a la más pequeña prueba de tensión de materiales, para que salte por los aires. La sanidad privada, por ejemplo, ha aportado muy poco en el combate contra la pandemia, salvo los negocios de cobrar rastreos, pruebas y ahora poner vacunas que les caen de la bolsa de gobiernos privatizadores como el de Madrid.

Las residencias, la ayuda a domicilio, los servicios de limpieza y mantenimiento de calles y jardines, constituyen ejemplos claros de la descoordinación e incapacidad de cuanto ha sido privatizado para hacer frente a los escenarios complicados derivados de la pandemia, o del desastre climático. Resulta caro y malo.

Y es que no basta creer que hemos alcanzado objetivos si no entendemos que la solidez y calidad de los servicios forma parte de la evaluación, de la percepción de la ciudadanía, que siente un grado mayor, o menor, de satisfacción y de compromiso con lo que está en marcha.

Es muy importante la participación en la determinación de los objetivos que queremos conseguir. Los medios forman parte de los fines. Los procesos, el camino, son tan importantes como los resultados conseguidos. De estas cosas, en nuestra España, pocas y esporádicas, pese a la existencia de instituciones que deberían ocuparse de inspeccionar, evaluar y corregir, contando con los recursos necesarios.

Otro cristiano como Bernanos, en este caso un cura que se pasó buena parte de su corta vida en las montañas cercanas a Florencia, construyendo escuelas para los campesinos, escuelas de la palabra en la Italia vaciada, un educador llamado Lorenzo Milani, nos facilita alguna pista más,

-Se busca la eficacia antes que la justicia. El progreso de la técnica y el bienestar de todos, antes de haber asegurado a cada uno la dignidad humana (…) Estas cosas que las hagan los nazis, los soviéticos, los americanos, todos los que viven para la eficacia y que ponen en la eficacia la única razón de la vida.

Aún sabiendo que responde más al mundo del deseo que al de la realidad, las oleadas de pandemia que nos han sacudido, las crisis económicas y sociales, las catástrofes naturales, deberían enseñarnos que es necesario sustituir las ocurrencias y las reinauguraciones por la evaluación de políticas, en función de su eficacia y su eficiencia, sí, pero también valorando su calidad, su fortaleza, la participación, el compromiso y la satisfacción de la ciudadanía, proponiendo soluciones a los problemas y enmiendas a los errores.

Ya sé que evaluar no forma parte de nuestra cultura, pero nunca es tarde para comenzar a hacer las cosas de otra manera, un poco mejor. Por intentarlo no perdemos nada. Si no lo intentamos todo está perdido.

Se el primero en comentar

Dejar un Comentario

Tu dirección de correo no será publicada.




 

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.