Por Raúl Gurillo
Recuerdo muy bien la primera vez que mi padre me habló cara a cara de la política. Un tal Felipe González, un afamado Barrionuevo, un mentiroso “NO a la guerra” que abrazaban y que, lamentablemente, se terminó quedando en consigna. Un Madrid movilizado que gritaba “OTAN de entrada no”. Una promesa contra la muerte y las bombas, contra las balas en cuerpos de trabajadores extranjeros. Una promesa más que terminó siendo incumplida. Este fue el “seguro” en el programa “socialista” de la época que, tras convertirse en un “no es posible”, en un “OTAN sí”, hizo que mi padre perdiese la fe y las ganas de creer en la política de nuevo. Mi padre tenía veinticuatro años.
Hoy soy yo el joven madrileño de veinticuatro años que se enfrenta a unas elecciones y, como tantos otros como yo, me veo inmerso en muchos problemas propios de la juventud en nuestra región: Las dificultades enormes para conseguir un trabajo estable, una remuneración digna, la imposibilidad de independizarme si no me gasto todo mi sueldo o le pido dinero a mis padres o la falta de garantías de posibilidades generadas por la gestión de la COVID-19. Ni los actuales socialistas (vestidos de morado, verde lima o rojo) que nos piden que hablemos en su nombre ni los ultraliberales nos dan, hoy, ni una sola muestra de que esto pueda acabarse.
El cuadro que se nos presenta para las elecciones del 4M en Madrid es parecido a unas desdibujadas y -aún más- caricaturescas Meninas de Velázquez y, sin que sirva de precedente, narran esta vez tanto la tragedia como farsa. Una tragedia y una farsa más centrada en retarse a carreras por Madrid o bailar por los platós que en ofrecernos soluciones a los jóvenes madrileños.
Tragedia, sí, porque es trágico que miles de madrileños puedan seguir creyendo en el relato de los que les dicen que Enrique Sarasola es su amigo, que el empresario genera la riqueza y que tenemos que intentar llegar a ser como ellos. Tragedia porque estas marionetas parlamentarias quieren que nos parezcamos a los que, en otros países, matan de hambre a cientos de trabajadores, negándoles sus derechos. Tragedia, sí, porque plantean que los jóvenes no estamos “emprendiendo” y por eso no tenemos un empleo adecuado o nos animan a acertar con una apuesta si no ganamos el suficiente dinero. Tragedia porque nos echan la culpa de la inoperancia de su gestión de la pandemia, comentando que si nos contagiamos es culpa nuestra y no de la obligatoriedad de salir a trabajar todos los días sin garantizarnos la seguridad necesaria, de que si somos pobres es porque “no nos hemos esforzado lo suficiente”. Tragedia porque la culpa era de los jóvenes por salir demasiado mientras basan su campaña electoral en la explotación, la tapa y la cerveza. Madrid es gobernada actualmente por la tragedia.
Aun así, también sigue siendo importante, por desilusionante, la farsa. Hay farsantes que, criticando por puro relato electoralista las medidas aprobadas por la Comunidad de Madrid, han apoyado las realizadas por el Gobierno Central. La farsa decide presentarse planteando una “forma más social de gestión contra la pandemia”. Una farsa que a nivel nacional sigue legislando para salvar económicamente a los empresarios, que sigue sin haber derogado la Ley Mordaza, que ahora, en vez de eliminar, pretende “maquillar” las dos reformas laborales, que prometía acabar con los despidos y nos ha dejado a los jóvenes a merced de nuestras empresas. Una farsa que impone modelos educativos cada vez más moldeados para el empresario y cada vez menos centrados en nuestra formación integral. Una farsa, también trágica, que juega a colocarnos entre la espada y la pared. A elegir entre la mentira o la tragedia, entre los socialdemócratas o los liberales, entre los “demócratas” y los “fascistas”. Un falseado “Nosotros” contra “Ellos”.
Por supuesto, no es casual que los trabajadores, sobre todo los jóvenes, tengamos que hacer esfuerzos enormes para dedicar algo de tiempo a pensar fríamente en política. Las propias dinámicas de la producción, así como de la reproducción social dentro del actual sistema económico, hacen que muchos de nosotros no encontremos ganas, interés ni tiempo en plantearnos qué es lo más beneficioso para nosotros, para todos los trabajadores de Madrid. Pararse a pensar en esto es necesario, pero cuesta cuando aprietan los estudios, nos cansa el trabajo y ataca la presión a nuestra salud mental. Sin embargo, mientras tanto, nos dicen que no podemos quejarnos, que otros “lo han pasado peor” o que somos una generación “floja”, ahondando así en un sentimiento de doble culpabilidad que nos afecta aún más psicológicamente.
Cala la llamada al voto útil y calan las promesas contra la “tragedia”. Calan por parecer tan bienintencionadas como vacías terminan siendo, calan entre los jóvenes porque juegan con nuestra esperanza de poder vivir dignamente.
Yo hoy vengo a decir que no, que los jóvenes no nos podemos permitir que siga calando. Que debemos salir de esta dicotomía y que tenemos que construir un Madrid donde los propios trabajadores madrileños seamos los únicos que participemos de las decisiones que terminamos sufriendo. Impera contragolpear al voto útil y a las organizaciones que lo promueven, que prometen un mañana mejor y termina por darnos más paro, más pobreza y menos futuro, tanto a nivel regional como a nivel nacional. Si hay elecciones, sí, salgamos a votar, pero para mostrar nuestra disconformidad contra todos los gestores de este sistema que no nos permite hacer nada más que trabajar para enriquecer a otro mientras nosotros malvivimos.
Sin embargo, aún es más importante salir el cinco de mayo para organizarnos el resto de días contra los que verdaderamente generan esto y buscan robarnos nuestro porvenir. Votemos el día 4, pero votemos contra el capitalismo.
Salgamos a organizarnos para ganar nuestro propio futuro, lejos de este podrido sistema económico, y para que ninguno de nosotros, dentro de cuarenta años, vuelva a contar la historia de cómo se desilusionó tras su propio “OTAN de entrada no”, tras una nueva farsa que sirvió para seguir sumiéndonos en la barbarie.
Hola Raúl.
Estando de acuerdo en el planteamiento general que haces del voto útil, creo que más allá de la generalización, que comparto, el contexto actual difiere mucho de aquél voto útil de la década de los 80 y 90. Me explico, yo participé inconscientemente de aquello, pues prefería que gobernará la izquierda a cualquier precio, me engañaron sí. De hecho, no recuerdo exactamente en qué legislatura los votos de la izquierda sumaban para un gobierno progresista, pero Felipe Glz optó por la derecha catalana. Ahora el caso es distinto, las izquierdas suman, y creo sinceramente en ello. Lo que no suman son los votos que van a ir directamente a la papelera por no llegar al 5%. No son situaciones extrapolables. Sí, elegimos entre democracia o fascismo. Un abrazo Raúl