Votar para algo: el precio de la luz y la crisis de la democracia liberal

 

Al final, si varias personas tienen el mismo amigo imaginario, tienen fe en la misma religión, que no dista mucho de creer y confiar en algún acto de buena fe de aquello que llaman “Los Mercados”.

Por Carmen Romero

Vivir en una sociedad donde uno se explota a sí mismo y le han hecho creer que está realizándose, solo puede salir mal. Democracias en las que puedes votar a tu partido político más afín, casi como el que elige una marca de Ketchup en el supermercado, porque la política institucional se ha convertido (o pretenden hacerlo) en una especia de mercado de las ideas, donde puedes elegir cambiar muchas cosas, pero siempre y cuando ninguna de ellas toquen algunas de las necesidades básicas: electricidad, casa, derechos laborales, etc. Porque en ese caso te dirán que no se puede hacer nada y que le reces a la UE.

La crisis de legitimidad de la democracia liberal empieza ahí. Cuando las fuerzas políticas que tras la crisis del 2008 se supone que iban a funcionar como la respuesta reformista al desbarajuste neoliberal, no han resultado ser tal. Cuando la extrema derecha cobra fuerza incluso a través de los mecanismos habituales de la democracia liberal. Porque hay que recordar que, por ejemplo, Trump, no puso a la democracia liberal en crisis, sino que la crisis de la democracia creó a Trump. Era un síntoma, no un hecho en sí mismo. En nuestro país, mientras que a Unidas Podemos le cuesta la vida sacar adelante cualquier medida tibiamente socialdemócrata por simple que sea, Vox pide y el PP obedece. Gobiernen donde gobiernen.

Es difícil que el electorado se presente activo y con aspiraciones a algún tipo de cambio cuando la economía parece quedar fuera del control mediante el voto. Que puedan decidir cambiar el lenguaje dependiendo de quién gobierne, las banderas, el nombre de calles y ministros, pero no cambiar el recibo de la luz o el precio del alquiler. Es la democracia capitalista echándonos un pulso. Y vamos perdiendo.

En 2018, cuatro ministros del PP asistían a la Semana Santa malagueña y cantaban el himno de la Legión. Estos eran Cospedal, Zoido, Catalá y Méndez de Vigo. Nunca antes había habido tanta representación gubernamental en un Jueves Santo malagueño. Mucho menos en una fiesta de exaltación militar y religiosa. Ante la crisis del modelo de democracia, placebo nacional: nostalgia del nacional-catolicismo. Una evidencia de la crisis profunda del modelo liberal. Buscar elementos identitarios que llenen el vacío que deja la falta de respuestas políticas. Esto quiere decir que la crisis del Covid no fue el principio, sino más bien una especie de acelerante.

Cada domingo se titulan decenas de noticias bajo ese “El precio de la luz más caro de la historia”. Desde hace unos meses, el precio de la luz actúa como aquello de las cosas del querer: Más que ayer, pero menos que mañana. Que un supuesto gobierno progresista no sea capaz de meter en cintura a vividores y especuladores, que tengamos la ausencia de una opción critica, de una esperanza de cambio, mientras estamos sumisos bajo esa incertidumbre constante y miedo al futuro, significa que los ultras pueden ocupar con facilidad ese espacio. Encima, los medios de comunicación no les ponen un micrófono para que hablen, les ponen un altavoz, les arropan por las noches y en los asientos les ponen cojines de pluma de oca.

Ya no es que ni tan siquiera se hable de nacionalizar eléctricas, ni de la creación de una eléctrica pública que, por cierto, no es la solución visto lo que nos ocurrió en los ochenta, sino que la respuesta de Teresa Ribera, la vicepresidenta tercera del Gobierno, sea pedir “empatía social” a las eléctricas. No se diferencia mucho de cuando Fátima Báñez, la Exministra de Empleo y Seguridad Social del gobierno del PP, le rezaba a la Virgen del Rocío para que España saliera de la crisis. Al final, si varias personas tienen el mismo amigo imaginario, tienen fe en la misma religión, que no dista mucho de creer y confiar en algún acto de buena fe de aquello que llaman “Los Mercados”.

Hace diez años aún se respetaba a los sindicatos, que tenían infinidad de errores, pero actuaban al son de lo cotidiano y la vida real. Después empezaron a hablarnos de transversalidad, de tejer redes y participar. Participar, no militar. Más tarde, ese tejido y esa participación quedaron resumidas en poner unos cuantos tuits al día. Ahora, los partidos de izquierdas no es que estén desapareciendo, sino que están cambiando. Importa que pongas una cara carismática y visible en el cartel. Que cause sensación. Que sea una especie de mesías al que se le libre de todo pecado sin tener tan siquiera que esconder la mano. Nos dijeron en aquel 15M que a los poderosos había que llamarles como “los de arriba”. Los liberales, contentísimos, afirmaban: las clases sociales no existen. Así nos luce el pelo.

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