Voces torturadas en Via Laietana: “La casa de los horrores debe salir del mapa”

Hablan testigos del centro de torturas del franquismo y la Transición, sobre el que crece la presión social

Por Nicolas Tomás / Elnacional.cat

«¡Es que me estaban matando!». El relato de Carles García Soler es durísimo. En el 72, en plena dictadura, fue delatado como impulsor e integrante de la organización armada Frente de Liberación de Cataluña (FAC), que atentaba contra instituciones cercanas al régimen pero procurando no dejar muertes. La policía vino a buscarlo y empezó un largo periplo. No es Ovidi Montllor, pero sí le llevó a ser uno de los protagonistas reales de la cinematográfica fuga de Segovia. Antes pasó por Via Laietana 43. Y salió “completamente destrozado”, según relata: “Mi estado físico era tan, tan, tan jodido que el director de la Modelo, en persona, me vio y va decir que yo en esas condiciones no entraba. Tuvo que intervenir por teléfono el gobernador civil y acabé entrando. Estaba completamente destrozado, físicamente roto por doquier”.

¿Qué le pasó allí dentro? Nada más llegar a la Jefatura, explica Carles García Soler, le metieron de un empujón dentro de una habitación, rodeado por una docena de policías que le hicieron «la rueda». Y no se quedó en eso: «A partir de ahí fueron 72 horas de torturas sin parar. Lo más bestia que te puedas imaginar. Me hicieron el quirófano (atarlo en cama y aplicarle golpes o descargas) ), la cigüeña (aparato de hierro que te sujeta por cuello, manos y tobillo, una posición incómoda que provoca rampas en los músculos rectales y abdominales)… Y cuando perdía el conocimiento me colgaban con las esposas de un gancho hasta que me despertaba». En medio también hubo una visita al despacho del comisario Pedro Polo, vestido con camisa falangista, viendo que no soltaba nada. García Soler recuerda sus palabras: “ Estos bestias que hay aquí fuera te van a matar. O sea que tú mismo. O cuentas algo o terminan contigo ”.

García Soler acabó confesando la participación en dos atentados “poco significativos” y dio el nombre de dos personas que ya habían huido y que nunca llegaron a detener. Empezaron pidiéndole la pena de muerte y acabó condenado a veinte años de cárcel por el consejo de guerra. “Yo le digo la casa de los horrores. No me imagino nada más tétrico y terrible como ese lugar”, asegura el exmiembro del FAC. Recuerda su compañero Ramon Llorca: “Le desgraciaron de por vida con las torturas. Le provocaron unos dolores lumbares para siempre. Nunca más fue una persona normal”.

El edificio de Via Laietana número 43 tiene mucha historia entre sus cuatro paredes, una historia especialmente oscura. Hoy sigue siendo la sede de la Jefatura Superior del Cuerpo Nacional de Policía (CNP) en Catalunya. Lo sigue siendo pese a haber sido el principal centro de torturas primero de la dictadura de Primo de Rivera y sobre todo del franquismo en Cataluña, a cargo de la Brigada Político-Social de la dictadura, donde estaban los temidos hermanos Juan y Vicente Creix. O simplemente “la casa de los horrores”, como coinciden muchos de los que estuvieron detenidos sin ningún tipo de garantía. Miles de personas fueron maltratadas, torturadas y humilladas, algunas tan ilustres como el expresident Jordi Pujol y otras más anónimas. Una simple placa del Ayuntamiento, a menudo vandalizada por el fascismo, les recuerda: «Memoria de la represión».

Pero todo ha quedado en esa simple placa. En varias ocasiones, el pleno del Ayuntamiento de Barcelona (con el voto del PSC), el Parlament de Catalunya y el Govern de la Generalitat han reclamado la recuperación de ese espacio aún utilizado por la policía española. También llegó al Congreso de los Diputados el 1 de junio de 2017, cuando se aprobó una proposición para reconvertir el espacio en un centro memorial de la represión franquista. Obtuvo el voto a favor de todos los partidos —incluido el PSOE— salvo el PP, que entonces gobernaba el Estado. Pero, a pesar de la llegada de los socialistas a La Moncloa, nada ha cambiado. El ejecutivo de Pedro Sánchez ha rechazado todas las peticiones, argumentando que el CNP ya le ha resignificado con su labor actual. Lo único que logró ERC, en la negociación presupuestaria del año pasado, es paralizar unas reformas que debían realizarse en el edificio.

Los políticos no han resuelto la reconversión, pero la movilización social persevera : el primer y tercer martes de cada mes se manifiestan decenas de personas convocadas por la Comisión de la Dignidad, con la participación de represaliados de Via Laietana. En paralelo, hace pocos días, casi dos centenares de entidades de 20 países –entre ellas la Comisión de la Dignidad, Irídia y Ómnium– lanzaron un llamamiento internacional para reconvertir ese espacio. Las diez entidades impulsoras también presentaron la primera querella contra seis torturadores, por el caso del sindicalista Carles Vallejo, aprovechando la nueva ley estatal de memoria democrática. Hasta ahora, las víctimas del franquismo han tenido que ir a por la justicia a Argentina. El otro gran handicap es que muchos de los responsables de esas torturas ya están muertos. García Soler pone ejemplos de agentes ya traspasados: los hermanos Creix o el comisario Genuino Navales.

Activistas y sindicalistas

La abogada Pilar Rebaque también ocurrió allí. Cercana al pensamiento trotskista, fue detenida con 18 años en una manifestación contra el proceso de Burgos, el consejo de guerra a dieciséis miembros de ETA. Allí fue insultada, vejada, humillada. Cuarenta años después de ese episodio es la portavoz de la Comisión de la Dignidad y lleva casi veinte liderando iniciativas y logrando victorias con los papeles de Salamanca o con la ley del Parlamento de reparación jurídico de víctimas del franquismo (2017). También pica piedra con Via Laietana. Recientemente intentando una visita de la comisión de Justicia del Parlamento a las instalaciones, que ha sido denegada por la delegada del gobierno español Maria Eugenia Gay alegando que es un “centro operativo”. Rebaque rebate el argumento: “Cada vez que tengo un detenido me voy a la Verneda. Ni carnés de identidad se hacen en Via Laietana”.

Es el caso de Carme Travesset . Ocurrió no una vez, sino tres. La primera detención fue en junio del 72, cuando con 17 años estaba repartiendo unos panfletos en un encuentro de sardanas en Calella. «La típica amenaza y poco más; era menor», precisa. La segunda, después de una redada contra gente de cuatro partidos. «Fueron tres días algo más intensos y estuve siete meses en prisión de mujeres de la Trinidad, donde tenían mucho odio por las presas políticas», relata. Y la tercera, en octubre del 75, cuando estaban imprimiendo en el aparato de propaganda del PSAN (Partido Socialista de Liberación Nacional de los Países). «Estuve cinco días en Via Laietana, cinco días con torturas continuadas», denuncia.

La detención ya fue salvaje, a cargo de siete u ocho agentes de la Brigada que le pegaban puñetazos, le tiraban el pelo y le disparaban un revólver a pocos centímetros de la cabeza. Y en la comisaría le practicaron de inmediato el sistema de «la barra». Esposada de manos y pies, le pasaban una barra de hierro entre las piernas y los brazos, que se sostenía entre dos mesas. Ella quedó patas arriba y la azotaron los pies descalzos con barras de hierro y correas. Cuando se desmayaba, la arrojaban al suelo hasta que recuperara la conciencia y la azotaban con los mismos instrumentos. Cuando a los dos meses, ya en libertad provisional, pudo verla un médico, concluyó: «Tejidos de los pies rotos. Tendones traumatizados. El corazón sumamente delicado. Bajísima la presión, a ocho. Atrofiamiento de las piernas. Columna vertebral desviada y bajada. Estado general agotado». Hoy Carme Travesset relata cómo las «secuelas» le duraron «algunos años» . No podría estar mucho rato de pie y tuvo que someterse a varios tratamientos. «Pero la dignidad de no haber cedido al chantaje de la tortura, esto dura toda su vida», asegura.

Antonia García nunca ha estado afiliada ni sindicada, pero sí se define como activista obrera y social. En ese momento, en el año 72, con 20 años, estaba organizada en las Plataformas Anticapitalistas y trabajaba en la empresa Starlux, en el polígono de Montmeló, que inició una huelga total fuertemente reprimida. Celebraban las asambleas en la calle y en la Iglesia, que desalojaban. La llegaron a interrogar y tomarle su documento de identidad. Fueron a cachear su casa y un par de policías nacionales armados hacía guardia permanente en su portal. Así que no volvió y se mudó temporalmente a Barcelona. Hasta que el 8 de febrero del 73, en la estación de metro de la Sagrera, la detuvo una pareja de paisano de la Brigada Político-Social. Lo hicieron encañonándola con una pistola. Con un jeep se la llevaron a Via Laietana.

«Fui 72 horas, tres días y tres noches, con interrogatorios constantes», relata Antonia García cincuenta años después, que prosigue: «Para que dijera nombres de compañeras y compañeros, las torturas y los malos tratos eran continuos. No me dejaban ni dormir, ni comer, ni beber agua. Además, las condiciones de los calabozos, en el sótano, eran como entrar en la mazmorra de un castillo de la época medieval». García recuerda cómo cada mañana desinfectaban con zotal, un producto tóxico que se usa para establos, con un «futor insoportable que llegaba al cerebro». Todo tipo de torturas físicas y psicológicas —que dice haber visto posteriormente en películas estadounidenses— y ella tenía una sola preocupación: «No desfallecer». Y resume: «Entrar detenida aquí es entrar en el infierno. La maldad, la crueldad, la barbarie, ejecutada por los torturadores, era el pan de todos los días».

Colectivo LGBTI, pueblo gitano…

Por esas cuatro paredes de la Jefatura Superior de Policía no sólo pasaron activistas políticos o sindicalistas, sino personas de otras muchas procedencias. “Via Laietana no ha sido sólo un lugar donde llevar a los represaliados políticos. Hubo primero una ley de vagos y maleantes y después una ley sobre peligrosidad y rehabilitación social. Han pasado el colectivo LGBTI, el colectivo romero… ”, señala la abogada Pilar Rebaque, de la Comisión de la Dignidad.

Alpe Conceptos, nombre con el que se da a conocer, es un veterano activista LGTBI. Participó en la primera manifestación en Barcelona por los derechos de las personas trans y homosexuales en el 77, después de haber sufrido la homofobia institucional. Su primer recuerdo es del 71, cuando tenía trece años. Estaba junto a la plaza de las Glòries yendo a comprar libros por su hermana. Le cogieron dos grises, que le subieron a una furgoneta y le movieron los bolsillos. Le hallaron seis billetes de 500 pesetas. «Me hicieron firmar, a golpes, una autodenuncia que acababa de realizar seis chapas», recuerda. Luego le obligaron a mantener relaciones sexuales con ellos. Lo violaron hasta que se cansaron y le arrojaron a la calle, amenazado con no decir nada si no quería que su padre perdiera su trabajo. De allí una ambulancia le llevó a La naranja mecánica  para «ayudarle a vivir con normalidad a la sociedad».

Rebaque: “Via Laietana no ha sido sólo un lugar donde llevar a los represaliados políticos. También han pasado el colectivo LGBTI, el colectivo romero…”

Y dos años más tarde, en febrero del 73, cuando tenía dieciséis, acabó en Via Laietana, tras una redada en el bar La Luna. Lo que sabe es lo que le contó su madre: que le llamaron para que le fuera a recoger y que llevara una manta porque supuestamente le habían recogido desnudo en la calle. «En los sótanos me rompen tanto la ropa que mienten y deben decirle esto a mi madre. Yo no voy por la calle desnuda. Nunca ha sido una afición mía», rebate Alpe Conceptes, que aún era menor de edad en aquel momento. » Me rompieron y rasgaron la ropa, pero, al ser menor, sólo me violaron y vapulearon «, ironiza la activista LGBTI. Lo enviaron a casa, sin dejarle pasar por el hospital. Hasta el 2008 no se atrevió a hablar de lo que le había ocurrido.

No es, ni mucho menos, el único caso. Tania Navarro , una de las primeras activistas transexuales del Estado, también pasó por este edificio que califica de “casa del terror”. Una decena de veces entre los años 72 y 75. También estuvo en correccionales y en la cárcel Modelo de Barcelona. Lo relata en su libro La infancia de una transexual en la dictadura , publicado el año pasado, donde denuncia el trato vejatorio y los malos tratos a los que la sometían los policías franquistas cada vez que pisaba el número 43 de Via Laietana. El régimen la clasificaba como “homosexual” y “ maleante ”.

También en democracia

Como explica el periodista Antoni Batista , el ministro nazi Henrich Himmler, creador de la Gestapo y las SS, vino a Barcelona en octubre de 1940. Vino para preparar el encuentro entre Adolf Hitler y Francisco Franco en Hendaya, pero también por asesorar a la policía franquista en la represión de la disidencia. Dejó el trabajo a cargo de su comisionado, Paul Winzer, que se instaló en La Rambla. Aquí nació la Brigada Social, que torturaría durante toda la dictadura en Via Laietana. Pero las denuncias de malos tratos van más allá de la muerte del dictador el 20 de noviembre de 1975 y llegan hasta el período de la Transición y la democracia.

Teresa Lecha  ha pasado tres veces, las tres en democracia. «Me detuvieron por independentista», asegura la entonces militante del PSAN y una de las fundadoras de los Comités Catalanes de Solidaridad con los Patriotas Catalanes (CSPC) en el año 79. «La primera fue a raíz de una gran razia contra el independentismo en el año 81. La segunda fue para llevar en el año 82 una pancarta que decía independencia en una manifestación contra la LOAPA. Y la tercera, en el 84, por una manifestación por la lengua», relata. Lecha, como enfermera del Hospital Clínic, también vio cómo iban pasando hombres y mujeres a causa de las torturas de Via Laietana: «Hombres y mujeres de diversas organizaciones; del PCI, GRAPO, PSUC, vascos, independentistas. ..».

Las denuncias de malos tratos van más allá de la muerte del dictador y llegan hasta el período de la Transición y la democracia

La primera vez estuvo «ocho o nueve días» y Teresa Lecha recuerda que la «cerraron en una habitación de los horrores (llena de objetos extraños)», le «pegaron unas cuantas bofetadas» y la «pasearon por las azoteas» para intimidarla. La segunda vez la policía engaña a los abogados, les dicen que es un «puro trámite», pero acaban pasando tres días y el juez les acabó enviando a prisión acusados ​​de sedición y rebelión. La intervención de Heribert Barrera (ERC, entonces presidente del Parlament) en Madrid hizo que les dejaran en libertad al mes y medio. Y la tercera vez: «Todo el camino hasta comisaría no pararon de pegarnos e insultarnos. A Jordi Llobet le hicieron comer la hoja en catalán que llevaba. Allí continuaron la rueda de golpes e insultos hasta que pude llamar al abogado Gil Matamala y esa noche nos sacó de ese antro. Al día siguiente el juez nos soltó sin ninguna acusación».

¿Qué hacer con Via Laietana?

Carlos García Soler está muy movilizado, desde la sectorial de personas represaliadas del ANC. Participa de forma regular en las protestas que se organizan ante la Jefatura. Y tiene claro qué haría él: “Yo creo que hay que echar al suelo el edificio. La eliminaría. Yo mismo era incapaz de pasar por el lado y tenía que cambiar de acera o ir por las calles de atrás. Tenía un pánico y una angustia que eran insoportables”. Sin embargo, matiza que está de acuerdo con la reconversión en un espacio de memoria. Y ve con buenos ojos la creciente presión social: “Está cogiendo un volumen que alguien tendrá que repensarlo. Pero va a costar, porque Madrid no lo va a aceptar fácilmente ”.

En la necesidad de reconvertir este espacio coinciden todos los que han pasado por él. “Este espacio debe convertirse en un museo de la represión. Lo que no puede ser es que siga en manos de los mismos. No se puede olvidar todo lo ocurrido. Nuestros jóvenes deben tener acceso”, asegura Carme Travesset, esperanzada de que con la presión social será posible. En la misma línea se pronuncia Alpe Conceptes: “Se aprobó que esto sería un espacio de memoria. Es una cuestión de convivencia; Via Laietana ha sido un espacio de agresión, y no sólo por política”. Y remacha: “Debe salir del mapa. Es que no lo utilizan ni logísticamente, sólo para marcar paquete”. Antònia García confía en que antes que tarde se podrá “rescatar la verdad y que nunca más se pueda olvidar qué significó este edificio para la ciudadanía y para la gente que quería la democracia y hacía todo lo posible por implantarla”.

En la necesidad de reconvertir este espacio coinciden todos los que han pasado

La presión de las entidades memorialistas crece. Pilar Rebaque, de la Comisión de la Dignidad, es optimista: “Desde que han comenzado las movilizaciones ha tomado un cierto vuelo. Ya no es solo algo de entidades memorialistas, sino de toda la sociedad”. La abogada señala cómo les llaman desde varios puntos del país «para ir a contar Via Laietana”. No piensa desfallecer en la movilización: “Te emociona cada vez que te viene un señor que te dice que ha pasado por Via Laietana y te relata su historia”.

 

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