Hubo un momento, ya por la tarde que, a pie de fosa, me distancié de mi misma, me disocié como ese espectador que se observa en la lejanía para intentar analizar las emociones contrapuestas y ambivalentes que me embargaban: identifiqué la pena, una pena inmensa ante esos restos expuestos en la tierra abierta en canal, pero también el alivio.
Por Sol Gómez Arteaga
En el municipio de Villadangos del Páramo, de 1214 ha., situado en el centro de la provincia de León, fueron asesinadas en el monte, con nocturnidad y alevosía, entre los meses de septiembre y noviembre del aciago año de 1936, ochenta y cinco personas, ochenta y cuatro hombres y una mujer, cuyos cuerpos serían distribuidos en tres fosas comunes, una en el cementerio del pueblo, las otras dos en las pedanías del municipio, Fojedo y Celadilla. Una parte de la fosa del cementerio quedó sepultada por la construcción en los años 70 de varias tumbas, pero otra sí parecía accesible para llevar a cabo una prospección que evidenciara la creencia de que allí había restos humanos de la guerra civil.
Los asesinados por la represión franquista en Villadangos procedían de distintos municipios de la provincia de León: Mansilla de las Mulas, Valencia de don Juan, Sahagún, Benavides de Órbigo, Valderas, Villaornate, Folgoso de la Ribera, Villamarco, León, Alija del Infantado, San Cristóbal de la Palanca, San Martín del Agostedo, Valdevimbre, Vegas del Condado, Oncina, Fuentes de Peñacorada, Navianos de la Vega (Alija), Sahechores de Rueda y Villadangos, municipios estos en los que no hubo frente de guerra.
Se trataba de personas sacadas de sus casas y de sus cosas, arrestadas por sus ideas, por militar en partidos de izquierdas, sindicatos, por su actividad laboral (hay entre ellos varios carpinteros, industriales, jornaleros, sindicalistas, un cartero, un pescador, un ferroviario, un hojalatero, un electricista, dos trabajadores en una tejera, dos maestros, un abogado poeta, un practicante) o por simples rencillas vecinales. Las sacas se produjeron desde el campo de concentración de San Marcos, situado en la ciudad de León. A medida que iban siendo ejecutados, los cuerpos quedaban tirados en el monte, luego recogidos por vecinos del pueblo y trasladados en carro a los lugares de enterramiento. Antes de sepultarlos en el Juzgado se redactaba el acta de defunción.
La búsqueda de los desaparecidos de Villadangos se remonta a antiguo. Primero por parte de las familias e investigadores individualmente, desde hace un par de años de forma colectiva -la unión hace fuerza y el caso de Villadangos se ha demostrado sobradamente- y con apoyo de la ARMH se han ido dando los pasos legales para realizar la prospección.
El 21 de junio del 2021 se obtuvo autorización de la Junta de Castilla y León para llevar a cabo ésta en las áreas delimitadas topográficamente y un mes y medio más tarde, 9 de agosto de 2021, quince familias registraron en el ayuntamiento de Villadangos un escrito pidiendo al alcalde, Alejandro Barrera, celeridad en los trámites. Entre ellos estaba Rufino Juárez, de 86 años, de la localidad de Vegas del Condado, que buscaba desde siempre a su padre, encontrándose con la respuesta del regidor de que la última palabra la tenía la junta vecinal como propietaria del cementerio, sometiendo dicha exhumación a votación -de la que resultaron 22 votos en contra, 12 votos a favor y uno en blanco-, algo que contravenía el derecho superior y fundamental de buscar a los muertos. “Exhumar víctimas del franquismo”, dirá el Vicepresidente de la Junta de Castilla y León, Francisco Igea, tras la votación ya consumada, “no se tiene que votar, está protegido por la ley”. Desgraciadamente, el 1 de septiembre de 2021 Rufino Juárez, falleció sin poder ver cumplido su sueño.
Estos son, a grandes rasgos, los antecedentes de la prospección que, dirigida por la ARMH, se inicia finalmente el 24 de febrero de 2022, a cargo del arqueólogo gallego Serxio Castro, la forense Laura González Garrido, del Área de Antropología Física de la Universidad de León, y en la que participan numerosos voluntarios y voluntarias procedentes de diferentes puntos de España.
Yo tenía muchas ganas de asistir a la exhumación. Ya había tenido la experiencia en el mes de julio del año 2012 en la fosa de San Justo localizada a pocos kilómetros de Astorga, y digo experiencia porque un trabajo así es una auténtica clase de historia y de pedagogía que te toca, te mueve, te remueve por dentro. El sábado 26 de febrero volvió a ocurrir. Exactamente igual. Esa mañana hacía frío, como solo recuerdo de joven el frío en mi tierra, en León, cuando los pies se congelan y la baja temperatura cala muy dentro. Tuve el privilegio de tocar con mis propias manos la tierra que envolvió durante más de ochenta y cinco años los restos de estos hombres. Una tierra que, demasiado húmeda para ser filtrada por la cribadora, se iba depositando sobre una tabla a fin de seleccionar ese “trocín” de hueso, ese retazo ya irrecuperable de tejido de ropa que se “desbrona” entre los dedos, ese botón. Los huesos hablan, nos hablan. Y, en contra de algunas voces que negaron que en ese lugar del cementerio hubiera restos humanos de la guerra, la disposición de los cuerpos allí tendidos, el amontonamiento, los proyectiles que se hallaron asimilables a la munición utilizada por los golpistas, pudieron desvelar que se trataba de personas que habían muerto de forma violenta, de personas que habían sido asesinadas de forma atroz.
Hubo un momento, ya por la tarde que, a pie de fosa, me distancié de mi misma, me disocié como ese espectador que se observa en la lejanía para intentar analizar las emociones contrapuestas y ambivalentes que me embargaban: identifiqué la pena, una pena inmensa ante esos restos expuestos en la tierra abierta en canal, pero también el alivio. En medio del frío, del tremendo silencio que rodea siempre estos trabajos, había calor. Un calor que estaba en las miradas de las familias y de las gentes que contemplábamos el trabajo, espátula en mano, hecho con mimo, con sumo cuidado, de los voluntarios. Allí sentí el abrigo de la solidaridad. Allí estaba, aunque yo entonces no lo sabía, el barco de Teseo del que Juan Diego Boto nos hablaría solo horas más tarde en un teatro repleto de gente. Siete restos sería el parte del día que dio Laura González Garrido a última hora, que serían trasladados a laboratorio para dejar secar y proceder a su análisis.
Dos actos públicos, en medio de la exhumación, envolvieron de Memoria ese 26 de febrero. El primero tuvo lugar a las 12 de mediodía, en el mismo sitio, Casa de Cultura de Villadangos, donde meses antes tuvo lugar el agravio de una votación que nunca debió haberse producido y donde las familias, verdaderos protagonistas de lo que allí se trataba, tomaron la palabra para nombrar a sus seres queridos y devolverles -solo lo que se nombra existe- de un modo simbólico a la vida. Y fueron nombrados Tomás Toral Casado, Aquilino Presa Martínez, Epifanio González Pérez (que, a pesar de tener nietos, allí se dijo que nunca fue abuelo porque no le dejaron), Jesús Luengo Martínez, Federico Sacristán Rodríguez, Gerardo Vega Vaca, Genaro Nachón Martínez, José Álvarez Prida Vega, Rufino Juárez Fernández, Santos Valentín Francisco Díaz, Eugenio Curiel Curiel, Serapio Pedrejón, Epifanio Llamazares Cármenes, los hermanos menores de edad Francisco y Jesús Rojo Álvarez, José Honrado Jáñez, Eduardo Prieto, Jesús Agustín Prieto, Fulgencio Mateo Rey, Feliciano Álvarez Álvarez, Narciso Robles González, Eladio Quiñones Blanco, Marcelino Rodriguez Olano, Máximo Moraix Llamas, Ignacio Barrientos Ruano, Julián León Canal, Herminio Puente Suarez, Matías del Río Pérez, Vicente Fernández, Marcelino Rabanal, Luciano Llamas Astorga, José Pérez Alija, Francisco Ferrero Lera, Teófilo Pérez Aparicio, Máximo García Ramos, Moisés Pérez Martínez, Víctor Pérez Barrientos, Urbano González Soto y Benigno Esteban, -estos dos últimos son los únicos que se han podido filiar de entre los trece de la pedanía de Fojedo-.
A todos ellos hay que añadir también un puñado de actas de defunción con el dato de desconocido. Una mujer, Casimira Marcos Merino, resuena entre los nombres de esas 85 personas. Casimira fue a preguntar a San Marcos por su hijo menor de edad, resultando apresada, luego asesinada. El investigador José Cabañas citaría los nombres de represaliados de la propia localidad de Villadangos. La cantautora Isamil9 imprimió, con la Elegía de Miguel Hernández, el punto emocional a un acto ya de por sí rebosante de sentimientos.
Por la tarde tuvo lugar en el Teatro de San Francisco de León otro acto que, gracias a las nuevas tecnologías, traspasó fronteras (desde Bruselas me llegó el mensaje de que lo habían visto). En un sobrecogedor escenario formado por las familias portando las fotografías de los suyos, el acto arrancó con las palabras del premio nacional de teatro Juan Diego Boto, que no quiero pasar por alto pues son luz. Ellas aludieron a la leyenda del barco de Teseo que, atracado en el puerto de Atenas, despertaba la admiración de los habitantes del lugar. Un barco cuyas piezas, poco a poco, su dueño fue renovando hasta no quedar ninguna original. Pese a ello, los atenienses siguieron identificando ese barco re-novado, vuelto a construir, como el barco de Teseo, algo que fue posible gracias al recuerdo ininterrumpido de los habitantes, gracias, en suma, a su Memoria. ”Somos porque otros nos recuerdan”, diría Juan Diego y también somos, esta es la lectura que yo hago, el relevo generacional de los que fueron.
El acto estuvo salpicado por los testimonios de familiares, las palabras en diferido de personas del mundo del la cultura como Aitana Sánchez Gijón, Javier Bardem o Manuel Rivas, los testimonios de un voluntario de la ARMH y también de su presidente, Emilio Silva, que reclamó que el Estado español escuche el dolor de las familias, las manifestaciones del historiador Carlos Hernández, las declaraciones de la biznieta con memoria, también periodista, Olga Rodríguez, que ha cubierto, y sigue haciéndolo, pormenorizadamente la noticia, las bellísimas canciones rescatadas del olvido de Cuco y Luisa Pérez, la recitación imponente de esa “Tumba del apóstol” de Carlos Mestre, la música de la cantautora Isamil9 y su interpretación del “Gallo rojo” que a mí siempre me conmueve pues me recuerda a otro gallo rojo, la voz bellísima de Rozalén. Tuve el honor de participar con un texto dedicado al maestro de mi pueblo, Tomás Toral Casado.
Entre el público también estaba mi padre y su amigo Aser Vallinas, disfrutando de lo lindo, sonriendo, eso al menos pensamos la nieta de Aser, Judith Gonzalo y yo, mientras comentábamos lo mucho que ambas nos habíamos acordado de ellos justo en esos momentos.
Reparación ha sido la palabra más oída estos días para cerrar en sano las heridas abiertas de la historia más reciente de este país, y mucha Memoria, “sin memoria no hay justicia, sin justicia no hay paz”.
El lunes 28 de febrero concluyó la exhumación, dando como resultado el hallazgo de diez restos que se examinarán concienzudamente en laboratorio. Algo más de un diez por ciento, diría Marco González, vicepresidente de la ARMH. Poco es, pensaran algunos, pero poco es mucho si tenemos en cuenta que los fusilados de Villadangos nos representan a cuantos creemos en la democracia. Como mucho es el mero hecho de buscar, de juntarse, de organizarse, de poder hablar de lo que pasó, de elevar la voz como se elevó estos cinco días y se sigue elevando. Tres tiestos humildes de flores con los colores amarillo, rojo y violeta reposan ahora en la fosa ya cerrada, limpia, tan sencilla. Quiero pensar que uno representa la Verdad, otro la Justicia, otro la Reparación.
Y seguimos sumando en el camino imparable de la Memoria que se hace a mano, sin permiso, una Memoria que a mí siempre me gusta escribir en mayúscula.
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