No queda más remedio que constatar que todo se ha resuelto en la frontera, a base de un diputado más, un diputado menos. Que la simple abstención de alguna fuerza política minoritaria, pero determinante, puede obligarnos a una nueva confrontación electoral. España se encuentra dividida y fracturada en dos bloques simétricos y casi iguales
Por Francisco Javier López Martín
Esperaban más las derechas de este país. Esperaban muchos mejores resultados y que la suma de los dos partidos diera mayoría absoluta. Olía, sin embargo, a desastre en las huestes de la izquierda. Pesaba demasiado el cansancio acumulado desde la pandemia para acá, las incertidumbres ya sistémicas en torno al futuro de nuestro mundo, el cambio climático, los micro colapsos que sufrimos cada vez con más frecuencia, el miedo a unas nuevas tecnologías que devoran empleos y formas de vida…
De nada parecían haber servido las audaces medidas para contrarrestar tanto desastre. De nada los ERTEs, el Ingreso Mínimo Vital, las subidas de las pensiones al ritmo del coste de la vida, el incremento del salario mínimo. Las leyes de contenido social que intentaban contener y acabar con la violencia de género, la discriminación, las desigualdades, las brechas salariales y laborales.
Tras las elecciones municipales todo parecía indicar y hasta los propios analistas tertulianos lo dejaban entrever, que todo aquello se daba por amortizado y que un “cambio de ciclo” estaba cantado y era inminente. No ha sido así y me alegro de ello. Pese a mis críticas de algunas políticas que considero irresponsables en la izquierda gobernante, nunca he sido un partidario del “cuanto peor mejor”.
Me alegro de que la ultraderecha no vaya a estar en el gobierno y de que no entre a dirigir el país un partido que se define de centro y que quiere gobernar, pero sin reconocer un oscuro pasado de corrupciones indeseables y sin dejar clara una posición de incompatibilidad con la extrema derecha y de defensa de las libertades. En España muchas políticas son posibles pero desde la decencia y la defensa de las libertades democráticas.
Sin embargo las alegrías son matizadas. No queda más remedio que constatar que todo se ha resuelto en la frontera, a base de un diputado más, un diputado menos. Que la simple abstención de alguna fuerza política minoritaria, pero determinante, puede obligarnos a una nueva confrontación electoral. España se encuentra dividida y fracturada en dos bloques simétricos y casi iguales.
Dos fuerzas que se dedicarán a proclamar su victoria, en todo caso pírrica sin tener en cuenta que, para lo que se nos viene encima, la cultura de la negociación y el acuerdo es más determinante que la dimensión del ombligo y de las ambiciones políticas de cada cual. Hay un puñado de políticas públicas, que deben gozar del máximo nivel de acuerdo más allá de las discrepancias puntuales.
Pero mucho me temo que no va a ser posible. El aspirante a Presidente se ha volcado en un ataque frontal contra el gobierno y contra todos los actos de gobierno sin importarle desplegar una batería de mentiras y medias verdades. Resulta alarmante que según los resultados obtenidos en unos o en otros lugares se intente hacer que gobierne la fuerza más votada, o valga pactar con otros para asegurar un gobierno propio.
En ningún lugar de la Constitución se habla de que la fuerza más votada tenga que gobernar en minoría con el apoyo de todos los demás. Muy al contrario queda establecido que gobernará cualquier fuerza que tenga capacidad de reunir el consenso mayoritario necesario.
Por eso, más allá de los éxitos puntuales que unos u otros se atribuyan, es complicado gestionar un país partido en dos y que no se reconocen como parte de un mismo proyecto común. No sé si tendremos que repetir las elecciones, o bien habrá alguna fórmula exitosa que permita reeditar un gobierno de progreso, o inaugurar un gobierno de la derecha con la ultraderecha.
Pase lo que pase, los partidos políticos harían bien en intentar que no fueran los tertulianos, los analistas, los medios de comunicación, o las corporaciones económicas, los que deciden la orientación, los ritmos y la intensidad de nuestras políticas públicas. Harían bien, en público y en privado y al margen de los que terminen gobernando, en buscar los espacios de encuentro y de confluencia que nos hagan sentir que somos algo más que un proyecto fallido de democracia plena.
Es su obligación y la nuestra si queremos que una de las dos Españas no termine por helarnos el corazón.
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