Un momento infinito: ¿esperamos?

Por Manuel Pérez 

Hoy, quizá cuando se lea ya no sea hoy, se presentaba en Santiago de Compostela “En espera. Sobre la hipótesis de una violencia perfecta” (La oficina, 2021). Cuando me toca reseñar los libros de Ignacio Castro me siento siempre frente al pelotón de fusilamiento. Son sus libros, los suyos. Tanto tiempo compartiendo tiempo y divagaciones, viendo cómo se fueron forjando y cómo se han ido escribiendo. Recuerdo la primera vez que me presentó un libro suyo, estábamos en el instituto. Allí empecé a ser el mal alumno que aún sigo siendo.

Puede que “En espera. Sobre la hipótesis de una violencia perfecta” saliese a la sombra de “Sexo y Silencio” (Pre-textos, 2021) pero no por ello es un libro menor que haya que obviar. Ignacio es el culpable de mi acercamiento a otras filosofías. Es por él por quién acepté otras voces fuera de la esfera marxista, no por ello abandonada. De repente había más cosas que aprender. En éste libro no se niegan las culpas del liberalismo más despiadado, pero habla de un algo más que explique la crisis constante del presente. Ya en su sinopsis nos dice: “Si ya se ha hablado mucho del liberalismo como estructura de liquidación comunitaria –y es difícil que en este plano hayamos podido exagerar–, aquí nos extenderemos sobre todo en el frente anímico de esta catástrofe antropológica: la cultura elitista sin la que no se explicaría una precariedad vital cada día más correcta.”

A través de breves apartados, Ignacio defiende su vieja tesis de la anemia occidental. El progreso es la verdad que nos han vendido como única salvación: ¿lo es? Acercándose a voces como Agamben o Comité Invisible, sin perder nunca de vista a Nietzsche, alza la voz contra una interminable des-vitalización que nos llega desde la defensa de lo individual. No hay un yo sin alguien frente a quien ser. Nos dice, como os leí en el programa de @E_grabando,  “no conviene olvidar que a lo que llamamos sujeto señala indirectamente el enigma de cualquier objeto […] nada de mundo en las cosas…”. Como veis, defendiendo un comunitarismo que parece olvidado tanto por la izquierda como por la derecha.

El progreso abraza el tiempo finito de una vida para alejarla del tiempo infinito de un momento. Ignacio Castro es consciente de la huida del momento, de la reacción contra lo sustancial: “el estrés perpetuamente inducido nos salva de pararnos, de cualquier vacío que pueda cuestionarnos”. Si el tiempo biológico es aliado de la esclavitud neoliberal, nuestro filósofo gallego nos advierte de la importancia de los encuentros, también en pandemia. De manera irónica se acerca a Zizek para señalarnos el vacío de la alta definición de nuestra época “Tal o cual bebida no tendrá ninguna sustancia dañina, pero debido a que básicamente no tiene ninguna sustancia…”. La sobreprotección de la información para que olvidemos el riesgo de vivir. La pregunta de vivir.

Un distanciamiento obligado ante el terror al exterior: Daesh, depresión, Covid… un miedo al prójimo que como terrorista, tóxico o contagiado, no puede ser bueno. Ocultamos un miedo al encuentro, un miedo inducido que nos hace sospechar de cualquiera “Si no eres diáfano, si eres complejo, lento o raro, es que escondes algo”. Se ha convertido en rechazo cualquier momento que pueda recordarnos “la energía que una vez fue nuestra”. 

¿Qué nos queda? Nos deja poco margen de maniobra, subrayando la contradicción de nuestra comodidad frente a nuestros tiempo: “Se dice lo contrario, pero la precariedad nos permite estar en crisis, quejarse y solicitar asistencia especializada, y eso es lo que nos salva”. Porque, justamente, aquello que categorizamos causa es el soporte del vacío espiritual que nos invade. La sensación de una potencial solución que nunca llega.

Y es que, como nos dice en el capítulo VIII. Estatismo mental continuo  “la precariedad acentúa la dependencia, también a la precariedad”.

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