Las descontroladas riadas de tinta, propias de la mezquina y asalariada maquinaria de propaganda occidental, parecen no lograr ocultar la debilidad del Imperio.
Por Daniel Seixo
“Los nuevos medios para el control han sido creados no por nosotros sino por el capitalismo en su etapa militar-imperialista.”
Lenin
“La propaganda es a una democracia lo que la coerción a un estado totalitario.”
Noam Chomsky
Tras observar miles de millones de las arcas públicas occidentales destinados a tanques Leopard, Abrams y sistemas de misiles antiaéreos Patriot, hoy convertidos en dispendiosa chatarra humeante sobre el suelo ucraniano, pareciese que incluso la hasta ahora afinada máquina de propaganda occidental comienza a ver cómo se debilitan sus piernas, atrapadas jocosamente en la realidad material de la raspútitsa de mentiras, manipulaciones y abundantes delirios que ellos mismos han ayudado a construir durante todo este conflicto.
Y es que más de una semana después de que al fin se lanzase el anunciado y reanunciado contraataque ucraniano, imperiosamente preparado desde hace meses por un régimen de Kiev deseoso de mostrar avances ante sus amos de la OTAN, hasta el momento, la única certeza es que, pese a los intensos combates y las ultrajantes pérdidas humanas del ejército ucraniano y los denodados esfuerzos de los mercenarios de la pluma occidentales por mostrar algún rescoldo de victoria o esperanza de cara al futuro de su campaña militar, la realidad sobre el terreno, dicta que Rusia sigue resistiendo y marcando el ritmo de la guerra, tal y como ha hecho desde el inicio de la denominada Operación Especial Rusa.
Es hoy ya realmente exiguo el rastro que podemos encontrar de aquellas grandilocuentes crónicas ensalzando la valentía de los soldados ucranianos, trazando a una sociedad en armas o poniendo el foco mediático sobre supuestos fantasmas de Kiev. E incluso llega a desaparecer entre nuestras manos el antaño abundante material señalando a las tropas rusas como cerriles soldados escasamente motivados, prestos a abandonar su equipamiento militar y el destino geopolítico de su país a la mínima oportunidad de desertar a la línea de la civilización supuestamente marcada por Coca-Cola, Pornhub y McDonald’s.
Ni los esperados F-16, ni ningún otro factor militar sobre el terreno, podrán evitar que a corto plazo la suerte del régimen títere de Kiev se encuentre resuelta ante el brillante desempeño militar y diplomático de Moscú, que no solo ha conseguido mermar gravemente las capacidades militares ucranianas, sino que a su vez ha logrado socavar los cimientos del imperialismo estadounidense hasta límites insospechados pocos años antes. La desdolarización del mundo parece caminar firmemente de la mano con la construcción de un nuevo orden multipolar, en el que las relaciones de fraternidad y respeto mutuo, se construyen sobre los restos tambaleantes de las agresiones militares, las sanciones y los desprecios occidentales a la soberanía de decenas de países que hoy constituyen firme y orgullosamente el eje de la resistencia frente al imperialismo, el racismo y la barbarie de la jungla capitalista de Occidente.
Tampoco las descontroladas riadas de tinta, propias de la mezquina y asalariada maquinaria de propaganda occidental, parecen hoy lograr ocultar la debilidad del Imperio. Ante la firme realidad material de la incapacidad militar de la OTAN frente apenas una minúscula porción del ejército ruso y acongojada y sorprendida por la cada vez más habitual rebeldía de los líderes africanos, latinoamericanos o árabes, hoy las ensoñaciones otanistas parecen comenzar a percatarse de que sus encadenados comunicados de guerra, transformados en supuesto periodismo independiente y neutral por arte de la censura y el cinismo, apenas valen nada sobre el terreno. Los titulares de El País, The Daily Telegraph, The New York Times o Tagesspiegel carecen de valor real en el campo de batalla. El relato se muestra incapaz de vender por sí solo a un enemigo decidido a poner límites al idealismo etnocida de la OTAN.
Y es en este punto, plenamente consciente de la profunda debilidad del constructo de embustes y mentiras occidentales que han pretendido marcar el signo mediático de esta guerra, que el líder ruso, Vladímir Putin, ha decidido revelar –durante su reunión en San Petersburgo con una delegación africana que precisamente pretende abordar una iniciativa de paz en Ucrania– un interesante documento firmado conjuntamente con el régimen golpista ucraniano. En dicho documento, la Federación Rusa habría alcanzado un principio de acuerdo en la primavera de 2022, por el que las tropas rusas habrían abandonado Kiev en los compases iniciales de esta guerra, únicamente bajo el compromiso ucraniano de poner fin al conflicto bajo la supervisión de Reino Unido, China, Rusia, Estados Unidos, Francia y Turquía. Acuerdo que finalmente sería boicoteado por los gobiernos occidentales, tal y como previamente habrían dilapidado los acuerdos de Minsk, dispuestos a armar y utilizar como carne de cañón al pueblo ucraniano en su decidida agresión sobre Rusia. Con esta nueva información oportunamente filtrada, tras un nuevo y puede que definitivo varapalo militar para Ucrania, la hasta ahora firme coartada para sostener la rusofobia y la maquinaria bélica occidental a pleno rendimiento parece desmoronarse ante nuestros ojos.
Pese a ello, mientras en estos momentos, intensos combates tienen lugar en Zaporiyia, dibujando quizás el signo definitivo de esta guerra, los modernos predicadores de la barbarie y la sin razón de la burguesía occidental, hoy denominados periodistas, seguirán cada vez con menor entusiasmo y energía dibujando ilusiones basadas en la voladura de la presa de Kajovka o cualquier otro transitorio embuste, tal y como antes lo hicieron con el Nord Stream o el teatro de Mariúpol.
Es, por tanto, urgente que nosotros, ciudadanos ocultos y subyugados bajo este telón de acero de propaganda y censura inusitada, debemos preguntarnos sin más demora por el actual papel de nuestra prensa en esa picadora de carne en la que han convertido a una parte del territorio europeo. Debemos enfrentar y exigir a nuestras representantes políticos que el papel de la prensa deje de ser únicamente el de una correa de transmisión de la propaganda de guerra de nuestros gobiernos. No podemos seguir soportando que la tinta de sus diarios se sustente en la sangre de ciudadanos llevados a la línea de frente por la cobardía y la ceguera de nuestras burguesías. Hoy urge rescatar al periodismo de la dependencia y sumisión ante el capitalista en la que actualmente se desarrolla y retomar la pluma para el proletariado, conscientes como somos de la debilidad del dueño de la imprenta y de los duros golpes propiciados por el ejército ruso a sus continuados engaños. Tarde o temprano, la realidad se impondrá al relato. Tan solo de nosotros depende aprovechar la breve disociación de la industria de la comunicación occidental y procurar dotarnos de las herramientas adecuadas para acelerar este proceso.
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