Tiempos modernos

Por Daniel Seixo

"El estado moderno no es sino un comité que administra los problemas comunes de la clase burguesa."

Karl Marx
La desesperación es la materia prima del cambio drástico.”

William S.Burroughs

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Podría en este rato que comparto con ustedes casi cada semana, intentar convencerlos del sentido de su voto, podría crear alarma, alertarlos sobre la inminente llegada del fascismo o incluso explicar concienzudamente la imperante necesidad de un voto de clase de cara al próximo 10 de noviembre, podría hacerlo, pero no…

No porque estoy cansado de apelar a una conciencia que debería estar más presente que nunca en nuestras calles, en nuestros barrios, en nuestros corazones. Me niego a molestarme en pedirle a mi pueblo que vaya a votar, cuando este se ha mostrado capaz de hacer largas colas delante de una tienda de Iphone, las taquillas de algún concierto o las puertas de un estadio de fútbol para contemplar un deporte que ya no es tal. Siento ser tan sincero, pero toda paciencia tienen un límite.

No voy a negar la parte de responsabilidad de nuestros políticos, ni tampoco el hastío generalizado producido por las diferentes campañas televisivas y electorales. No voy a ser yo el que obvie que Ana Rosa Quintana, Ferreras y Pedro Sánchez, le pueden quitar las ganas de vivir a uno. Pero hoy, a apenas dos días de las elecciones generales y a apenas un día del aniversario del asesinato del joven antifascista Carlos Palomino a manos de un militante fascista en el metro de Madrid, tan solo puedo decir que nos sobran los motivos. Y nos sobran los motivos no solo porque el fascismo se encuentre a las puertas de una victoria histórica en nuestro país desde la muerte del dictador, sino por nuestras propia existencia, por nuestra realidad, por ese aire espeso que desde ya hace demasiados años nos toca respirar cada día. Ese aire que solo quienes no han nacido en cuna de oro, aquellos que día a día madrugan y se suben al vagón de metro o a su vehículo para ir a trabajar conocen. Echen ustedes un vistazo a todas esas caras, esos rostros que reflejan la preocupación por no llegar a pagar el alquiler, por un posible despido o por los problemas con sus compañeros y su familia fruto del estrés del trabajo. Ellos, al igual que usted, son la clase obrera.

Desde la caída del muro de Berlín, esa barrera física que nos separaba del malvado comunismo, las socialdemocracias europeas se han despojado poco a poco de su máscara de confortabilidad y humanidad, para inmisericordemente recortar derechos y prestaciones al trabajador sin que nadie levantase la voz por él. Los sindicatos ocuparon en su mayoría su lugar en restaurantes de lujo entre el capital y la clase política y los políticos simplemente se convirtieron en eso, políticos profesionales y no meros representantes de la ciudadanía. Fue entonces cuando personajes como Daniel Lacalle aparecieron en horarios de máxima audiencia explicándonos con ese aire de superioridad de cuna dorada la necesidad de recortar un 40% las pensiones… Que locura replicaban entonces otros economistas, que situaban generosamente ese recorte quizás en el 20% o el 30%. Aumentar anualmente ese pago a nuestros mayores  según la evolución del IPC, pasó simplemente a ser cosa de populistas, radicales a los que poco a poco arrinconar en el juego parlamentario.

Por mucho que culpemos al más desposeído de nuestra sociedad, ningún menor no acompañado tiene responsabilidad alguna en el hecho de que hoy en España ser mileurista sea una aspiración y no una pesadilla

Nadie decidió en esos programas de las cadenas privadas, recalco lo de privadas, preguntarle a esos economistas como pensaban pagar el alquiler, la compra, la luz, el agua y ayudar a los hijos en paro con apenas 400 euros al mes en una cuenta corriente, una cantidad similar a lo que puede costar alguna de las botellas de Vega Sicilia Reserva Especial con las que ellos riegan sus cenas… Nadie se lo preguntó, porque realmente en esos platós a muy pocos les importa. Solo así se explica que un rescate financiero que asciende hasta 77.000 millones de euros y del cual se podrían recuperar únicamente cerca de 14.000 millones, pase inadvertido en nuestra realidad política, mientras un par de contenedores quemados ocupan día sí y día también la práctica totalidad de nuestras tertulias e informativos en todas las cadenas. A los privilegiados de nuestro sistema, les importa bien poco la violencia cuando esta se ejerce contra la clase obrera. A todos eses que hoy se les llena la boca con la nación española y el constitucionalismo, les importa bien poco que la banca se haya lucrado inmisericordemente de un rescate que no era tal y supuestamente no iba a costar un euro.

En el nuestro estado, 1 de cada 3 niños y niñas siguen en riesgo de pobreza o exclusión social, una situación que también afecta a 1 de cada 5 españoles y españolas. Más de un millón de personas, cerca del 8% de la población, se encuentra en situación de exclusión social severa y mientras tanto, el número de millonarios en el estado español se ha quintuplicado en los últimos nueve años y se espera que llegue a crecer en un 42% en los próximos cinco, hasta situarse en 1.394.000 en 2024. Mientras tres de cada diez españoles no puede asumir gastos imprevistos ni irse de vacaciones y el 10,4% llega a fin de mes con mucha dificultad o se retrasa en pagos tan básicos como la hipoteca, el alquiler, el gas, la electricidad o la comunidad, los concesionarios de alta gama, los clubes exclusivos, las tiendas de ropa de lujo o los prostíbulos y camellos de España hacen su agosto con la nueva fiebre del neoliberalismo.

Los economistas lacayos de la televisión les dirán que nuestro PIB crece y que por tanto debemos permanecer contentos y aletargados por el buen rumbo de la economía de nuestro país y obviaran que  una cuarta parte de los contratos que se firman en los últimos años son contratos basura con una duración de apenas semanas, ignorarán a todos aquellos que tras pagarse una carrera y esforzarse por obtener una titulación, encadenan hasta 400 contratos en 9 años. Ellos harán el trabajo sucio y la propaganda de la pseudointelectualidad capitalista y si todo eso no resulta suficiente para acallar nuestra rabia, cuando comience a escasear nuestro acceso al consumo, esa droga a la que nos han enganchado cual camellos sin escrúpulos, entonces liberarán al fascismo… Lo liberarán para jugar a ese oscuro juego de la doble moral en el que dicen combatirlo mientras lo alimentan. Es entonces cuando los migrantes, los niños sin familia que se han jugado la vida para llegar a nuestro país y vivir de nuestros despojos, las feministas, los independentistas, los rojos… Cualquiera servirá como chivo espiratorio para desahogar nuestras frustraciones, para sentir que todavía podemos reaccionar contra alguien o contra algo. Pero no nos equivoquemos, por mucho que culpemos al más desposeído de nuestra sociedad, ningún menor no acompañado tiene responsabilidad alguna en el hecho de que hoy en España ser mileurista sea una aspiración y no una pesadilla.

A todos eses que hoy se les llena la boca con la nación española y el constitucionalismo, les importa bien poco que la banca se haya lucrado inmisericordemente de un rescate que no era tal y supuestamente no iba a costar un euro

Hace mucho tiempo ya que hemos perdido esa sensación de comunidad, ese sentimiento de pertenencia a algo mucho más grande que cualquier bandera o formación política, esa pertenencia a un todo que a grandes rasgos podríamos definir como humanidad. Un valor que se encuentra en el amigo que nos presta algo de dinero para ir tirando, en el vecino que decide pedir colaboración para ayudarnos a pagar alguna de nuestras facturas pendientes, el compañero de trabajo que une fuerzas para plantarle cara al jefe explotador, el desconocido que ayuda a para un desahucio o el/la militante feminista o antiracista que decide plantarle cara al odio en cualquiera de sus caras. Hace tiempo que hemos perdido la capacidad de sentirnos uno y defendernos por nuestra propia cuenta. Hace tiempo que hemos decidido pasar de ser sujetos activos en nuestra propia vida a escondernos pasivamente tras un teclado, el mal humor o cualquier otra excusa que impida que pasemos definitivamente a la acción.

No les voy a pedir que voten y no lo voy a hacer por dignidad y por orgullo, ustedes sabrán. No pienso contribuir a seguir tratando a mis iguales como corderos de un pequeño rebaño que hay que guiar ante la incapacidad de pensar por ellos mismos. Pero tengan una cosa clara, en esta guerra, en esta lucha incesante entre clases sociales, continúan ganando ellos, continuan dominando el sistema y sus reglas, pero este domingo, tras décadas de lucha social y derechos políticos acumulados por la sangre y sudor de los que antes que nosotros palantarón batalla y vencieron, podemos asestarles un duro golpe. No lo duden, juntos y juntas, hay esperanza. Juntos, podemos cambiar las cosas.

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